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Enviado por   •  19 de Septiembre de 2013  •  4.653 Palabras (19 Páginas)  •  270 Visitas

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En términos terapéuticos, la forma particular de ansiedad social llamada timidez no suele ser tomada muy en serio en comparación con otros trastornos, dado que siempre se le ha considerado un problema menor, pero en realidad se constituye en una seria dificultad para un buen número de personas, principalmente aquellas que atraviesan las difíciles etapas de la infancia y de la adolescencia. Si bien ninguna etapa de la vida carece de exigencias, es indudable que los niños y los jóvenes son los más presionados por la necesidad social, y posteriormente económica, de relacionarse de manera exitosa con sus semejantes, sintiendo vivamente las carencias de habilidades comunicativas y de autocontrol de la ansiedad que su formación familiar y educacional a veces no les brinda.

Estas carencias suelen manifestarse, de acuerdo con las características de la situación en que se ve inmerso el sujeto tímido, como simple dificultad en buscar, mantener o responder adecuadamente a relaciones sociales, o como una elevada reactividad nerviosa frente a circunstancias que lo destacan protagónicamente de alguna manera (interactuar con extraños, ser objeto de atención, estar bajo observación evaluativa, etcétera). En suma, malestar e inhibición en presencia de otras personas, lo que en el mundo actual es realmente un gran impedimento.

La timidez puede entenderse como una tendencia a evitar situaciones sociales debido al miedo de participar adecuadamente en estás. Este miedo viene dado cuando los niños y niñas son conscientes de que los demás evalúan su conducta y aparece así el temor a una evaluación negativa.

La timidez es algo normal en el desarrollo de los niños y niñas, pero puede llegar a ser problemático.

Las interacciones sociales son fundamentales para el aprendizaje y el desarrollo sano de los mas pequeños. Por ello es fundamental proporcionar a los niños y niñaslas herramientas para que puedan vencer la timidez, evitar que sea excesiva y de esta forma favorecer unas relaciones sociales enriquecedoras.

CARACTERISTICAS DEL NIÑO Y NIÑA TIMIDO

• Son callados, tranquilos, pasan desapercibidos (en ocasiones hacen grandes esfuerzos para esto ultimo)

• Presentan una carencia de conductas interactivas.

• Pueden tener conductas de temor, miedo o ansiedad.

• Crean una imagen negativa de si mismos lo que les lleva a una baja autoestima

COMO ACTUAR CON LOS NIÑOS TIMIDOS

1. Busca la causa que origina esa timidez. Ten en cuenta que detrás del niño tímido suele haber sufrimiento emocional y sentimiento de ser diferente.

2. No lo expongas a la fuerza a situaciones que le producen inseguridad. La idea es ayudarle a superar la timidez no reforzarla. En lugar de eso empieza por situaciones cotidianas, haz que poco a poco vaya superando sus miedos.

3. Dale tiempo y acompáñale en el proceso.

4. Evita ridiculizarle, etiquetarlo o hacerle sentir diferente. Abandona las frases del tipo “ no habla, es tímido”“ habla mas fuerte que no se te escucha” “vete a jugar que no pasa nada”

5. Trata el problema con naturalidad. Hacerle ver que lo que a el le sucede le pasa a mucha gente. Háblale de situaciones en las que también sentiste timidez y cuéntale como lo superastes. Demuéstrale que sabes como se siente.

6. Procura aumentar las conductas de interacción con los iguales, siempre sin forzarle.

7. Presta atención a los pensamientos irracionales que tiene, como “soy un inútil” “nunca tendré amigos” y corrígelos sin reprimendas “ tu no eres un inútil tu….” “Claro que tendrás amigos…”

8. Refuerza su autoestima y motívale. Pero ten cuidado el niño tímido trata de pasar desapercibido, a veces un elogio en publico le hace sentir incomodo. Procura reforzarle con naturalidad. Haz elogios realistas y dale autonomía .

9. Ayúdale a expresar sus emociones, pregúntale y escúchale. Toma estas emociones con naturalidad ni con preocupación excesiva, ni con criticas, ni exigencias. Presta atención para que no se avergüence de sus emociones.

10. En todo caso, si puedes prevenirlo hazlo, proporcionándole desde el principio un ambiente rico en relaciones sociales y siendo un ejemplo en cuanto a tu forma de interactuar.

