ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

La Cuestión De La Identidad Cultural

juyomo8 de Febrero de 2014

19.314 Palabras (78 Páginas)471 Visitas

Página 1 de 78

La cuestión de la identidad cultural*

Stuart Hall

Introducción: la identidad en cuestión

La cuestión de la “identidad” está siendo vigorosamente debatida en la teoría social. En esencia, el argumento central es que las viejas identidades que estabilizaron el mundo social durante tanto tiempo se hallan en declive, lo que da origen a otras nuevas y fragmenta al individuo moderno concebido como un sujeto unitario. Esta llamada “crisis de identidad” es parte de un proceso más amplio de cambio que está dislocando los procesos y estructuras centrales de las sociedades modernas y minando las bases que otorgaban a los individuos un anclaje estable en el mundo social.

El objetivo de este capítulo es explorar algunas de estas cuestiones del problema de la identidad cultural en la modernidad tardía y afirmar si existe o no una “crisis de identidad”, en qué consiste y en qué direcciones se mueve. El capítulo aborda cuestiones como: ¿Qué entendemos por una “crisis de identidad”? ¿Qué avances recientes en las sociedades modernas la han precipitado? ¿Qué forma toma? ¿Cuáles son sus consecuencias potenciales? La primera parte de este capítulo (secciones 1-2) se ocupa de cambios en los conceptos de la identidad y del sujeto. La segunda parte (secciones 3-6) desarrolla este argumento con respecto a las identidades culturales: aquellos aspectos de nuestras identidades que surgen de nuestra “pertenencia” a distintas culturas étnicas, raciales, lingüísticas, religiosas y, sobre todo, nacionales.

Muchos de los capítulos de la parte III abordan su tema principal desde varias posiciones diferentes, enmarcándolo dentro de un debate, como si tuviera lugar entre distintos protagonistas. Este capítulo trabaja de forma un tanto diferente. Está escrito desde una posición que básicamente simpatiza con la afirmación de que las identidades modernas están siendo “descentradas”; esto es, dislocadas o fragmentadas. Su objetivo es investigar esta afirmación, entender lo que conlleva, calificarla y discutir cuáles podrían ser sus consecuencias probables. A lo largo de la argumentación, este capítulo modifica la afirmación anterior, introduciendo algunas complejidades y examinando algunos rasgos contradictorios que la afirmación “descentrante”, en sus formas más simples, deja de lado.

Por consiguiente, las formulaciones que se encuentren en este capítulo son provisionales y están abiertas a la polémica. Dentro de la comunidad sociológica, la opinión acerca de estas materias está profundamente dividida. Las tendencias son demasiado recientes y ambiguas y el mismo concepto con el que estamos trabajando —la identidad— resulta muy complejo, subdesarrollado y muy poco entendido dentro de la ciencia social contemporánea como para ser puesto a prueba definitivamente. Como muchos de los otros fenómenos examinados en este volumen, es imposible ofrecer aseveraciones concluyentes o realizar juicios seguros sobre las afirmaciones teóricas o proposiciones que están siendo propuestas. Es necesario tener esto en mente mientras se lea el resto del capítulo.

Para aquellos teóricos que creen que las identidades modernas se están quebrando, el argumento se desarrolla de la siguiente manera. Un tipo distintivo de cambio cultural está transformando las sociedades modernas a fines del siglo XX. Esto está fragmentando los paisajes culturales referentes a clase, género, sexualidad, etnicidad, raza y nacionalidad que nos proporcionaban posiciones estables como individuos sociales. Estas transformaciones también están cambiando nuestras identidades personales, minando nuestro sentido de nosotros mismos como sujetos integrados. Esta pérdida de un “sentido de uno mismo” estable a veces es llamada dislocación o descentralización del sujeto. Este conjunto de desplazamientos dobles —que des-centra a los individuos tanto de su lugar en el mundo cultural y social como de sí mismos— constituye una crisis de identidad para el individuo. Como observa el crítico cultural Kobena Mercer, “la identidad sólo constituye un problema cuando está en crisis, cuando algo que se asume como fijo, coherente y estable es desplazado por la experiencia de la duda y la incertidumbre” (Mercer 1990: 43).

Muchos de esos procesos de cambio se han discutido largamente en capítulos anteriores. Tomados en conjunto, representan un proceso de transformación tan fundamental y de tan amplio espectro que uno se ve forzado a preguntar si no es la modernidad misma la que está siendo transformada. Este capítulo añade una nueva dimensión al problema: la afirmación de que en aquello que se describe a menudo como nuestro mundo posmoderno, somos también “pos-” cualquier concepción prefijada o fundamentalista de la identidad, algo que ha sido tomado desde la Ilustración para definir la médula misma o esencia de nuestro ser y para afincar nuestra existencia como sujetos humanos. Con el fin de explorar esta afirmación, examinaré, en primer lugar, las definiciones de la identidad y las características del cambio en la modernidad tardía.

