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EL FUTURO DE ORO

NANA02201 de Octubre de 2013

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Las Semillas del Sufrimiento

I

El Kriya-Yoga es un yoga preliminar y práctico compuesto de austeridad, estudio de uno mismo y entrega a Dios.

II

La práctica del Kriya-Yoga reduce el sufrimiento y conduce hasta el samadhi

III

El sufrimiento es causado por la falta de atención,

el egoísmo, las atracciones, las repulsiones,

el apego a la vida y el temor a la muerte.

IV

Tanto si están en los estados de atenuación, alteración,

expansión, o letargo, es debido a la falta de atención que las demás causas de sufrimiento pueden operar.

La Humanidad corriente puede ser dividida en dos grandes clases: una es la del sádico y la otra la del masoquista. El sádico disfruta torturando a los demás y el masoquista disfruta torturándose a sí mismo. El sádico se siente atraído, obviamente, hacia la política. Allí existe la posibilidad, la oportunidad, de torturar a los demás. O bien es atraído hacia la investigación cien¬tífica, en particular hacia la investigación médica. En ella existe la posibilidad de-en nombre de la experimentación-torturar a inocentes animales, a pacientes, a cuerpos vivos y muertos. Si la política no le seduce y tampoco está muy seguro de sí mismo, o si no es suficientemente inteligente para adentrarse en la investiga¬ción, entonces el sádico se convierte en maestro de escuela-tor¬tura a los niños. Pero el sádico siempre se mueve, sabiéndolo o sin saberlo, hacia una situación en la cual pueda torturar. En el nombre del país, en el nombre de la nación, de la sociedad, de la revolución, en el nombre de la verdad, de los descubrimientos, en el nombre de las reformas, del reformar a los demás, el sádico siempre va en busca de una oportunidad para torturar a alguien.

Lo sádicos no se sienten muy atraídos hacia la religión. El otro tipo-el masoquista-sí es atraído hacia la religión. Ellos pueden torturarse a sí mismos, pueden convertirse en grandes ma¬hatmas, pueden llegar a ser grandes santos y son honrados por la sociedad porque se torturan a sí mismos. Un masoquista perfecto se dirige siempre directamente hacia la religión, de la misma manera que el sádico perfecto siempre se acerca a la política. La política es la religión del sádico; la religión es la política del masoquista. Pero si un masoquista no se siente muy seguro, entonces puede encontrar otros caminos alternativos. Puede convertirse en artista, en pintor, en poeta, y puede permitirse a sí mismo sufrir en nom¬bre de la poesía, de la literatura, de la pintura.

Debes de haber oído el nombre de Vincent Van Gogh, el gran pintor holandés. Era el perfecto masoquista. Si hubiera nacido en la India se hubiera convertido en el mahatma más grande, pero se convirtió en pintor. No tenía mucho dinero. Su hermano solía darle sólo lo suficiente para sobrevivir. De los siete días de la semana solamente comía tres días y durante los otros cuatro ayunaba para poder pintar.

Estaba enamorado de una mujer, pero el padre de esa mujer no le permitía verla. Por esto puso su mano sobre una llama y dijo, "Mantendré mi mano sobre esta llama hasta que me permitáis verla". Se quemó la mano.

Una prostituta le dijo, "Tus orejas son muy hermosas", porque no había otra cosa digna de alabanza en su rostro. Era uno de los hombres más feos que podías encontrar; tenía rasgos horribles. La prostituta debió de pasar apuros ante ese hombre, de modo que le dijo que sus orejas eran muy hermosas. Él regresó a su casa, cortó una de sus orejas, la envolvió, regresó donde ella esta¬ba-aún manándole sangre-y le entregó la oreja diciendo, "Sé que te gustaba mucho. Me complace poder dártela como regalo".

Continuó pintando en la zona más calurosa de Francia, en Arles, durante el verano, cuando el sol está en lo más alto. Todo el mundo le decía, “Enfermarás; el sol es demasiado fuerte". Pero durante todo el día, en especial mientras hacía más calor, a pleno mediodía, seguía en el campo, pintando. A los veinte días enlo¬queció. Era joven-treinta y tres o treinta y cuatro años-cuando se suicidó, cuando acabó con su vida.

Pero en el nombre de la pintura, del arte, de la belleza, puedes torturarte a ti mismo. En el nombre de Dios, en el nombre de la oración, en el nombre de la sadhana, puedes torturarte a ti mis¬mo. Descubrirás que este tipo de hombre predomina en la India: tendido sobre una cama de clavos, de espinas, ayunando durante meses. Te encontrarás con gente que no ha dormido durante diez años. Permanecen de pie, luchando contra el sueño. Hay gente que ha estado de pie durante años; no han cambiado de postura. Sus piernas están casi muertas. Hay gente que vive con una mano levantada al aire. La mano ha muerto; ya no circula sangre por ella, es sólo huesos. Esa gente está enferma; necesitan tratamien¬to. Pero atraen a miles de personas.