La timidez es una emoción común y, a veces, poco entendida. Cada uno de nosotros, en alguna ocasión, nos hemos sentido tímidos en determinadas situaciones sociales. Sin embargo, la timidez puede llegar a interferir con un adecuado desarrollo social y restringir el aprendizaje de los niños. El sentimiento básico de la timidez es universal, es una mezcla de emociones, incluso miedo e interés, tensión y agradabilidad.

Los niños pueden ser vulnerables a esta emoción en momentos particulares del desarrollo, como, por ejemplo, en la infancia en respuesta a nuevos adultos. La timidez infantil se manifiesta de forma diferente según la edad del niño y la etapa de su desarrollo:

Hasta los 5 meses de edad, los niños son sociables. En los primeros meses de vida, la gran mayoría de los bebés tolera sin problemas la compañía de las personas, sobre todo si les sonríen y son amables con él.

A los 6 meses de edad podemos apreciar las primeras señales, ya que es ahora cuando el niño es capaz de reconocer el rostro de sus padres y está incómodo con los extraños. En este período, además, comienza el miedo a la separación: el bebé teme que la mamá se aleje de él, y la presencia de cualquier desconocido supone un posible peligro.

Al año, llega la timidez del niño y podemos ver cómo se cubre la cara con las manos, se mete el dedo en la boca y, en ocasiones, rompe a llorar: cuando se presenta un desconocido o llegan a casa los amigos de mamá y papá, el niño puede reaccionar con actitudes de indiferencia o de rechazo.

Hacia los 2 años de edad aparece la técnica de la huida. Aunque a esta edad el niño ha adquirido una cierta autonomía motora y lingüística, todavía no está capacitado para reaccionar siempre de forma positiva ante la presencia de extraños. Ahora, la incomodidad no la expresa llorando, sino que evita responder a las preguntas o ignora a la persona nueva.

A los 3 años se produce una mejora. La experiencia de la Escuela Infantil es un buen entrenamiento contra la timidez ya que les enseña lo divertido que puede ser la compañía de los demás.

Las causas más frecuentes de timidez son los nuevos encuentros sociales, sobre todo si la persona tímida se siente el foco de la atención.

Habitualmente los niños tímidos son muy sensibles y están atentos al ambiente que les rodea: se preocupan por lo que los demás piensan de ellos, temen sus comentarios negativos y tienen miedo a defraudar las expectativas de los que quieren. Un niño tímido suele ser muy autocrítico, es consciente de sus debilidades y de que no tiene el valor suficiente para afrontar determinadas situaciones que le avergüenzan.

Muchos psicólogos opinan que la verdadera timidez se exterioriza de forma clara entre el primer y el segundo año de vida a través de la inhibición. La mayoría de los niños de esta edad, frente a un extraño, interrumpen el juego y se bloquean durante un tiempo. Sólo cuando se supera la incomodidad (normalmente, gracias a la intervención tranquilizadora de los padres) el juego prosigue.

La timidez puede ser una respuesta normal, de adaptación a la experiencia social potencialmente temida. Siendo algo tímidos, los niños pueden retirarse temporalmente y ganar un sentido de control. Generalmente, cuando los niños adquieren experiencia con la gente desconocida, la timidez disminuye pero en muchos casos continúa pudiendo encubrir una escasa autoestima y a la falta de confianza en sus propias capacidades.

Qué podemos hacer para ayudar a un niño tímido

• Tranquilizar al niño haciéndole entender que para afrontar las situaciones difíciles puede contar, además de con la ayuda de los padres, con sus propias habilidades. Una sonrisa, un abrazo o una palabra de ánimo transmiten al niño que es querido y le aportan confianza en sí mismo.

• Construir la autoestima. Los niños tímidos pueden tener autoimágenes negativas y pueden sentir que ellos no serán aceptados. Es necesario reforzar a niños tímidos para demostrar sus habilidades y animarles constantemente elogiándoles a menudo. Destacar sus puntos fuertes, diciéndole, por ejemplo, que es muy simpático, que colorea muy bien,…. Los elogios, si son sinceros, son los refuerzos más importantes para fortalecer la autoestima del niño.

