Grodeck 17 Conferencias
mariomcr2 de Diciembre de 2014
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Primera Conferencia
16 de agosto de 1916
George Groddeck
Biblioteca de Psicología Profunda.
Editorial Paidós. 1983.
La relación entre médico y paciente es una relación excepcional: se caracteriza por la entrega confiada del enfermo a su médico. El enfermo debe colaborar, y esto es lo difícil, porque implica una confianza excepcionalmente grande por su parte. Pues bien: conquistar tal confianza es la primera tarea del médico. Pero ni aun entonces dejan de surgir entre médico y enfermo desacuerdos, que por lo general tienen que ver con la noción de “alma”.
Y es realmente grave que la expresión “cuerpo y alma” se haya generalizado en la humanidad. Creer que pueda existir un cuerpo como algo independiente del alma es un error. Se trata de una singular idea que se le ha ocurrido a la humanidad moderna. Ante esta afirmación formulemos sin contemplaciones la pregunta que surge de allí: ¿podemos representarnos un cuerpo sin alma, o a la inversa? En principio, podría pensarse en un alma sin cuerpo, pero es imposible representarse un cuerpo sin alma; por lo menos, un cuerpo vivo. No hay ser humano que pueda ser concebido como cuerpo inanimado; sin alma, no hay vida. Ni aun temporalmente puede el alma abandonar el cuerpo, ni durante el sueño, ni en el desvanecimiento, ni en la hipnosis. En todo momento el cuerpo vivo está animado.
“Cuerpo” y “alma” son expresiones muy peligrosas. No existen males del cuerpo, pero sí males del alma, por más que en el lenguaje usual no haya un término exacto para referirse a ello. Cuerpo y alma, es un todo; el ser humano no tiene dos funciones. Yo no acepto que existan males del cuerpo, y por consiguiente elimino el estigma que nuestra época pone sobre los males del alma. Al mal del alma se le llama “estar enfermo”. El hombre moderno quiere que el médico le dé un diagnóstico, quiere saber qué le pasa. Yo nunca puedo hacerlo. El diagnóstico carece de valor y es inútil si no comprende al ser humano en su totalidad.
Al problema del “alma” y del “cuerpo” se añaden, pues, los males del alma, y también el término “histérico”. Hace ya años que no empleo este término a no ser con muchas reservas. Es necesario que cada cual aclare sus ideas acerca de este término, porque se ha convertido en una plaga, lo mismo que “neurótico”, “neurasténico” o “nervioso”. Este estado no es una falta de energía y por lo tanto no es superable con energía. A consecuencia de esta idea se ha hecho más difícil la curación, y así se ha eternizado el combate entre las dos almas. Porque el ser humano tiene dos almas: una consciente y otra inconsciente. Una coincide en cierto modo con la razón o la voluntad, y la otra coincidirá, entonces, con el instinto, que en el ser humano es notable. Del combate entre estas dos almas provienen todas las enfermedades. El alma inconsciente rige todo. No sólo posibilita nuestra existencia y hace latir el corazón, digerir los alimentos, y gobierna los ojos y todo el cuerpo; sino que también rige nuestra vida diaria, nuestro arte, nuestra literatura, nuestros actos, la guerra y la paz: todo es movido por instintos inconscientes, no por la razón. Tal vez podamos comprender algo con nuestra razón, sospechar las conexiones; pero llevar a cabo, hacer intencionadamente una cosa, es imposible. Y no obstante el alma consciente existe y vive en lucha con el alma inconsciente, y por eso surgen dificultades tremendas que conducen a enfermedades. Par ser precisos, el principio causal de éstas no es, por lo tanto, esta lucha (pues el alma consciente es un producto del alma inconsciente), sino que responde a una creación del alma inconsciente. La fuerza que nos gobierna y rige, el “ello”, construye el cuerpo, crea los signos corporales del ser humano; nos da pies, manos, los ojos y su color, el cabello, un corazón grande o pequeño, un estómago sano o enfermo, y da forma a nuestra nariz: todas éstas son creaciones de ese ser increíble: “ello”, ser humano, Dios o cualquiera que sea el nombre que se le quiera dar. A este ser debe dirigirse el médico; tratar en la vida diaria con él es complicado, porque nuestro lenguaje es pobre, y las palabras apenas significan algo. Se “dice”, se “habla”, se “ve” o se “mira”; pero “decir” y “hablar”, “ver” y “mirar” no es lo mismo. El lenguaje es un instrumento demasiado pobre para aprender a conocer a los demás, y por eso yo trato de hacerme comprender, más que por mi lenguaje, por mi rostro, por la expresión de mis movimientos corporales, etcétera. También expresamos cosas con el tono de voz, y los movimientos. Por ejemplo, cuando la voz se vuelve aguda, el ser humano se convierte en niño, y en ese momento el médico puede entender qué es lo que el enfermo le pide, puede incluso adivinar la vida del enfermo. Realmente, el