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Las revoluciones Hispanoamericanas. Lynch. Resumen. Capitulo 1

Mariel PradoApuntes18 de Noviembre de 2025

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“Las revoluciones en Hispanoamérica”. John Lynch.

Capítulo 1: Los orígenes de la nacionalidad Hispanoamericana.

  1. El nuevo imperialismo.

     Las revoluciones americanas fueron repentinas, violentas y universales. De gobernar cuatro grandes virreinatos para 1808, hogar de 17 millones de personas, España pasó sólo a conservar Cuba y Puerto Rico 15 años después.

     La independencia fue el fin de un proceso de enajenación donde los americanos tomaron conciencia de su identidad y cultura, ya que, sin negar la soberanía de la corona o los vínculos con España, ponían en duda las bases de la fidelidad.

     Las políticas imperialistas de España alimentaron su propia destrucción, puesto que una serie de reformas aplicadas en el siglo XVIII buscaban hacer más pesada su dependencia.

     A finales del siglo XVII, Hispanoamérica se había emancipado de su inicial dependencia de España, adquiriendo identidad propia y diversificando sus actividades económicas. Cuando las injusticias y los costes del monopolio se hicieron patentes, las colonias reforzaron y ampliaron su relación económica interna, independientemente de la red transatlántica. El crecimiento económico trajo crecimiento social, desarrollando una elite criolla cuyos intereses no coincidían con la metrópoli. La inversión de capital en América significó menos rentas para Europa.

     El agotamiento de la industria minera se redirigió a la agricultura, pasando de una economía estrecha a una más diversificada, como en el caso mexicano, donde gran parte de la renta permanecía en la colonia para su inversión en obras y ampliaciones.

     Perú fue más colonial, tardando más en agotar su potencial minero, pero logrando la autonomía en agricultura. Aunque no era autosuficiente en manufacturas, no necesariamente dependía de España, ya que el comercio interno y con Asia podía satisfacer esa necesidad. Sólo el 20% de la renta iba a España, el resto se invertía.

     Las colonias no vieron necesario declarar independencias en este período porque contaban con mucha emancipación de facto. Más adelante la cosa cambiaría, puesto que España colocaría más presión en las colonias con la renovación imperial de 1765 con el objetivo de detener esta emancipación y aprovecharse del crecimiento económico que habían puesto en marcha.

     España estaba sufriendo derrotas en Europa (como contra los ingleses en la guerra de los 7 años), por lo que el equilibrio de rentas con América debía ser enmendado. Logró su objetivo, ya que el gobierno se centralizó, la administración se reformó, aumentaron la producción industrial y agraria y se protegió el comercio ultramarino. En América había mucha injerencia de comerciantes extranjeros, por lo que España debió asegurar el control sobre sus súbditos criollos.

  1. Respuestas americanas.

     Se volvió a conquistar América de forma burocrática. Se crearon virreinatos nuevos y otras unidades administrativas, con una supervisión más estrecha de las actividades americanas. Había que reconciliar ciertos intereses. La Corona quería gobernar América sin muchos gastos, pero los burócratas exigían un sueldo. Los comerciantes querían comerciar y los indios querían trabajar en paz. Por supuesto que muchos de estos intereses eran irreconciliables, por lo que la Corona optó, en un momento de crisis, dejar de pagar a sus funcionarios americanos.

     Esto tuvo como consecuencia que los funcionarios comerciasen con los indios bajo su jurisdicción bajo repartimiento. Se asociaban a mercaderes que aseguraban salarios a cambio de obligar a los indios a aceptar adelantos de dinero y equipos para extraer productos agrícolas para exportar o simplemente consumir excedentes, quedando endeudados. Así, los indios eran obligados a trabajar bajo deuda para que los comerciantes exporten, los funcionarios tenían sueldo y la Corona se ahorraba ese gasto. Sin embargo, esto tenía sus consecuencias, ya que disminuyó el control imperial sobre los asuntos políticos locales.

     El sistema fue muy popular, pero abolido en 1786 por decreto real. Se reemplazó a los funcionarios y se les suministró sueldo nuevamente, además de garantizar el derecho de los indios a comerciar con quienes quieran. Podían, además, rechazar trabajar en tierras que no fuesen suyas y no pagar deuda que no hubiese sido libremente adquirida. Sin embargo, pronto volverían a aparecer los repartimientos cuando los funcionarios quisieron aumentar sus ingresos, lo cual benefició a comerciantes y terratenientes.

