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De La Cocina De La Escritura


Enviado por   •  1 de Marzo de 2015  •  6.762 Palabras (28 Páginas)  •  225 Visitas

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Rosario Ferré

"LA COCINA DE LA ESCRITURA"

2003 - Reservados todos los derechos

Permitido el uso sin fines comerciales

Rosario Ferré

"LA COCINA DE LA ESCRITURA"

Si Aristóteles hubiera guisado,

mucho más hubiera escrito.

Sor Juana

I

DE CÓMO DEJARSE CAER DE LA SARTÉN AL FUEGO

A lo largo del tiempo, las mujeres narradoras han escrito por múltiples razones: Emily

Brontë escribió para demostrar la naturaleza revolucionaria de la pasión; Virginia Woolf

para exorcizar su terror a la locura y a la muerte; Joan Didion escribe para descubrir lo que

piensa y cómo piensa; Clarisse Lispector descubre en su escritura una razón para amar y ser

amada. En mi caso, escribir es una voluntad a la vez constructiva y destructiva; una

posibilidad de crecimiento y de cambio. Escribo para edificarme palabra a palabra; para

disipar mi terror a la inexistencia, como rostro humano que había. En este sentido, la frase

"lengua materna" ha cobrado para mí, en años recientes, un significado especial. Este

significado se le hizo evidente a un escritor judo llamado Juan, hace casi dos mil años,

cuando empezó su libro diciendo: "En el principio fue el Verbo". Como evangelista, Juan

era ante todo escritor, y se refería al verbo en un sentido literario, como principio creador,

sean cuales fuesen las interpretaciones que posteriormente le adjudicó la Teología a su

célebre frase. Este significado que Juan le reconoció al Verbo yo prefiero atribuírselo a la

lengua; más específicamente, a la palabra. El verbo-padre puede ser transitivo o

intransitivo, presente, pasado o futuro, pero la palabra-madre nunca cambia, nunca muda de

tiempo. Sabemos que si confiamos en ella, nos tomará de la mano para que emprendamos

nuestro propio camino.

En realidad, tengo mucho que agradecerle a la palabra. Es ella quien me ha hecho posible

una identidad propia, que no le debo a nadie sino a mi propio esfuerzo. Es por esto que

tengo tanta confianza en ella, tanta o más que tuve en mi madre natural. Cuando pienso que

todo me falla, que la vida no es más que un teatro absurdo sobre el viento armado, sé que la

palabra siempre está ahí dispuesta a devolverme la fe en mí misma y en el mundo. Esta

necesidad constructiva por la que escribo se encuentra íntimamente relacionada a mi

necesidad de amor: escribo para reinventarme y para reinventar el mundo, para

convencerme de que todo lo que amo es eterno.

Pero mi voluntad de escribir es también una voluntad destructiva, un intento de aniquilarme

y de aniquilar el mundo. La palabra, como la naturaleza misma, es infinitamente sabia, y

conoce cuándo debe asolar lo caduco y lo corrompido para edificar la vida sobre cimientos

nuevos. En la medida en la que yo participo de la corrupción del mundo, revierto contra mí

misma mi propio instrumento. Escribo porque soy una disgustada de la realidad; porque

son, en el fondo, mis profundas decepciones las que han hecho brotar en mí la necesidad de

recrear la vida, de sustituirla por una realidad más compasiva y habitable, por ese mundo y

por esa persona utópicos que también llevo dentro.

Esta voluntad destructiva por la que escribo se encuentra directamente relacionada a mi

necesidad de odio y a mi necesidad de venganza; escribo para vengarme de la realidad y de

mí misma, para perpetuar lo que me hiere tanto como lo que me seduce. Sólo las heridas,

los agravios mas profundos (lo que implica, después de todo, que amo apasionadamente el

mundo) podrán quizá engendrar en mi algún día toda la fuerza de la expresión humana.

Quisiera hablar ahora de esa voluntad constructiva y destructiva, en relación a mi obra. El

día que me senté por fin frente a mi maquinilla con la intención de escribir mi primer

cuento, sabía ya por experiencia lo difícil que era ganar acceso a esa habitación propia con

pestillo en la puerta y a esas metafóricas quinientas libras al año que me aseguraran mi

independencia y mi libertad. Me había divorciado y había sufrido muchas vicisitudes a

causa del amor, o de lo que entonces había creído que era el amor: el renunciamiento a mi

propio espacio intelectual y espiritual, en aras de la relación con el amado. El empeño por

llegar a ser la esposa perfecta fue quizá lo que me hizo volverme, en determinado

momento, contra mí misma; a fuerza de tanto querer ser como decían que debía ser, había

dejado de existir, había renunciado a las obligaciones privadas de mi alma.

Entre éstas, la más importante me había parecido siempre vivir intensamente. No agradecía

para nada la existencia protegida, exenta de todo peligro pero también

...

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