Pedagogia
YESENI1 de Octubre de 2011
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a pedagogía crítica revolucionaria, el socialismo y los desafíos actuales
Autor(es): McLaren, Peter
McLaren, Peter. Es profesor de la Escuela de Educación y Estudios de la Información de la Universidad de California, Los Angeles, Estados Unidos. Autor de numerosos libros sobre pedagogía, varios de ellos traducidos al castellano.
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Entrevistado por Sebastjan Leban
En tu página web[1] afirmas que la pedagogía crítica que apoyas y practicas, defiende el disenso no-violento, el desarrollo de una filosofía de la praxis guiada por un humanismo marxista, el estudio de los movimientos y el pensamiento sociales revolucionarios y la lucha por una democracia socialista, que es diametralmente opuesta a la actual democracia neoliberal. ¿Podemos decir que en tanto educador crítico básicamente lideras una lucha contra la valorización de la educación del neoliberal capitalismo global?
La pedagogía crítica en Norteamérica fue muy impactada por lo que ha venido ocurriendo desde que el capital comenzó a responder a la crisis de los setenta del capitalismo fordista-keynesiano –que William Robinson ha caracterizado como la feroz búsqueda del capital para liberarse de las limitaciones a la acumulación por los Estados-nación y las relaciones reguladas entre el capital y el trabajo establecidas en el siglo XX basadas en algunos (al menos unos pocos) derechos y obligaciones recíprocos; un movimiento que desarrolla un nuevo modelo de acumulación en el que las fracciones transnacionales del capital se han convertido en dominantes. Los nuevos mecanismos de acumulación incluyen:
1) un abaratamiento de la mano de obra y un incremento de la flexibilización, desregulación y desindicalización del trabajo, donde las mujeres siempre sufren una mayor superexplotación que los hombres;
2) la dramática expansión del capital mismo;
3) la creación de una estructura normativa mundial para facilitar la emergencia de circuitos globales de acumulación; y
4) un programa de ajuste estructural neoliberal que tiene como objetivo crear las condiciones para las operaciones sin trabas del capital transnacional emergente a través de las fronteras y entre los países. Todavía existe el capital nacional, el capital global, los capitales regionales, etcétera, pero la fracción del capital hegemónico a escala mundial es ahora el capital transnacional. Entones estamos viendo el profundo desmantelamiento de las economías nacionales, la reorganización y reconstitución de economías nacionales como elementos componentes o segmentos de una mayor producción global y el sistema financiero, que se organiza de manera globalmente fragmentada y descentralizada pero de un modo en que el poder se concentra y centraliza. En otras palabras, como señala Robinson, existe una descentralización y una fragmentación del actual proceso productivo nacional en todo el mundo, al tiempo que el control de ese proceso –esas interminables cadenas de acumulación– está concentrado y centralizado a escala mundial por una clase capitalista transnacional.
Entonces, respondo que sí a tu pregunta; esa sería una muy justa descripción. Evidentemente, no estoy solo en esta lucha. Hay otros que a escala internacional trabajan en las universidades con el mismo objetivo, pero es justo decir que en los Estados Unidos somos muy pocos en el campo de la educación y, en este sentido, el futuro parece indudablemente poco prometedor. Déjame decirlo en estos términos: hay gente –digna de mucho reconocimiento– que tiene una gran capacidad para someter a un riguroso análisis y atacar en forma sofisticada y aguda a los canallas e hipócritas del gobierno de Bush, a los capitalistas mafiosos y oportunistas políticos, a la camarilla inepta de los “militantes pro-familia” derechistas que despliega su racismo advirtiendo sobre el próximo “invierno demográfico” que enfrentarán los Estados Unidos, a menos que la población blanca procree suficiente cantidad de hijos que permitan alcanzar a “una fertilidad a nivel de reemplazo”, y a los fanáticos del evangelio económico que exigen renovar el ataque contra los pobres con sus recetas y principios neoliberales económicos, políticos y sociales.
Sin embargo, estos críticos de los horribles estragos causados por el neoliberalismo, al mismo tiempo no reconocen una alternativa; una alternativa que vaya al menos más allá de los prudentes, pero yo diría en gran parte vacíos principios pluralistas liberales. Hasta aproximadamente mediados de los noventa, yo mismo me encontraba en igual dilema, y consideraba que la lucha estaba focalizada en la democratización de la esfera pública. Pero desde entonces he sido un defensor incondicional de la educación como un medio para promover el socialismo, o sea, para lograr un mundo que esté fuera del proceso de valorización del capital o, en otras palabras, fuera de la forma valor del trabajo.