     Así, en México se saboteó la legislación Borbona, llegando al poder una elite local que impediría la aplicación de políticas liberales. Perder el control sobre la mano de obra no podía volver a pasar.

     Los Borbones debilitaron a la Iglesia. En 1767 se expulsó a los jesuitas a modo de ataque a su semi independencia y como reafirmación del poder imperial, ya que estos contaban con numerosas haciendas y estancias que les otorgaban amplio poder económico. Los americanos vieron con malos ojos las expulsiones. La Corona seguía buscando formas de colocar a la Iglesia bajo la justicia secular para disminuir su inmunidad clerical para luego atacar y tomar la masiva cantidad de propiedades que esta poseía (era el principal banco y la más grande sociedad inmobiliaria). El bajo clero fue enajenado para siempre, dando nacimiento a diversos líderes guerrilleros.

     El ejército era otra fuente de poder y privilegio, pero la Corona debió actuar con más cuidado. España dependió siempre de las milicias coloniales, ya que no poseía del dinero ni los hombres para poder mantener tropas regulares en América, las cuales fueron ampliadas y reorganizadas en el siglo XVIII. Para fomentar el enrolamiento, se concedió a los criollos inmunidades jurídicas. Adquirieron, así, un sentido de identidad militar, ya que la defensa del país estaba en sus manos. Poco sabía España que esta arma se le iba a tornar en contra. Un ejército americano derrotó a los invasores británicos en el Río de la Plata en 1806-7, sentando un poder militar que terminaría derribando al virrey.

     La corona no solo buscaba controlar la esfera política, sino también la económica. El objetivo era destruir la autosuficiencia criolla para que ese flujo de rentas y productos se redirigiese nuevamente a España. Se buscó a través de la ampliación del monopolio tabacalero y la administración directa de la alcabala, un impuesto del 4 al 6 por ciento. La resistencia a la tributación fue fuerte, ya que se sabía que no eran impuestos para gastos americanos como obras públicas, sino para costear las guerras de España en Europa.

     Los planificadores intentaron aplicar la nueva presión fiscal a una economía expansiva y controlada. Así, permitieron nuevamente el comercio intercolonial. Aumentaron la renta de 74,5 millones de reales en 1778 a 1212,9 millones en 1784.

     Para los americanos, el “libre comercio” no significó libertad, puesto que sólo se encontraban bajo un monopolio más eficiente de cuyos frutos sólo disfrutaban los españoles. Las colonias estaban relegadas a comerciar con España y entre ellas. A su vez, la economía americana no podía responder con suficiente rapidez a los estímulos externos debido a su subdesarrollo, por lo que siempre quedaba atrasada. Esto significaba una salida de metales que saturaba los mercados y arruinaba a los pequeños comerciantes, ya que no podían competir con las manufacturas europeas. Así, la “herencia colonial” tuvo sus orígenes en el nuevo imperialismo, no en la época de inercia.

     Por ello, el papel de América Latina fue producir materias primas y consumir productos manufacturados. Se generó un conflicto entre agricultores e industriales, puesto que unos pedían más mercados para exportar, mientras que los otros pedían protección a sus productos.

     Los grandes terratenientes se vieron perjudicados por el monopolio, por lo que pronto comenzaron a denunciar la injusta situación, señalando que el monopolio sólo era beneficioso para la metrópoli.

     El Río de la Plata encontró su desarrollo económico en el siglo XVIII, cuando la exportación de cuero impulsó la industria ganadera. Cádiz se aseguró rápidamente del control monopólico de tal negocio. Sin embargo, hicieron aparición ciertos mercaderes porteños independientes que ofrecían mejores precios, liberando a los estancieros de tal monopolio.

     Los propios estancieros formaban otro grupo de presión, aliados con los mercaderes criollos. Lavardén sintetizó sus peticiones en cuatro puntos: comerciar con todos los países, poseer una marina mercante propia, exportar sin restricciones y expandir la agricultura y la ganadería a través de la distribución de tierras.

     Aunque los intereses eran variados dentro de los propios grupos americanos, todos coincidían en la necesidad de un gobierno que protegiese su libertad y propiedad, escépticos de que España pudiese proporcionarlo.

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