Piscología De Las Masas Y Analisis Del Yo
wonder0124 de Noviembre de 2013
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Massenpsychologie und Ich-Analyse
Introducción
La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a pri-mera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la consi-dera más a fondo.
La relación del individuo con sus padres y hermanos, con su objeto de amor, con su maestro y con su médico, vale decir, todos los vínculos que han sido hasta ahora indagados preferentemente por el psicoanálisis, tienen derecho a reclamar que se los considere fenó-menos sociales. Ahora bien, cuando se habla de psicología social o de las masas, se suele prescindir de estos vínculos y distinguir como objeto de la indagación la influencia simultánea ejercida sobre el individuo por un gran número de personas con quienes está ligado por algo, al par que en muchos aspectos pueden serle ajenas. Por tanto, la psicología de las masas trata del individuo como miembro de un linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto lapso y para determinado fin. Obtendremos ambas cosas citando un libro que con jus-ticia se ha hecho famoso, el de Le Bon, Psicología de las masas.
¿Qué es entonces una «masa», qué le presta la capacidad de influir tan decisivamente sobre la vida anímica del individuo, y en qué consiste la alteración anímica que impone a este último?
Responder esas tres preguntas es la tarea de una psicología teórica de las masas. Hay ideas y sentimientos que sólo emergen o se convierten en actos en los individuos liga-dos en masas.
Tomándonos la libertad de jalonar la exposición de Le Bon mediante nuestras glosas, hagamos notar en este punto: Si los individuos dentro de la masa están ligados en una uni-dad, tiene que haber algo que los una, y este medio de unión podría ser justamente lo carac-terístico de la masa.
«Es fácil verificar la gran diferencia que existe entre un individuo perteneciente a una masa y un individuo aislado, pero es más difícil descubrir las causas de esa diferencia.
En la masa, opina Le Bon, desaparecen las adquisiciones de los individuos y, por tan-to, su peculiaridad.
Así se engendraría un carácter promedio en los individuos de la masa. Y tendrá tanto menos motivo para controlarse cuanto que, por ser la masa anónima, y por ende irresponsa-ble, desaparece totalmente el sentimiento de la responsabilidad que frena de continuo a los individuos».
Nos bastaría con decir que el individuo, al entrar en la masa, queda sometido a condi-ciones que le permiten echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales incon-cientes. Hace ya mucho afirmamos que el núcleo de la llamada conciencia moral es la «an-gustia social» (ver nota).
En la multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos, y en grado tan alto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo. Esta aptitud es enteramente contraria a su naturaleza, y el ser humano sólo es capaz de ella cuando integra una masa».
«Una tercera causa, por cierto la más importante, determina en los individuos de una masa particulares propiedades, muy opuestas a veces a las del individuo aislado.
»Tal es aproximadamente el estado del individuo perteneciente a una masa psicológi-ca.
«Los principales rasgos del individuo integrante de la masa son, entonces: la desapa-rición de la personalidad conciente, de los sentimientos e ideas en el mismo sentido por su-gestión y contagio, y la tendencia a trasformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas. El individuo deja de ser él mismo; se ha convertido en un autómata carente de voluntad».
Acaso la mejor interpretación de sus tesis consista en referir el contagio al efecto que los miembros singulares de la masa ejercen unos sobre otros, mientras que los fenómenos de sugestión discernibles en la masa -equiparados por Le Bon al influjo hipnótico- remitirían a otra fuente.
Resta todavía un punto de vista importante para formular un juicio sobre el individuo de la masa: «Además, por el mero hecho de pertenecer a una masa organizada, el ser hu-mano desciende varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizás un indi-viduo culto; en la masa es un bárbaro, vale decir, una criatura que actúa por instinto. Le Bon se detiene particularmente en la merma de rendimiento intelectual experimentada por el indi-viduo a raíz de su fusión en la masa (ver nota).
Dejemos ahora a los individuos y atendamos a la descripción del alma de las masas tal como Le Bon la bosqueja.
La masa es impulsiva, voluble y excitable. Abriga un sentimiento de omnipotencia; el concepto de lo imposible desaparece para el individuo inmerso en la masa (ver nota).
La masa es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica, lo improbable no existe para ella. Los sentimientos de la masa son siempre muy simples y exaltados. Por eso no co-noce la duda ni la incerteza (ver nota).
