The Shack Traducción
lize88Síntesis25 de Junio de 2015
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Título original: The Shack Traducción: Enrique C. Mercado González Diseño de portada: Marisa Ghiglieri, Dave Aldrich y Bobby Downes Diseño de interiores de la edición original: Dave Aldrich Canción utilizada en el capítulo 1: Larry Norman, "One Way". © 1995 Solid Rock Pro- ductions, Inc. Todos los derechos reservados. Reproducida con permiso. Canción utili- zada en el capítulo 10: "New World", de David Wilcox. © 1994 Irving Music, Inc., y Midnight Ocean Bonfire Music. Derechos administrados por Irving Music, Inc. Reprodu- cidas con permiso. Todos los derechos reservados. ©2007, William P. Young
Contenido Prólogo 9 01.Confluencia de caminos 17 02.La oscuridad se avecina 28 03.El punto de inclinación 38 04.La Gran Tristeza 49 05.Adivina quién viene a cenar 74 06.Una pieza de Pi 96 07.Dios en el muelle 113 08.Un desayuno de campeones 125 09.Hace mucho tiempo, en un jardín muy, muy lejano 138 10.Vadeo en el agua 150 11.Ahí viene el juez 163 12.En el vientre de las bestias 183 13.Encuentro de corazones 197 14. Verbo y otras libertades 208 15.Fiesta de amigos 224 16.Una mañana de pesares 233 17.Decisiones del corazón 247 18. Ondas expansivas 255 Epílogo 265 Agradecimientos 267 La historia detrás de La cabaña 271
Esta historia fue escrita para mis hijos: Chad, la Suave Profundidad Nicholas, el Explorador Tierno Andrew, el Bondadoso Afecto Amy, la Alegre Conocedora Alexandra (Lexi), el Poder Radiante Matthew, la Maravilla Naciente y está dedicada en primer lugar a Kim, mi Amada, gracias por salvar mi vida; y en segundo a "...los perdidos con fe en el reino del Amor. Pongámonos de pie para que brille".
Prólogo ¿Quién no sería escéptico cuando un hombre asegura haber pasado un fin de semana entero con Dios, nada menos que en una cabaña? Y luego en esa cabaña... Conozco a Mack desde hace poco más de veinte años, el día en que ambos nos pre- sentamos en casa de un vecino para ayudarle a embalar un campo de heno a fin de acomodar a su par de vacas. Desde entonces andamos juntos, como dicen hoy los muchachos, compartiendo un café, o para mí, un té chai, extra caliente y con soya. Nuestras conversaciones brindan un hondo placer, salpicadas siempre de abundantes risas y, de vez en cuando, de una lágrima o dos. Francamente, entre más envejece- mos, más juntos andamos... si entiendes lo que quiero decir. Su nombre completo es Mackenzie Allen Phillips, aunque la mayoría de la gente le dice Alien. Es una tradición de familia: todos los hombres tienen el mismo nombre propio, pero se les conoce por lo común por su apellido intermedio, para evitar, se supone, la ostentación del i, ii y iii o Júnior y Sénior. Esto también es útil para identificar a los ven- dedores por teléfono, en especial a los que llaman como si fueran tu mejor amigo. Así que él, su abuelo, su padre y ahora su hijo mayor se llaman Mackenzie, pero por lo ge- neral se hace referencia a ellos con su apellido intermedio. Sólo Nan, su esposa, y sus amigos íntimos le decimos Mack (aunque he oído a perfectos desconocidos gritarle: "¡Oye, Mack!, ¿dónde aprendiste a manejar?"). Mack nació en algún lugar del Medio Oeste, chico de granja de una familia irlande- sa-estadounidense comprometida, con las manos encallecidas y las reglas rigurosas. Aunque exteriormente religioso, su muy devoto y estricto padre era un bebedor de clóset, en especial cuando las lluvias no llegaban, o cuando llegaban demasiado pron- to, aunque también, casi siempre, en el periodo entre una y otra cosa. Mack nunca ha- bla mucho de él, pero cuando lo hace, su cara pierde emoción, como ola en retirada, y muestra unos ojos oscuros y sin vida. Por lo poco que me ha contado, sé que su papá
