ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Capitulo 1 Mexico Barbaro

selene321228 de Agosto de 2012

7.536 Palabras (31 Páginas)2.930 Visitas

Página 1 de 31

CAPÍTULO I

LOS ESCLAVOS DE YUCATÁN

¿Qué es México? Los norteamericanos comúnmente llaman a México "nuestra república

hermana". La mayoría de nosotros la describimos vagamente como una república parecida a la

nuestra, habitada por gente un poco diferente en temperamento, un poco más pobre y un poco

menos adelantada, pero que disfruta de la protección de leyes republicanas: un pueblo libre en

el sentido en que nosotros somos libres.

Algunos que hemos visto el país a través de la ventanilla del tren, o que lo hemos observado

en las minas o haciendas, describimos esta tierra al sur del rió Bravo como regida por un

paternalismo benevolente, en el que un hombre grande y bueno todo lo ordena bien para su

tonto pero adorado pueblo.

Yo encontré que México no era ninguna de esas cosas. Descubrí que el verdadero México es

un país con una Constitución y leyes escritas tan justas en general y democráticas como las

nuestras; pero donde ni la Constitución ni las leyes se cumplen. México es un país sin libertad

política, sin libertad de palabra, sin prensa libre, sin elecciones libres, sin sistema judicial, sin

partidos políticos, sin ninguna de nuestras queridas garantías individuales, sin libertad para

conseguir la felicidad. Es una tierra donde durante más de una generación no ha habido lucha

electoral para ocupar la Presidencia; donde el Poder Ejecutivo lo gobierna todo por medio de

un ejército permanente; donde los puestos políticos se venden a precio fijo. Encontré que

México es una tierra donde la gente es pobre porque no tiene derechos; donde el peonaje es

común para las grandes masas y donde existe esclavitud efectiva para cientos de miles de

hombres. Finalmente, encontré que el pueblo no adora a su Presidente: que la marca de la

oposición, hasta ahora contenida y mantenida a raya por el ejército y la policía secreta, llegará

pronto a rebasar este muro de contención. Los mexicanos de todas clases y filiaciones se

hallan acordes en que su país está a punto de iniciar una revolución a favor de la democracia:

si no una revolución en tiempo de Díaz, puesto que éste ya es anciano y se espera que muera

pronto, sí una revolución después de Díaz.

Mi interés especial en el México político se despertó por primera vez a principios de 1908,

cuando establecí contacto con cuatro revolucionarios mexicanos que entonces se hallaban

encerrados en la cárcel municipal de Los Ángeles, Cal. Eran cuatro mexicanos educados,

inteligentes, universitarios todos ellos, que estaban detenidos por las autoridades de los

Estados Unidos bajo la acusación de planear la invasión de una nación amiga, México, con una

fuerza armada desde territorio norteamericano.

¿Por qué unos hombres cultos querían tomar las armas contra una república? ¿Por qué

necesitaron venir a los Estados Unidos a preparar sus maniobras militares? Hablé con esos

detenidos mexicanos. Me aseguraron que durante algún tiempo habían agitado pacíficamente

en su propio país para derrocar sin violencia y dentro del marco constitucional a las personas

que controlaban el Gobierno.

Pero por esto mismo —declararon— habían sido encarcelados y sus bienes destruidos. La

policía secreta había seguido sus pasos, sus vidas fueron amenazadas y se había empleado

toda clase de métodos para impedirles continuar su trabajo. Por último, perseguidos como

delincuentes más allá de los límites nacionales, privados de los derechos de libertad de

palabra, de prensa y de reunión, privados del derecho de organizarse pacíficamente para

promover cambios políticos, habían recurrido ala única alternativa: las armas. ¿Por qué

deseaban derrocar a su gobierno? Porque éste había dejado a un lado la Constitución; porque

había abolido los derechos cívicos que. según consenso de todos los hombres ilustrados. son

necesarios para el desarrollo de una nación: porque había desposeído al pueblo de sus tierras:

porque había convertido a los trabajadores pobres en siervos, peones y algunos de ellos hasta

México Bárbaro. John Kenneth Turner

Biblioteca del Político. INEP AC

en verdaderos esclavos.

— ¿Esclavitud'? ¿Quieren hacerme creer que todavía hay verdadera esclavitud en el

hemisferio occidental'? —respondí burlonamente—¡Bah! Ustedes hablan como cualquier

socialista norteamericano. Quieren decir "esclavitud del asalariado", o esclavitud de

condiciones de vida miserables. No querrán significar esclavitud humana.

