Jardineria
antonio_efrain19 de Mayo de 2014
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Visión moderna de una villa romana.
Los primeros vestigios de la práctica de la jardinería en España provienen de la época romana, si bien ninguna de aquellas realizaciones ha llegado hasta la actualidad. La conquista de la península Ibérica por la República romana se inició en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica (218 a. C.-201 a. C.), aunque no se completó hasta tiempos de Augusto. La antigua Roma estaba muy avanzada en cuanto a arquitectura e ingeniería, conocimientos que trasladó a todas sus colonias, que se vieron así favorecidas con diversas infraestructuras como caminos, puentes y acueductos. Los romanos fueron una de las primeras civilizaciones que otorgaron gran relevancia a la jardinería, a la que elevaron a la categoría tanto de arte como de ciencia. Así como en otras anteriores civilizaciones los jardines tenían finalidad religiosa y eran evocaciones del paraíso —el «jardín sagrado»—, en Roma su función pasó a ser laica y ornamental. El jardín romano recibió la influencia de los jardines orientales, así como de los griegos no por sus modelos reales, sino por su reflejo en la pintura griega de paisaje. En época romana el trabajo de la jardinería se especializó, y surgió la figura del topiarius o paisajista, encargado de la concepción tanto material como intelectual y estética del jardín.3
Los romanos tenían grandes conocimientos agrícolas, y perfeccionaron numerosas técnicas de cultivo, así como herramientas de labranza. Además, perfeccionaron en gran medida la ingeniería hidráulica, lo que les permitía asegurar un aporte regular de agua a sus cultivos y jardines, al tiempo que les posibilitaba la construcción de estructuras vinculadas al agua, como fuentes, piscinas, baños y estanques, que en numerosas ocasiones adquirían carácter ornamental y enfatizaban la belleza de sus jardines.4
El jardín estaba vinculado a la domus, la casa prototípica romana, donde era habitual un pórtico de entrada ornamentado con esculturas, que daba acceso a un jardín de vegetación mediterránea. Este modelo podía darse tanto en la ciudad como en el campo, donde surgió la «villa», una finca rústica que servía generalmente como segunda vivienda de las clases acomodadas, y que aunaba tanto la jardinería en el ámbito más doméstico como la explotación agrícola. Por lo general, los jardines urbanos se organizaban en torno a un patio (atrium), de forma peristilada, configurado simétricamente alrededor de un eje longitudinal, que servía como nexo de comunicación entre las distintas zonas de la casa. En el centro del patio solía haber un pozo, fuente o estanque, y los elementos vegetales se complementaban con detalles ornamentales como mosaicos, jarrones o estatuas, e incluso a menudo los muros se decoraban con pinturas al fresco de tema paisajista. Las villas rurales presentaban dos zonas de ajardinamiento: intensivo en el recinto más cercano a la vivienda, con setos recortados y árboles podados, flores de temporada, fuentes y estatuas; y extensivo en la zona más agrícola, de trazado irregular, con zonas de cultivo y de bosque.5
Los jardines solían tener elementos estructurales y arquitectónicos como pórticos y criptopórticos, arcos y columnas, exedras, piscinas, quioscos de madera, pérgolas, cenadores, e incluso grutas artificiales (ninfeos), elementos que pasaron a posteriores tradiciones jardineras.6 En cuanto a la vegetación, solía agruparse en arriates que adquirían diversas formas, de las que una de las más usuales era la del hipódromo. El agua corría en abundancia a través de canales y pilones, a veces con pequeños surtidores; este tipo de conducciones de agua recibió el nombre de euripo, por el estrecho homónimo que separa Beocia de la isla de Eubea, en Grecia.7
Con el tiempo, las villas rurales fueron perdiendo su finalidad agrícola, al ir expandiéndose el imperio y gracias al cultivo intensivo de trigo y otros productos en Sicilia y el norte de África, por lo que se convirtieron en lugares de otium (ocio), donde las clases acomodadas se retiraban para descansar de la vida urbana. La literatura romana de la época llegó a idealizar la vida placentera en el campo, ejemplificada en el tópico horaciano beatus ille.8
Vista de Conímbriga.