Inclinada ella misma a todos los extremos, la masa sólo es excitada por estímulos desmedidos. Quiere ser dominada y sometida, y temer a sus amos.
Para juzgar correctamente la moralidad de las masas es preciso tener en cuenta que al reunirse los individuos de la masa desaparecen todas las inhibiciones y son llamados a una libre satisfacción pulsional todos los instintos crueles, brutales, destructivos, que dormitan en el individuo como relictos del tiempo primordial. Pero, bajo el influjo de la sugestión, las masas son capaces también de elevadas muestras de abnegación, desinterés, consagración a un ideal. Mientras que en el individuo aislado la ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas. Puede hablarse de una moralización del indivi-duo por la masa.
Otros rasgos de la caracterización de Le Bon echan viva luz sobre la licitud de identifi-car el alma de las masas con el alma de los primitivos. Pero lo mismo ocurre en la vida anímica inconciente de los individuos, de los niños y de los neuróticos, como el psicoanálisis lo ha demostrado hace tiempo (ver nota).
Además, la masa está sujeta al poder verdaderamente mágico de las palabras; estas provocan las más temibles tormentas en el alma de las masas, y pueden también apaciguar-la.
Y por último: Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. La masa es un rebaño obediente que nunca podría vivir sin señor.
Si la necesidad de la masa solicita un conductor, este tiene que corresponderle con ciertas propiedades personales. Para suscitar la creencia de la masa, él mismo tiene que estar fascinado por una intensa creencia (en una idea); debe poseer una voluntad poderosa, imponente, que la masa sin voluntad le acepta. Le Bon enumera después las diversas clases de conductores y los medios por los cuales influyen sobre la masa.
Se tiene la impresión de que las consideraciones de Le Bon sobre el papel del conduc-tor y el prestigio no están a la altura de su brillante descripción del alma de las masas.
Las dos tesis que contienen las opiniones más importantes de Le Bon (la inhibición co-lectiva del rendimiento intelectual y el aumento de la afectividad en la masa) habían sido for-muladas poco antes por Sighele (ver nota). Sin duda, todos los fenómenos antes descritos del alma de las masas han sido correctamente observados; pero también es posible indivi-dualizar otras exteriorizaciones de la formación de masa, opuestas por completo a aquellas, y de las cuales se deriva por fuerza una estimación mucho más alta del alma de las masas.
También Le Bon estaba dispuesto a admitir que, en ciertas circunstancias, la eticidad de las masas puede ser más alta que la de los individuos que la componen, y que sólo las colectividades son capaces de un altruismo y una consagración elevados: «Mientras en el individuo aislado la ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas» (1895 [traducción al alemán], pág. 38).
En vista de estas contradicciones totales, parece que la labor de la psicología de las masas no daría fruto alguno. Es probable que bajo el nombre de «masas» se hayan reunido formaciones muy diversas, que deberían separarse. Es innegable que las pinturas de estos autores se han visto influidas por los caracteres de las masas revolucionarias, en particular las de la gran Revolución Francesa. Las afirmaciones opuestas provienen de la apreciación de aquellas masas o asociaciones estables a que los seres humanos consagran su vida y que se encarnan en las instituciones de la sociedad. Las masas de la primera variedad son con respecto a las de la segunda, por así decir, como las olas breves, pero altas, del mar con respecto a las mareas.
En el caso más simple -dice-, la masa (group) no posee organización alguna, o la tiene ínfima. Designa «multitud» (crowd) a una masa así. Mientras más fuertes sean estas relaciones de comunidad («this mental homogeneity»), con tanto mayor facilidad se forma a partir de los individuos una masa psicológica, y tanto más llamativas son las manifestaciones de un «alma de la masa».
Mc-Dougall explica este «ser-arrastrado» del individuo por lo que llama el «principle of direct induction of emotion by way of the primitive sympathetic response», vale decir, el con-tagio de sentimientos que ya conocemos (ver nota). Y esta compulsión {Zwang} automática se vuelve tanto más fuerte cuantas más son las personas en que se nota simultáneamente el mismo afecto. Las mociones afectivas más groseras y simples son las que tienen las mayores probabilidades de difundirse de tal modo en una
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