Psicoanálisis y Sexualidad: Los avatares de Freud y sus huellas sobre los Queerpos Sexuados
cesar183Tesis25 de Junio de 2015
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Psicoanálisis y Sexualidad: Los avatares de Freud y sus huellas sobre los Queerpos Sexuados
Nelson Ruiz
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¿Quiénes le temen al Dr. Freud?
Introducción
Freud en 1905, en su obra “Tres Ensayos sobre una Teoría sexual”, señaló cómo las primeras impresiones sexuales de nuestro desarrollo, dejan las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasan a ser determinantes de nuestro desarrollo sexual posterior, y que la desaparición real de tales impresiones infantiles obedece a un mero apartamiento de la conciencia (represión). Esta suerte de amnesia de vivencias sexuales infantiles, conduce al hombre a esforzarse por dilucidar el misterio de su sexualidad, recurriendo a intuiciones y conocimientos preconceptuales para intentar darle sentido a su experiencia sexual subjetiva (Jaida, 2001).
Este ensayo pretende hacer una revisión del material bibliográfico referido al tema del origen de la configuración de la sexualidad desde una mirada psicoanalítica, y con ello promover en el lector una reflexión crítica de los postulados y axiomas propuestos por Freud para dar explicación al modo en que se constituye la sexualidad humana. Los supuestos enunciados por Freud sin duda han sesgado la práctica e intervención de profesionales de la Salud y de las Ciencias Sociales, y al mismo tiempo el modo que tenemos de concebir el origen, desarrollo y evolución de nuestra sexualidad.
Sexualidad
De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (2006), el término sexualidad se refiere a una dimensión fundamental del ser humano, basada en el sexo, incluye al género, las identidades de sexo y género, la orientación sexual, el erotismo, la vinculación afectiva, el amor y la reproducción. Se experimenta o se expresa en forma de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, actividades, prácticas, roles y relaciones. La sexualidad es el resultado de la interacción de factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos y religiosos o espirituales (Lyra, 2006).
Es indudable que la sexualidad está marcada por la institución del género; las propias prácticas y discursos tienen distintas connotaciones y son ejercidas diferencial e inequitativamente por los hombres y las mujeres. La sexualidad no es aceptada ni practicada de la misma manera por unos y otras y las diferencias conllevan jerarquías y valoraciones que hacen aceptables algunas acciones e inaceptables otras en tanto son hombres o mujeres quienes las ejercen (Rivas, 2004).
En este sentido, el género a estado tradicionalmente caracterizado por una diferenciación jerárquica, donde lo masculino es el modelo, lo dominante, mientras que lo femenino lo dominado (Sandoval, 1998). El género es entonces un organizador social que como la clase, la raza y la edad, interviene de manera fundamental en la constitución de los distintos planos de la vida cultural, simbólica, institucional y personal puesto que entraña relaciones significativas de poder históricamente desbalanceados entre los universos femeninos y masculinos (Scott ,1990; cp. Rivas, 2004).
De este modo, como lo afirma Torres (1998), la feminidad y la masculinidad pertenecen a un orden imaginario y simbólico, a las representaciones; siendo el cuerpo, un espacio representado como femenino o masculino; de acuerdo a esta autora, un sujeto es producto de una construcción imaginaria y simbólica que se genera a lo largo del tiempo, por medio del proceso de subjetivización al cuál es sometido, termina adquiriendo características asociadas a lo masculino o femenino.
Así, la categoría género se refiere a una construcción cultural, social e histórica, acerca de la diferencia de los sexos. A partir de la anatomía, los seres humanos son introducidos, a través del lenguaje y de la crianza de las figuras parentales, en un complejo sistema de deseos, expectativas y funciones que definen su ser femenino o masculino.
Psicoanálisis y Sexualidad
De acuerdo a Rausseo (2006), el psicoanálisis y los estudios de género tienen en común su objeto de estudio relacionado a la formación de la sexualidad humana. El psicoanálisis por su parte, valiéndose de la exploración del inconsciente y de la clínica, intenta dar cuenta de cómo las experiencias tempranas son determinantes en la estructuración de la masculinidad y feminidad. Los estudios de género, a partir de métodos de investigación pertenecientes a las ciencias sociales, como entrevistas, pequeños grupos, entre otros, se interesan en los aspectos socio-históricos que influyen en la construcción de la identidad sexual.