• Enseñar conductas positivas invitando al niño a saludar y a presentarse a otras personas. Lo mejor es modelar la conducta del niño enseñándole estrategias que puede seguir para conocer a una persona nueva. Hay que desarrollar habilidades sociales enseñándoles palabras y técnicas de adaptación social mediante juegos de roles ("¿puedo jugar, también?").

• Darle tiempo. El niño necesita tiempo para superar sus dificultades con los demás.

• Conocer y aceptar al niño tal y como es con sus pequeñas debilidades e indecisiones. La timidez es sólo un aspecto de la personalidad del niño. Ser sensible a los intereses del niño y sentimientos nos permitirá construir una adecuada relación con él donde se sienta querido y respetado y pueda convertirse en una persona segura de sí misma.

CARACTERÍSTICAS GENERALES

En su estudio, Monjas (2001) define sumariamente la timidez (infantil) como ―un patrón de conducta caracterizado por déficit y/o inadecuación de relaciones interpersonales y una tendencia estable y fuerte de escape o evitación del contacto social con otras personas en diversas situaciones sociales‖ (p. 39).

Técnicamente, los mecanismos de condicionamiento clásico y operante se hayan en la base de la explicación fundamental en la adquisición y mantenimiento del trastorno. En términos de la teoría del aprendizaje emotivo-motivacional de Staats (1996/1997), la timidez con frecuencia se encuentra vinculada con ciertos sucesos traumáticos que evocan reactividad emocional negativa en relación a una vulnerabilidad predisponerte particular a cada individuo, y más asíduamente se relaciona tanto con el reforzamiento negativo que conlleva la evitación a situaciones exigentes (por ejemplo, ir a reuniones sociales o simplemente ir al colegio), como con el reforzamiento positivo de la reacción tímida debida a la atención y la sobreprotección de los entornos familiares o sociales más cercanos.

También la experiencia vicaria, obtenida mediante la observación de otros individuos y la recepción de informaciones que inducen respuestas evitativas (por ejemplo, la noticia de que la fiesta de fin de año va a ser comenzada con discursos de cada uno de los asistentes), puede jugar un papel determinante.

La prevalencia de la ansiedad social está cercana al 6 % de la población, y la atención sanitaria que se le brinda desde la salud pública es todavía insuficiente (Vallés, 2008). La timidez en sí misma suele ser reportada en mucho mayor índice (en sus investigaciones, Herderson y Zimbardo [1998b] han detectado hasta un 50 %). La mayoría de las veces sólo se presenta en las primeras etapas del desarrollo, tendiendo a aminorarse o desaparecer con el transcurso del tiempo, pero en ocasiones continúa hasta la adultez, e incluso se puede incrementar hasta constituirse como una fobia social.

De hecho, la presencia de timidez infantil es un factor de riesgo para la evolución de una fobia. En estudios hechos al respecto (Heiser, Turner y Beidel, 2002) la prevalencia de la fobia social es significativamente superior entre los tímidos (18 % de la muestra) comparada con la de los no tímidos (3 %), no obstante la mayoría de los tímidos no es socialmente fóbica (83 %).

La diferencia de la fobia social con la timidez parece ser una cuestión de grado (Olivares, Rosa, Piqueras, Sánchez-Meca, Méndez y García-López, 2002). Ambas pueden aparecer en la infancia, e involucran miedos persistentes a contactos con personas no familiares y al enjuiciamiento ajeno, con síntomas de anticipación cognitiva negativa, ansiedad, desajustes psicofisiológicos, temor a fracasar, angustia y huida. Sin embargo, la intensidad y duración de los síntomas, así como la frecuencia de la conducta instrumental de escape o evitación, son mucho mayores en los sujetos fóbicos.

FACTORES ENDÓGENOS Y EXÓGENOS

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Algunas teorías de la personalidad, que enfatizan los factores biológicos, atribuyen los rasgos comúnmente identificados con la timidez a predisposiciones temperamentales, relacionadas con las tipologías nerviosas y constitucionales tales como el tipo ―melancólico‖ de Hipócrates, el tipo ―introvertido‖ de Jung y Eysenck, los tipos ―cerebrotónico‖ de Sheldon y ―asténico‖ de Kretschmer (véase Pinillos, López y García, 1966); pero, aún cuando las correlaciones formales de la timidez con las pruebas construidas para ―medir‖ dichos rasgos tipológicos puedan ser altas2, es poco probable que se deban a algo más que generalizaciones hechas a partir de las propias conductas de los individuos con problemas de ansiedad social.

