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EL FUTURO DE LA FILOSOFIA.


Enviado por   •  31 de Mayo de 2016  •  Ensayos  •  5.444 Palabras (22 Páginas)  •  280 Visitas

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 IX. Sobre el Futuro de la Filosofía[1]

  1. Planteamiento

        Partiendo de la situación cultural de nuestros días, nos preguntaremos en este capítulo acerca de la situación actual del filósofo en este fin de siglo y de milenio (1999). Veremos que dicho futuro de la filosofía está relacionado con la hermenéutica y su aplicación a la pluralidad de corrientes culturales que percibimos en la actualidad. Es una especie de hermenéutica pluricultural. Y se trata de una pregunta doble, bifronte, de dos caras, una que mira al pasado y otra que mira al futuro. Pues es natural que nos preguntemos por lo que ha sido o está siendo en éstos momentos claves de la filosofía, pero también nos preguntamos qué rumbo llevará, o más comprometedoramente, qué rumbo deberá llevar. Tataré de conjugar ambas cosas, la situación presente y la situación por venir. De todos modos parece que será inevitable juzgar y predecir, con lo cual corremos el riesgo de moralizar y adivinar, cosa ambas de profeta. Esto nos pone en una situación nada envidiable, y muy difícil, por comprometida, ya que nadie quiere ahora moralizar, ni, mucho menos, arriesgarse a predecir, pues también involucra, de alguna manera al menos, platear un deber ser.

        Pero trataré de encarar valientemente el problema, y pronunciarme no solamente acerca de lo que veo como la tarea que tiene el filósofo en la actualidad, sino la que conviene que tenga en el provenir. Entiendo la labor del filósofo como un buscar sentido, significación para el hombre. Por ello se trata de una actividad en la que tiene un lugar muy importante la interpretación, lo que se ha llamado vertiente hermenéutica de la filosofía. Claro que no es privativa, pero sí muy necesaria. En efecto, el sentido suele esconderse o acurrucarse en los símbolos, en los símbolos del hombre, que son como los representantes de su efecto. Sus mitos, poemas y utopías, son los depositarios de esa carga de efecto y, por lo miso, de sentido, que mueven al ahombre a seguir viviendo. Es lo que tiene que reconquistar el filósofo para el ser humano si quiere que su labor siga teniendo algo que decirle.

  1. Panorama Actual.

        Lo que se ve en la filosofía en este fin de siglo y milenio es la consabida presencia de eso tan variopinto que se llama posmodernidad. Tiene aristas movedizas, poco claras; pero se ven ciertas constantes en sus cultivadores o sostenedores. Se nota una ausencia de grandes sistemas; ciertas escuelas que antes eran dominantes, como el marxismo, el estructuralismo, la fenomenología, han dejado el paso a otras construcciones más dispersas, semejantes a los existencialismos y como continuadoras de ellas. Se nota también la deflación de las filosofías racionalistas, como el cientificismo y aun la misma filosofía analítica. Lo que se ve es más bien un descrédito de la razón; el levantamiento de pensamientos que sólo aspira a la fragmentariedad, a la narración, no a la argumentación ceñida de la lógica, sino si acaso a una seducción persuasiva como la de la retórica o incluso de la poética.

        Se da un vigoroso rechazo de las disciplinas filosóficas que trataban de marcar un significado, ya sea una referencia, como la ontología, ya sea un sentido, como la filosofía de la historia. Se las llama, despectivamente, “metarrelatos”, y con ello se quiere indicar que prometían relatar mucho, demasiado, sin cumplirlo. Y también se dice que, por lo tanto, ahora hay que ir a los relatos menores, en todo caso a narraciones más fragmentarias, a una pura narratología. Se cultiva con predilección la estética, se la ve como el modelo. Algo, cada vez más, se concede a la ética, aunque predomina el relativismo, la ambigüedad indiferenciada que defiende la diferencia, pero en realidad hace el juego a la homogeneización. Se promueve la inexistencia de límites; o, si se los acepta, se dice que son artificiales, arbitrarios, y con la misma arbitrariedad hay que transgredirlos.

        Todo eso es rechazo de los límites. Pero es justamente lo que ha de buscarse ahora. Reconocer límites, saber hallarlos, para no perderse, para orientarse. Asimismo, hay que saber ponerle límites a esa disolución, llamada globalización, que nos quieren imponer otros. Ciencia y sabiduría de los límites, es lo que se necesita ahora, prudencia y técnica (o arte) de ubicarse, de encontrar los límites justos, pues tal ha sido tradicionalmente el peculio de la filosofía. Es una conjunción, como hace Gadamer, de la verdad en Aristóteles y en Hidegger, el desocultamiento conjugado con cierta correspondencia, pero involucrando un proceso a futuro, una enérgeia, una actualización paulatina y progresiva. Pues Gadamer, a diferencia de Heidegger, interpreta la verdad aristotélica a la luz de la enérgeia, es una verdad que se va actualizando.[2]

        La tarea pendiente es encontrar y/o construir los límites. Es más, como dice Eugenio Trías, es buscar los límites para habitarlos.[3]

        Habitar en los límites, lo entiendo como habitar el entrecruce de las semejanzas y las diferencias, esto es, habitar la analogía, la iconicidad. Es tomar en serio y asignar importancia a la diferencia. No son los que promueven la solo diferencia los que la defienden, antes la hacen daño; el verdadero defensor de la diferencia es el que defiende, además de la diferencia, su capacidad de integrarse en la semejanza; es defender la analogía. Las diferencias son los verdaderos límites. Y el defender las diferencias es defender límites que eviten que todo se vuelva homogéneo, pero también que impidan que todo se vuelva ambiguo, que pierda su capacidad de semejanza. Algunos dan la impresión de carecer del sentido de la diferencia; pero otros parecen carecer del sentido de la semejanza. Y tan malo como defender sólo la identidad es el defender la sola diferencia. Hay que defenderlas a ambas, aun cuando predomine la diferencia, como en la analogía. Y, así uno de los campeones de la analogía, tal como la entiendo aquí, fue Octavio Paz.[4]

        Curiosamente, en el barroco y la modernidad el límite era el modus, el modo. El modo era el límite, y el límite era un modo, como en la geometría. Allí el punto era el modus, o límite, de la línea; la línea era el modus, o límite, del plano; y el plano era el modus, o límite, del sólido. El modo dimensionaba, colocaba, situaba, daba ubicación y orientación. Por otra parte, en Spinoza el modus o modo era el límite de la substancia, lo que le permitía tener diferencias, que se manifestaran y discernieran como accidentes, eran las individualidades. En Leibniz el modus construía los discernibles, y además cualificaba a los hechos. El modo, la modalidad, era el límite del ser, los functores modales eran los límites que marcaban las diferencias del ocurrir (contingencia, posibilidad, imposibilidad y necesidad). Pero, a su vez, el modo es el límite que da la moderación. Y la moderación es proporción, proporcionalidad, esto es, analogía. Por eso la analogía es el conocimiento de los límites, esto es, de la asignación de los modos, la moderación, la proporcionalidad. La proporción de los pitagóricos, al asignar las porciones que corresponden a cada cosa, hecho o acción, las que les son convenientes, es la demarcación de las porciones, es la asignación de los límites, con frónesis o prudencia aristotélica. La analogía es la condición de posibilidad para habilitar los espacios limítrofes, los de las modalidades.

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