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Memoria y vínculos políticos de la corte inglesa medieval en la ficción shakesperiana


Enviado por   •  27 de Abril de 2016  •  Apuntes  •  4.432 Palabras (18 Páginas)  •  230 Visitas

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Pontificia Universidad Católica de Chile[pic 1]

Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política

Instituto de Historia

Historia Medieval

Trabajo de Investigación

La vida y la muerte del Rey Juan

Memoria y vínculos políticos de la corte inglesa medieval en la ficción shakesperiana

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Profesor: José Marin                                                                Ayudantes: Nicole Anuch

Alumnos: Camila Mardones Contreras                                                    Carlos Zúñiga

El universo de aquello que conocemos y describimos como medieval ha sido objeto de numerosas representaciones a lo largo de la historia. Ya sea a través de géneros de tipo científico-realista o aquellos inclinados hacia la ficción, en formatos escritos, performativos o audiovisuales, las sociedades de distintos períodos hasta la actualidad han fijado su interés en la Edad Media producto tanto de su proximidad como distancia respecto de aquella. Ambas relaciones no se dimensionan solamente en lo temporal sino también en la identificación con el período, en la percepción tanto de una herencia como de una singularidad del pasado que puede ser valorada de forma positiva como también de manera despectiva. Estas mismas obras que recurren al medioevo como referente se han utilizado además como herramientas mediante las cuales reforzar aquella relación, en un esfuerzo consciente o inconsciente de aprehender el pasado y posicionarlo respecto al marco social desde el cual se narra.

De este modo podemos considerar el empeño de relatar el medioevo como un acto o práctica de memoria. Aquello nos sitúa en un presente desde el cual se emiten los discursos al mismo tiempo que nos permite destacar la heterogeneidad posible al momento de compararlos. Aún si no consideramos la inmensa diversidad en temas culturales, sociales, demográficos, políticos, económicos e incluso geográficos que ha visto unificado un amplio período de tiempo bajo la categoría de una Europa medieval, regularmente invisibilizando sus particularidades, las diversas representaciones que se hacen de este período debiesen ser consideradas como un universo en sí mismo. Aquellas no sólo son un reflejo de los eventos o características destacadas, sino también del autor y su tiempo, sus limitaciones y posibilidades, dando paso así a una captura que conlleva tantos rastros del pasado como del presente, del marco social en el que se narra como de las particularidades del propio autor.

En este sentido la literatura posee características propias a tener en cuenta. Con frecuencia se espera de la relación entre literatura e historia el despliegue testimonial de una realidad fidedigna. Si bien se admite una ficcionalidad intrínseca, se espera también poder desprender de aquella un grado de “verdad”. Como señala Vargas Llosa, “A veces sutil, a veces brutalmente, la ficción traiciona la vida, encapsulándola en una trama de palabras que la reducen de escala y la ponen al alcance del lector. Éste puede, así, juzgarla, entenderla, y, sobre todo, vivirla […][1]”. De lo anterior se infiere que, en cuanto fuente histórica, la literatura presenta limitaciones para servirnos de referente documental de un “pasado positivo”, donde la narración cuenta con una temporalidad y tramado propio al igual que en textos historiográficos, pero donde lo factual es sacrificado ante un panorama mayor que es el sentido y conflicto propios de una experiencia humana particular, expuestos de manera voluntaria y consciente ante un receptor indefinido y —para el caso del teatro— masivo. De este modo al enfrentarnos a este tipo de fuentes nuestra responsabilidad es exigir de aquellas exactamente lo que pueden entregarnos: una lectura singular y apelativa del pasado.