El más representativo autor moderno de la postura que da énfasis al plano biológico es Kagan (1994, 2000), quien, a través de multitud de estudios con niños en la primera infancia, indica que ha encontrado efectivamente predisposiciones temperamentales predecibles hasta los veinticuatro meses en un 15 por ciento de su muestra, que se morigeran en la interacción con el ambiente y con la edad (algo que, en honor a la verdad, también consideran los teóricos de la personalidad antes mencionados).

Este posible aspecto genético se reflejaría en un patrón temprano de inhibición conductual —timidez, distanciamiento y pasividad—, ante personas, objetos o situaciones no familiares, de manera más o menos estable hasta aproximadamente los siete años de edad. Según Kagan (2000), la inhibición conductual se puede detectar a partir de un seguimiento de la reactividad motora y del llanto de los niños desde los cuatro meses hasta los dos años, y a los cuatro años ya se puede predecir si un niño en particular es o será tímido.

No obstante, la heredabilidad del rasgo de timidez o vulnerabilidad a la fobia social no está concluyentemente probada, pudiéndose atribuir las diferencias tempranas al aprendizaje emotivo-motivacional del neonato. Las interacciones lúdicas, cariñosas y vocales con el bebé son formas primarias para su condicionamiento emocional, a partir de sus primeras respuestas de conducta motora, de atención y perceptiva, y pueden afectar de muy diversas formas el factor temperamental (Staats, 1996/1997), como se verá en el siguiente parágrafo respecto al papel del hogar en los patrones de crianza.

Quizá estudios como el de Díaz, Pérez, Martínez, Herrera y Brito (2000) pueden dar luz sobre la influencia de ciertos elementos que modifican el equilibrio entre factores endógenos y exógenos en la primera infancia. Ellos investigaron, en una muestra de 38 niños y sus correspondientes madres, el nexo entre cada una de las personalidades maternas (a través del Cuestionario de Personalidad 16PF de Cattell) y las reacciones temperamentales (tono emocional, nivel de actividad y vocalización) ante la estímulación física y social de cada uno de sus respectivos bebés de nueve meses de edad, en diferentes situaciones de laboratorio. Los datos fueron positivos frente a la hipótesis formulada, acerca de una relación significativa entre la extroversión materna y la reacción temperamental de cada infante.

En otras palabras, la experiencia moldeada a través de los patrones de crianza y cuidado de los individuos produce un componente idiosincrásico típico de cada individuo, que integra determinantes biológicos, culturales, sociales y del medio físico. Hay, pues, factores endógenos y exógenos en inextricable combinación, que intervienen en este complejo problema conductual.

El papel del hogar

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Siendo importantes los patrones de crianza, cabe preguntarse qué tipos particulares de ambientes o atmósferas familiares son las que harían más propensos a los niños a manifestar un comportamiento general rotulado como ―tímido‖ o ―retraído‖.

Desde semejante perspectiva se considera que la dinámica familiar de los primeros años, con características combinadas o yuxtapuestas en muchos patrones distintos relacionados con la edad, el grupo étnico, el género sexual, el número de miembros, la cultura, etcétera; influye decisivamente sobre la aparición de conductas dependientes, inhibidas, inseguras, ansiosas y desajustadas. Ciertas investigaciones acerca de esa dinámica señalan, por ejemplo, que las interacciones entre el comportamiento de una madre excesivamente indulgente o muy rígida, y un padre pasivo, por lo general influyen sobre el surgimiento de diversas modalidades de timidez en sus hijos (Lebl, 2005), desde luego condicionalmente al lugar que ocupen en el número de vástagos, o con respecto a otras condiciones coyunturales. Según Hauck (1980/1983), hay cuatro modelos de amabilidad y firmeza en el hogar: a) poco amable y firme (tiende a formar niños nerviosos, inseguros y acomplejados), b) amable pero no firme (tiende a formar niños consentidos), c) ni amable ni firme (tiende a formar vagos y delincuentes), y d) amable pero firme (tiende a formar gente productiva).

