Martes Con Mi Viejo Profesor
astid312568 de Diciembre de 2014
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MARTES
CON MI VIEJO
PROFESOR
**MITCH ALBOM**
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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Título original: TUESDAYS WITH MORRIE
Diseño de cubierta: Pedro de Agustín y Juan Martínez
Traducción de la edición inglesa: ALEJANDRO PAREJA
11.a edición: Noviembre de 2003
© MITCH ALBOM, 2000
Edición digital Adrastea, Mayo de 2005
MORRIE SCHWARTZ El viejo Profesor
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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UN TESTIMONIO SOBRE LA VIDA,
LA AMISTAD Y EL AMOR
ESTE LIBRO ESTÁ DEDICADO
A PETER, MI HERMANO,
LA PERSONA MÁS VALIENTE QUE CONOZCO
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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INDICE
Agradecimientos
EL PLAN DE ESTUDIOS
EL PROGRAMA DE LA ASIGNATURA
EL ALUMNO
EL AUDIOVISUAL
LA ORIENTACIÓN
EL AULA
PASANDO LISTA
EL PRIMER MARTES
HABLAMOS DEL MUNDO
EL SEGUNDO MARTES
HABLAMOS DEL SENTIMIENTO DE LÁSTIMA
POR UNO MISMO
EL TERCER MARTES
HABLAMOS DE LOS ARREPENTIMIENTOS
EL AUDIOVISUAL, SEGUNDA PARTE
EL PROFESOR
EL CUARTO MARTES
HABLAMOS DE LA MUERTE
EL QUINTO MARTES
HABLAMOS DE LA FAMILIA
EL SEXTO MARTES
HABLAMOS DE LAS EMOCIONES
EL PROFESOR, SEGUNDA PARTE
EL SÉPTIMO MARTES
HABLAMOS DEL MIEDO A LA VEJEZ
EL OCTAVO MARTES
HABLAMOS DEL DINERO EL NOVENO MARTES
HABLAMOS DE CÓMO PERDURA EL AMOR
EL DÉCIMO MARTES
HABLAMOS DEL MATRIMONIO
EL UNDÉCIMO MARTES
HABLAMOS DE NUESTRA CULTURA
EL AUDIOVISUAL, TERCERA PARTE
EL DUODÉCIMO MARTES
HABLAMOS DEL PERDÓN
EL DECIMOTERCER MARTES
HABLAMOS DEL DÍA PERFECTO
EL DECIMOCUARTO MARTES
NOS DECIMOS ADIÓS
GRADUACIÓN
CONCLUSIÓN
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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Agradecimientos
Quiero agradecer la enorme ayuda que he recibido para crear este libro. Deseo dar
las gracias por sus recuerdos, por su paciencia y por su orientación, a Charlotte, Rob y
Jonathan Schwartz, a Maurie Stein, a Charlie Derber, a Gordie Fellman, a David Schwartz,
al rabino Al Axelrad y a la multitud de amigos y compañeros de Morrie. Quiero expresar
también mi agradecimiento especial a Bill Thomas, mi editor, por haber llevado este
proyecto con el toque preciso. Y, como siempre, mi aprecio a David Black, que suele tener
más fe en mí que yo mismo.
Y gracias, sobre todo, a Morrie, por haber estado dispuesto a elaborar juntos esta
última tesina. ¿Tuviste tú alguna vez un maestro así?
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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El plan de estudios
Mi viejo profesor impartió la última asignatura de su vida dando una clase semanal
en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar
cómo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los
martes. Comenzaba después del desayuno. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se
impartía a partir de la experiencia propia.
No se daban notas, pero había exámenes orales cada semana. El alumno debía responder a
varias preguntas, y debía formular preguntas por su cuenta. También debía realizar tareas
físicas de vez en cuando, tales como levantar la cabeza del catedrático para dejarla en una
postura cómoda sobre la almohada, o calarle bien las gafas en la nariz. Si le daba un beso
de despedida, ganaba puntos adicionales.
No se necesitaba ningún libro, pero se cubrían muchos temas, entre ellos el amor, el
trabajo, la comunidad, la familia, la vejez, el perdón y, por último, la muerte. La última
lección fue breve, de sólo unas pocas palabras.
En lugar de ceremonia de graduación se celebró un funeral.
Aunque no hubo examen final, el alumno debía preparar un largo trabajo sobre lo que
había aprendido. Aquí se presenta ese trabajo.
En la última asignatura de la vida de mi viejo profesor sólo había un alumno.
Ese alumno era yo.