Para esta investigación nos centraremos específicamente en la representación que el dramaturgo W. Shakespeare realiza de las disputas políticas al interior de la corte del rey Juan I de Inglaterra, y de éste con la corona francesa y el papado. Aquella obra fue producida en el marco de sus tragedias históricas y durante su participación en la compañía de teatro The Lord Chamberlain’s Men, bajo el mecenazgo de Henry Carey, entonces a cargo del entretenimiento de la corte de Elizabeth I. Estudiosos acuerdan en que la obra ya era representada antes de 1598, aunque su versión impresa no haya sido publicada hasta 1623, tras la muerte del autor[2]. De todas formas es importante señalar que su público no era solamente el de la corte, donde apenas se sostenían un pequeño número de representaciones al año, sino que más frecuentemente los habitantes de Londres de todas las clases sociales quienes asistían a los distintos teatros, con capacidad de entre 1500 personas, parados y sentados, y 3000 considerando las masas que se reunían alrededor. Este factor es significativo puesto que, si bien se ejerció un control informal sobre el teatro durante el período isabelino, las obras aún preservaban cierto grado de autonomía que permitió que se introdujeran contenidos políticos de carácter relativamente polémico para la monarquía o el orden social.

Dada la centralidad de la figura de Shakespeare y su compañía teatral para la dramaturgia inglesa, esta obra fue continuamente representada en la escena pública, siendo una de las obras shakesperianas más populares durante el siglo XVIII y posteriormente reactualizada para la televisión en distintos formatos durante el siglo XX. Por lo anterior, La vida y la muerte del Rey Juan resulta relevante puesto que constituye un ejemplo notorio de una narrativa medieval que ha trascendido en el tiempo. Producto de aquello, busco analizar las percepciones y valoraciones de la política medieval inglesa presentes en la obra, centrándome en las intenciones representativas tras los actos de selección argumental, y qué es lo que aquellos sugieren respecto a cómo se percibía la política de este período, en el contexto histórico del siglo XVI.

        En primer lugar debemos establecer ciertas comparaciones breves entre los contextos políticos de los siglos XII-XIII y el siglo XVI que nos permitan apreciar los vínculos sostenidos a través de la obra. La vida de Juan I debe haber poseído cierto atractivo para la sociedad isabelina ya que el drama de Shakespeare no fue el único del período que representaba su historia. Lo cierto es que su figura fue bastante polémica tanto por sus actitudes como por las circunstancias que le tocó enfrentar, que lo posicionaron en medio de una encrucijada política con diversos actores. En primera instancia durante su reinado estalló un conflicto de grandes magnitudes con el papa Inocencio III entre 1205 y 1213 por la autoridad para la designación del arzobispo de Canterbury. Mientras que el monarca y los obispos impusieron su propio candidato contra aquel establecido por los monjes de la catedral, el papa renegó de ambas elecciones estableciendo una autoridad de su propia preferencia, disputando de este modo la prerrogativa monárquica. Lo que comenzó como una disputa localizada se transformó en un enfrentamiento de presión política y desgaste, donde Juan I se dispuso a embargar las propiedades de la iglesia mientras que Inocencio tomó represalias mediante la excomulgación del monarca y la amenaza de convocar las tropas francesas para un ataque sobre el reino. Esta relación conflictiva en particular tenía sus precedentes en el asesinato del también arzobispo de Canterbury Thomas Becket, bajo órdenes del rey Enrique II, padre de Juan. Aquella acción oscureció las relaciones de la dinastía angevina con la iglesia, afectando por consiguiente el ambiente político del reinado de Juan y potenciando la imagen de su desafío a la autoridad papal[3]. De manera similar, el reinado de Elizabeth es heredero de la explosión del protestantismo inglés que se produjo con la creación de la iglesia de Inglaterra por Enrique VIII, padre de la reina, y la consiguiente crisis de autoridad entre aquella institución y Roma. Crisis que se vio profundamente vinculada a la inestabilidad dinástica inglesa y ante la cual Elizabeth decidió enfrentarse, tras ser excomulgada por el papa en 1570 y haber sufrido la intervención de aquel apoyando la rebelión de Desmond, asegurando la autonomía de la iglesia protestante, posicionándose como figura de máxima autoridad ante ésta luego de haber logrado consolidar su posición como monarca, y estableciendo fuertes presiones y persecuciones contra la institucionalidad católica.

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