El Olvido Que Sermos
jeison1628 de Octubre de 2012
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El Olvido Que Seremos
1° Resumen
2° Personajes
3° Tema central
4° Tiempo cronológico
4.1° Tiempo
4.2° Espacio
4.3° Lugar
5° Opiniones persónales
1° Resumen:
Este libro trata de un niño que amaba mucho a su padre, más que a Dios, y tenía una niñera monja que le decía que su padre iría al infierno porque no iba a la iglesia y el niño le dijo que dejaría de ir a la iglesia y dejaría de rezar para no quedarse solo en el cielo viendo morir a su padre morir en el infierno. “Para el niño era más grande el amor de su padre que el de Dios”.
Cuando el niño tuvo sus hijos se dio cuenta del amor tan grande que le tenía a su padre como el que les tenía a sus hijos que el daría su vida por sus hijos para protegerlos como lo haría su padre por él. El padre le enseñaba en una universidad y los estudiantes de la universidad le sacaban dinero. Tenía una secretaria que quería mucho al niño y se suicidó después su padre le enseñaba al niño las vocales y algunas consonantes.
Cuando mi mama oyó por radio el comunicado en “la hora católica”, empezó a temblar, con una mescla de rabia y de temor. De inmediato cogió el teléfono para llamar a su tío para preguntarle porque había firmado ese ataque tan duro y injusto contra su marido.
El tío Joaquín no tenía ni la más remota idea de lo que había firmado aunque nunca estuvo de acuerdo con lo que mi papa decía o escribía pues él era obispo de los chupaclos a la antigua y muy intransigente en todas las materias no iba a cometer la impertinencia de amonestar en público a alguien, que, bien mirando era su yerno. El día de la muerte de papa, le dejo un reloj suizo a su hijo. Después de la muerte del papa encontraron un gran apoyo moral fue la monja quien lo cuido en la muerte de su padre.
Su hermana no fue monja pero si doctora, al escuchar a su hermana le parecía escuchar a su padre, era una gran consejera después de su papa. Las condiciones en la casa cada vez empezaban, su mama no podía hacer nada ya que era muy machista y no la dejaban hacer nada. Después de ello su mama empezó a trabajar en una oficina para ayudar en la casa. Después de la muerte de arzobispo en los barrios de Medellín hubo una gran misión la cual era una especie de reconocimiento católico, patrocinado por el caudillo, de España.
La hipótesis que más seguidores tenia y la que los curas lacionaban braticamente, en esos sermones, era terrible oye consistía en la inmanencia de la tercera guerra mundial entre EE.UU y RUSIA, es decir entre el mal y el bien. La fe católica era la única verdadera religión que no se podía interrumpir con las guerras. Hubieron muchos dignificados por el rosario de aurora “Las guerras”. Hubieron tiempos en que el catolicismo era el más perseguido por las fuerzas fieles u/o entregados.
El abuelo Antonio empezó a recordar que los únicos con el derecho de llevar el título de do se había atrevido a ser el primer liberal de la familia en más de un siglo de recuperadores y había que enfrentarse a su propio suegro bemando Gomes.
Una tarde después de pedir una cita con el rector, fuimos a solicitar un cupo. Así fue como termino estudiando en el gimnasio días alcázares establecimiento el cual estaba asegurado por el opuis hey. Abecés unas pocas personas. De racionalidad, al crecer recapacitaban por algunos años adoptando el punto el punto de vista descreído aunque Allan sido educados por un modo convencional.
Le pareció grotesco cuando los marxistas quisieron construir y lo convirtieron en una vieja capilla de la ciudad universitaria rica en laboratorio y luego notará pues si bien había nacido en convento, y por lo tanto respetaba en vista de que la mayor parte de los profesores y estudiantes pero luego de cortas y las conversaciones que tuve con él, he llegado a darme cuenta de que no es que uno nazca bueno si casi siempre me comporto de una manera decente y más o menos normal sino soy antisocial y he soportado atentados y apenas siendo pacifico.
El problema era cuando se asustaba durante meses, yo cogía, indefenso el oscuro catolicismo la casa de mi abuela en la carretera villa con la calle bombona olía a incienso como las catedrales y estaba llena de estatuas e/y imágenes de santos.
Al caer la tarde el tío Luis y muchas mujeres se acercaban a la capilla a rezar recuerdo cuando mi papa volvía después de lo que para mí eran viajes de años en indonesia y a las isla filipinas una gran terraza con mirada sobre la pista, mis rodillas metidas sobre la contradicción en sus creencias y en su comportamiento, pero complementarios y de un trato muy amoroso en la vida cotidiana.
Hay periodos de la vida que transcurren en una especie de armoniosa felicidad pero dos que tienen en su totalidad la alegría y para mí lo más aburridos por esa larga vista de barú después del almuerzo mientras ellos hablaban.