Cada hogar es distinto, pero también comparte una serie de características con otros hogares que podrían ser estadísticamente suficientes como para catalogarlo con las etiquetas de ―autocrático‖, ―tolerante‖ o ―democrático‖, según las clasificaciones al uso. Es importante indicar que para catalogar estos tipos de hogares se tienen en cuenta, por un lado, el ―calor‖ o ―frialdad‖ de las relaciones sociales dentro de ellos, y, por otro lado, el grado de independencia o dependencia que fomentan entre sus variados participantes (Crombach, 1977).

La familia

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En el caso de las familias afectuosas y democráticas, los miembros se consultan y se alientan ente sí a expresar sus emociones y sentimientos, tanto como a concretar sus realizaciones. Puede decirse que ésta es la atmósfera familiar ideal para producir individuos con buenas o aceptables habilidades sociales y eficacia personal (los que sin duda en la teoría de Eysenck [1981/1995] se llamarían, según el grado de activación y labilidad, ―extrovertido estable‖ o ―introvertido estable‖).

En las familias demasiado indulgentes, los padres sobreprotegen al niño generándole una sensación de seguridad, únicamente dentro del propio hogar o círculo interno. El refuerzo positivo se dispensa indiscriminadamente, fortaleciendo la dependencia del hijo con respecto a los padres, sin estimular respuestas instrumentales de realización propia ni tolerancia a la frustración.

Esto puede agudizarse si se trata de un hijo único, o del menor del grupo. Cuando el niño criado en estas condiciones tiene que salir del círculo interno en el cual se le ha encerrado cual ―jaula de oro‖, difícilmente exhibirá las competencias que requiere en el nivel justo para interactuar en el mundo, inhibiendo su conducta social y mostrándose poco comunicativo, poco asertivo, temeroso, sumiso, retraído e indefenso, con las consiguientes dificultades que eso conlleva en la relación con sus pares dentro de la escuela y con otras redes sociales. No es raro, por ejemplo, encontrar sujetos de este tipo entre las víctimas de bullying infantil y adolescente (Monjas, 2001; García, 2008). Esto es irónico, pero se debe la contraposición entre su crianza de trato ―blando‖ y el duro maltrato que sufren en otros contextos.

En el otro polo están las familias de carácter autocrático. Allí la represión y el castigo están a la orden, imponiendo normas que recortan la independencia de los hijos. La exigencia es excesiva respecto a metas distorsionadas, induciendo ansiedad, y la disciplina es rígida y arbitraria, inclinando a los niños hacia la rebeldía, o, más frecuentemente, al servilismo. En este último caso se produce el rasgo de ―conformidad obligada‖: un niño callado, poco asertivo, poco emprendedor, obediente, pero en esencia, hostil. Acostumbrado a un grado de exigencia superior a sus posibilidades y a ser constantemente reprimido, el individuo criado bajo estas condiciones no tenderá, por lo general, a rebasar los límites de su ―universo‖ subjetivo, prefiriendo la seguridad de pasar desapercibido en cualquier situación.

Una reciente investigación, hecha a partir de una muestra de casi tres mil padres y madres con hijos e hijas escolarizados (Torío, Peña e Inda, 2008), revela que hay un grupo no consciente del conjunto de valores más importantes en la educación de sus vástagos, difiriendo el deseo paterno (lo que debería ser) de la realidad (lo que es) en las tendencias de comportamiento. Esto realza la necesidad de programas de de formación para padres, con fines de orientación psicopedagógica adecuada y modificar o mejorar sus prácticas de crianza.

DIMENSIONES DIRECTAMENTE

OBSERVABLES DE LA TIMIDEZ

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La timidez es un constructo que sintetiza una determinada constelación de respuestas emocionales e instrumentales. Los referentes que se consideran como indicadores directamente observables del trastorno (generalmente identificado en sus dimensiones con el comportamiento no asertivo), son verbales y no verbales.

Los componentes verbales son, entre otros, volumen bajo de la voz y poca fluidez de vocalización (tartamudez, pausas exageradas, silencios, muletillas, vacilaciones, etc.), y los segundos involucran gestos tensos o estereotipados; faciales y de las extremidades (frotamiento de manos, temblor, entrelazamiento), hábitos nerviosos (morderse las uñas, jalarse el cabello, meterse el dedo en la nariz), hombros encogidos, mirada huidiza, etc. Adicionalmente, pueden considerarse el sudor de manos, la sequedad de la garganta, la palidez o el enrojecimiento de la cara en situaciones socialmente exigentes (Fábregas y García, 1988; Caballo, 1995).

