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Inteligencia

franklin111516 de Noviembre de 2013

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capítulo 1

¿Por qué empezar hablando de la inteligencia? En un principio no vamos a

distinguir entre dos conceptos intuitivos, que admitimos no saber definir, la

conciencia y la inteligencia; sin embargo, sí nos vamos a hacer una pregunta

sencilla sobre ellos: ¿Sabemos atribuir la inteligencia a seres y objetos? El

estudio de la inteligencia siempre ha estado envuelto en complejas polémicas

éticas, políticas y educativas, por eso es imposible abordar el tema de manera

objetiva. La inteligencia ha sido usada como excusa para ordenar a los seres.

La sociedad no suele reflejar este orden: Los más inteligentes no ocupan las

posiciones más elevadas e influyentes. Aquí intentamos aclarar su naturaleza,

su origen y su papel evolutivo y social.

LA INTELIGENCIA HUMANA •

¿Quién la tiene más grande?

El más capullo de mi clase (¡Qué elemento!)

llegó hasta el parlamento

y, a sus cuarenta y tantos años,

un escaño

decora con su terno

azul de diputado del gobierno.

Da fe de que ha triunfado

su tripa, que ha engordado

desde el día

que un ujier le llamó «su señoría»

y cambió a su mujer por una arpía de pechos operados.

Y sin dejar de ser el mismo bruto,

aquel que no sabía

ni dibujar la o con un canuto.

El superclase de mi clase (¡qué pardillo!)

se pudre en el banquillo

y, a sus cuarenta y cinco abriles,

matarile,

y a la cola del paro

por no haber pasado por el aro.

Vencido, calvo y tieso

se quedó en los huesos

aquel día

que pilló a su mujer en plena orgía

con el miembro del miembro (¡qué ironía!)

más tonto del congreso.

Y sin dejar de ser el mismo sabio

que para hacer poesía

sólo tenía que mover los labios...

Joaquín Sabina

Matej Hochel & Emilio Gómez Milán

• LA CONCIENCIA

L a inteligencia es un término

y un concepto cuya historia

científica es relativamente

breve, pero llena de contradicciones.

Uno de los constructos1 psicológicos

más ambiguos y confusos que, sin

embargo, ha sido objeto de las más variadas

interpretaciones y cuyo uso ha conducido a

grandes errores. La inteligencia despierta un

intenso interés y aún escapa a todo intento

de definición. Con todo, ¿puede la ciencia

prescindir de esta palabra? El uso frecuente

de la misma pone en evidencia su utilidad

a la hora de describir la realidad interna y

el comportamiento. La utilizamos para hacer

referencia a la naturaleza de los humanos, de

otros seres vivos e incluso a las características

de objetos («mi jefe no es demasiado

inteligente», «tengo un perro muy inteligente»,

«sistema de software inteligente»). Todos hablamos

de inteligencia, pero ¿sabemos acaso

de qué estamos hablando?

Los partidarios de los tests de cociente

intelectual (CI) sugieren que la inteligencia

es una entidad localizada en el cerebro y

determinada en gran medida por la herencia.

Este enfoque organicista ha estado presente

no solamente en los círculos científicos

sino también reflejado, de una manera más

o menos sutil, en la sociedad y la política.

La suposición de que los genes determinan

directamente la inteligencia, llevó a afirmar

que las jerarquías sociales eran un mero reflejo

del orden natural. La situación de los

pobres se explicaba como consecuencia de

su menor capacidad innata o se justificaba

la esclavitud, sin dejar duda alguna de que

el negro estaba más cerca del mono que del

blanco Homo Sapiens Sapiens.

Una discriminación tan acusada y respaldada

por la «ciencia» ha pasado ya a la historia.

No obstante, los tests siguen utilizándose

para seleccionar a las personas en base a su

inteligencia (selección de directivos, orientación

profesional, etc.) y la aplicación de

una prueba de CI implica casi siempre un

etiquetado social. ¿No es verdad que cuando

usted hace un test y le dan el resultado,

experimenta satisfacción o sufrimiento según

el valor numérico que ha obtenido?

Ahora bien, ¿a quién debemos este interés

casi obsesivo que la inteligencia despierta en

la sociedad moderna? La palabra «inteligencia

» hizo su primera aparición en los textos

científicos gracias a Sir Francis Galton (1822-

1911), primo hermano de Charles Darwin.

