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ÉTICA Y DEONTOLOGÍA

Valeria ValverdeResumen31 de Marzo de 2020

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INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE ETHOS

La ética está inscripta en el ámbito de la filosofía práctica, se trata de una reflexión o una indagación del ethos que designa un esfuerzo por comprender y esclarecer el hecho moral. La pretensión fundamental de la ética es dilucidar el entramado de normas, valores, principios y creencias morales que rigen o regulan nuestra conducta.

El punto de partida es el ser humano como sujeto reflexivo y capaz de crear un saber de la praxis y para la praxis. Su objeto es el ethos, que significa “modo de ser” o “carácter” y que es el conjunto de convicciones, actitudes, valores, formas de conducta y creencias morales que permea nuestra comportamiento. Está presente en nuestro obrar diario: atraviesa nuestras acciones, preferencias y decisiones.

ÉTICA Y MODERNIDAD

Existen algunos rasgos que predominan en la reflexión desarrollada en la edad moderna, teniendo como rasgo principal la centralidad del sujeto, reconocido como punto de partida de la filosofía moderna.

La idea del sujeto como núcleo central del conocimiento inicia con Descartes y fue el acontecimiento fundamental para el surgimiento del pensamiento filosófico de la modernidad. Descartes propone la evidencia como criterio de la verdad y las ideas mismas como suministro del conocimiento; estableció como base fundamental de su filosofía “pienso, luego existo”.

De esta manera, la conciencia individual y el individualismo metodológico serán el núcleo del pensamiento moderno; así como se debe desconfiar del conocimiento obtenido por los sentidos, ya que para que el conocimiento sea válido debe ser fruto de la razón. Si a esta premisa la llevamos a la ética, debemos decir que la razón debe guiar el proceder práctico y las acciones que realizamos.

Ideas que hereda Kant de Descartes: primer lugar D introduce el concepto de moral provisional que consiste en una serie de máximas o normas de comportamiento que delinean la conducción de nuestros actos, y el control y dominio de las pasiones. Estas máximas de la moral tienen ciertos términos: (a) obedecer las leyes y las costumbres. (b) ser firme en las acciones. (c) el poder está en nuestros propios pensamientos.

Otra gran línea de pensamiento fue la de Hume quien puso en un papel central a las pasiones y postulaba que la moral no depende sólo de la razón, sino que los juicios morales están estrechamente relacionados con las pasiones que impulsan nuestras formas de actuar; en este sentido la moralidad procede del sentimiento.


EL SUJETO MORAL KANTIANO

Kant (1724-1804) fue un filósofo prusiano de  la ilustración (siglo 18) que aportó una de las visiones más influyentes en la historia del pensamiento. Sus tres grandes influencias en el pensamiento fueron Newton, Hume y Rousseau.

Kant hace el intento de superar las dos principales corrientes filosóficas del siglo 17: por un lado el racionalismo (de la mano de Descartes y Leibniz) y por el otro el empirismo (de la mano de Locke y Berkeley).

Debemos a Kant su concepción de la libertad como autonomía, como la capacidad de darse leyes a sí mismo. La importancia dada a la ética kantiana radica en que nos ofrece una propuesta puente entre ética y éticas aplicadas, de esta forma, no solo se ocupa del nivel de fundamentación sino también en el de la realización práctica.

Su concepción ética deriva en la construcción de una filosofía moral racionalista y formal, cuya preocupación central es el fundamento moral de nuestras acciones y juicios.

El punto de partida para la reflexión ética es el hecho de que la razón es una facultad práctica, es decir, tiene influjo en la voluntad. Para Kant la moralidad de una acción no depende de la acción misma, sino de la voluntad o disposición con que se lleva a cabo. Se produce así una separación  entre materia y forma de la acción. La materia es el contenido del mandato y la forma el motivo o la razón de ser de la acción. El formalismo ético significa que la forma es suficiente para definir la moralidad de una acción.

Uno de los sus aportes clave al campo de la ética consiste en introducir el giro copernicano, el cual hace referencia a una inversión del papel que juega el sujeto y el objeto en el conocimiento. Kant critica que ni el entendimiento ni la percepción sensible por sí solos pueden considerarse como bases legítimas de conocimiento.