Basados en estos indicadores, traducibles en parámetros topográficos y de frecuencia, duración, latencia o intensidad necesarios para la medición de la conducta, los profesionales de la conducta pueden verificar anecdóticamente a través de la entrevista y observación lo siguiente con respecto al sujeto tímido (ver Zimbrado y Radl, 1981/2002):

a) ¿Es renuente a iniciar una conversación o actividad, ofrecerse a hacer algo o preguntar?

b) ¿Es renuente a estructurar situaciones ambiguas mediante preguntas, normas o el reordenamiento físico de los elementos?

c) ¿Es más renuente que otros sujetos a hablar con sus condiscípulos, permanece más tiempo en silencio, interrumpe menos que otros individuos?

d) ¿Es incapaz de manejarse en situaciones permisivas, por ejemplo una fiesta?

e) ¿Presenta dificultades más asiduas cuando las pautas de conducta no son claras, con respecto a la generalidad de sujetos?

f) ¿Hace menos gestos y movimientos que otros individuos?

g) ¿Muestra mayor tendencia a obede obedecer órdenes sin cuestionarlas y es poco bromista?

La Encuesta de Timidez de Stanford fue la primera herramienta de investigación sobre la timidez (Zimbardo y Radl, 1981/2002). Son un total de 34 preguntas ordenadas en cinco secciones que indagan sobre: a) información básica (datos personales, educativos, religiosos, étnicos), b) timidez propia (autopercepción y creencia sobre la percepción ajena), c) envergadura de la timidez (ante quienes y ante qué situaciones), d) reacciones ante la timidez (sensaciones y pensamientos), y e) consecuencias de la timidez (atribuciones positivas o negativas). Lebl (2005, pp. 77-78), por su parte, recomienda los siguientes formatos de registro para ser aplicados por los padres y maestros del niño presuntamente tímido (tabla 1.2):

Tabla 1.2. Registro de conducta del niño tímido. Descripción de la conducta Siempre A veces Según circunstancias

1 Mi hijo no levanta la cabeza delante de la gente X

2 Habla poco Delante de extraños

3 No tiene amigos En el barrio

Actualmente, la Escala de Timidez Revisada de Cheek y Buss3 puede servir de instrumento inicial para determinar algunos aspectos generales (ver tabla 1.3). Contiene 13 reactivos cuya valoración está entre 1(muy en desacuerdo) y 5 (muy de acuerdo), por lo tanto la mínima puntuación posible es de 13, y la máxima de 65. Las puntuaciones inferiores a 34 indicarían ausencia general de timidez, aunque la puedan sentir en un par de situaciones. Las personas tímidas suelen alcanzar, e su mayoría, puntajes por encima de 35 a 39, y las de rasgo más extremo la puntuación máxima de 49 hacia adelante.

Tabla 1.3. Escala de Timidez Revisada de Cheek y Buss.

1 Me siento tenso cuando estoy con gente que no conozco bien.

2 Soy un poco raro socialmente.

3 No encuentro difícil solicitar información a otras personas.

4 No me suelo encontrar confortable en fiestas u otras

reuniones sociales.

5 Cuando estoy con un grupo de personas me cuesta decidir sobre los temas adecuados de que hablar.

6 No necesito mucho tiempo para vencer mi timidez en situaciones nuevas.

7 Me resulta difícil actuar con naturalidad cuando me encuentro con gente nueva.

8 Me siento nervioso cuando he de hablar con alguien importante.

9 No tengo dudas sobre mi competencia social.

10 Tengo problemas al mirar a alguien directo a los ojos.

11 Me siento cohibido en las situaciones sociales.

12 No me resulta difícil hablar con desconocidos.

13 Soy más tímido con las personas del sexo opuesto.

Como es lógico, este instrumento de medición debe relacionarse con otros para evaluar el desempeño social y asertivo.

Una vez verificados a través de distintas formas de evaluación el tipo de respuestas y su grado de intensidad, así como los demás parámetros de su ocurrencia, es conveniente asesorar cuidadosamente al cliente tímido en la fijación de metas, entre otras, en función a:

¿Qué es lo que quiere mejorar y en qué grado y/o jerarquía?

