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La Santa Inquisicion


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2012  •  3.057 Palabras (13 Páginas)  •  623 Visitas

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LA SANTA INQUISICION

Fue instituida por la iglesia en la Edad Media alrededor de los siglos XI y XII por el papa Lucio III de Verona, Italia, en 1184, mediante una bula Papal. La inquisición actuó a la par con el Estado. Se creó con el propósito de “salvar almas humanas”, sin embargo éste supuesto propósito, lejos de cumplirse trajo consigo la muerte y sufrimiento de miles de personas que estaban en contra de los dogmas religiosos de la cristiandad y que no se retractaban de sus creencias y prácticas, a estas personas les llamaron pecadores o herejes.

Algunas de las ideas de los llamados herejes era que la iglesia no era la institución que Cristo había establecido, sino que estaba manchada por otras costumbres y doctrinas como el uso de imágenes, santos, etc. Y que las únicas formas de alcanzar la salvación eran virtudes que no tenía la Iglesia como la humildad, castidad, entre otras. Existieron diversos grupos de “herejes”: los cataros, arrianos, albigenses y valdenses que predominaban principalmente en el sur de Europa. Esta desfragmentación y obstáculos que estaba viviendo la Iglesia Católica, estaba poniendo en juego su poder tanto político y social que tenía en Europa. Por esta situación consideraron importante luchar contra ellos.

A pesar de la decisión de la Iglesia de combatir a estos grupos de “pensamiento libre”, éstos insistieron en sus creencias y llegaron al punto de acusar a la Iglesia de abusar de su poder clerical. Para el siglo XIII Europa estaba llena de herejía.

II. Comienza la pesadilla

La tensión creció cuando uno de estos grupos, los cataros asesinaron a un representante papal en el año 1208, lo que trajo como consecuencia que en el año 1209, el Papa Inocencio III, emprendiera una nueva cruzada militar en contra de los herejes, en el sur de Francia, mejor conocida como “la cruzada albigense”, en honor a la ciudad donde más abundaban: Albi.

El sistema judicial de ese tiempo (basado en el derecho romano), en el cual la parte “ofendida” podía hacer una acusación pública, sin embargo si la parte acusadora no conseguía probar su caso, entonces era castigada del mismo modo en que se hubiera castigado al acusado; de existir dudas, era preferible exculpar al acusado a correr el riesgo de condenar a un inocente. Estos principios jurídicos fundamentales no le permitirían al Papa Inocencio III lograr sus objetivos.

En el año 1215 congregó a todos los líderes del papado en Roma, en este encuentro para anunciar sus nuevas normas para la persecución de herejes. Ahora en este nuevo proceso inquisorial la parte acusadora no tenía que demostrar nada, solo bastaba con que sospechara, o con rumores, para que el acusado fuera culpable. Además de que se daba la potestad al investigador de construir un caso completo, recogiendo a escondidas las opiniones de la gente de la comunidad. Sin embargo fracasó en su objetivo de acabar con los cataros herejes.

Por esta razón, en 1229, el papa Gregorio IX mediante la bula Excommunicamus hizo preparativos para que en cada parroquia hubiera inquisidores permanentes llamados “inquisidores de la depravación hereje”. También se incluía a un sacerdote, y los mandó a tierras germanas y francesas para que acabaran con los herejes. En 1231 emitió una ley por medio de la cual a los herejes impenitentes que no se retractaran de sus creencias se les condenaría a morir quemados en la hoguera y a los arrepentidos a cadena perpetua.

En 1233 instituyó la Inquisición monástica, llamada así porque nombró a monjes como inquisidores oficiales. A estos se les escogió de la orden los dominicos y también de los franciscanos. Gregorio IX ordenó a los inquisidores dominicanos que buscaran y procesaran a todos los grupos herejes. El papa anunció de forma oficial a todos los obispos la llegada de los inquisidores a los pueblos de Francia, Italia, Alemania y España en el que se les ordenó que los recibieran amablemente.

En la búsqueda de herejes, los inquisidores necesitaban confiar en información interna: rumores y otras sospechas recogidas a través de una red de informadores que trabajan como espías.

“Probablemente sus mejores ojos y sus mejores oídos eran los del pueblo parroquial, puesto que este vivía en el pueblo, tenia familiares en ellos y por lo tanto estaba atento a los cotilleos locales”

Los inquisidores llegaban a los pueblos acompañados de un notario que documentaba el procedimiento, o también de un sirviente o un guardaespaldas. Después, el párroco reunía a todos los habitantes del pueblo, para que escucharan al inquisidor sobre los pecados y los peligros de la herejía. Una vez terminado el sermón, daba un periodo de gracia, durante el cual, cualquiera que hubiera cometido herejía podía confesar sus pecados a cambio de un trato clemente. Un mes más tarde, el inquisidor daba por terminado el periodo de gracia, por lo que se iniciaba la fase más nefasta: el edicto de fe. Desde ese momento, cualquier acusado se volvía victima de interrogatorios o arrestos,

“El objetivo de las inquisiciones generales de los edictos de gracias y los edictos de fe, era que saliera y entrara tanta gente como fuera posible de la oficina del inquisidor, y para ello utilizaban el miedo, el terror y el interés propio”:

Cualquier persona, ya fuese hombre, mujer, niño o esclavo, podía acusar a otra de hereje, sin tener que enfrentarse al acusado ni que el acusado se enterara de quien lo denunció. El inquisidor debería de tener al menos dos testimonios antes de poder seguir con el siguiente paso. La mayoría de veces el acusado no tenía idea de que era sospechoso de herejía hasta el día que les citaban. Para ese momento la investigación inquisitorial ya había terminado.

Cuando interrogaban al acusado, le hacían nombrar a sus enemigos y a quienes pensaba que lo quisieran perjudicar, esto con el fin de prevenir las acusaciones falsas y así poder distinguirlas de las verdaderas. Si alguno de los nombres correspondía con cualquiera de la lista de los nombres de testigos, el inquisidor debería descartar el testimonio. Hasta ahí acababan las protecciones legales; el acusado nunca llegaba a saber quiénes eran los que le acusaban, ni tampoco los motivos.

“El acusado rara vez tenía quién lo defendiera, ya que a cualquier abogado o testigo a su favor se le acusaría de ayudar a un hereje y de ser su cómplice. Así que por lo general el acusado se enfrentaba solo ante los inquisidores, quienes desempeñaban el cargo de fiscal y a la vez de juez.”

Por esa razón era muy difícil que el acusado demostrara su inocencia. Después se le encarcelaba, la mayor

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