Todos tus políticos-Adolf Hitler, Joseph Stalin, Mao Tse Tung-necesitan tratamiento. Y todos tus mahatmas necesitan también tratamiento porque un hombre interesado en controlarse a sí mismo o a los demás, está enfermo, muy enfermo. Interesarse por la tortura-bien sea en la de los demás, o por la de uno mis¬mo-estar interesado en torturar, es un síntoma absolutamente seguro de una profunda enfermedad. Cuando estás sano, no de¬seas torturar a los demás, no deseas torturarte a ti mismo. Cuando estás sano, disfrutas. Cuando estás sano, te sientes tan dichoso que te gustaría bendecir a todo el mundo. Quisieras que tus bendiciones fluyeran desde tu ser al ser de los demás, a toda la Exis¬tencia. Estás desbordante de felicidad. La salud es celebración; la enfermedad es una tortura-o bien del otro, o bien tuya.

¿Por qué estoy diciendo esto antes de empezar a hablar sobre Patanjali? Lo estoy diciendo porque hasta ahora, Patanjali ha sido siempre comentado por masoquistas. Pero lo que yo voy a decir sobre Patanjali va a ser a algo totalmente distinto de todos los demás comentarios. No soy ni un masoquista, ni un sádico. Dis-fruto conmigo mismo y me gustaría que participaras conmigo. Mis comentarios sobre Patanjali serán básicamente distintos de todos los comentarios previos. Mis comentarios serán igual que si el mismo Patanjali los estuviera comentando.

Él no era ni un sádico, ni un masoquista. Era un hombre per¬fectamente integrado, sin ninguna enfermedad interior, sin pro¬blemas psicológicos, sin obsesiones. Estaba sano, era íntegro, estaba integrado. Todo lo que dijo puede ser interpretado de tres modos. Un sádico puede interesarse por él, pero es muy raro, por¬que los sádicos no se interesan por la religión. No puedes imagi¬narte a un Mao Tse Tung, a un Adolf Hitler, o a un Joseph Stalin interesándose por Patanjali; no. A los sádicos no les interesa; por eso no lo han comentado. Los masoquistas se interesan por la religión y han comentado a Patanjali y lo han teñido de su propio color. Hay millones de ellos y todo lo que han dicho ha distorsionado por completo el mensaje de Patanjali; lo han destruido por completo. Ahora, después de miles de años, esos comentarios se interponen entre tú y Patanjali. Y continúan aumentando.

Los Yoga Sutras de Patanjali son uno de los libros más comentados. Están preñados de significado, son profundamente sig¬nificativos. ¿Pero dónde vas a encontrar a un Patanjali para que los comente? ¿Dónde se puede encontrar a un hombre que no esté enfermo en absoluto? Porque la enfermedad los coloreará; no pue¬des evitarlo. Cuando interpretas algo, tú estás en esa interpreta¬ción. Has de estar ahí; no hay otra forma de interpretar. Y yo voy a decir cosas que no se han dicho y puede que me consideres distinto de todos los demás comentaristas.

Recuerda esto, porque no soy ni un masoquista, ni un sádico. No me he acercado a la religión para torturarme a mí mismo; más bien, el caso ha sido el opuesto. En realidad, nunca me he acercado a la religión. Simplemente he disfrutado de mí mismo y la reli¬gión ha surgido como una consecuencia, como un subproducto. Nunca he realizado prácticas de la forma como la gente religiosa las hace; nunca he buscado de esa forma. Simplemente he vivido en una profunda aceptación de todo. He aceptado a la Existencia y a mí mismo y nunca he tenido intención alguna de cambiarme. Cuanto más me aceptaba a mí mismo, cuanto más aceptaba la Exis-tencia, un profundo silencio descendía sobre mí, una dicha. En ese gozo, la religión surgió en mí. De modo que no soy religioso en el sentido corriente de la palabra. Si quieres encontrar un paralelo tendrás que buscar en otra parte que no sea en la religión.

Siento una gran afinidad con un hombre que nació hace dos mil años en Grecia. Su nombre era Epicuro. Nadie le considera religioso. La gente le considera el hombre más ateo que nunca haya nacido, el más materialista; sencillamente lo opuesto al hom¬bre religioso. Pero yo no lo veo así. Epicuro era un hombre reli¬gioso de forma natural. Recuerda estas palabras: religioso de for¬ma natural. La religión surgió en él. Por eso, la gente nunca se fijó en él, porque nunca buscó. El proverbio "Come, bebe y sé feliz" surgió de Epicuro. Y ésta se ha convertido en la actitud del materialista.

En realidad, Epicuro vivió una vida de las más austeras. Vivió de la forma más sencilla en que nunca nadie haya vivido. Incluso un Mahavira, o un Buda, no eran tan simples y austeros como Epicuro, porque su simplicidad era cultivada; la habían trabajado, la ha¬bían convertido en una práctica. Habían reflexionado sobre ella y habían abandonado todo lo que era innecesario. Se habían disci¬plinado

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