Según diversos testimonios, entre las principales especies vegetales cultivadas en los jardines romanos se encontraban árboles como el boj, el ciprés, el plátano, el pino, la acacia y el laurel, arbustos como el mirto y el acanto, y flores como la rosa, el narciso, el gladiolo, la margarita, el iris y la violeta. Hay constancia de que existían comercios dedicados a la floristería, donde se elaboraban ramos, coronas y guirnaldas de flores, tanto ornamentales como con fines religiosos. También se utilizaban flores para cosmética y perfumería. Asimismo, se cultivaban plantas medicinales, y la farmacopea romana era rica en abundancia.9
En el territorio español se encuentran numerosos restos arqueológicos de villas romanas, como la de Cambre (La Coruña), la Villa La Olmeda en Palencia, la de Almenara-Puras en Valladolid, la de Camarzana de Tera (Zamora), la Villa de Camesa-Rebolledo en Cantabria y la Villa de Torre Llauder en Mataró. El modelo de patio peristilado se detecta en algunos restos de villas como las de Las Cuevas de Soria, Montijo, Rienda, El Pumar, El Santiscal, Río Verde en Marbella o la domus número 1 de Ampurias. Se han encontrado restos de canales y fuentes en la Villa de la Dehesa de La Cocosa (Badajoz), o de estanques en Villa Fortunatus, cerca de Fraga (Huesca), o en la Villa de Ujal en Benicató (Nules), El Soldán y Bruñel en Quesada (Jaén).10
En Conímbriga, actualmente en Portugal pero perteneciente en su día a la antigua Hispania, se encuentran algunos de los mejores ejemplos de villas hispánicas, con una planimetría diferente al prototipo de jardín romano —como los apreciados en Pompeya—, ya que en vez de rodear el jardín un estanque central, es al revés: es este el que circunda la zona vegetal. En estas villas el modelo de patio peristilado es más complejo, con series laterales de pequeños patios con peristilos secundarios.11
Aparte de las casas y villas romanas, existían numerosas zonas verdes en espacios urbanos como gimnasios, termas y teatros, donde en su parte posterior se solía situar un peristilo ajardinado: un claro ejemplo es el porticus post scaenam del Teatro de Mérida, que incluía un jardín con fuentes, un canal que recorría todo el perímetro, esculturas y un reloj de sol.9
La jardinería hispanorromana dejó un legado asumido por las posteriores culturas asentadas en la península, especialmente en cuanto al uso de patios interiores para contener jardines de pequeñas dimensiones, la aglutinación del paisaje exterior a la vivienda, el empleo de los recursos hidráulicos, o el aprovechamiento de especies frutales en el jardín, como la vid o el olivo.9
Edad Media
Patio de los Arrayanes, Alhambra de Granada.
Jardín islámico
La jardinería tuvo un gran desarrollo en la cultura islámica, que valoraba sobremanera el espacio estético proporcionado por el jardín, evocador del Paraíso terrenal. El jardín islámico fue heredero del jardín persa (chahar bagh), del que hay testimonios que lo sitúan con anterioridad incluso al jardín egipcio, y del que han llegado relatos como el de Jenofonte del parque de Sardes construido por Ciro, o del Libro de los reyes de Ferdousí, que describe el parque de 120 hectáreas construido por Cosroes II en Firuzabad, dividido en cuatro zonas separadas por dos ejes perpendiculares, que simbolizan los cuatro ríos del Paraíso (agua, vino, leche y miel), elemento que sería recreado con asiduidad por el jardín islámico.12 Los abásidas construyeron grandes parques con jardines y pabellones de recreo en Bagdad y Samarra, en torno al año 750. Esta planimetría pasó a la España musulmana tras la conquista de casi toda la península iniciada en 711 por los Omeyas.13
Según se interpreta del Corán, el Paraíso es algo físico, tangible, no meramente simbólico como en el cristianismo. El Corán emplea el término al-djanna para el Paraíso, cuya traducción literal es «jardín». Por ello, la meta del jardín islámico es evocar el Paraíso en la medida de lo posible, aunque sin llegar nunca a sus cotas de perfección, y así se convierte en una fuente de inspiración artística. Son numerosas las referencias al paraíso en la literatura hispanoárabe:
¡Oh gentes de al-Andalus! De Dios bendito sois con vuestra agua, sombra, ríos y árboles. No existe el Jardín del Paraíso sino en vuestras moradas…
Ibn Jafaya, conocido como «El Jardinero».14
Por otro lado, las difíciles condiciones de vida del pueblo árabe, en un clima predominantemente desértico, hicieron que valorasen sobremanera elementos como el agua y la vegetación, cuya conjunción en el «oasis» produjo la consideración del jardín como un vergel de apreciada valoración, como un signo de riqueza y belleza a la vez. Estos factores conllevaron a su vez al enclaustramiento del jardín, ya que al ser un bien escaso convenía preservarlo de elementos extraños.15
Patio de los Naranjos, Mezquita de Córdoba.
En España, el jardín hispanoárabe se vio influido por las anteriores realizaciones romanas y otros sellos estilísticos de origen europeo, con lo que rápidamente se diferenció del resto de jardines islámicos producidos en el Cercano Oriente o el norte de África, los primigenios territorios musulmanes.
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