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MIRABEU O EL POLÍTICO - ORTEGA Y GASSET


Enviado por   •  13 de Septiembre de 2016  •  Resúmenes  •  2.623 Palabras (11 Páginas)  •  830 Visitas

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MIRABEU O EL POLÍTICO - ORTEGA Y GASSET

Ortega ve en Mirabeu su opuesto, y por ello le resulta interesante acercarse a su figura. Dice de él que es muy próximo a su arquetipo de político. Sin embargo, lo llama arquetipo, no ideal, y se dispone a aclarar la distinción:

  • Ideales son las cosas según estimamos que debieran ser.
  • Arquetipos son las cosas según su ineluctable realidad.

Las ideas son las cosas recreadas por nuestro deseo, que contradicen las condiciones elementales que tienen en la realidad. Se pregunta Ortega por qué nos empecinamos en desear imposibles; tal vez causa de ellos sea el desvarío que vive Europa.

La mente madura es aquella que al fin asume que la realidad no se moldea a nuestros deseos y comienza a estimar los arquetipos, a considerar como ideal la realidad misma, dándose cuenta de que ésta al uso es más que el ideal. Nuestra imaginación se queda corta ante la realidad. Así, no somos capaces de imaginar absolutamente todo lo que constituye el gran político, sino que únicamente podemos esperar a que aparezca naturalmente, como en el caso de Mirabeau. Pero al no identificarse con las expectativas de nuestra imaginación, nos dedicamos a censurarlo.

Para Ortega, Mirabeau se trata de un personaje maravilloso y espléndido debido a que, a pesar de las circunstancias que lo rodeaban, se convirtiera en un hombre público y creara espontáneamente y con tanto detalle una nueva política que será la política del siglo XIX: la monarquía constitucional. Además del pensamiento político, Mirabeau poseía para Ortega un talento innato para la otra dimensión necesaria para la política, esto es, la actuación.

Mirabeau contaba con una capacidad imprescindible para la vida pública: la de una oratoria romántica, con la que hacía surgir tormentas o imponer calma entre el mar de la muchedumbre. Pero no sólo eso, sino que además mantenía su propia serenidad y no perdía el coraje ante las peores situaciones.

En su momento, Francia estaba mejor que nunca, y necesitaba un Estado más ancho, cosa que Mirabeau percibió y sobre lo que intentó convencer al rey. Para él, era necesario constituir la nación por medio de la nación misma. La única posibilidad real que había era la de una monarquía constitucional, y sólo Mirabeu se había percatado de ello. De esta forma conseguiría imponer orden, implantar equilibrio.

Su muerte fue declarada desdicha nacional, y su cadáver inauguró el Panteón de Grandes Hombres. Pero se hallaron pruebas de que se trataba de un hombre inverecundo, y Joseph Chénier propuso que sus restos fueran extraídos “considerando que no hay grande hombre sin virtud”.

En el segundo apartado, Ortega realiza una distinción muy importante entre las almas magnánimas y las pusilánimes, para las cuales vivir cobra un sentido divergente y que, por tanto, tienen perspectivas morales contradictorias. El magnánimo es un hombre que tiene misión creadora: vivir y ser es hacer grandes cosas. El pusilánime carece de misión: vivir para él es existir, conservarse, actúa por intereses subjetivos. Es por esto que el hombre pusilánime erra al juzgar a los magnánimos, porque le falta la intuición inmediata de lo que pasa en un alma grande. Y así puede ocurrir, para Ortega, cuando almas pusilánimes juzgan a grandes hombres como César o Mirabeau, reprochándoles falta de virtudes que sólo corresponden a sus semejantes. No entienden tampoco ese “hacer por hacer” o “crear por crear”, lo cual suponen que lo hacen buscando un beneficio propio. No se dan cuenta de que el sentido es a la inversa: un gran pintor pinta por la necesidad de crear belleza y, a posteriori, se vuelve rico y famoso, no al revés.

La frase de Chénier se refiere, entonces, a las virtudes pequeñas, las de la pusilanimidad. Ortega diferencia frente a éstas las virtudes creadoras, de grandes dimensiones, las virtudes magnánimas. Según dice, no sólo es inmoral preferir el mal al bien, sino también preferir un bien menor a uno superior. Y es evidente que es más difícil ser César o Mirabeau que no mentir. Es inmoral la exaltación de lo mediocre sobre lo óptimo. Para Ortega es excusable que los grandes hombres tengas menudos vicios y les falten virtudes menores debido al hecho de que, en cambio, poseen virtudes magnánimas. Así, sería en realidad más correcta la frase “no hay grande hombre con virtud”, entendiendo la virtud como pequeña, pusilánime. Quizá el régimen de magnanimidad incapacite para el servicio a las virtudes menores.

Uno de los problemas de España para el autor es que predomina y se enaltece la moral de las almas menores, y esto sin ser compensado por la de las almas mayores puede ser mortal a la hora de dirigir una raza.

Ortega realiza un rápido repaso por los hecho más importantes de la vida de Mirabeau, entre lo que destaca, por una parte, el increíble número de veces que fue encerrado (lo cual resalta esta falta de pequeñas virtudes que se comentaba anteriormente) y su actividad frenética: nunca para de hacer, de crear; o actúa constantemente o trabaja, investiga, escribe (Sobre las Salinas del Franco-Condado, Ensayo sobre el despotismo, El lector pondrá el título…), traduce, estudia. Ortega señala las mentiras sin propósito que escribe a Sofía y a Julia desde su celda de diez pies.

Debido a sus acciones, Mirabeau alcanzó una gran fama, aunque evidentemente negativa. Sin embargo, en el momento de su proceso, cuando se le otorgó la palabra, logró con su discurso transformar toda esa fama negativa en triunfo gracias a que tiene, como lo llama Ortega, genio. Así, Mirabeau conquistó la fama, pero no el dinero. El Banco de San Carlos quiso comprar su pluma, pero él rehusó debido a que contradecía su idea política. Cuando, después de numerosos viajes, regresó a Francia en 1787, comprendió que su vida privada dejaba de tener importancia y fue absorbida por la de Francia. Para Ortega este es un punto muy importante, ya que para él, el político no debe ser una figura intachable, sino que debe ser capaz de gobernar eficazmente ante las circunstancias. De esta manera, la vida privada de un político importa mucho menos que los resultados de su acción pública.

En 1789, Mirabeau reclamó la reunión de los Estados Generales, poniendo voz al fin del Antiguo Régimen.

A pesar de no ser bien considerado en un principio por los Estados Generales, a los pocos días Mirabeau se convirtió en la figura que dirigía el rumbo parlamentario e hizo frente a todos los asuntos. Así, ocupado en los asuntos públicos, continuó descuidando los problemas económicos de su vida privada. A pesar de esto continuó creando, y la gente comenzó a recelar y especular de dónde venían ciertas subvenciones. De esta manera corrió el rumor de que Mirabeau se había vendido al duque de Orleans, el hombre más rico y ambicioso de Francia, cuando en realidad opinaba que este personaje era incompatible con su política y por ello no le pidió nunca dinero. Su venalidad, para Ortega, fue siempre articulada con la trayectoria de su táctica política, y no era más que un ingrediente de ésta.

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