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EL FUTURO DE ORO


Enviado por   •  1 de Octubre de 2013  •  5.384 Palabras (22 Páginas)  •  312 Visitas

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Las Semillas del Sufrimiento

I

El Kriya-Yoga es un yoga preliminar y práctico compuesto de austeridad, estudio de uno mismo y entrega a Dios.

II

La práctica del Kriya-Yoga reduce el sufrimiento y conduce hasta el samadhi

III

El sufrimiento es causado por la falta de atención,

el egoísmo, las atracciones, las repulsiones,

el apego a la vida y el temor a la muerte.

IV

Tanto si están en los estados de atenuación, alteración,

expansión, o letargo, es debido a la falta de atención que las demás causas de sufrimiento pueden operar.

La Humanidad corriente puede ser dividida en dos grandes clases: una es la del sádico y la otra la del masoquista. El sádico disfruta torturando a los demás y el masoquista disfruta torturándose a sí mismo. El sádico se siente atraído, obviamente, hacia la política. Allí existe la posibilidad, la oportunidad, de torturar a los demás. O bien es atraído hacia la investigación cien¬tífica, en particular hacia la investigación médica. En ella existe la posibilidad de-en nombre de la experimentación-torturar a inocentes animales, a pacientes, a cuerpos vivos y muertos. Si la política no le seduce y tampoco está muy seguro de sí mismo, o si no es suficientemente inteligente para adentrarse en la investiga¬ción, entonces el sádico se convierte en maestro de escuela-tor¬tura a los niños. Pero el sádico siempre se mueve, sabiéndolo o sin saberlo, hacia una situación en la cual pueda torturar. En el nombre del país, en el nombre de la nación, de la sociedad, de la revolución, en el nombre de la verdad, de los descubrimientos, en el nombre de las reformas, del reformar a los demás, el sádico siempre va en busca de una oportunidad para torturar a alguien.

Lo sádicos no se sienten muy atraídos hacia la religión. El otro tipo-el masoquista-sí es atraído hacia la religión. Ellos pueden torturarse a sí mismos, pueden convertirse en grandes ma¬hatmas, pueden llegar a ser grandes santos y son honrados por la sociedad porque se torturan a sí mismos. Un masoquista perfecto se dirige siempre directamente hacia la religión, de la misma manera que el sádico perfecto siempre se acerca a la política. La política es la religión del sádico; la religión es la política del masoquista. Pero si un masoquista no se siente muy seguro, entonces puede encontrar otros caminos alternativos. Puede convertirse en artista, en pintor, en poeta, y puede permitirse a sí mismo sufrir en nom¬bre de la poesía, de la literatura, de la pintura.

Debes de haber oído el nombre de Vincent Van Gogh, el gran pintor holandés. Era el perfecto masoquista. Si hubiera nacido en la India se hubiera convertido en el mahatma más grande, pero se convirtió en pintor. No tenía mucho dinero. Su hermano solía darle sólo lo suficiente para sobrevivir. De los siete días de la semana solamente comía tres días y durante los otros cuatro ayunaba para poder pintar.

Estaba enamorado de una mujer, pero el padre de esa mujer no le permitía verla. Por esto puso su mano sobre una llama y dijo, "Mantendré mi mano sobre esta llama hasta que me permitáis verla". Se quemó la mano.

Una prostituta le dijo, "Tus orejas son muy hermosas", porque no había otra cosa digna de alabanza en su rostro. Era uno de los hombres más feos que podías encontrar; tenía rasgos horribles. La prostituta debió de pasar apuros ante ese hombre, de modo que le dijo que sus orejas eran muy hermosas. Él regresó a su casa, cortó una de sus orejas, la envolvió, regresó donde ella esta¬ba-aún manándole sangre-y le entregó la oreja diciendo, "Sé que te gustaba mucho. Me complace poder dártela como regalo".

Continuó pintando en la zona más calurosa de Francia, en Arles, durante el verano, cuando el sol está en lo más alto. Todo el mundo le decía, “Enfermarás; el sol es demasiado fuerte". Pero durante todo el día, en especial mientras hacía más calor, a pleno mediodía, seguía en el campo, pintando. A los veinte días enlo¬queció. Era joven-treinta y tres o treinta y cuatro años-cuando se suicidó, cuando acabó con su vida.

Pero en el nombre de la pintura, del arte, de la belleza, puedes torturarte a ti mismo. En el nombre de Dios, en el nombre de la oración, en el nombre de la sadhana, puedes torturarte a ti mis¬mo. Descubrirás que este tipo de hombre predomina en la India: tendido sobre una cama de clavos, de espinas, ayunando durante meses. Te encontrarás con gente que no ha dormido durante diez años. Permanecen de pie, luchando contra el sueño. Hay gente que ha estado de pie durante años; no han cambiado de postura. Sus piernas están casi muertas. Hay gente que vive con una mano levantada al aire. La mano ha muerto; ya no circula sangre por ella, es sólo huesos. Esa gente está enferma; necesitan tratamien¬to. Pero atraen a miles de personas.

Todos tus políticos-Adolf Hitler, Joseph Stalin, Mao Tse Tung-necesitan tratamiento. Y todos tus mahatmas necesitan también tratamiento porque un hombre interesado en controlarse a sí mismo o a los demás, está enfermo, muy enfermo. Interesarse por la tortura-bien sea en la de los demás, o por la de uno mis¬mo-estar interesado en torturar, es un síntoma absolutamente seguro de una profunda enfermedad. Cuando estás sano, no de¬seas torturar a los demás, no deseas torturarte a ti mismo. Cuando estás sano, disfrutas. Cuando estás sano, te sientes tan dichoso que te gustaría bendecir a todo el mundo. Quisieras que tus bendiciones fluyeran desde tu ser al ser de los demás, a toda la Exis¬tencia. Estás desbordante de felicidad. La salud es celebración; la enfermedad es una tortura-o bien del otro, o bien tuya.

¿Por qué estoy diciendo esto antes de empezar a hablar sobre Patanjali? Lo estoy diciendo porque hasta ahora, Patanjali ha sido siempre comentado por masoquistas. Pero lo que yo voy a decir sobre Patanjali va a ser a algo totalmente distinto de todos los demás comentarios. No soy ni un masoquista, ni un sádico. Dis-fruto conmigo mismo y me gustaría que participaras conmigo. Mis comentarios sobre Patanjali serán básicamente distintos de todos los comentarios previos. Mis comentarios serán igual que si el mismo Patanjali los estuviera comentando.

Él no era ni un sádico, ni un masoquista. Era un hombre per¬fectamente integrado, sin ninguna enfermedad interior,

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