La Caída De Goni A Través De Un Libro De Felipe Quispe, El Mallku
15 de Octubre de 2013
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La caída de Goni a través de un libro de Felipe Quispe, el Mallku
Pedro Portugal Mollinedo
«Esta fue la tercera y gran revuelta india de 2003. La primera fue encabezada por Tupak Katari, el año de 1781; la segunda por Zarate Willka, en 1899»1: Así concluye Felipe Quispe Huanca su último libro, La Caída de Goni. Diario de la “Huelga de Hambre”, y tiene razón. Lo sucedido a partir del año 2000 y que concluye el 2003 es una de las epopeyas indias más importantes en la actual Bolivia y el parangón que de ella hace el autor con otras gestas anteriores tiene asidero. Y en ello reside el mérito de ese evento, pero quizás también su defecto. Para valorar estas apreciaciones este libro nos proporciona material de primera mano. Este material, útil para el historiador, el sociólogo y el político, sirve no sólo para entender e interpretar lo sucedido en ese período, sino para tener una visión más amplia de la lucha originaria, desde el inicio de la colonización hasta nuestros días.
En ese sentido, y retomando la semejanza que el Mallku hace de los acontecimientos del año 2003 con la guerra de Tupak Katari2, sabemos que para conocer lo sucedido en 1781 contamos sólo con documentos —por ejemplo el Diario del alzamiento de los indios contra la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, de Francisco Tadeo Diez de Medina o el Diario del Cerco de La Paz en 1781, de Sebastián Segurola— que provienen de uno de los bandos en pugna. No existe un Diario escrito por Tupak Katari o algún combatiente aymara. Es pues invalorable, respecto a los sucedido el 2003, contar con un documento que permite acercarnos más a lo objetivo, al conocer el enfoque de esos acontecimientos por parte de uno de los actores de este conflicto histórico, exponente éste del sector que ha sido siempre silenciado y desdeñado.
Este último libro del Mallku es un relato y una interpretación de lo sucedido durante la huelga de hambre que articuló la caída del gobierno de Sánchez de Lozada y si el relato puede ser examinado por cualquiera, no todos aceptan la interpretación que de esos acontecimientos hace Felipe Quispe. Es más, algunas de las apreciaciones del Mallku hacen sobresaltar a muchos. Deseamos, en este comentario, resaltar lo que en nuestra opinión son las luces y sombras de ese libro, pero sobre todo opinar sobre las lecciones que de él pueden desprenderse para el futuro del combate descolonizador, combate todavía irresuelto.
Uno de los temas trascendentes de ese libro es que clarifica cuál ha sido el papel del MAS y de Evo Morales en los acontecimientos del año 2003. Es sabido por todos que la caída de Goni significó el ascenso del MAS y la posterior llegada de Evo Morales al gobierno nacional. Esa secuencia de acontecimientos induce a parte de la opinión pública nacional, y sobre todo internacional, a asimilar la mitología de que el actual gobierno es fruto y resultado del levantamiento de los movimientos sociales de los años 2000 a 2003, en los que ese partido y ese personaje habrían sido figuras protagónicas. Sin embargo, se sabe que eso no es cierto y el libro de Felipe Quispe contribuye a puntualizar esa evidencia.
Parte importante de la estrategia del MAS esos años fue la de eliminar la fuerza cada vez más ascendente de Felipe Quispe y de su agrupación política, el Movimiento Indígena Pachakuti, MIP, aun a costa de jugar, objetivamente, roles de apoyo hacia el modelo imperante entonces y a los gobernantes que lo impulsaban. En esos años, la lucha por la defensa del gas y del petróleo en su versión más radical —acción contra el modelo neoliberal de Goni y contra la empresas transnacionales— fue acción preponderante del MIP y de dirigentes como Olivera, en Cochabamba. El combate del MAS parece haber sido más contra el Mallku que contra el “enemigo común” a ambos. De ahí que en la Presentación de dicho libro, Felipe Quispe protesta contra la operación de intoxicación contra su persona generada por ese grupo político, con ayuda de ONGs e instituciones, quienes divulgaban supuesto financiamiento de Goni al propio Mallku. Felipe ironiza sobre la locura que significaría que quien será liquidado financie a su liquidador3.
