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Derecho Educativo


Enviado por   •  6 de Junio de 2015  •  2.528 Palabras (11 Páginas)  •  205 Visitas

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Este artículo se publicó en febrero de 1997 en Communications of the ACM (Vol. 40, Número 2).

De El camino a Tycho, una colección de artículos sobre los antecedentes de la Revolución Lunar, publicado en Luna City en 2096.

Para Dan Halbert el camino a Tycho comenzó en la universidad, cuando un día Lissa Lenz le pidió prestado el ordenador. El de ella se había estropeado, y a menos que consiguiera otro, su proyecto de fin de trimestre sería reprobado. No se atrevía a pedírselo a nadie excepto a Dan.

Esto puso a Dan en un dilema. Quería ayudarla, pero si le prestaba su ordenador ella podría leer sus libros. Dejando de lado el peligro de enfrentarse a una condena de muchos años de cárcel por permitir que otra persona leyera sus libros, la sola idea le sorprendió al principio. A Dan, como a todo el mundo, se le había enseñado desde la escuela primaria que compartir libros era algo malo y desagradable, cosa de piratas.

Además, no había muchas posibilidades de evitar que la SPA, Software Protection Authority (Autoridad de Protección del Software) lo descubriese. En sus clases de programación Dan había aprendido que cada libro tenía un control de copyright que informaba a la Oficina Central de Licencias de cuándo y dónde había sido leído, y quién lo leía. Usaban esa información no solo para atrapar a los lectores piratas, sino también para vender perfiles personales a las empresas. La próxima vez que su ordenador se conectase a la red, la Oficina Central de Licencias lo descubriría y él, como propietario del ordenador, recibiría un durísimo castigo por no tomar las medidas adecuadas para evitar el delito.

Quizá Lissa no pretendía leer sus libros. Probablemente lo único que necesitaba era escribir su proyecto, pero Dan sabía que Lissa provenía de una familia de clase media que a duras penas se podía permitir pagar la matrícula, y mucho menos las tasas de lectura. Leer sus libros podía ser la única manera que tenía Lissa de terminar la carrera. Dan entendía la situación: él mismo había pedido un préstamo para pagar por los artículos de investigación que leía (el 10% de ese dinero iba a parar a los autores de los artículos, y como Dan pretendía hacer carrera en la universidad, esperaba que sus artículos de investigación, en caso de ser citados frecuentemente, le dieran los suficientes beneficios como para pagar el préstamo).

Más tarde Dan descubrió que había habido un tiempo en el que todo el mundo podía ir a una biblioteca y leer artículos, incluso libros, sin tener que pagar. Había investigadores que podían leer miles de páginas sin necesidad de becas de biblioteca. Pero desde los años noventa del siglo anterior, tanto las editoriales comerciales como las no comerciales habían empezado a cobrar por el acceso a los artículos. En 2047, las bibliotecas que ofrecían acceso público y gratuito a los artículos académicos eran ya solo un vago recuerdo.

Por supuesto que había formas de evitar los controles de la SPA y de la Oficina Central de Licencias, pero eran ilegales. Dan había tenido un compañero en el curso de programación, Frank Martucci, que había conseguido un depurador ilegal y lo usaba para eludir el control de copyright de los libros. Pero se lo había contado a demasiados amigos, y uno de ellos lo denunció a la SPA a cambio de una recompensa (era fácil tentar a los estudiantes que tenían grandes deudas para que traicionaran a sus amigos). En 2047 Frank estaba en la cárcel, pero no por pirateo sino por tener un depurador.

Dan supo más tarde que había habido un tiempo en el que cualquiera podía tener un depurador. Incluso había depuradores libremente disponibles en CD o que se podían descargar de la red, pero los usuarios comunes empezaron a usarlos para saltarse los controles de copyright, y finalmente un juez dictaminó que este se había convertido en el uso principal que se hacía de los depuradores en la práctica. Eso quería decir que los depuradores eran ilegales y los programadores que los habían escrito fueron a parar a la cárcel.

Obviamente, los programadores necesitan depuradores, pero en 2047 solo había copias numeradas de los depuradores comerciales, y solo estaban disponibles para los programadores oficialmente autorizados. El depurador que Dan había usado en sus clases de programación estaba detrás de un cortafuegos especial para que solo se pudiese utilizar en los ejercicios de clase.

También se podía saltar el control de copyright instalando un núcleo de sistema modificado. Dan llegó a saber que hacia el cambio de siglo habían existido núcleos libres, incluso sistemas operativos completos que eran libres. Pero ahora no solo eran ilegales como los depuradores, sino que tampoco se podían instalar sin saber la clave del administrador del ordenador, cosa que ni el FBI ni el servicio técnico de Microsoft estaban dispuestos a revelar.

Dan llegó a la conclusión de que simplemente no podía prestarle su ordenador a Lissa. Sin embargo, no podía negarse a ayudarla porque estaba enamorado de ella. Cada oportunidad de hablarle era algo maravilloso, y el hecho de que ella le hubiese pedido ayuda podría significar que sentía lo mismo por él.

Dan resolvió el dilema haciendo algo aún más increíble: le prestó el ordenador y le dio su clave. De esta forma, si Lissa leía sus libros, la Oficina Central de Licencias pensaría que quien estaba leyéndolos era él. Seguía siendo un delito, pero la SPA no lo detectaría automáticamente: solo podrían saberlo si Lissa lo denunciaba.

Si la universidad descubría que le había dado su clave a Lissa significaría la expulsión para ambos, independientemente del uso que ella le hubiera dado a la clave. La política de la universidad era que cualquier interferencia con los métodos que utilizaba para controlar el uso de los ordenadores era motivo para tomar medidas disciplinarias. No importaba si se había hecho o no algún daño, el delito consistía en el mero hecho de dificultar el control. Se daba por sentado que se estaba haciendo alguna otra cosa prohibida, no era preciso saber qué exactamente.

En general los estudiantes no eran expulsados por eso, al menos no directamente. Lo que se hacía era prohibirles el acceso a los ordenadores de la universidad, lo que inevitablemente significaba que no podrían aprobar todas las asignaturas.

Dan supo más tarde que ese tipo de políticas en la universidad habían empezado en la década de 1980, cuando los estudiantes comenzaron a usar ordenadores en forma masiva. Antes de eso, las universidades tenían una actitud diferente: solo se penalizaban las actividades

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