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PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS DEL YO

eliasmdo9 de Marzo de 2015

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PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS DEL YO

En este trabajo de 1921, Sigmund Freud analiza porqué las sociedades se mantienen unidas, recurriendo a los conceptos de libido e identificación. La gente permanece unida por lazos de amor inhibidos en su fin, desexualizado o sublimado, y porque han elegido el mismo líder como ideal del yo, se identificaron con él y por tanto se han identificado entre sí.

El alma colectiva, según Le Bon

La psicología colectiva se pregunta ¿qué es una masa?, ¿por qué medios puede ejercer tanta influencia en cada individuo?, ¿en qué consiste esa influencia, es decir, cómo modifica al sujeto?

Para Le Bon, por el solo hecho de integrar una multitud, los individuos adquieren una especie de alma colectiva que, a pesar de sus diferencias individuales, los hace obrar, sentir y pensar de manera distinta a como lo harán de manera individual. La personalidad individual desaparece y cada individuo empieza a actuar a partir de una fuerza inconsciente de tipo social o colectivo. Queda así al descubierto una base inconsciente común, nivelándose todas las diferencias. Le Bon intenta explicar este fenómeno de masas por tres factores: liberación instintiva, contagio mental, y sugestibilidad.

En la masa, el individuo puede liberar su instintivita refugiándose en el anonimato y eludir su responsabilidad. Entendemos que esto no es un fenómeno nuevo sino una mera exteriorización de una tendencia del inconsciente individual.

Además, en una multitud todo acto y sentimiento es contagioso, lo que para Le Bon explica la homogeneidad de la masa. Este contagio no es más que una consecuencia del tercer factor: la sugestibilidad. El individuo cae en un estado similar a la de la fascinación hipnótica, donde su voluntad queda abolida quedando a merced del hipnotizador. En suma, este autor propone que el contagio mental deriva de la sugestibilidad, y esta a su vez de una influencia hipnótica de incierto origen. Le Bon no dice de dónde proviene esta, no dice quién sería el hipnotizador.

Le Bon compara la multitud con los hombres primitivos y los niños, encontrando elementos en común: la multitud es impulsiva, versátil, irritable, se deja llevar casi siempre por el inconsciente, es muy influenciable y crédula, y va rápidamente a los extremos porque reacciona sólo a estímulos muy intensos. Para influir sobre ella no nos sirve el argumento lógico sino la repetición y la presentación de imágenes llamativas. En la masa pueden coexistir tendencias opuestas sin entrar en conflicto, cosa que ya hemos visto en niños y neuróticos.

La masa no busca la verdad sino la ilusión, y cree en el mágico poder de las palabras. Todo esto también aparece en el neurótico, que privilegia la fantasía sobre la realidad.

Le Bon dice además que la multitud necesita un jefe por su sed de obedecer, jefe que debe tener ciertas cualidades: mucha fe para poder hacer surgirla también en la multitud, una voluntad potente para imponerse, etc. Le Bon atribuye a los jefes una cualidad llamada “prestigio”, o poder de fascinar a los demás paralizando sus facultades críticas. Hay para Le Bon un prestigio adquirido (en virtud de la riqueza, la honorabilidad, la tradición, etc.) y un prestigio personal (que no todos tienen). Sea cual fuese, el prestigio se mantiene sólo por el éxito, y sucumbe al fracaso. Freud criticará esta concepción sobre los jefes de multitudes.

Otras concepciones de la vida anímica colectiva

Freud coincide con Le Bon cuando acentúa la vida anímica inconsciente, pero en rigor no dice nada nuevo: antes de ello ya se había hablado de la inhibición de lo intelectual y la intensificación de lo afectivo en la multitud, e incluso del papel del inconsciente y de la comparación de la masa con el hombre primitivo.