El hecho que la propaganda oficialista se atribuya roles heroicos en esos años exaspera a Felipe Quispe: «Aunque parezca una especie de blasfemia, debo indicar con el dedo acusador que Evo Morales es un traidor que traicionó a su pueblo. Ha sido tan idiota y tan sucia su actuación, en la rebelión de septiembre-octubre de 2003», escribe, añadiendo: «Evo Morales Ayma es un niño majadero de los ONGs y de los q’aras de la izquierda tradicional: quienes lo elogian y manejan como un “cibermaniquí” o lo visten de un aspecto estrafalario, a su gusto y sabor»4. ¿Se trata solo del resentimiento de quien teme ser despojado del protagonismo histórico? Por supuesto que hay mucho más que eso. El Diario del Mallku señala cómo, por ejemplo en Warina, «los militantes del MAS-Evo, como “buitres hambrientos” están mirando y vigilando las carreteras, listos para asaltar y desmovilizar» el bloqueo de caminos que se iniciaba, indicando nombres de dirigentes masistas y localidades en las que activaban5. Señala cómo el 15 de septiembre se formaron comisiones de la CSUTCB para comprobar el seguimiento de las bases a las directivas de los huelguistas y el alcance del boicot masista6 ; de qué manera en las reuniones del Comité Ejecutivo de la misma CSUTCB, a inicios del mes de octubre, se contaba como enemigos tanto a la coalición de partidos en ese tiempo en función de gobierno, como al «partido MAS-Evo»7 y cómo algunas direcciones de movimientos sociales vinculadas al MAS —por ejemplo el caso del magisterio rural—fueron rebasadas por sus bases que engrosaron así definitivamente el movimiento que pocos días después iba a manifestarse en enfrentamientos con la policía y el ejército y provocar la renuncia y la fuga de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Este desconexión del MAS y de Evo Morales con los acontecimientos de septiembre y octubre del 2003 —y más generalmente con la lucha indianista y katarista— explican en parte el desconcierto sobre las políticas descolonizadores que este partido y este presidente quisieron implantar en Bolivia después de su acceso al gobierno. Esa improvisación indicaría una interpretación distante y errada de lo que Felipe Quispe y su movimiento significaban y de lo que políticamente intentaban aplicar. La actual política gubernamental está marcada por varios elementos, entre los cuales resaltan la interpretación plurinacional y el ritualismo pachamamista. La movilización dirigida por el Mallku reveló un nacionalismo andino hasta entonces soslayado y una reivindicación del Qullasuyu y del Tawantinsuyu, como objetivos políticos. Una vez en funciones de gobierno, el MAS para asimilar y satisfacer esa demanda —que en realidad es un caso pendiente de descolonización— aplicó la política de la plurinacionalidad. Sin embargo, el plurinacionalismo está basado en políticas de autonomías de inspiración culturalista, que, paradógicamente, se originan en el período de gobierno de Sánchez de Lozada. Mientras, en contraste, la demanda histórica aymara y quechua —como lo demuestra la lectura de ese Diario8—, responde más a una visión nacional con exigencia de dominio estatal que al goce de minúsculas autonomías, como se intentó —y se fracasó— en el actual gobierno.
Esa incoherencia —entre lo que exigía una población insurgente y lo que intenta aplicar el gobierno— lo tenemos también en lo que se ha venido a llamar el pachamamismo. El actual gobierno se aferró a puntos de vistas culturalistas y posmodernos gestados también, irónicamente, en el gobierno de Sánchez de Lozada, mediante los cuales se quiso aplacar demandas históricas, sociales y políticas con remiendos ideológicos que solamente tienen función espectacular. Tenemos en memoria las entronizaciones de Evo Morales en Tiwanaku, los ritos en Palacio, los matrimonios colectivos, el fiasco del regreso de Thunupa en la Isla del Sol, las declaraciones de Evo en Tiquipaya o los desbordes pseudo filosóficos del Canciller Choquehuanca, por sólo citar algunos ejemplos.
Esas políticas quizás fueron alentadas por la observación del ritualismo en algunas fases de la insurgencia india en septiembre y octubre de 2003. Sin embargo, se trata de otro caso de mala observación y de pésima aplicación. Felipe Quispe escribe: «Esta revuelta india-campesina se inauguró con yatiris, layqas, con incienso, kupala, dulce mesa, alcohol, vino de ayramp’u o de sank’ayu rojo. En este acto histórico, la indiada comunaria rugía como fieras hambientas y daban plegarias en aymara, pidiendo “qamasa”, “ch’ama” a las wak’as, apus, mallkis, awqaqamayus, pachaqamaq…»9. Sin embargo, con ello Felipe Quispe siguió simplemente el proceso de toda experiencia mundial descolonizadora: se empieza con una exacerbación identitaria, frecuentemente ritualista, que, sin embargo, conlleva necesariamente una racionalización política expresada en la apreciación de la situación concreta (veremos que la justeza de esta apreciación condiciona el éxito del combate), en la identificación de las metas políticas y en la elaboración de las tácticas y estrategias del triunfo; y termina en la gestión contemporánea de la sociedad. El primer elemento es el desencadenante, pero son los otros los que determinan el triunfo o el fracaso del empeño político. Risueñamente el MAS y Evo Morales convirtieron en políticas de gobierno lo que no son más que estrategias de inicio de un combate.
El ritualismo como arma de combate en manos del colonizado es liberador; como política de gobierno —sobre todo si lo ejerce el colonizador— es perjudicial
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