ser humano es siempre un niño, y eso es algo que en ese momento se pone de manifiesto. El ser humano no tiene edad, o tiene todas las edades por las que ha pasado. Un individuo de cincuenta años puede tener cincuenta, treinta, trece, un año; incluso remontarse más lejos, hasta la existencia de sus padres y de sus abuelos. La vida del ser humano se compone permanentemente de instantes en los que es un ser viejo, joven o niño. Por eso resulta difícil formular un juicio moral sobre el individuo. Los males del alma no son simulados, ni imaginados. Deben rechazarse esos términos con toda energía y radicalmente. Los seres humanos están enfermos, y nada más. La vida siempre gira en torno a la propia persona; todo lo demás ocurre a una gran distancia. Primero yo, después una vez más yo, y luego, durante mucho tiempo, nada; sólo más tarde llega el otro. El egoísmo no tiene nada de bajo, sino que es el fundamento mismo de nuestra existencia humana. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, dicen las palabras de Jesús; pero no más que a ti mismo. Así, el fin supremo es ama a tu prójimo como a ti mismo pero no más. La abnegación auténtica no existe. Uno debe ser rico; no pequeño y pobre, porque entonces nada puede dar. Sólo aquel que no teme llorar y gritar como un niño, después de filosofar, y después de irse tal vez a la guerra, sólo ése puede dar algo; pero no el que tiene miedo. El resultado de la vida humana es ser un niño.
Cuarta Conferencia
6 desetiembre de 1916
George Groddeck
Biblioteca de Psicología Profunda.
Editorial Paidós. 1983.
Anteriormente hablamos de las relaciones del hijo con la madre. Hoy vamos a considerar el aspecto inverso, es decir, las relaciones que tiene la madre con el hijo, de qué manera se lleva cabo en el ser humano este curioso fenómeno, el amor materno, y cuáles son las ideas que se me han ocurrido al respecto. No es posible explicar cabalmente todas estas cosas en su conjunto pues aquí entran en juego las teorías de la herencia y otras cuestiones que deben considerarse en otro contexto. Lo que hoy nos interesa son las sensaciones suscitadas en la mujer durante el embarazo y los procesos subsiguientes. En primer lugar hay que considerar que esas sensaciones no son solamente de posesión y alegría, sino que también se mezclan con ellas otros sentimientos recalcitrantes que despiertan remordimiento, así como ciertas representaciones de miedo que conducen a fortalecer las sensaciones de amor, del mismo modo que una balanza se inclina de un lado para poder remontarse alternativamente del otro. A continuación quisiera señalar algo más: se da un proceso de tipo material, como es el hecho de irse sintiendo paulatinamente llenado. Este fenómeno, el hecho de que durante el embarazo la mujer esté llena, que no se sienta vacía, sino pletórica y saciada, no sólo es importante para juzgar el embarazo y el nacimiento, sino que además desempeña un gran papel en la vida humana. También está en relación con los procesos de beber y comer, puesto que el ser humano experimenta alternativamente los sentimientos de saciedad y vacío. También el hombre siente el deseo de estar embarazado. No cabe duda de que racionalmente no puede representarse la posibilidad de tener un hijo, pero no por eso deja de tener el sentimiento de vacío y la necesidad de llenarlo. Lo tiene hasta cierto grado, y también en él se puede descubrir, muy oculta, la pulsión de concebir un hijo. Está en relación con un sentimiento ahora proscrito: el de las relaciones sexuales entre hombre y hombre, y entre mujer y mujer, que no son nada contra natura, tal como nuestra moderna concepción estima. Forman parte de lo normal y además han representado un gran papel en la historia. En el embarazo, la mujer experimenta un sentimiento de satisfacción, y ésta es la causa de su predilección por el objeto que le proporciona ese sentimiento: el que le llene el vientre, el vacío. Si no lo tiene, se pone gorda y echa un gran vientre. Cuando alguien engorda, se puede afirmar con seguridad que siente en sí un gran vacío y que intenta eliminarlo engañándose a sí mismo. Todo lo que penetra en el cuerpo se acumula en el vientre y se manifiesta mediante la hinchazón. Ocurre también en los hombres, y no sólo a lo largo de un lapso prolongado, sino también durante minutos, horas, días. Casi siempre se puede demostrar por qué el individuo en cuestión ha tenido en su subconsciente la idea de estar embarazado; proviene de cosas que se han oído, sentido y sobre todo comido. El ser humano está acostumbrado al hecho de que todo aquello que hace engordar entra por la boca, y de este modo se despierta la representación del embarazo por la boca que tiene también un papel importante en los cuentos y representaciones infantiles. La gordura y la delgadez juegan un gran papel
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