Pero aquellos cuatro mexicanos desterrados insistieron:

— Si, esclavitud —dijeron—, verdadera esclavitud humana. Hombres y niños comprados y

vendidos como mulas, exactamente como mulas, y como tales pertenecen a sus amos: son

esclavos.

— ¿Seres humanos comprados y vendidos como mulas en América? ¡En el siglo XX! Bueno —

me dije—, si esto es verdad, tengo que verlo.

Así fue como, a principios de septiembre de 1908, crucé el río Bravo en mi primer viaje,

atravesando las garitas del México Viejo.

En este mi primer viaje fui acompañado por L. Gutiérrez de Lara, mexicano de familia

distinguida, a quien también conocí en Los Ángeles. De Lara se oponía al Gobierno existente

en México, hecho que mis críticos han señalado como prueba de parcialidad en mis

investigaciones. Por el contrario, yo no dependí de De Lara ni de ninguna otra fuente

interesada para obtener información. sino que tomé todas las precauciones para conocerla

verdad exacta, por medio de todos los caminos posibles. Cada uno de los hechos

fundamentales apuntados respecto a la esclavitud en México lo vi con mis propios ojos o lo

escuché con mis propios oídos, y casi siempre de labios de personas quizás inclinadas a

empequeñecer sus propias crueldades: los mismos capataces de los esclavos.

Sin embargo, a favor del señor De Lara debo decir que me prestó ayuda muy importante para

recoger materiales. Por su conocimiento del país y de la gente, por su simpática sociabilidad y.

sobre todo, por sus relaciones personales con valiosas fuentes de información en todo el país

—con personas bien enteradas—, estuve en condiciones de observar y oír cosas que son casi

inaccesibles para el investigador ordinario.

¿Esclavitud en México? Si, yo la encontré. La encontré primero en Yucatán. La península de

Yucatán es un recodo de la América Central que sobresale en dirección nordeste, en dirección

a la Florida. Pertenece a México, y su área de unos 120 mil Km.' está dividida casi por igual

entre los Estados de Yucatán y Campeche y el territorio de Quintana Roo.

La costa de Yucatán, que comprende la parte central norte de la península, se halla casi a

1,500 Km. directamente al sur de Nueva Orleans. La superficie del Estado es casi toda roca

sólida, tan dura que, en general, es imposible plantar un árbol sin que primero se haga un

hoyo, volando la roca, de modo que puedan desarrollarse las raíces.

El secreto de estas condiciones peculiares reside en que el suelo y el clima del norte de

Yucatán se adaptan perfectamente al cultivo de esas resistentes especies de plantas

centenarias que producen el henequén o fibra de sisal. Allí se halla Mérida, bella ciudad

moderna con una población de 60 mil habitantes, rodeada y sostenida por vastas plantaciones

de henequén, en las que las hileras de gigantescos agaves verdes se extienden por muchos

kilómetros. Las haciendas son tan grandes que en cada una de ellas hay una pequeña ciudad

propia, de 500 a 2,500 habitantes según el tamaño de la finca, y los dueños de estas grandes

extensiones son los principales propietarios de los esclavos, ya que los habitantes de esos

poblados son todos ellos esclavos. La exportación anual de henequén se aproxima a 113,250

tons. La población del Estado es de alrededor de 300 mil habitantes, 250 de los cuales forman

el grupo de esclavistas; pero la mayor extensión y la mayoría de los esclavos se concentran en

las manos de 50 reyes del henequén. Los esclavos son más de 100 mil.

México Bárbaro. John Kenneth Turner

Biblioteca del Político. INEP AC

Con el propósito de conocerla verdad por boca de los esclavistas mismos, me mezclé con ellos

ocultando mis intenciones. Mucho antes de pisar las blancas arenas de Progreso, el puerto de

Yucatán, ya sabía cómo eran comprados o engañados los investigadores visitantes; y si éstos

no podían ser sobornados, se les invitaba a beber y a comer hasta hartarse, y una vez así

halagados les llenaban la cabeza de falsedades y los conducían por una ruta previamente

preparada. En suma: se les engañaba tan completamente que salían de Yucatán con la

creencia, a medias, de que los esclavos no eran tales; que los 100 mil hambrientos, fatigados y

degradados peones eran perfectamente felices y vivían tan contentos con su suerte quo sería

una verdadera vergüenza otorgarles la libertad y la seguridad que corresponden, en justicia, a

todo ser humano.

El papel de la farsa que desempeñé

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (48 Kb)
Leer 30 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com