¿Qué está dispuesto a hacer para ello?

¿Cuáles son sus objetivos a largo plazo en cuanto a avance personal?

En algunos casos, dada la apariencia de ―seguridad‖ que le brinda encerrarse en su timidez, el sujeto prefiere evitar las tareas que juzga desagradables aunque reconozca racionalmente su necesidad. Por ello, como regla general, es bueno ir dosificando los objetivos, de modo que su fácil cumplimiento vaya fortaleciendo la poca confianza que tiene en sí mismo.

RESUMEN

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La timidez es una forma de ansiedad social que aqueja a mucha gente y conlleva malestar e inhibición en presencia de otras personas, debidas a la combinación de muchos factores. La influencian componentes temperamentales y también componentes relacionados con las formas de crianza excesivamente protectora o represiva. El aprendizaje de los patrones de comportamiento socialmente retraído, rotulado como ―tímido‖, se vincula tanto a sucesos traumáticos evocadores de respuestas emocionales negativas, como a la evitación instrumental de situaciones exigentes. Asimismo, puede desarrollarse por la atención y la sobreprotección recompensantes del entorno familiar o social, y por la observación de otros individuos o recepción de informaciones que inducen respuestas evitativas.

Padecer timidez infantil es riesgoso para la formación posterior, predisponiendo al individuo a numerosos tipos de fracaso social. Los indicadores verbales y no verbales del trastorno comparten dimensiones con el comportamiento no asertivo, pudiéndose identificar a simple vista una serie de respuestas vinculadas a la no-asertividad, con parámetros distintivos que caracterizan al individuo tímido, entre ellas la baja frecuencia de interacción con extraños, de gestuación y vocalización. Esos parámetros de comportamiento deben especificarse con miras a una intervención cuidadosamente planificada para llevarse a cabo con la necesaria dosificación, dada la fragilidad emocional de este tipo de pacientes. Para determinar si existe un grado preocupante de timidez, pueden utilizarse tanto registros como escalas de medición.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

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Check, J. (1990/1990). Cómo vencer la timidez: Un enfoque personalizado para adquirir seguridad y autocontrol. Barcelona: Paidós.

Henderson, L. & Zimbardo, P. G. (1998). Shyness. Enciclopedia of mental health. 3, 497-509. San Diego: Academia Press. Recuperado de: www.shyness.com/enciclopedia.html/

Lebl, B. (2005). El niño tímido. En G. Aguilar, B. de Lebl y L.A. Resinos (Eds.). Conductas problema en el niño normal. Problemas preventivos y terapéuticos. Guía para padres y maestros. (pp. 72-86). Sevilla: Trillas-Eduforma.

Monjas, M. I. (2001). La timidez en la infancia y la adolescencia. Madrid: Pirámide. Ed. Orig.: 2000.

Olivares, J., Rosa, A. I., Piqueras, J. A., Sánchez-Meca, J., Méndez, X. y García-López, L. J. (2002). Timidez y fobia social en niños y adolescentes: Un campo emergente. Psicología Conductual, 10(3), 523-542.

Zimbardo, P.G. y Radl, S. (1981/2002). El niño tímido. Superar y prevenir la timidez. Buenos Aires: Paidós Ibérica.

TIMIDEZ Y

AUTOCONTROL

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Toda persona ha sentido alguna forma de timidez en su vida. El temor a las situaciones nuevas, a las exigencias de ciertas responsabilidades o al roce con cierto tipo (o número) de personas, es normal. Para la mayoría de la gente dichas perturbaciones son episódicas, esporádicas y superables, en base a estrategias espontáneas de afrontamiento que aprende cada cual en el transcurso de su desarrollo.

Esto no es así para los individuos tímidos, quienes sufren dichos temores de manera más profunda y frecuente, careciendo del grado suficiente de habilidad y/o autocontrol requeridos por el afrontamiento. Incluso, como dice Zimbardo, hay tímidos ―públicos‖ y ―privados‖. Los primeros son aquellos que progresivamente se van imponiendo a su retraimiento y, a la larga, logran desempeñarse más o menos adecuadamente en situaciones sociales. No pierden la timidez, pero saben dominarla. Los segundos son aquellos cuya posibilidad de acción y control emocional es rebasada por las circunstancias. Esos niños y

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