He descrito al capitalismo y la democracia como dos ladrones que planifican un robo en común y, simultáneamente, intentan robarse el botín el uno al otro. He sido parte del movimiento por la construcción de un socialismo humanista radical, dedicado a desafiar a la clase capitalista transnacional. Borrando en parte la idea de que el socialismo es cosa del pasado y rescribiendo la pedagogía crítica como una lucha por una alternativa poscapitalista. Haciéndolo, he asumido la posición según la cual el socialismo y los principios socialistas no son letra muerta, sino páginas abiertas en el libro de la justicia económica y social, páginas que aún están por ser escritas o re-escritas por la gente que lucha por transformar nuestra prehistoria capitalista y por construir un orden social realmente igualitario donde, como expresó Marx, pueda comenzar la verdadera historia de la humanidad.
Esto puede hacerse de muchas maneras, pero me he estado concentrando principalmente, aunque no de manera exclusiva, en la ideología crítica, desnaturalizando lo que se supone como inmodificable, des-reificando la capacidad humana, des-objetivando la cultura mercantil del capitalismo contemporáneo. He estado tratando de disuadir a los educadores progresistas para que no dependan exclusivamente de una política de derechos humanos asépticamente escindida de la cuestión de los derechos económicos. Y de aligerar los estudios culturales de su textualidad de lo negativo, eso que la profesora marxista Teresa Ebert llama “un lugar de la significancia sin significado y de lo pensante sin pensamiento” que supuestamente llegó en alas del Ángel de la Historia para salvarnos del viejo demonio barbado: Karl Marx. Con la llegada del “giro lingüístico” al arte y las ciencias sociales –en una época, desgraciadamente, en la que la lucha de clases se estaba escribiendo en la terminología atomizada de la política de la diferencia, y la diferencia era tratada como diferencia en sí misma– el marxismo ha sido un blanco popular entre los académicos progresistas. Sin embargo, la sustitución de la lucha de clases por la política de la “diferencia” y la “diversidad” allana y vacía la estructura total del antagonismo o conjunto de relaciones de oposición dentro de la estructura jerárquica de relaciones sociales capitalistas. Las relaciones sociales de opresión son, en este caso, disueltas en la diferencia –en relaciones de complementariedad– en vez de subrayar las relaciones laborales o las luchas entre los trabajadores y la clase capitalista.
Ebert ha escrito en forma detallada y apasionada, pero también con una claridad prístina, sobre esto. Y también, por supuesto, he desafiado lo que Quijano llama “colonialidad del poder”. Admiro mucho el trabajo de Quijano, Mignolo y Grosfoguel, aunque tengo algunas objeciones a ciertos aspectos de su crítica al marxismo. Los educadores, especialmente, necesitan ir más allá de los miedos creados y de la retórica histérica divulgada por lo que llamamos medios corporativos-estatal-militares de comunicación de masas, o simplemente “complejos de poder” y, en lugar de ello, buscar formas de desafiar la represión y la violencia social estructural que aparecen con las nuevas encarnaciones del capitalismo global. En algunos casos podemos frenar y revertir la actual tendencia de los órganos legislativos, ejecutivos y líderes políticos que tanto contribuyen a la inmundicia y a la basura moral que ha llegado a determinar la presente guerra contra los pobres dentro de los Estados Unidos y la lucha contra la clase obrera por parte de la clase capitalista transnacionalizada.
A nivel internacional, desde 1987 he venido visitando a educadores radicales, grupos de estudiantes, filósofos, organizaciones contra-culturales, inconformistas, mediadores y formadores culturales (los más recientes, en Finlandia, Portugal, Grecia, Venezuela, Brasil y Cuba) tratando de incorporar sus mensajes y un amplio e intenso apoyo a una causa transnacional que ayude al desarrollo de un activo movimiento por una alternativa poscapitalista. A diferencia de mi trabajo en la década pasada, ahora indago más profundamente en el terreno de la teoría marxista, con más exigencia y urgencia, intentando crear espacios/lugares en diferentes escalas y registros donde los estudiantes puedan informarse ellos mismos acerca de las oportunidades de resistir más plenamente la geopolítica del imperialismo y comprender cómo forjar nuevas relaciones sociales de tal modo que puedan reemplazar a las nacidas en el subsuelo violento de los Estados Unidos.
Un subsuelo ponzoñoso que supura un miasma hipócrita de modales sofisticados que flota por todos lados y penetra en la estructura misma de nuestra conciencia a través de los orificios
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