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Violencia Simbolica Por El Hombre Hacia La Mujer


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2012  •  1.547 Palabras (7 Páginas)  •  623 Visitas

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UNA SUAVE VIOLENCIA

Pierre Bourdieu

Se pretende que la revolución feminista es un hecho consumado. Se enumeran las conquistas de las mujeres, los puestos sociales, hasta ahora vedados, que ocupan. Se pone cara de inquietud ante las amenazas que este nuevo poder plantea a los hombres y se crean movimientos de defensa de los intereses masculinos.

Los dominantes tienden siempre a sobrestimar las conquistas de los dominados, y a atribuirse el mérito por ellas, aunque les hayan sido arrebatadas. Hoy, el neomachismo sobrestima las transformaciones de la condición femenina y subestima lo que sigue igual; puede incluso utilizar los cambios para reforzar lo que se mantiene constante, haciendo por ejemplo de la liberación sexual un argumento o un instrumento de seducción imperativa (a veces se apela al psicoanálisis para imputar a la civilización, sin más detalles, la represión de un deseo presuntamente innato y universal de placer y la desexualización de las mujeres, es decir la pasividad y la frigidez de las que habría que liberarlas). Y los intelectuales, tan dados a verse como liberadores, no son los últimos a la hora de poner las ideologías de la liberación al servicio de nuevas formas de dominación.

Pienso por ejemplo en el esteticismo de la transgresión de los Bataille, Klossovski, Robbe-Grillet o Sollers que, aunque se viva como subversión radical de la cultura dominante, no hace más que reproducir, gracias a la irrealidad y la irresponsabilidad garantizadas por la ficción literaria, los fantasmas masculinos de omnipotencia que se afirman con creces en el control total sobre cuerpos femeninos pasivos. Y sorprendería sin duda, saber todos los casos en los que la violencia de la arbitrariedad burocrática permite que esos fantasmas se cuelen en lo real.

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Relación entre los Sexos

Dicho esto, ¿qué hay de cierto en ese cambio de relación entre los sexos?. No cabe duda de que la dominación masculina ya no se impone con la evidencia de lo que se da por supuesto. Es algo que hay que defender o justificar, algo de lo que hay que defenderse o justificarse. Eso que se llama la liberación de la mujer, de lo que la liberación sexual no es sino el aspecto más patente, ha tenido sin duda profundas repercusiones en el ámbito de las representaciones. Y el cuestionamiento de la evidencia corre parejo con las profundas transformaciones que ha conocido la condición femenina a través, por ejemplo, del incremento del acceso a la enseñanza secundaria y superior, al trabajo remunerado y, también del distanciamiento con respecto a las tareas de reproducción, que se manifiesta sobre todo en el aplazamiento de la edad de fecundación y la reducción de la interrupción de la actividad profesional con ocasión del nacimiento de un hijo.

Pero estos cambios visibles ocultan lo que permanece, tanto en las estructuras como en la representación. Así, es cierto que la mujer cuenta con una imagen cada vez más fuerte en la función pública, pero siempre se les reservan los puestos más bajos y más precarios (son especialmente numerosas entre los no titulares y los agentes a tiempo parcial, y en la administración local por ejemplo, se les asignan puesto subalternos y domésticos de asistencia y cuidados); en circunstancias por lo demás idénticas, obtienen casi siempre, y en todos los niveles de la jerarquía, puestos y salarios inferiores a los de los hombres. Los puestos dominantes - y cada vez son más las mujeres que los ocupan - se sitúan básicamente en las regiones dominadas del ámbito del poder, es decir, en el campo de la producción y la circulación de productos simbólicos (como la edición, el periodismo, los medios de comunicación, la enseñanza, etc.). Pero lo más importante es que una revolución simbólica, para triunfar, debe transformar las interpretaciones del mundo, es decir, los principios según los cuales se ve y se divide el mundo natural y el mundo social, y que, inscritos en forma de disposiciones corporales muy poderosas, permanecen inaccesibles al influjo de la conciencia y de la argumentación racional. Los estudios muestran que el punto de vista masculino sigue imponiéndose en las imágenes (aunque los jóvenes se declaren menos sexistas que los adultos) y sobre todo en la práctica: prueba de ello es, por ejemplo, el hecho de que se mantenga en las parejas la diferencia de edad a favor del hombre.

La división tradicional de las tareas se actualiza a cada instante, porque está inscrita en las disposiciones inconscientes de los hombres y también de las mujeres. Así, en la televisión, las mujeres están casi siempre confinadas a papeles menores,

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