Tres conceptos de identidad

Para los propósitos de la exposición, distinguiré tres conceptos de identidad muy distintos, aquellos (a) del sujeto en la Ilustración, (b) del sujeto sociológico y (c) del sujeto posmoderno. El sujeto de la Ilustración estaba basado en una concepción del sujeto humano como individuo totalmente centrado y unificado, dotado de las capacidades de razón, consciencia y acción, cuyo “centro” consistía de un núcleo interior que emergía por primera vez con el nacimiento del sujeto y se desplegaba junto a éste, permaneciendo esencialmente igual —continuo o idéntico a sí mismo— a lo largo de la existencia del individuo. El centro esencial del ser era la identidad de una persona. Tengo más que decir sobre esto dentro de un momento, pero se puede apreciar que se trata de una concepción muy “individualista” del sujeto y “su” identidad “de él” (pues los sujetos de la Ilustración usualmente se describieron como masculinos).

La noción del sujeto sociológico reflejaba la complejidad creciente del mundo moderno y la consciencia de que este núcleo interior del sujeto no era autónomo y autosuficiente, sino que se formaba con relación a los otros cercanos que transmitían al sujeto los valores, significados y símbolos de los mundos que habitaba. G. H. Mead, C. H. Cooley y los interaccionistas simbólicos son las figuras clave en la sociología que elaboraron esta concepción interactiva de la identidad y del yo. Según este punto de vista, que se ha convertido en la concepción sociológica clásica del asunto, la identidad se forma en la interacción entre el yo y la sociedad. El sujeto aún tiene un núcleo interior o esencia que es el “verdadero yo”, pero éste se forma o modifica en un diálogo continuo con los mundos culturales “de fuera” y las identidades que estos ofrecen.

La identidad, según esta concepción sociológica, establece un puente sobre la brecha entre lo “interior” y lo “exterior”, entre el mundo personal y el público. El hecho de que nos proyectemos “a nosotros mismos” dentro de estas identidades culturales, interiorizando al mismo tiempo sus sentidos y valores y convirtiéndolos en “parte de nosotros”, nos ayuda a alinear nuestros sentimientos subjetivos con los lugares objetivos que ocupamos dentro del mundo social y cultural. La identidad, entonces, une (o, para usar una metáfora médica, “sutura”) al sujeto y la estructura. Estabiliza tanto a los sujetos como a los mundos culturales que ellos habitan, volviendo más unidos y predecibles a los dos, recíprocamente.

Sin embargo, estos son exactamente los que ahora se dice que están “cambiando”. El sujeto, previamente experimentado como poseedor de una identidad estable y unificada, se está volviendo fragmentado; compuesto, no de una sola, sino de varias identidades, a veces contradictorias y sin resolver. En correspondencia con esto, las identidades que componían los paisajes sociales “allí afuera” y que aseguraban nuestra conformidad subjetiva con las “necesidades” objetivas de la cultura se están rompiendo como resultado del cambio estructural e institucional. El mismo proceso de identificación a través del cual nos proyectamos dentro de nuestras identidades culturales, se ha vuelto más abierto, variable y problemático.

Esto produce el sujeto posmoderno, conceptualizado como carente de una identidad fija, esencial o permanente. La identidad se convierte en una “fiesta movible”, pues es formada y transformada continuamente con relación a los modos en que somos representados o llamados en los sistemas culturales que nos rodean (Hall 1987). Está definida histórica y no biológicamente. El sujeto asume diferentes identidades en momentos distintos, identidades que no están unificadas en torno a un “yo” coherente. Dentro de nosotros coexisten identidades contradictorias que jalan en distintas direcciones, de modo que nuestras identificaciones continuamente están sujetas a cambios. Si sentimos que tenemos una identidad unificada desde el nacimiento hasta la muerte, es sólo porque construimos una historia reconfortante o “narrativa del yo” sobre nosotros mismos (Hall 1990). La identidad totalmente unificada, completa, segura y coherente es una fantasía. Más bien, mientras se multiplican todos los sistemas de significación y representación cultural, somos confrontados por una multiplicidad desconcertante y efímera de posibles identidades, con cualquiera de las cuales nos podríamos identificar, al menos temporalmente.

Debemos

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (129 Kb)
Leer 77 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com