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MUJER Y MERCADO


Enviado por   •  16 de Diciembre de 2012  •  2.379 Palabras (10 Páginas)  •  344 Visitas

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Ayer en la calle vi algo que llamaba la atención: un chico , que no llegaba a los 30, bien vestido, sostenía una pizarra de esas de plástico que se limpian con la mano. Ahí tenía escrito algo así: “Ingeniero técnico de obras públicas. 6 años de experiencia en construcción. En paro. Busco trabajo, de lo que sea”.

Todo el que pasaba leía y se quedaba en silencio. Luego murmuraba. Impresionaba más verle que a un mendigo. ¿Por qué? Porque no estamos acostumbrados. ¿Aparentaba haber perdido la dignidad? No lo creo, aunque eso pareciera. Que estaba desesperado es evidente, y seguro que ha probado ya todas las vías. El caso es que el chaval éste, digamos, es un “signo de los tiempos”.

Todo ésto para comentar el ensayo de Richard Sennet, La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Es una joya. Desde una visión completamente fría, sin meter apenas opinión, va analizando cómo el actual mundo laboral, gobernado por el neoliberalismo, va impidiendo la formación del carácter.

El carácter en el sentido aristotélico, como proyecto de vida y forma de ser que se va haciendo a lo largo de la vida a partir de nuestra propia biografía y de las opciones que hayamos elegido. Somos lo que decidimos ser, a lo que nos pasa podemos dar respuesta -dentro de unos límites, claro-, y construir nuestra vida. Según Aristóteles esta era la forma de buscar la felicidad, siendo tarea de uno mismo. Por ello añadía en Política las nociones de justicia retributiva y distributiva, que vienen a ser: a cada cual según su mérito, pero partiendo de unas mismas condiciones. Es la única forma de que los mejores consigan los mejores puestos sociales y redunde, así, en el bien de todos. La sociedad había de estar organizada de tal forma que todo ciudadano pudiera ser feliz a partir de sí mismo, dando lo mejor de sí. (Y ésto no era un discurso buenista, al estilo de los que hoy nos agobian, ya que defendía la necesidad de la guerra para lograr estos objetivos. Curiosamente, a la entrada de la más prestigiosa academia militar de Estados Unidos, West Point, aparece una cita de Aristóteles: “Hacemos la guerra para preservar la paz”).

Pues el ensayo de Sennett, sociólogo norteamericano, trata sobre la imposibilidad de decidir acerca de qué hacer con nuestra vida hoy en día. Ni el mérito ni el esfuerzo. Son conceptos que están quedándose el el olvido. Hoy nuestra vida nos la determina el sistema laboral, que funciona de una manera prácticamente autónoma. Lo que importa es la rentabilidad económica, con lo que el trabajador -sea del espectro que sea: en el libro entrevista tanto a profesionales liberales como a panaderos-, los recursos humanos o material humano, son un factor más dentro de una estructura que no entiende de dignidades o vidas personales. Sencillamente, no lo necesita y, además, son un estorbo.

Describe cómo el mercado laboral es una especie de red social sin un centro de referencia, que se expande por todas partes, tanto en el plano geográfico como cultural. El trabajador, esto es , cualquier persona, entra directamente en esta red que no se deja comprender pues, además, va adaptándose con el tiempo y las nuevas circunstancias. Y, además, es que ésto tiene que ser así. Pues cualquier tipo de bussines que se haga ha de entrar en este juego o no tiene sentido. Así la vida laboral de cualquiera.

Se justifica a sí misma esta red o estructura con palabras (pues no dejan de ser palabras) como competitividad, flexibilidad, trabajo en equipo… pues lo que prima es adaptarse a los cambios, a la red que va mutando. Es decir, que el sujeto no puede luchar contra esa flexibilidad, la única alternativa es dejar el trabajo. Lo que importa es la red, la estructura, no las personas. Para funcionar necesita personas, pero no una concreta, sino cualquier persona.

Decía Kant que tratar con respeto a alguien significaba tener en cuenta su dignidad, esto es, tratarle como un fin en sí mismo y no como un medio. Si seguimos la descripción que hace Sennett del nuevo mercado laboral vemos que ni dignidad, ni respeto, ni nada. Un recurso humano es un recurso más, el material humano es “reponible”, como los ordenadores. Además, un ordenador no se queda embarazado, lo cual es una ventaja económica.

A quienes más le choca es, sobre todo, a los trabajadores próximos a la jubilación, los que se suelen quedar en el paro, claro. Ellos conocieron otro tipo de relación laboral, la de la empresa de toda la vida, en la que sabían a qué atenerse. Con las limitaciones que ello pudiera tener, claro, pero al menos permitía la formación de ese carácter del que hablábamos más arriba. (Son los nuevos parias, aquellos que ahora en España “queremos” que trabajen hasta los 67, cuando es obvio que acabarán en el paro, aumentando el gasto social). Lo que se consigue es que cada vez estemos menos identificados con la empresa para la que se trabaja y que, curiosamente, son ahora los jóvenes, en estos tiempos de crisis, los que más echan de menos un “trabajo para toda la vida”. (En España el 46% de los trabajadores “pasa” de su empresa, sólo les interesa el sueldo. Algo, sin embargo, que merma la productividad).

Muy interesante es la serie de entrevistas que hace a un ingeniero aeronáutico. Este hombre se tuvo que mudar tres veces, lo que en Estados Unidos implica moverse miles de kilómetros, con la consiguiente ruptura de lazos personales. Los motivos de los cambios fueron completamente ajenos a él. Por un lado había fusiones, con lo que se trasladaba o perdía el trabajo. O en las que, directamente, perdía el empleo. Por otro lado, habían vendido su empresa. El pecado: ir demasiado bien, gracias en parte al excelente trabajo de este ingeniero. ¿Merece la pena trabajar tanto y tan bien para recibir semejante premio? Él contestaba que en esa idea se había educado y, en definitiva, esa era la idea de trabajo americana. Menos mal que su mujer le podía seguir, abandonando sus diferente empleos, todos ellos cualificados. Pero, preguntado acerca de si merecía la pena para su propia vida y la de su familia, el hombre termina confesando que realmente empezaba a no saber qué decir a sus hijos. El trabajo duro, la ambición, la fidelidad… ¿para qué? Todo el día trabajando para ir, con sus cambios forzados, rompiendo las relaciones personales de sus hijos y su entorno. Se sentía lejos de ellos y no sabía qué valores inculcarles… por eso trataba que ellos participaran más en la comunidad religiosa de allá adonde fueran, para que al menos tuvieran unos valores.

¿En eso queda todo? ¿Sólo queda ir a la iglesia? La carencia de valores efectivos en el día a día -pues no se necesitan apenas,

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