Ahora bien, para el psicoanálisis, no se puede pensar en la constitución de la sexualidad sin antes tener un conocimiento claro de las relaciones que establece el sujeto con el otro a lo largo de su historia de vida. Asimismo, Freud, desde sus primeras teorizaciones, ubicó en un lugar central al inconsciente para entender la sexualidad de hombres y mujeres; señaló que para formar parte de una sociedad renunciamos bajo ciertas circunstancias a nuestros deseos sexuales más primitivos; constituyendo el deseo sexual uno de los polos del conflicto psíquico más comunes observados en hombres y mujeres. El bloqueo de tales deseos sexuales se traducen mas tarde en síntomas, una serie de procesos anímicos investidos de afecto y de aspiraciones concretas que se les ha denegado el acceso a su tramitación en una actividad susceptible de conciencia por consecuencia de la represión (Freud, 1905); los síntomas ocurren entonces cuando el deseo y el impulso sexual compiten con una desautorización sexual simultánea.
Freud, planteo que escenas de experiencia sexual prematura, son determinantes en la configuración de la sexualidad posterior del individuo. Propuso que los niños muy tempranamente son enfrentados pasivamente a una irrupción de la sexualidad adulta. El niño sirve como objeto de seducción por parte de un adulto perverso, desviante en cuanto al objeto porque es pedofílico, y en cuanto a la meta porque busca satisfacer sus necesidades con ese niño (Freud, 1905; cp, Laplanche, 1987).
Estas experiencias de seducción infantil, fue lo que denominó “seducción originaria”, y explica la respuesta del niño o adolescente frente a una segunda experiencia de seducción, donde se reactualiza el recuerdo difuso de la escena primaria, desencadenándose un trauma difícil de elaborar. Es precisamente la emoción que se genera con la reactivación de este recuerdo lo que se reprime y desencadena luego el síntoma (Freud, 1905; cp, Laplanche, 1987). El histérico surge por consecuencia de una seducción precoz por parte de un adulto perverso, el obsesivo por su participación en la transgresión que parte del adulto, no obstante, la actividad encontrada en la infancia del obsesivo se esboza siempre sobre el fondo de una experiencia pasiva más antigua.
El termino narcisismo, fue introducido por Freud para dar cuenta a ese movimiento que se genera cuando el objeto (niño) se transforma en sujeto a través de las vicisitudes pulsionales sexuales y su devenir identificatorio con el mundo (Hornstein, 2000). En el encuentro con el entorno, el niño se confronta con un adulto que le provee mensajes a los que intenta dar sentido y respuesta. Su supervivencia, depende del cuidado que proviene de la madre, quien tiene la difícil tarea de estimular su actividad pulsional y de contenerla, de ofrecerse y de rehusarse como objeto de placer.
De este modo, tenemos que la configuración de la sexualidad se establece sobre la base de ligazones entre sistemas de representaciones preexistentes, es ese juego de afectación que se produce entre la madre y el niño, lo que sirve de base para estimular las raíces sexuales del bebé.
Freud (1905), planteó que los gérmenes de mociones sexuales que trae consigo el neonato presentan cambios a lo largo desarrollo; desde la fase pregenital, cuando la vida infantil es esencialmente autoerótica, y las pulsiones parciales (ver, exhibir, crueldad) aspiran conseguir placer cada una por su cuenta; hasta la fase genital, cuando la consecución del placer está al servicio de la “función de reproducción”, y las pulsiones parciales se subordinan a una única zona erógena, formando así una organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.
Ahora bien, el deseo sexual es excéntrico con respecto a la conciencia y con respecto a la autoconservación, dicho en otras palabras, no siempre el fin del deseo sexual consiste en garantizar la conservación de la especia humana a través de la reproducción sexual; esto se ve evidenciado en exteriorizaciones de la sexualidad infantil, cuando el chupeteo y el autoerotismo, no cumplen la función de obtener gratificación del alimento sino la necesidad de repetir la satisfacción sexual, al descargar la pulsión en el propio cuerpo, encontrando zonas erógenas de menor valor en comparación a las que se conseguirán posteriormente en un objeto externo (los labios del otro por ejemplo).
La meta sexual infantil y adulta consiste entonces
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