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Premeditar la escuela hoy: La cuestión pedagógica

Josefina LópezApuntes17 de Septiembre de 2015

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(Re) pensar la escuela hoy:

La cuestión pedagógica[1]

Mtro. Limber Santos

Maestro. Director del Departamento de Educación para el Medio Rural, Consejo de Educación Inicial y Primaria.  Docente e Investigador del Instituto de Educación, Universidad de la República.

        Hace 100 años, cuando el Dr. Abel Pérez se desempeñaba como el sexto Inspector Nacional de Instrucción Primaria, los Maestros se formaban  en el Instituto de Señoritas y en el de Varones –por separado- haciendo prácticas en las llamadas Escuelas de Aplicación y bajo la dirección de María Stagnero de Munar y el Dr. Francisco Simón.  Ingresaban a los 15 años y en tres años obtenían el título de Maestro de primer grado.  En las escuelas urbanas aún se aplicaba el Programa de 1897 que, según Orestes Araújo (1911) “aunque en sus rasgos generales es bastante aceptable, adolece de falta de suficiente gradación en algunas de sus materias” (Araújo, 1911: 508)  De hecho, la Dirección General de Instrucción Primaria había designado una comisión para trabajar en su mejoramiento, cuando el cientificismo en la educación producía sus efectos.  “Dados los rápidos progresos de la Pedagogía aplicada, no es prudente que un programa se cristalice, pues lo que ayer era bueno, hoy tal vez pueda considerarse inconveniente, ó, por lo menos, arcaico, y por sabido se calla que todo estancamiento equivale a un retroceso” (ídem)

        En esos tiempos, el propio Dr. Abel Pérez y el Dr. Carlos Vaz Ferreira –también integrante de esa Dirección-, daban conferencias a los Maestros, y venían con el mismo cometido los profesores españoles Rafael Altamira y Adolfo Posada.  También se impartían cursos de perfeccionamiento para los Maestros de Montevideo sobre corte, dibujo, higiene y música.  Los temas que se discutían en esos años tenían que ver con la búsqueda de procedimientos adecuados para hacer más concurridas y aprovechadas las escuelas rurales, formas de hacer más efectiva la enseñanza obligatoria, cómo disminuir el trabajo administrativo de los Maestros e Inspectores Departamentales, posibles reformas a los Programas, cómo hacer más práctica y útil la enseñanza de la agricultura y la ganadería en las escuelas rurales, la conveniencia de hacer trabajos manuales en las escuelas, programa para escuelas fronterizas, difusión del “idioma patrio” en dichas escuelas, creación de escuelas comerciales en las capitales departamentales, la enseñanza “doméstico-social” para las niñas, formas de “perfeccionamiento profesional del magisterio, y en particular del maestro rural” y lucha contra el alcoholismo y la tuberculosis; todo lo cual consta en el programa del Congreso de Inspectores desarrollado en Montevideo entre el 18 de febrero y el 4 de marzo de 1907.

        Según Pérez, en esos años se regularizó la provisión de cargos de Maestros por concurso, procedimiento que si bien “no es de un resultado infaliblemente bueno, no es menos verdad que son más las ventajas que de él se derivan que los males que puede ocasionar” (ídem: 512); se liberalizó el uso de textos escolares, para disgusto de editores que buscaban el monopolio; al tiempo que el Poder Legislativo autorizaba la creación de 150 nuevas escuelas, aumentándose a 893 la cantidad de establecimientos públicos en todo el país.  Desde el punto de vista oficial, aún existían problemas de cobertura geográfica, existiendo distritos rurales con población dispersa que aún no contaban con escuela, ya que no reunían al mínimo de 30 alumnos que se requerían para abrir un centro.  También existen problemas  en cuanto a la concurrencia de los niños a las escuelas, sobre todo en las zonas rurales ganaderas.  “El analfabetismo persevera”, reconoce Pérez.  

El proceso de laicización de la escuela recién se estaba contemplando tras el cúmplase puesto por el Gobierno de la República en abril de 1909 a una ley dictada por la Asamblea Nacional que venía a suprimir toda enseñanza y práctica religiosa en las Escuelas públicas.  La gratuidad existía en las escuelas, aunque los estudiantes magisteriales debían pagar el costo del diploma, una vez que terminaran su carrera, a razón de 6 pesos para los Maestros de 1er. grado, 8 pesos los de 2do. grado y 12 pesos los de 3er. grado.  La obligatoriedad, también relativa en el caso de las zonas rurales, alcanzaba sólo a quienes vivieran a una distancia no mayor a cuatro quilómetros de la escuela en el caso de los varones y a dos quilómetros en el caso de las niñas.

