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PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA.

clau_aguaTrabajo25 de Abril de 2017

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PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA

La Psicopatología de la Vida Cotidiana, es un estudio sistemático de los factores psicológicos que influyen, tanto sobre las enfermedades como en los procesos mentales patológicos. Es parte de la psicología experimental que somete al individuo a estímulos en situaciones anormales, las cuales alteran la regularidad de su vida.

La Psicopatología de la Vida Cotidiana es un estudio de factores de la vida cotidiana que ha pesar de darse continuamente no son catalogados como normales, sino como enfermedades mentales.

Las investigaciones de Freud sobre estos temas abarcaron:

        Actos fallidos propiamente dichos.

        Los olvidos no duraderos.

        Los recuerdos infantiles encubridores.

        Determinismo y superstición.

1.        ACTOS FALLIDOS PROPIAMENTE DICHOS

Son también llamados equivocaciones, las cuales se producen cuando una persona dice:

a.        Una palabra por otra (equivocaciones orales).

b.        Lee una palabra por otra (equivocaciones en la lectura).

c.        Escribe una palabra por otra (equivocaciones en la escritura).

d.        Oye una palabra por otra (equivocaciones auditivas).

Un sujeto que normalmente hable, lea, escriba u oiga bien, se equivoca en los siguientes casos: cuando se halla indispuesto, fatigado, sobreexcitado o distraído. Es decir que las condiciones determinantes de estos fenómenos serían fisiológicas, en el primer caso, y psicofisiólogicas en los otros. Es así que la atención juega, en las equivocaciones mencionadas, un papel fundamental.

Para Freud, los factores psicofisiológicos, en los cuales hace hincapié la psicología tradicional, no tienen otro valor que el de facilitar el camino a las equivocaciones indicándoles la ruta a seguir. El psicoanálisis resalta que no todos los caracteres de los actos fallidos se explican por la teoría de la psicología clásica, de tal manera que existen sujetos en los cuales se producen dichos actos sin estar indispuestos, ni fatigados, ni sobreexcitados, ni distraídos.

Las equivocaciones presentan un sentido propio y, en general, son actos psíquicos completos y correctos. Un acto fallido no es una casualidad sino un verdadero acto psíquico completo, que tiene su origen en la oposición de dos intenciones diferentes. Esto es válido para todos los actos fallidos.

1.1 EQUIVOCACIONES ORALES (LAPSUS LINGUAE)

El material corriente de nuestra expresión oral, en nuestra lengua materna, parece hallarse protegido; el olvido, en cambio, sucumbe con extraordinaria frecuencia a otra perturbación que se la conoce con el nombre de equivocaciones orales o lapsus linguae.

Freud decía que se constata muchas veces que cuando hay un especial interés en no equivocarse, es cuando surgen con más facilidad los lapsus. Además, a veces, intervienen en los actos fallidos algo que no puede recibir otro nombre que el de sugestión.

Ejemplo: Un actor que debía decir: “Condestable, le devuelvo su espada”, fue intimidado durante los ensayos por un bromista que le apuntaba: “Confortable le devuelvo su caballo”. El día del estreno, el actor se equivocó en la forma que el bromista le sugería, pese a la atención que había puesto para no equivocarse; es evidente que la equivocación refleja el verdadero sentir del actor.

La equivocación oral más frecuente -continuaba Freud-, es la que consiste en decir precisamente lo contrario de lo que se quería.

Ejemplo: El presidente de la Cámara Astrohúngara, un día en que se preveía una reunión agitada, abrió el debate diciendo: “Señores diputados, se levanta la sesión”.

Frente a los casos en que la función fallida muestra claramente un sentido, aparecen otros en que las equivocaciones no presentan ningún sentido aparente, como cuando alguien altera nombres o yuxtapone una serie de sonidos desacostumbrados.

Ejemplo: Un señor interrogado acerca de la salud de un caballo enfermo contestó: “Sí, esto durará mucho”. La razón por la cual se había equivocado al hablar era que cuando oyó la pregunta se le ocurrió que “aquello era una triste historia”; así pues, el encuentro de dos palabras: durará y triste, produjo la equivocación.

Después Freud creyó que toda equivocación surge por la interferencia de dos propósitos distintos y luego agrega: «Una de estas tendencias, la perturbada, es desde luego conocida por el sujeto; por lo tanto, el problema está en establecer la otra, la perturbadora».