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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Estamos a finales de la primavera de 1979, una tarde calurosa y húmeda de sábado. Somos
centenares y estamos sentados juntos, lado a lado, en filas de sillas plegables de madera, en el prado
principal del campus. Llevamos togas azules de nailon. Escuchamos con impaciencia los largos
discursos. Cuando termina la ceremonia, tiramos los birretes al aire y ya somos oficialmente
graduados universitarios, la última promoción de la Universidad de Brandeis, de la ciudad de
Waltham, en Massachusetts. Para muchos de nosotros acaba de caer el telón sobre nuestra infancia.
Más tarde, busco a Morrie Schwartz, mi catedrático favorito, y se lo presento a mis padres. Es
un hombre pequeño que camina a pasitos, como si en cualquier momento una ráfaga de viento fuerte
pudiera arrastrarlo hasta las nubes. Vestido con su toga de las ceremonias de graduación, parece un
cruce entre un profeta bíblico y un duende de árbol de Navidad. Tiene los ojos de color azul verdoso,
chispeantes, el cabello plateado y ralo, que
le cae sobre la frente, las orejas grandes, la nariz triangular y matas de cejas canosas. Aunque tiene
torcidos los dientes, y los inferiores están inclinados hacia atrás, como si alguien se los hubiera
hundido de un puñetazo, cuando sonríe parece como si le acabaras de contar el primer chiste de la
historia del mundo.
Cuenta a mis padres cómo me porté yo en cada una de las asignaturas que me impartió. Les
dice: «Tienen aquí un muchacho especial». Avergonzado, me miro los pies. Antes de marcharnos,
entrego a mi catedrático un regalo, un maletín de color cuero con sus iniciales en la parte delantera.
Lo había comprado el día anterior en un centro comercial. No quería olvidarme de él. Quizás no
quisiera que él se olvidase de mí.
—Mitch, eres de los buenos —dice, admirando el maletín. Después, me abraza. Siento sus
brazos delgados alrededor de mi espalda. Soy más alto que él, y cuando me tiene en sus brazos me
siento incómodo, más viejo, como si yo fuera el padre y él fuera el hijo.
Me pregunta si seguiré en contacto con él, y yo digo sin titubear:
—Por supuesto.
Cuando se aparta, veo que está llorando
Mitch Albom Martes con mi viejo profesor
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El programa
de la asignatura
Le llegó su sentencia de muerte en el verano de 1994. Volviendo la vista atrás, Morrie
ya supo mucho antes que se le venía encima algo malo. Lo supo el día en que dejó de
bailar.
Mi viejo profesor siempre había sido bailarín. No le importaba con qué música. El
rock and roll, el jazz de grandes orquestas, el blues: todo le encantaba. Cerraba los ojos y,
con una sonrisa beatífica empezaba a moverse siguiendo su propio sentido del ritmo. No
siempre era bonito. Pero, por otra parte, no se preocupaba de bailar con una pareja. Morrie
bailaba solo.
Solía ir todos los miércoles por la noche a una iglesia que está en la plaza Harvard
para asistir a lo que llamaban «Baile Gratis». Allí había luces destellantes y altavoces
estruendosos, y Morrie se mezclaba entre el público, compuesto principalmente por
estudiantes, con una camiseta blanca y pantalones de chándal negros y con una toalla al
cuello, y fuera cual fuese la música que sonaba, aquella música bailaba él. Bailaba el lindy
con música de Jimi Hendrix. Se retorcía y giraba, agitaba los brazos como un director de
orquesta que hubiera tomado anfetaminas, hasta que le caía el sudor por la espalda. Nadie
sabía que era un eminente doctor en Sociología con años de experiencia como catedrático
y que había publicado varios libros muy respetados. Lo tomaban, simplemente, por un
viejo chiflado.
Una vez llevó una cinta de tangos y consiguió que la pusieran por los altavoces. A
continuación, se hizo el amo de la pista de baile, moviéndose velozmente de un lado a otro
como un ardiente latin lover. Cuando terminó, todos le aplaudieron. Podría haberse
quedado en aquel momento para siempre.
Pero el baile terminó.
Cuando tenía sesenta y tantos años empezó a sufrir asma. Respiraba con dificultad.
Un día, iba caminando por la orilla del río Charles y una ráfaga de aire frío lo dejó sin
respiración. Lo llevaron urgentemente al hospital y le inyectaron adrenalina.
Algunos años más tarde empezó a costarle trabajo caminar. En la fiesta de
cumpleaños de un amigo tropezó inexplicablemente. Otra noche, se cayó por las escaleras
de un teatro y sobresaltó a un pequeño grupo del personas.
—¡Dadle aire! —gritó alguien.
Como por entonces ya había, cumplido los setenta, los presentes susurraron «es la
edad», y le ayudaron a levantarse. Pero Morrie, que siempre había mantenido un contacto
más estrecho con el interior de su cuerpo que el que mantenemos los demás, supo que lo
que iba mal era otra cosa. Aquello era más que la vejez. Estaba cansado constantemente.
Le
...