Por supuesto que la historia oficial contada por Abel Pérez guardaba distancia con respecto a la vida cotidiana de las escuelas en la época, contada por sus Maestros, como puede desprenderse de esta mínima confrontación de documentos:

“Los preceptores de estas Escuelas (rurales) tampoco se ven librados a sus solas fuerzas, sino que, además de tener copiosamente reglamentados sus deberes, y de contar con un programa al cual se ajustan estrictamente, reciben, tres o cuatro veces al año, la visita del Inspector de Instrucción Primaria que vigila sus actos, les indica cuáles son los mejores métodos y procedimientos de enseñanza, examina las clases, se impone de las necesidades de la Escuela y de los progresos alcanzados, y es el amigo, el protector y el consejero del Maestro” (ídem: 540)

“Paso del Sordo, octubre 3 de 1905. Señor Inspector Departamental de Instrucción Primaria, don Enrique Reyes; Señor Inspector:

Comunico a Ud. que siendo las 4 p.m. se desprendió el mojinete de la pieza donde se hallaba parte del mobiliario escolar y demás útiles, quedando completamente a la intemperie.  Trato de salvar lo que en mejor estado se halla.  Disponga el Sr. Inspector sin pérdida de tiempo lo que se debe hacer con los techos pues al menor amago de viento pueden levantarse y esto es un gran peligro como también se perderán sus maderas que aún se hallan en buen estado.  Esperando de esa Inspección contestación pronta (aunque fuese por teléfono) saludo a Ud. atte.

Eloísa Lercari de Martínez” (Libro Copiador de Notas de Escuela Nº 2, departamento de Canelones, Nota Nº 37, folio 5)

“Paso del Sordo, 30 de octubre de 1905.  Señor Inspector Departamental de Instrucción Primaria, don Cándido Casas; Señor Inspector:

Comunico a Ud. que el gran temporal habido de estos últimos días se ha dejado sentir algo en este local.  La pieza que nos queda en pie se le ha caído un gran trozo de pared.  (…)  Parte del mobiliario que se halla en la pieza derrumbada seguramente se perderá; supuesto que, se halla bajo escombros y la lluvia que cae y como no tengo dónde resguardarlo esta es la causa que se hallen abandonados.  Como de un momento a otro espero que el Sr. Inspector mejorará mi desgraciada situación y la de mi numerosa familia, me digno

Saludar a Ud. atentamente

Eloísa L. de Martínez

Nota:  Desearía saber si el Sr. Inspector se ha enterado de una nota que con fecha 3 de octubre envié a esa Inspección y que a pesar de la urgencia que el caso requería, hasta el momento no he tenido contestación”  (ídem, Nota Nº 38, folio 6)

        Hay que agregar que según consigna la Maestra en el referido Libro oficial, esa escuela no recibió visita de autoridad alguna, al menos por el resto de ese año que finalizó ya casi sin lugar físico donde funcionar.  

        Imágenes que ilustran la Escuela pública de principio del siglo XX, sólo eso, pero que en conjunto, nos remite a los acontecimientos cotidianos por un lado y la realidad estructural por el otro; esto es, el verdadero estado de la reforma vareliana y sus principios y los temas de debate y preocupación de la época.

Dimensionar el pasado

        Muchos se sentirán identificados con algunas de estas imágenes centenarias y pensarán que 100 años no es nada en educación.  Otros pensarán en toda el agua que ha corrido debajo de los puentes y cuánto ha cambiado en un siglo.  Ninguno de los dos extremos.  Las transformaciones y las permanencias aparecen como expresión de la dinámica conservadora que se traduce en la siempre tensa relación entre los cambios –necesariamente lentos- que operan en la escuela y los principios que se consolidan como casi inmutable telón de fondo.  Esos mismos principios varelianos, propios de nuestra escuela pública, tan incorporados en nuestro imaginario pedagógico y que recién hace un siglo se comenzaban a completar en sus manifestaciones prácticas.  Para pensar la escuela hoy es necesario contemplar esta dinámica de cambios y permanencias, lo cual nos permite dimensionar adecuadamente los acontecimientos y el estado de cosas actuales.

        La especificidad social, educativa e institucional de las escuelas rurales; las distintas formas de hacer efectiva la obligatoriedad de la enseñanza; el trabajo administrativo de los docentes; las reformas curriculares y la tensión entre el conservadurismo y la innovación de lo que la escuela debe enseñar; la relación entre lo manual y lo intelectual; las escuelas de frontera y la cuestión de la diversidad lingüística allí existente; las relaciones entre educación y trabajo; las cuestiones relativas al género y los roles; las maneras de formación permanente y profesionalización docente; y lo relativo los problemas sociales y sanitarios, son manifestaciones actuales de aquellos temas en torno a la escuela.  A éstos se han agregado otros, impensables a principios de siglo y podríamos enumerar una larga lista al respecto, pero sorprenden las correspondencias que podemos encontrar entre agendas de discusión de momentos tan alejados en el tiempo.  Es claro que no estamos en el mismo punto de debate, pero es un debate que tiene varios ejes que no han variado.

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