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El hombre en busca del sentido- Víctor Frankl


Enviado por   •  18 de Agosto de 2020  •  Ensayos  •  2.032 Palabras (9 Páginas)  •  210 Visitas

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El hombre en busca del sentido- Víctor Frankl

Logoterapia

Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración.

Nietzsche: "Quien tiene un porque para, vivir, encontrará casi siempre el cómo".
Lo único que queda en los campos de concentración es "elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias"

Dentro de los campos habían los “Capos” prisioneros privilegiados, que administraban y comían bien, y despreciaban a los prisioneros normales, a veces eran peores que los guardias.  Se los elegía por los que tenían mayor actitud para el trabajo.

Se los identificaba con nada más que un número.

De lo expuesto hasta ahora se desprende que el proceso para seleccionar a los "capos" era de tipo negativo; para este trabajo se elegía únicamente a los más brutales (aunque había algunas felices excepciones). Además de la selección de los "capos", que corría a cargo de las SS y que era de tipo activo, se daba una especie de proceso continuado de autoselección pasiva entre todos los prisioneros. Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que, tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros —como cada cual prefiera llamarlos— lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron.

El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico

Hay 3 fases de observación realizadas: la fase del internamiento en el campo, la fase de la vida en el campo, y la de después de su liberación.

Primera fase:

Shock, con solo escuchar el nombre de campo “Auschwitz” se horrorizaban.

En la primera selección un oficial los examinaba y los enviaba a la derecha e izquierda.  Los que iban a la izquierda esa misma tarde fueron llevados al crematorio. Los desnudaban y los afeitaban completamente en el proceso de desinfección.

Estando dentro del campo se dio cuenta que podía vivir de forma muy diferente a la de antes y que aparentemente es imposible.

Por ejemplo, no se lavaban los dientes y sus encías seguían sanas, pasaban con la misma camisa casi medio año, y en una cama de 2 x 2,5m dormían 3 hombres.

También un hombre que antes no soportaba el ruido, podría dormir apretujado con un camarada roncándole.

“El hombre puede hacer de todo” Dostoyevski

Ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal.

Segunda fase: La vida en el campo

Las emociones de los prisioneros iban cambiando a medida que se adaptaban a la vida del campo. Al principio apartaban la mirada ante actos de maldad contra camaradas, pero luego simplemente observaban.

Asco, piedad y horror eran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya. Los que sufrían, los enfermos, los agonizantes y los muertos eran cosas tan comunes para él tras unas pocas semanas en el campo que no le conmovían en absoluto.

La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno no le importaría ya nunca nada eran los síntomas que se manifestaban en la segunda etapa de las reacciones psicológicas del prisionero y lo que, eventualmente, le hacían insensible a los golpes diarios, casi continuos. Gracias a esta insensibilidad, el prisionero se rodeaba en seguida de un caparazón protector muy necesario. La apatía, el principal síntoma de la segunda fase, era un mecanismo necesario de autodefensa.

La desnutrición, además de ser causa de la preocupación general por la comida, probablemente explica también el hecho de que el deseo sexual brillara por su ausencia.

Meditaciones en la zanja

Dentro del campo en esas situaciones comenzaron a apreciar más la belleza de cada cosa, se maravillan con una puesta de sol, y cada mínima cosa.

El humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia.

Los intentos para desarrollar el sentido del humor y ver las cosas bajo una luz humorística son una especie de truco que aprendimos mientras dominábamos el arte de vivir, pues aún en un campo de concentración es posible practicar el arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente.

Si, en un último esfuerzo por mantener la propia estima, el prisionero de un campo de concentración no luchaba contra ello, terminaba por perder el sentimiento de su propia individualidad, de ser pensante, con una libertad interior y un valor personal.

Una pandilla pequeña pero peligrosa, diestra en métodos de tortura y sadismo, los observaba desde todos los ángulos.

Conducían al rebaño sin parar, atrás, adelante, con gritos, patadas y golpes.

 Media docena de cadáveres (que era la cuota diaria de muertes en el campo)

Uno se convertía literalmente en un número: que estuviera muerto o vivo no importaba, ya que la vida de un "número" era totalmente irrelevante.

Salí corriendo del barracón y le dije a mi amigo que no podía irme con él. Tan pronto como le dije que había tomado la resolución de quedarme con mis pacientes, aquel sentimiento de desdicha me abandonó. No sabía lo que me traerían los días sucesivos, pero yo había ganado una paz interior como nunca antes había experimentado. Volví al barracón, me senté en los tablones a los pies de mi paisano y traté de consolarle; después charlé con los demás intentando calmarlos en su delirio.

Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre tiene capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos, los cuales prueban que puede vencerse la apatía, eliminarse la irritabilidad. El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física.

Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino.

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