Gladys Ayward, una vida al servicio de los demás
morenoacostaEnsayo10 de Enero de 2019
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Gladys Ayward, una vida al servicio de los demás
Rosa
Jueves, 17 Octubre, 2013 - 11:00
Es posible reinventarse y hacerlo en la otra punta del mundo. Nuestra vida puede ir encaminada en una dirección y, de repente, cambiar su rumbo. Gladys Aylward nació en 1902 en Edmonton, en el norte de Londres. Hija de un cartero y una ama de casa, desde muy joven tuvo que trabajar como sirvienta para poder mantenerse. En su adolescencia, Gladys leyó en una revista un artículo sobre China y tras sentir “la llamada de Dios”, decidió que era en el extranjero en donde quería ser misionera y servir a los demás. Para ello, se inscribió en una escuela que preparaba misioneros aunque, poco tiempo después, fue rechazada por su escasa formación académica y por considerarse que era demasiado mayor, 26 años, para aprender un idioma tan complicado como el chino. Lejos de desanimarse, Gladys escribió a una misionera de 73 años de la que había oído hablar, Jeannie Lawson, que trabajaba en China y buscaba a mujer más joven para continuar su trabajo. Ésta decidió aceptarla siempre y cuando fuese la propia Gladys la que se costease el viaje de Inglaterra a China. La chica tuvo que trabajar de nuevo como sirvienta durante años para poder reunir el dinero.
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Finalmente en 1930 y sin haber salido nunca antes de Londres, Gladys inició su viaje con apenas dos libras y nueve peniques en el bolsillo.No era el camino más corto ni el más fácil pero si el más barato. Viajando en el tren Transiberiano, cruzó todo el continente y la Siberia rusa de Stalin en plena guerra con China. Allí fue obligada a bajar de su tren y encontrar un modo alternativo de transporte. Navegó hasta Japón y de allí a Tientsin, después tres de nuevo, autobús y mula hasta llegar finalmente a su destino, Yangchen, en la provincia montañosa de Shansi, al sur de Pekín. Allí trabajó junto a la misionera Lawson en La Posada de los Ocho felicidades, un mesón en donde daban refugio a los viajeros y predicaban el evangelio. Gladys aprendió chino para poder comunicarse con los habitantes de aquellas zonas rurales y comenzó poco a poco a ganarse el respeto y el cariño de la gente, que acabó llamándole “Ai-weh-deh”, la virtuosa.
Tras la muerte de la señora Lawson, ella siguió con el trabajo en la posada. Un día Gladys vio a una mujer indigente, acompañada por una niña desnutrida que en realidad era huérfana. La mujer había secuestrado a la niña para utilizarla como reclamo en sus limosnas y la misionera decidió “comprar” a la niña y llevársela consigo a la posada. Poco tiempo después, acogió a otro huérfano y después otro... En 1936, Gladys Aylward se hizo oficialmente ciudadana china para evitar que pudieran separarle de estos huérfanos, que ya superaban la centena.
Mientras, las relaciones entre China y Japón estaban cada vez peor y en 1938 el ejército japonés invadió finalmente China, lo que dejó en una peligrosa situación a cientos de niños alejados de sus familias. Tratando de salvar sus vidas, Gladys accedió a conducirles a través de las montañas hasta la provincia de Sian, en donde se les había garantizado protección. Para ello, la misionera tuvo que guiar a cien niños viajando a pie trescientos ochenta y seis kilómetros a través de las montañas y con el ejército japonés pisándoles los talones. Tras 27 largos días, llegaron por fin a Sian y sólo cuando los niños estaban ya a salvo, Gladys se permitió caer, desfallecida, enferma, sufriendo fiebre, neumonía e incluso alucinaciones.
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