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Nacido en Chile el 23 de febrero de 1943, Autor de numerosos artículos


Enviado por   •  30 de Noviembre de 2015  •  Ensayos  •  1.929 Palabras (8 Páginas)  •  145 Visitas

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EL RETORNO DE LOS OTROS[1]

LUIS ANDRÉS ESTRADA INTRIAGO

ITESO 8 – 10

Nacido en Chile el 23 de febrero de 1943, Autor de numerosos artículos y libros sobre filosofía política, política internacional y ciencias sociales, publicados en diversos idiomas. Fernando Mires se diplomó de profesor de historia en Chile en 1965. En 1969, fue nombrado Profesor en la Cátedra de Historia de América Latina. Instituto de Sociología, Universidad de Concepción, Chile. En 1975 asumió funciones de docencia y de investigación en el Instituto de Sociología de la Universidad de Oldenburg, Alemania. En 1978, obtuvo en Alemania el doctorado en Ciencias Económicas y Sociales. En 1991, obtuvo el título de Privat Dozent en el área de Política Internacional (el máximo título académico que otorgan las universidades alemanas). En 1995 fue nombrado Profesor Catedrático en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Oldenburg, Alemania.  [2]

“El otro es el enemigo de lo absoluto, el enemigo de lo absoluto. Hay que exterminarlo. Sueño heroico, terrible… y despertar horrible: el otro es nuestro doble” – Paz, 1995, 90.

En los tiempos pre políticos no podía haber afrenta mayor que la pérdida del honor, o deshonra, la deshonra significaba, ni más ni menos, la finitud de la persona, pues sin honor la persona no obtenía reconocimiento frente a los demás, la fuente del honor, por tanto, se encontraba en los demás, en las tradiciones y en sus ritos. [3] La dignidad, tal como hoy se utiliza el concepto, pasaba por la vía del honor, de este modo no extraña que en sociedades cuyo eje de sostenimiento no se encuentra en la ley o en la Constitución, sino en relaciones interpersonales, las reglas de honor son más importantes que las de legalidad.  Muchos de los regímenes autoritarios de nuestro tiempo basan su legitimidad en códigos de honor.

En las sociedades legalmente democráticas la recurrencia al honor se da preferentemente en círculos cerrados, donde el “Resplandor de lo público” – Arendt, 1998; Hilb, 1994. No alcanza. [4]

En el mundo de la democracia legal no desaparecen los códigos de honor, tampoco es deseable que ello ocurra, pues al fin y al cabo es inevitable que uno pueda sentirse honrado o deshonrado al pertenecer a un determinado grupo, familia o institución. La dignidad es la condición básica que se requiere para ser reconocido y reconocer a los demás, es decir, para vivir en sociedad, para poseer dignidad basta la simple existencia como persona social y jurídica, existencia que me hace posible recurrir a una instancia común o superior cuando siento que mi identidad personal se encuentra atropellada o está a punto de serlo. La dignidad por el contraposición, es llegar a ser alguien, no puede haber dignidad sin, o en la lucha por, la democracia, por más formal que sean sus instituciones, no pude haber dignidad sin legalidad, que es el plano donde se inscriben mis derechos, los que tengo y los que he de obtener, en la lucha por mi reconocimiento. [5]

La ley no determina a la justicia, pero sí es condición para que la lucha por el reconocimiento; sin la cual no habría historia, tenga lugar por medios políticos, pues sin leyes que garanticen esa lucha, ésta se convierte en guerra de todos contra todos. [6] La ley escrita no legitima, pero sí legaliza, la lucha para obtener y aumentar, tanto el plano escrito como el político, los espacios de reconocimiento social, que son al fin también los espacios de la dignidad, los que a su vez se dejaran traslucir en el territorio del Derecho, pues, y en ese punto se concuerda con Habermas: “Una Constitución debe ser entendida como un proyecto histórico, que seguirán los ciudadanos en cada generación”. 

No se trata entonces de someterse al imperio de la ley o a la dictadura de la constitución como imaginan los legalistas, sino de convertir la letra legal en letra viva, por medio de la discusión ética. La ley se acata, pero también se discute; pero para que se discuta, necesito la ley, la lucha por el reconocimiento, que es al fin y al cabo la razón del hacer político, no se encuentra fuera de la ley, pero lo precede y lo transciende. [7] Las fuentes de la dignidad se encuentran situadas mucho más allá del espacio político propiamente tal, se encuentran más allá de los propios espacios discursivos, esto es, que se encuentran dados antes de la configuración gramatical de los sentimientos, la auto programación es el momento de la individualización, que nos convierte, por lo mismo, en entes autónomos y soberanos, capaces de transformar los pre – juicios, como argumentaba Montesquieu. [8]

Las transferencias discursivas, tan difícilmente construidas por medio de la palabra oral y escrita, son los medios de que se sirve la política, y permiten a la vez elevar el plano de obtención de reconocimientos primarios a territorios más alejados de la corporeidad; con los prójimos, ciudadanos y con habitantes de países lejanos y extraños. Si bien condición del reconocimiento son las diferencias, éstas por sí solas no generan reconocimiento, se requiere de la toma de conciencia de lo diferente, luego de su aceptación, y finalmente de la creación de medios de regulación que posibiliten la comunicación entre los unos con los otros y entre los otros con los demás. [9]

La formación de la individualidad democrática debe, en efecto, ser protegida por la misma democracia mediante regulaciones normativas y agencias discursivas que crecen y proliferan fuera y dentro de los espacios políticos, [10] la democracia para ser democracia, deber ser tolerante aun con aquellos que no son democráticos e incluso con aquellos que no son tolerantes. Una democracia, por el hecho de serlo, siempre está en peligro, si deja de peligrar, deja de ser democracia. [11]La democracia no puede quedar librada a la deliberación, pero sin deliberación no hay democracia, la democracia perfecta no existe; más aún: como la democracia vive de la política, la política vive de las imperfecciones de la democracia. La lucha por el reconocimiento, que es motor de la política, no comienza con la política, sino que más bien la prepara. [12]

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