no era un alcohólico de los que caen felizmente dormidos, sino un vil y perverso borra- cho que golpeaba a su mujer para después pedir perdón a Dios. Todo se decidió cuando, a los trece años de edad, Mackenzie desnudó con renuencia su alma a un líder religioso durante un retiro juvenil. Sobrecogido por la convicción del momento, confesó llorando que no había hecho nada por ayudar a su mamá al ver, en más de una ocasión, que su papá borracho la golpeaba hasta dejarla inconsciente. Lo que Mack no consideró fue que su confesor trabajaba y convivía en la iglesia con su padre, así que cuando llegó a casa su papá lo estaba esperando en el portal, en notoria ausencia de su mamá y sus hermanas. Más tarde se enteró de que habían sido envia- das con su tía May, a fin de conceder a su padre cierta libertad para enseñar a su re- belde hijo una lección sobre el respeto. Durante casi dos días, atado al enorme roble de atrás de la casa y entre versículos bíblicos, era golpeado con cinturón cada vez que su papá despertaba de su estupor y dejaba la botella. Dos semanas después, cuando por fin pudo volver a poner un pie frente a otro, Mack se paró y se fue de su casa. Pero antes de marcharse, puso veneno de zorro en cada botella de licor que encontró en la granja. Luego desenterró, junto al escusado fuera de la casa, la pequeña caja de hojalata que guardaba todos sus tesoros terrenales: una fotografía de la familia en la que todos aparecían con los ojos entrecerrados por mirar al sol (su papá apartado a un lado), una rústica tarjeta de béisbol de Luke Easter de 1950, un frasquito con alrededor de una onza de Ma Griffe (el único perfume que su mamá se haya puesto jamás), un carrete de hilo y un par de agujas, un pequeño avión troquelado de plata F-86 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, y los ahorros de toda su vida: 15.13 dólares. Se escurrió de nuevo dentro de la casa y deslizó una nota bajo la almohada de su mamá, mientras su padre tendido roncaba otra borrachera. La nota decía simplemente: "Espero que algún día puedas perdonarme". Juró nunca mirar atrás, y así lo hizo por mucho tiempo. Trece es una edad demasiado joven para ser un adulto, pero Mack casi no tenía otra opción y se adaptó rápidamente. No habla mucho de los años que siguieron. Pasó la mayor parte de ellos en ultramar, abriéndose trabajoso camino alrededor del mundo, enviando dinero a sus abuelos, quienes se lo mandaban a su mamá. En uno de esos distantes países creo que incluso empuñó un arma en un terrible conflicto; odia la gue- rra con oscura pasión desde que lo conozco. Como sea, a los veintitantos fue a dar fi- nalmente a un seminario en Australia. Cuando se hartó de teología y filosofía, regresó a Estados Unidos, hizo las paces con su mamá y sus hermanas y se mudó a Oregon, donde conoció a Nannette A. Samuelson, con quien se casó. En un mundo de habladores, Mack es un pensador y un hacedor. No dice mucho, a menos que le preguntes directamente, lo que la mayoría de la gente ha aprendido a no hacer. Cuando habla, uno se pregunta si no es una especie de extraterrestre que ve el panorama de las ideas y experiencias humanas en forma diferente a todos los demás. El asunto es que por lo común da incómodo sentido a un mundo donde la mayoría de la gente más bien se contenta con oír lo que ya está acostumbrada a oír, lo cual no
suele ser gran cosa acerca de nada. Quienes lo conocen, por lo general lo quieren bien, en tanto guarde sus ideas mayormente para sí. Y cuando habla, no es que dejen de quererlo, hace más bien que no se sientan muy satisfechos consigo mismos. Mack me contó una vez que en sus años de juventud solía decir más libremente lo que pensaba, pero admitió que la mayor parte de esas palabras eran un mecanismo de so- brevivencia para cubrir sus heridas; a menudo terminaba vomitando su pena en quie- nes lo rodeaban. Dice que acostumbraba humillar y señalar los defectos de la gente mientras preservaba su sensación de falso poder y control. No suena muy atractivo. Mientras escribo estas palabras, reflexiono en el Mack que desde siempre he conocido: muy ordinario, sin duda nadie especial en particular, salvo para quienes lo conocemos de verdad. Está por cumplir los cincuenta y seis, y es un sujeto poco notable, ligera- mente obeso, calvo, bajo y blanco, lo que describe a muchos hombres de estos rum- bos. Probablemente no se le distinguiría entre una multitud, o uno se sentiría incómodo sentándose junto a él cabeceando en el MAX (Metro) durante su viaje de una vez a la semana a la ciudad para una reunión de ventas. Hace la mayor parte de su trabajo en el pequeño despacho de su casa, en Wildcat Road. Vende algo de alta tecnología y ar- tefactos que no pretendo entender: artilugios tecnológicos que por alguna razón hacen que todo marche con mayor rapidez, como si la vida no lo hiciera ya lo suficiente. Uno no
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