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La Violencia Simbólica De Dios: Mujeres Entregadas Al Señor


Enviado por   •  30 de Agosto de 2011  •  3.530 Palabras (15 Páginas)  •  1.030 Visitas

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Durante siglos la posición del hombre por sobre la mujer se ha llegado a considerar prácticamente natural, casi indiscutible, a pesar de esto, son pocos los argumentos que nos ayudan a justificar esta jerarquía arbitraria. Sin embargo, dentro de estos podemos encontrar algunos tan arraigados a la tradición occidental que se hace casi imposible arrancarlos de raíz, uno de ellos pertenece a una de las principales religiones del mundo: El cristianismo.

Para poder ahondar en nuestro tema debemos comprender la noción de violencia simbólica definida por Pierre Bourdieu, señala que esta violencia “(…) violencia amortiguada, violencia insensible e invisible para sus propias víctimas que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento.” (Bourdieu, 1998)

En otras palabras, la podemos encontrar en todas las instituciones, en distintos espacios, en los ritos, en la división del trabajo, en los uniformes, en estereotipos etc., convivimos a diario con ella y no nos damos cuenta de cómo y cuándo estamos siendo violentadas y/o violentados.

Las sagradas escrituras desde sus inicios se han empeñado en dejar a la mujer en un rol más secundario, además, ha sabido ejercer una violencia simbólica perpetuada en su historia hasta la actualidad y es más, ésta se encuentra representada en distintas congregaciones e instituciones, en especial de su hija más querida; la Iglesia Católica. Con esto no me quiero referir tan solo a sus opiniones vertidas contra el aborto, el divorcio, anticonceptivos, homosexualidad, etc., si no, a su manera más gráfica y más antigua de perpetuar esta violencia: El convento.

Curiosamente los únicos estudios intelectuales que logré recopilar se enfocan principalmente en la época colonial de Latinoamérica ¿Cómo podrá ser que a alguien en la actualidad no le llame la atención ver que una monja no pueda dictar una misa? ¿Cómo es que nadie se asombra de que en la actualidad sigan ingresando novicias a los conventos? Lamentablemente no podré contestar a estas interrogantes, si podré ahondar en las razones históricas, socio-culturales de la violencia que ejerce la Iglesia Católica sobre las mujeres que se han entregado por completo a la religión.

En el Génesis de la Santa Biblia se relata la creación del universo, donde una de las últimas creaciones es el hombre, “Dios” al verlo tan solo decidió crear un ser semejante a él, para esto lo duerme y a continuación le extrae una costilla para crear a la mujer. Cuando el hombre la ve le dice: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada” Génesis 2:23 (La Nueva Biblia Latinoamericana).

La nueva integrante del paraíso, llamada Eva, en vez de causar alegrías, sólo provocó desgracias a causa de su ingenuidad; comió del fruto prohibido del “árbol de la sabiduría” que le dio la malvada serpiente. Cuando “Dios” se enteró de esta desobediencia los expulsó a ambos de su preciado jardín, sin antes decirle a Eva: “Multiplicaré tus sufrimientos, en los embarazos. Con dolor darás a luz a tus hijos, necesitarás de tu marido y él te dominará.” Génesis. 3:16 (La Nueva Biblia Latinoamericana), con estas palabras condenó a la mujer culturalmente en el inconsciente colectivo de la humanidad, ya que es por culpa de la primera mujer en el mundo que el hombre tiene que salir a trabajar –una de las condenas de “Dios” al hombre por haberle creído a la mujer-, es por culpa de la primera mujer en el mundo que son expulsados de la vida paradisíaca. Es la misma culpa la que la lleva a una vida de sumisión histórica, pues esta condena no radicará sólo en Eva, si no en todas las mujeres que vendrán a poblar y a parir en el mundo. Este fue el primer eslabón en la cadena de la violencia hacia la mujer, esto le permitió al hombre aplicar un sistema de dominación para su conveniencia desembocando también en construcciones de relaciones de dominación mediante ciertas categorías creadas para ello.

Fernando Benítez en “Los demonios en el convento; sexo y religión en la Nueva España” describe la ceremonia en la que Juana Inés de Asbaje toma los votos para transmutar hacia Sor Juana Inés de la Cruz. Al momento que hace su ingreso al monasterio, las monjas le quitan sus ropas “profanas” para ponerle su uniforme – su hábito – bendito, esto representa “(…) un hacer como que la virgen se casa con Cristo, un acto esencialmente lúdico que subraya el aleluya y contradice la imposición de la reja, y es también un signo mágico.” (Benítez, 1985), al quedar encerrada (encarcelada) según la Iglesia pasa a ser un ser sagrado, ella muere para el mundo, pero vivirá sólo para Jesucristo que se ha convertido en su esposo.

Al parecer sí hay una salida en el cristianismo – que más tarde se convirtió en la religión de la iglesia universal; la Iglesia Católica- para que la mujer se pueda reconciliar con “Dios” y esa es: casarse con su hijo y ser su madre al mismo tiempo, mediante una vida de virginidad, pobreza y obediencia, todo esto implica que la mujer que ingrese a la vida de recogimiento, deberá renunciar al mundo material, purificarse constantemente a través de la oración para conectarse con su amado esposo, vivir bajos los parámetros de total decoro. En el fondo seguir las indicaciones expresadas en la Santa Biblia:

“Asimismo, que las mujeres se arreglen decentemente, que se vistan con modestia y sencillez, que no se adornen con peinados rebuscados, con oro o joyas o vestidos lujosos. Adórnese más bien con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de servir a Dios” 1° Timoteo 2:9-10 (La Nueva Biblia Latinoamericana).

Esto implica un cierre de sí mismas, frente al mundo y frente ellas mismas, su “yo” queda sesgado bajo los aleros de la vida santa, intentando de adaptar y contener todas las sensaciones del cuerpo que pudiesen resultar sin querer impúdicas, el temor de llegar a violar las reglas de su marido podía causarles grandes penas y grandes autocastigos (la autoflagelación era muy común en la época colonial, practicada por beatas y religiosos). Era común que cometieran pecados que podían ser una mera estupidez para cualquier mortal, pero para ellas corría un riesgo terrible, tanto con su confesor, como con Dios, pero como no son seres extraordinarios de la familia de la humanidad, siempre había una forma de arrancar a sus necesidades de mortal. Uno de aquellos pecados mortales podía ser asomarse a la calle o que un hombre desde la calle se asomara para mirar a las hermanas e incluso, era razón de excomulgación si una religiosa salía a cerrar la puerta; ellas ahora

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