Por el contrario, afirma que en el conocimiento de la realidad el sujeto no es un receptor pasivo, sino que posee facultades o estructuras cognoscitivas. El acto de conocer requiere de la intervención de experiencias o impresiones sensibles y los conocimientos a priori que recibirán el nombre de categorías. Estas categorías son esquemas organizativos del entendimiento que son previos e independientes a la experiencia y sin ellos la realidad no puede ser conocida.

En este punto es fundamenta el gran valor de la fuerza de la razón, la capacidad de entender está sujeta a la libertad y la dignidad. El hombre es capaz de servirse de su propia razón como condición para su emancipación, pero el punto de partida de esta se encuentra en los conceptos de libertad y de dignidad.

El sujeto moral kantiano se autogobierna: la persona es responsable de sí, de su accionar y de los resultados de ese accionar, pero para esto se necesita considerar al ser humano como un ser digno y con libertad para hacer uso íntegro de su razón. Servirse de la propia inteligencia se convierte en una regla de compromiso, es decir, en una exigencia moral sin excepción.

La voluntad se convierte en uno de los puntos más fuertes de Kant, como origen y guía firme de su accionar en la vida, pues el  uso de la razón exige esfuerzo y riesgo. La postergación del uso de razón (no tomar decisiones y esperar a que otro las haga) es un entorno seguro, sin embargo, nos impide vivir la libremente y con dignidad. Su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de la razón sin la tutela de otro (sapere aude, ten el valor de servirte de tu propia razón).

El uso íntegro de la razón demanda fortaleza, afirma la primacía de la voluntad y se muestra en el hecho de poder darse a sí mismo, en su carácter de autolegislador, máximas y principios morales universales. La mayor grandeza está no en juzgar las acciones a la luz de la felicidad que producen sino en realizarlas según la ley que se impone en sí mismo y que por tanto constituye su deber.

De este modo la razón práctica es la fuente de la moralidad. Las máximas y los principios morales que el humano se impone a sí mismo son producto de la razón práctica, por lo tanto no pueden considerarse como medio puesto al servicio de algo externo. La dimensión ética kantiana se centra en la interioridad de la acción y la capacidad que posee el ser humano de imponerse la ley moral a sí mismo: depende de la razón y no de alguna circunstancia externa.

Al mandato que el sujeto se impone a sí mismo como ser autónomo y libre, Kant lo llama imperativo categórico: obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal, esto quiere decir, actuar de forma tal que le sea lícito desear que aquello que rige su acción regule el comportamiento de todos los hombres.

Las cualidades propias del imperativo categórico son su universalidad y su necesidad, no obedece a mandatos externos ni condicionantes particulares: se trata de una ética legítima y obligatoria para todos los seres racionales que pueda aplicarse en todo tiempo y lugar.

La principal característica consta de su condicionalidad: no dependen de un fin, solo podremos considerar moral a aquel mandato de la razón que solo hace referencia a ella misma: esta es la condición necesaria para sentirnos responsables de nuestros actos.

En este punto encontramos una diferencia clave con la ética aristotélica: ¿Qué es lo que guía el accionar humano? Para Aristóteles es un  fin último (la felicidad); mientras que para Kant es la razón. La ley moral proviene así del propio agente y los motivos interiores que conducen su obrar; mientras que el aristotelismo y el utilitarismo remiten a una instancia exterior en su fundamentación de la acción moral.

La filosofía práctica kantiana introduce una clara diferenciación entre dos grandes líneas de construcción ética: las deontológicas y las teleológicas o consecuencialistas. Las deontológicas están ancladas al deber, mientras que las teleológicas se encuentran ancladas a un fin y las consecuencialistas a las consecuencias.

Para Kant las normas morales son válidas si son justas, con independencia de las consecuencias que pueda acarrear su observancia, ni la felicidad ni ninguna otra finalidad exterior puede constituirse en principios o criterios de la ética. La razón práctica kantiana es autónoma porque contiene las leyes en sí misma, lo específico de la razón práctica reside en el propio agente moral.

Con Kant el fenómeno moral queda estrechamente unido al concepto de deber: la razón práctica impone deberes a la voluntad. El imperativo categórico es incondicional en su obligatoriedad ya que incluye la universalidad, en consecuencia, se muestra ajeno al contenido material de las acciones morales.

Por esto se considera formalista, no se atiene a contenidos particulares de las normas, sino a un criterio abstracto de universalización. El valor del hombre como fin en sí mismo fundamenta la moral incondicionalmente y, por tanto, la dignidad y el respeto humanos constituyen valores morales incuestionables.

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