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Concilio Vaticano II

Nataliamarinn14 de Junio de 2015

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Este Sagrado Concilio nos ha recordado ya repetidas veces la excelencia del Orden de los presbíteros en la Iglesia. Y como a este orden le corresponde en la renovación de la Iglesia una tarea de suma trascendencia y más difícil cada día, ha parecido muy útil tratar más amplia y profundamente de los presbíteros, en especial a los que se dedican a la cura de almas, haciendo las salvedades debidas con relación a los presbíteros religiosos. Pues los presbíteros, por la ordenación sagrada y por la unión que reciben de los Obispos, son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan, por el que la Iglesia se constituye constantemente en este mundo, Pueblo de Dios de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Por lo cual, para que el ministerio de los presbíteros se mantenga con más eficacia en las circunstancias pastorales y humanas, cambiadas radicalmente, y se atienda mejor a su vida, este Sagrado Concilio declara y ordena lo que sigue:

Capítulo I El presbiterio en la misión de la Iglesia

Naturaleza del presbiterado

2.

2. El Señor Jesús " a quien el Padre santificó y envió al mundo " ( Jn., 10,36 ), hizo partícipe a todo su Cuerpo Místico de la unción del Espíritu con que El está ungido: pues en El todos los fieles se constituyen en sacerdocio santo y real, ofrecen a Dios, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales y anuncian el poder de quien los llamó de las tinieblas a su luz admirable. No hay, pues, miembro alguno que no tenga su cometido en la misión de todo el Cuerpo, sino que cada uno debe glorificar a Jesús en su corazón y dar testimonio de El con espíritu de profecía. Mas el mismo Señor constituyó a algunos ministros, que ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados y desempeñaran públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, en que " no todos los miembros tienen la misma función " ( Rom., 12,4 ). Así, pues, enviados los Apóstoles, como El había sido enviado por el Padre, Cristo hizo partícipes de su consagración y de su misión, por medio de los mismos Apóstoles, a los sucesores de éstos, los Obispos, cuya función ministerial se ha confiado a los presbíteros, en grado subordinado, con el fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fueran cooperadores del Orden episcopal para el puntual cumplimiento de la misión apostólica que Cristo les confió. El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de la

autoridad con la que Cristo mismo forma, santifica y rige su Cuerpo. por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros supone, ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana, pero se confiere por el sacramento peculiar por el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdotes, de tal forma que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza. Por participar en su grado del ministerio de los Apóstoles, Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que sea grata la oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo. Pues, por el mensaje apostólico del Evangelio se convoca y congrega el Pueblo de Dios, de forma que santificados por el Espíritu Santo todos los que pertenecen a este Pueblo, se ofrecen a sí mismos " como hostia viva, santa, agradable a Dios " ( Rom., 12,1 ). Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión del sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio, que comienza con el mensaje del Evangelio, saca su fuerza y poder del sacrificio de Cristo y busca que " todo el pueblo redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que fuéramos el cuerpo de tal sublime cabeza". Por consiguiente, el fin que buscan los presbíteros con su ministerio y con su vida es procurar la gloria de Dios Padre en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres reciben consciente, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiestan en toda su vida. En consecuencia, los presbíteros, ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el sacrificio eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para el bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y al crecimiento de los hombres en la vida divina. Todo ello, procediendo de la Pascua de Cristo, se consumará en la venida gloriosa del mismo Señor, cuando El haya entregado el Reino a Dios Padre.

Condición de los presbíteros en el mundo

3.

3. Los presbíteros, tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que miran a Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor, Jesús, Hijo de Dios, hombre enviado a los hombres por el Padre, vivió entre nosotros y quiso asemejarse en todo a sus hermanos, fuera del pecado. Ya lo imitaron los santos Apóstoles, y el bienaventurado Pablo, doctor de las gentes, " elegido para predicar el Evangelio de Dios " ( Rom., 1,1 ), atestigua que se hizo a sí mismo todo para todos, para salvarlos a todos. Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y su ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del Pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida

más que de la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones. Su mismo ministerio les exige de una forma especial que no se conformen a este mundo; pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y busquen incluso atraer a las que no pertenecen todavía a este redil, para que también ellas oigan la voz de Cristo y se forme un solo rebaño y un solo Pastor. Mucho ayudan para conseguir esto las virtudes que con razón se aprecian en el trato social, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación de la justicia, la urbanidad y otras cualidades que recomienda el Apóstol Pablo cuando escribe " Pensad en cuánto hay de verdadero, de puro, de justo, de santo, de amable, de laudable, de virtuoso, de digno de alabanza " ( Fil., 4,8 ).

Capítulo II Ministerio de los presbíteros

I. Funciones de los presbíteros

Ministros de la palabra de Dios

4.

4. El Pueblo de Dios se reúne, ante todo, por la palabra de Dios vivo, que con todo derecho hay que esperar de la boca de los sacerdotes. Pues como nadie puede salvarse si antes no cree, los presbíteros, como cooperadores de los Obispos, tienen como obligación principal al anunciar a todos el Evangelio de Cristo, para constituir e incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: " Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura " ( Mc., 16,15 ). Porque con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles, según la sentencia del Apóstol: " La fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo " ( Rom., 10,17 ). Los presbíteros, pues, se deben a todos en cuanto que a todos deben comunicar la verdad del Evangelio, que poseen en el Señor. Por tanto, ya lleven a las gentes a glorificar a Dios, observando entre ellos una conducta ejemplar; ya anuncien a los no creyentes el misterio de Cristo, predicándoles abiertamente; ya enseñen el catecismo cristiano o expongan la doctrina de la Iglesia; ya procuren tratar los problemas actuales a la luz de Cristo, es siempre su deber enseñar no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la conversión y a la santidad. Pero la predicación sacerdotal, difícil con frecuencia, en las actuales circunstancias del mundo, para mover mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios no sólo de una forma general y abstracta, sino

aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio. Con ello se desarrolla el ministerio de la palabra de muchos modos, según las diversas necesidades de los oyentes y los carismas de los predicadores. En las regiones o núcleos no cristianos, los hombres son atraídos a la fe y a los sacramentos de la salvación por el mensaje evangélico; pero en la

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