Este controvertido personaje de la ciencia

estaba literalmente fascinado por las matemáticas

y, sobre todo, por las técnicas de

medición. Acertadamente, sus primeros pasos

como científico le llevaron a la topografía y

la meteorología. No obstante, inspirado por

su pariente más famoso (Darwin) pronto

empezó a dirigir su atención hacia el campo

de la herencia. Para probar sus teorías sobre

el origen genético de la inteligencia, Galton

en su laboratorio (por el cual pasaron unos

17.000 sujetos en los años 80 y 90 del siglo

XIX) recogía datos sobre diversas variables

como la fisionomía, la agudeza sensorial,

los tiempos de reacción, etc. que en su

opinión se relacionaban con la capacidad intelectual.

Su afán por «medir» al ser humano

le convierte en un verdadero precursor de

la psicometría actual. En la obra Hereditary

Genius (El genio hereditario), mantiene que

la inteligencia es fruto de la herencia donde

la influencia del ambiente y de la educación

es despreciable. Estas ideas le llevaron a

propagar el método de perfeccionamiento

de la raza humana, basado en las leyes de

la herencia.

Por un lado, todos podemos condenar

moralmente prácticas semejantes como la

eugenesia2, que se llevaba a cabo fruto

también de la aplicación de los tests de

inteligencia. Pero puede ser que una duda

salga de un escondrijo de la mente: ¿Y si

la ética nos impide ver la cruel verdad? ¿No

será cierto que los genes, con su determinación

férrea, confieren a unos una mente

penetrante mientras que condenan a otros

a una mediocridad intelectual?

Para esbozar una posible respuesta, vaLA

INTELIGENCIA HUMANA •

mos a recorrer el fascinante paisaje de la

inteligencia. Nos adentraremos en un cerebro

eminente (el de Einstein), exploraremos

algunos de los rincones más ocultos de la

inteligencia, buscándola en la mente de los

retrasados y, por fin, nos vamos a plantear

una posibilidad extravagante: ¿Es posible que

ser «imbécil» (es decir, no muy listo o mediocre)

sea, más que un perjuicio, una ventaja?

Usted verá por qué los tests de CI no

miden lo que pretenden, sabrá quiénes son

los idiotas sabios y por qué los inteligentes

pueden convertirse en unos dinosaurios.

Los siguientes párrafos no aspiran a llegar

a una definición de la inteligencia, lo cual,

como confirma la misma historia de la psicología,

es una labor parecida a la de Sísifo

de la mitología griega. Tan sólo queremos

estimular la imaginación y la reflexión –rompiendo

con la rigidez propia de la ciencia

convencional, pero sirviéndonos de sus aportaciones–

para quedarnos aún más perplejos

ante la inteligencia humana.

Los tests de CI: Persiguiendo

al fantasma

Imagine la siguiente situación. Está sentado

en un aula llena de personas. Entra un

oficial del ejército con dos ayudantes, reparten

unos cuadernillos misteriosos y después

de una breve palabra de introducción, le dan

las siguientes instrucciones:

«¡Atención! Mire el punto 1. Cuando yo

diga «ya», dibuje una figura 1 en el espacio

que hay en el círculo pero no en el triángulo

ni en el cuadrado, y dibuje también una figura

2 en el espacio que hay en el triángulo

y en el círculo pero no en el cuadrado. ¡Ya!

[...] Háganlo, háganlo, deprisa, rápido.»

Mientras trata de buscar soluciones a

series numéricas, rompecabezas tridimensionales

y laberintos, de pronto le avisan que

se han terminado los 10 minutos asignados

a esta parte del test. Tiene que pasar a la

siguiente tarea:

«Washington es a Adams como lo primero

a...»

«Crisco es: un medicamento específico,

un desinfectante, un dentífrico, un producto

alimenticio»

¿No sabe responder? Lo sentimos, no

puede entrar en EE.UU. porque, como ha

demostrado el test, es usted un deficiente

mental.

Además de «probar» la inferioridad del negro

y atribuir una edad mental de 13 años al

ciudadano americano medio, los Test Mentales

del Ejército se emplearon para restringir

la entrada de inmigrantes «deficientes» en el

país en los años 20. Los errores metodológicos

eran numerosos, la fiabilidad de

...

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