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ENSAYO DEL LIBRO LOS NARCOABOGADOS


Enviado por   •  27 de Febrero de 2014  •  3.593 Palabras (15 Páginas)  •  689 Visitas

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Introducción

Todos los días, en poco o mucho, crece la lista de víctimas de la guerra del narco en México. Guerra ostentosa, por la sangre que derrama. Guerra silenciada por el grupo en el poder, que se rehúsa a reconocer que existe. Guerra en la que caen traficantes, sicarios, policías, abogados y aun periodistas.

Los narcoabogados es un libro rudo y valeroso, producto de un trabajo largo y tenaz de las mas difícil investigación periodística: la que implica quitar y arrancar mascaras, descubrir la verdad atrás de las mentiras, obtener el documento clave, conseguir el testimonio preciso, capturar al vuelo el dato duro que revele y que refleje una actividad cuyos protagonistas quieren todo, menos exhibirse o ser exhibidos.

Los abogados al servicio del crimen organizado, su relación con los capos, con los jueces y con la policía, sus estrategias jurídicas, sus diálogos con doble o triple lenguaje, a conveniencia, quedan expuestos en forma descarnada.

Y sin embargo, esto, con ser mucho, es más anécdota que esencia en el transcurrir del libro.

Narcoabogados

A más de una década de aquella sangrienta guerra que enfrentara al Estado colombiano con el narcotráfico y diezmara las instituciones políticas, la misma amenaza se acerca otra vez a esa nación y, por supuesto, envuelve también a México, una de las piezas clave en este juego de control geoestratégico.

Esta nueva generación de narcotraficantes mantiene vínculos en el extranjero y está en constante crecimiento.

México, es considerado como el trampolín más importante para que la droga se introduzca a Estados Unidos, el principal consumidor tanto de cocaína como de otras sustancias en el mundo.

Colombia, es el país que ha vivido la más cruenta guerra derivada del narcotráfico. Los narcos corrompieron a la policía y no pocos altos mandos militares también estaban a su servicio.

Mediante el financiamiento de campañas presidenciales, los narcotraficantes se infiltraron en la policía y, en su afán de poder, asesinaron candidatos a la presidencia de la Republica, amenazaron a diputados y congresistas, impusieron leyes a su antojo, compraron conciencias.

No hay colombiano que no muestre un gesto de oprobio, miedo y amargo recuerdo cuando se le pregunta cómo se vivía en Bogotá, Cali, Medellín o Barranquilla, en la época de esplendor del narcotráfico.

Lo que a un periodista o investigador policiaco le puede llevar años de búsqueda y tropiezos, para tan solo apropiarse a un segmento de verdad o bordear, al menos, la historia truculenta de algún personaje perseguido, fue reducido a unos fugaces segundos por el colombiano Gustavo Salazar Pineda, cuando pudo empezar a ver, desde la entraña, el agitado mundo de la mafia colombiana.

Diecinueve años después de aquel encuentro con la mafia, el abogado recuerda que, como se dice en la Biblia, “…Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado. Tiempo de callar y tiempo de hablar…”

El suyo, dice, es eltiempo de hablar. Ahora que la mayor parte de sus poderosos clientes están muertos o encarcelados dentro y fuera de Colombia, tiene la oportunidad de contar como se enredo en el oscuro mundo de la mafia.

Salazar dejo las tranquilas aguas de su vida pletórica de sueños apenas seis años después de haberse graduado como abogado en la Universidad Libre de Colombia y, sin medir consecuencias, cruzo el umbral que lo llevo a un mundo que entonces le era desconocido.

Ya dentro del túnel que lo condujo a una nueva vida, se dio cuenta que no había retorno; e intentar buscarlo tenía un alto costo, pues el trato con sus clientes imponía reglas claras y decisiones firmes. Entonces se mantuvo dentro de la misma ruta, hasta convertirse, poco tiempo después, en el abogado de la mafia.

El joven Gustavo acababa de terminar la carrera de abogado y, como todo profesional, pensaba en el éxito con una estrechez de miras de la que no era ni se sentía responsable. Simplemente no se miraba a sí mismo.

En ese tiempo, sin más guía que el empuje familiar, sus ambiciones eran demasiado grandes para pretender dominarlas con un apretón de puños.

Gustavo era visto como un joven emprendedor, inquieto, pero pocas veces estaba en calma.

Pretendía llegar a la cúspide y no resbalar, como otros, que se marearon en las alturas y se precipitaron al vacio.

Hoy que el tiempo ha transcurrido, Gustavo Salazar tiene 52 años y dice vivir tranquilo y sin apuros económicos, después de más de dos décadas de

trabajo intenso como abogado de narcos, y en el que desahogo más de 500 juicios, la mayoría de ellos ganados.

No estuvo exento de sustos y, por momentos, su vida parecía que en cualquier instante se podía apagar, con algún disparo de arma de fuego o por una traición.

Cuando Gustavo Salazar abandona a Gustavo Salazar, salta a escena el abogado y desarrolla su papel de litigante valiente, perseguido y amenazado.

En 1980, seis años después de haber terminado la carrera de abogado, Gustavo Salazar llevaba una vida modesta y sin tribulaciones.

Como producto de la fatalidad, muchas de las experiencias que vivieron, al igual que su relación con los narcotraficantes, no le llegaron porque las buscara; los capos, debe decirse, salieron a su encuentro, para su propia sorpresa, en el curso de su ejercicio profesional.

Quizá sin proponérselo, Gustavo Salazar buscaba un instante clave, ese remolino de circunstancias que en segundos lo cambia todo.

Los giros de la vida lo fueron llevando por regiones y caminos distintos a los imaginados y en 1986 por fin llego el momento, esa oportunidad que nunca busco: un alto jefe del cártel de Medellín, por aquellos años uno de las más poderosos de Colombia, requería los servicios de un abogado serio. El cártel tenía en prisión a varios de sus hombres importantes, gatilleros, pasadores de droga e informantes.

El narcotráfico enfrentaba una dura guerra con el gobierno colombiano.

La relación de Salazar Pineda con los narcos no podía

permanecer mucho tiempo en el anonimato. Nunca fue su propósito ocultar lo que hacía

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