Después no comento ninguna palabra sobre el asunto pero semanas más tarde, en la biblioteca me conto una historia lo que yo sentía con más fuerza era que mi papa tenía confianza en mí y que también depositaba en mis grandes esperanzas.
Una de la cinco hermanas era perfecta, tocaba el violín le iba bien en el colegio era muy buena en lo que hacía. Cogió fama porque salía en todos los medios públicos; una de las hermanas practicaba el violín pero cuando llego a once decidió dejarlo porque era un instrumento muy triste. Dos hermanas se casaron una de ellas tuvo una enfermedad que se denominó cáncer de piel y los papas vendieron todo para hacerle un tratamiento en Washington.
Varias parejas de amigos, Jorge Fernández y Marta Hernández, Fabio Ortega y Mabel Escovar, Don Emilio Pérez y mi cuñado Fernando Vélez, les entregaron miles de dólares en efectivo, como préstamo, sin fecha de devolución, o como un regalo, y mi papá y mi mamá los recibieron con lágrimas en los ojos. Cuando volvieron de Estados Unidos, mi papá y mi mamá devolvieron los préstamos intactos, pero llevarlos en la cartera les daba seguridad.
Estaban dispuestos a vender la casa, la finca, todo lo que teníamos, si el tratamiento de Marta era posibles dependía del pago, porque así era, y es, la medicina de allá, mejor para los que tengan más plata disponible. Pero no había plata para comprar la salud en ese cáncer. Había esperanzas vagas, con una droga nueva, en los primeros estados de experimentación, y se la empezaron a dar en el hospital Varias parejas de amigos, Jorge Fernández y Marta Hernández, Fabio Ortega y Mabel Escobar, Don Emilio Pérez y mi cuñado Fernando Vélez, les entregaron miles de dólares en efectivo, como préstamo, sin fecha de devolución, o como un regalo, y mi papá y mi mamá los recibieron con lágrimas en los ojos.
Cuando volvieron de Estados Unidos, mi papá y mi mamá devolvieron los préstamos intactos, pero llevarlos en la cartera les daba seguridad. Estaban dispuestos a vender la casa, la finca, todo lo que teníamos, si el tratamiento de Marta era posibles dependía del pago, porque así era, y es, la medicina de allá, mejor para los que tengan más plata disponible. Pero no había plata para comprar la salud en ese cáncer. Había esperanzas vagas, con una droga nueva, en los primeros estados de experimentación, y se la empezaron a dar en el hospital
El día de su muerte, en el cuarto, estaban, además de mi papá y mi mamá, la tía Inés, Hernán Darío, el novio carnal, que ese día se había peluqueado, y Marta siempre decía que los hombres recién motilados traían mala suerte, y el doctor Jaime Borrero que durante seis meses fue a verla todos los días, sin cobrar un centavo, sin hacer otra cosa que intentar atenuar su sufrimiento, y los nuestros.
Él siempre me decía: “Usted tiene que ser fuerte, y ayudarle a su papá, que está destrozado, sea fuerte y ayúdele”. Yo decía que si con la cabeza, pero no sabía cómo ser fuerte, ni mucho menos cómo podría ayudarle a mi papá. Mi papá lo único que hacía era ponerle morfina, y animarla y más morfina a mi hermana.
Fuera de esto, y de mimarla, y animarla, no podía hacer nada más, salvo mirar cómo se iba yendo, día tras día, noche tras noche. La droga le daba una sonrisa de serenidad en la cara de mi hermana, pero cada día necesitaba más y más para estar bien por algunas horas. Ya no había partes de su cuerpo sin chuzones, los glúteos, los brazos, los muslos, eran un reguero de punzadas rojas, como si se la hubieran comido las hormigas.
El presente y el pasado de mi familia se partieron ahí, con la devastadora muerte de Marta, y el futuro ya no volvería a ser el mismo para ninguno de nosotros. Digamos que ya no fue posible para nadie volver a ser plenamente feliz, ni siquiera por momentos, porque en el mismo instante en el que nos mirábamos en un rato de felicidad, sabíamos que alguien faltaba, que no estábamos completos, y que entonces no teníamos derecho a ser alegres, porque ya no podía existir plenitud. Hasta en el límpido cielo del verano habrá siempre en alguna parte del horizonte, para nosotros, una nube negra.
Quince años más tarde, en la misma iglesia de Santa Teresita, nos tocó asistir a otro entierro tumultuoso. Era el 26 de agosto, y la tarde anterior habían matado a mi papá. Lo velamos, primero, en la casa de mi hermana mayor, Mary luz, la última parte de la noche, después de que en aquella morgue de mi infancia la misma donde me había llevado a conocer un muerto, como si quisiera prepararme para el futuro, ya en la madrugada, nos entregaron el cadáver.
Por la mañana, como suele suceder en este país de catástrofes diarias,
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