ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

COMPENDIO ILUSTRADO DE LITERATURA INFANTIL VENEZOLANA PARA DESARROLLAR LA COMPETENCIA LITERARIA DE LOS ESTUDIANTES DEL SEXTO GRADO

psiquiatrico26 de Junio de 2013

18.609 Palabras (75 Páginas)619 Visitas

Página 1 de 75

UNIVERSIDAD DR. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

FACULTAD DE HUMANIDADES ARTES Y EDUCACIÓN

ESCUELA DE EDUCACIÓN

COMPENDIO ILUSTRADO DE LITERATURA INFANTIL VENEZOLANA PARA DESARROLLAR LA COMPETENCIA LITERARIA DE LOS ESTUDIANTES DEL SEXTO GRADO.

AUTORAS:

Campos, Mairin Ch.

C.I: 12.442.703.

García M., Alexandra Ch.

C.I: 11.294.311.

ÍNDICE

Pág.

PRESENTACIÓN.............................................................

OBJETIVO GENERAL

INTRODUCCIÓN...........................................................

PRESENTACIÓN

OBJETIVO GENERAL

INTRODUCCIÓN

COMPENDIO ILUSTRADO DE LITERATURA INFANTIL VENEZOLANA PARA DESARROLLAR LA COMPETENCIA LITERARIA DE LOS ESTUDIANTES DEL SEXTO GRADO.

EL DIENTE ROTO

Pedro Emilio Coll

A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.

Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo.

Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.

Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.

—El niño no está bien, Pablo —decía la madre al marido—, hay que llamar al médico.

Llegó el doctor y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.

—Señora —terminó por decir el sabio después de un largo examen— la santidad de mi profesión me impone el deber de declarar a usted...

— ¿Qué, señor doctor de mi alma? —interrumpió la angustiada madre.

—Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible —continuó con voz misteriosa— es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.

En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar.

Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del "niño prodigio", y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison... etcétera.

Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin pensar.

Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y "profundo", y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior, entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto, sin pensar.

Pasaron los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.

Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.

Pedro Emilio Coll

Nace en Caracas el 12.7.1872.Ensayista y periodista. Contribuyó junto a Luis Manuel Urbaneja Achelpohl a la incorporación del modernismo en la literatura venezolana. Fueron sus padres Pedro Coll Otero y Emilia Núñez Márquez. Pariente del poeta Jacinto Gutiérrez Coll. En la Imprenta Bolívar, propiedad de su padre, tuvo contacto en su juventud con algunos de los más importantes escritores de la época. Las narraciones y cuentos infantiles que le relataba su vieja aya Marcolina, despertaron según él mismo, su interés por las letras. La primaria la cursó en el colegio La Paz de Caracas, dirigido por Guillermo Tell Villegas. A los 22 años tras abandonar los estudios universitarios, fundó junto con Luis Urbaneja Achelphol y Pedro César Domínici, la revista Cosmópolis (1894-1895), publicación que es considerada como la iniciadora del movimiento modernista en la literatura venezolana. Entre 1895 y 1907, fue colaborador de El Cojo ilustrado donde publicó una serie de cuentos, entre ellos El diente roto considerado como un clásico del género.

ACTIVIDAD

Encuentra en la sopa de letras las siguientes palabras:

BOCA

DIAGNÒSTICO

DIENTE

GRANUJAS

GUIJARRO

JUAN

JUVENTUD

LENGUA

MÈDICO

PROFUNDO

TRANSEUNTES

¡UPA! PANTALEÓN ¡UPA!

Luís Urbaneja Achelpohl

¿Qué edad tendría? - No lo recuerdo bien. Lo acontecido se pierde en la nebulosa de los primeros años. Mis ojos, asombrados, se empeñaban en sorprender en la difusa lejanía de la cerrazón del sur, al caer de una tarde, los fogonazos de los combatientes que, según el decir de mis mayores, se disputaban el entrar a la ciudad a fuego y sangre.

El viejo Pantaleón, el mulatero, suspedíame por debajo de los brazos, encaramado sobre la vetusta mesa de la cocina, pegada a un muro del corral de la casona, desde donde otras muchas personas mayores subidas a la mesa en sillas y cajones, contemplaban el tiroteo lejano.

Abrazado a las piernas de Pantaleón, gimoteaba impertinente por que me alzara hasta sus hombros, que se me figuraban altos como una torre, por ver aquello que los otros, con tan vivos colores, describían.

Desde la techumbre de la enramada, los tarajallos de mis primos excitaban mi curiosidad con sus entusiastas exclamaciones. Como andaban por las nubes y tenían ojos de lince, a cada instante gritaban:

- Miren, miren ahora aquellos fogonazos.

- Ahora sí que se guindaron con fuerza.

- Es como el chisporrotear de una hornilla.

- ¡Caramba! ¿Vieron la lumbrada?

- Ese es cañón.

- ¡Escuchad! ¡Pum! ¡Pum!

Gimoteaba con más fuerza, arañando las pantorrillas de Pantaleón.

- ¡Upa, Pantaleoncito, Upa!

El mulatero se empinaba para ver por encima de los hombros y cabezas de las personas mayores y de los amigos

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (111 Kb)
Leer 74 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com