Freud, de acuerdo al grado de concienciación de la tendencia perturbadora, divide a los actos fallidos en tres grupos:

        Actos fallidos donde la tendencia perturbadora es conocida por el sujeto (como el ejemplo del presidente).

        Actos fallidos en los cuales, a poco que medite el sujeto, descubre la tendencia perturbadora. Tal es el caso del señor que siendo interrogado por la salud de su caballo dijo durará.

        Actos fallidos en los cuales el sujeto no reconoce que su equivocación dependa de una tendencia perturbadora. En estos casos, la tendencia se encuentra totalmente reprimida, aunque se manifiesta lo mismo “a pesar del sujeto”. Nada impide en dichos casos suponer que no ocurra lo mismo que en el primero y segundo grupo de actos equivocados.

1.2 EQUIVOCACIONES EN LA LECTURA

En estos actos, la situación psíquica del sujeto es diferente a la de los actos fallidos orales. Aquí, una de las dos tendencias concurrentes es reemplazada por una excitación sensorial. Estos errores constituyen sustituciones completas. La palabra que debía leerse queda reemplazada por otra sin que necesariamente existan relaciones de contenido entre el texto y el error. En cuanto al mecanismo que provoca estos actos es el mismo que el de las equivocaciones orales.

Ejemplo: Un sujeto viajando en un vehículo, pasó frente a un negocio que anunciaba “hay existencia de revoluciones de X (producto)”. Asombrado de tal anuncia volvió a leerlo y encontró que en vez de revoluciones decía soluciones. El análisis de este acto fallido demostró que el sujeto había estado todo el día preocupado con el “estado revolucionario” del país. Vale decir, que en los actos fallidos de la lectura, uno interpone sus ideas y las proyecta sobre lo escrito.

Freud comprobó por una numerosísima cantidad de ejemplos que es la predisposición del lector la que transforma el texto a sus ojos, haciéndole leer algo relativo a los pensamientos que en aquel momento le ocupan. El texto mismo no necesita coadyuvar a la equivocación más que presentando alguna semejanza en la imagen de las palabras, semejanza que pueda servir de base al lector para verificar la transformación que su tendencia momentánea le sugiere. El que la lectura sea rápida y, sobre todo, el que el sujeto padezca algún efecto, no corregido, de la visión, son factores que coadyuvan a la aparición de tales ilusiones, pero que no constituyen, en ningún modo, condiciones necesarias.

Existe un segundo grupo de casos en el que la participación del texto en el error que se comete en la lectura es más considerable. En tales casos, el contenido del texto es algo que provoca una resistencia en el lector o constituye una exigencia o noticia dolorosa para él, y la equivocación altera dicho texto y lo convierte en algo expresivo de la defensa del sujeto contra lo que le desagrada o en una realización de sus deseos. Se ha de admitir, por tanto, que en esta clase de equivocaciones se percibe y se juzga el texto antes de corregirlo, aunque la conciencia no se percate en absoluto de esta primera lectura.

Ejemplo: “Un día recibí una carta en la que se me comunicaba una mala noticia. Inmediatamente llamé a mi mujer para transmitírselo, informándole de que la pobre señora de Wilhelm M. había sido desahuciada por los médicos. En las palabras con que expresé mi sentimiento debió de haber sin embargo, algo que, sonando a falso, hizo concebir a mi mujer alguna sospecha, pues me pidió la carta para verla, haciéndome observar que estaba segura de que en ella no constaba la noticia en la misma forma en que yo se la había comunicado, porque, en primer lugar nadie acostumbra aquí designar a la mujer sólo por el apellido del marido y, además, la persona que nos escribía conocía perfectamente el nombre de pila de la citada señora. Yo defendí tenazmente mi afirmación, alegando como argumento la redacción usual de las tarjetas de visita, en las cuales la mujer suele designarse a si misma por el apellido del marido. Por último tuvo que mostrar la carta y, efectivamente, leímos en ella no sólo “el pobre W.M.”, sino “el pobre doctor W.M.”, cosa que se me había escapado antes por completo. Mi equivocación en la lectura había significado un esfuerzo espasmódico, por así decirlo, encaminado a transportar del marido a la mujer la triste noticia. El título incluido entre el adjetivo y el apellido no se adaptaba a mi pretensión de que la noticia se refiere a la mujer y, por tanto, fue omitido en la lectura. El motivo de esta falsificación no fue, sin embargo, el de que la mujer me fuese menos simpática que el marido, sino la preocupación que la desgracia de éste despertó en mi con respecto a una persona allegada que padecía igual enfermedad”.

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