Le Bon aceptó ciertas objeciones, como la de que a veces la moral de la multitud puede ser superior a la individual (por ejemplo en las colectividades benéficas). Otros autores afirman que la sociedad impone normas morales a los individuos pues éstos no pueden alcanzarlas por sí solos. También se planteó que las grandes producciones intelectuales ni habrían podido ocurrir en un individuo aislado. Tales contradicciones derivan de confundir masas pasajeras con instituciones permanentes. Para Mac Dougall las primeras no están organizadas (y las llama multitudes), mientras que las segundas sí. La psicología colectiva debe poder explicar qué es lo que enlaza a los individuos en una masa, y Mac Dougall recurre para esto a un principio de inducción directa de las emociones por medio de la reacción simpática primitiva. O sea un afecto provoca otro similar en quien lo observa. Esta intensificación del afecto se favorece porque da al individuo la sensación de mucho poder, y de permitirle sortear peligros invencibles. Mac Dougall coincide en muchos puntos con Le Bon respecto de las características antes indicadas de las multitudes, pero agrega cinco factores que deben considerarse para pasar de la multitud desorganizada a una organización social: (1) no debe ser pasajera, sino más permanente; (2) cada individuo debe formarse una idea de la naturaleza y finalidad de la multitud, lo que condicionará su actitud afectiva hacia ella; (3) en la masa debe relacionarse con otras análogas (aunque sea por rivalidad), pero manteniendo su peculiaridad; (4) la masa debe tener una tradición y usos propios; (5) la masa debe estar organizada, debe incluir una especialización entre sus miembros. Podemos describir esta última característica de otro modo: crear en la masa las facultades que tenía cada individuo (continuidad, conciencia, tradiciones, etc.) antes de su absorción por la multitud.

Tales cinco condiciones harían desaparecer el defecto psíquico de la formación colectiva.

Sugestión y libido

La intensificación de los afectos y el déficit intelectual producidos por la influencia de la masa pueden quedar en parte neutralizados por una superior “organización” de las masas, pero cuando no lo están, debemos buscar una explicación adecuada, dice Freud.

No nos satisfacen los argumentos ni de Le Bon (los fenómenos sociales obedecen a la sugestión recíproca de individuos y al prestigio del caudillo), ni los de Mac Dougall (cuyo principio de la inducción equivale en el fondo al de la sugestión). Estos autores, así como también Bernheim, dejan traslucir que la sugestión es un fenómeno primario irreductible, o sea la sugestión quedaría sin ser explicada. Nos proponemos ahora , dice Freud, explicarlo recurriendo al concepto de libido.

Libido es una cantidad de energía instintiva relacionada con el amor, o más neutramente, con los afectos. Tal energía es originalmente de tipo sexual, aunque después puede ser desviada hacia otros fines.

Admitiremos la hipótesis de que en la esencia del alma colectiva existen también relaciones amorosas, ocultadas detrás de la llamada “sugestión”. Consideramos dos ideas importantes: que la masa se mantiene unidad por la fuerza del Eros, y además que cuando el individuo renuncia a su individualidad dejándose sugestionar por otros, lo hace más por estar de acuerdo con ellos (por “amor” a ellos), que contra ellos.

Dos masas artificiales: la Iglesia y el Ejército

Iglesia y Ejército son masas artificiales porque sobre ellas actúa una coerción exterior que las preserva de la disgregación, encontrándose por ello altamente organizadas y disciplinadas.

En ellas reina la misma ilusión: la presencia de un jefe visible (jefe del Ejército) o invisible (Cristo) que ama igualmente a todos lo miembros de la masa. De tal ilusión depende todo, hasta su misma existencia, y de otro modo se disgregaría. El jefe es el padre que ama por igual a todos sus soldados, y por ello éstos son camaradas entre sí; idénticamente Cristo ama a su grey, siendo éstos todos hermanos entre sí. Ni siquiera es preciso recurrir a nociones como “patria” para explicar la cohesión del ejército.

En la masa artificial el individuo tiene entonces dos vínculos afectivos o libidinales: con el Jefe, y con los restantes individuos. Esto nos permitirá entender el porqué de la limitación de su personalidad y su libertad, pues está sujeto a dos centros libidinales distintos. La existencia de estos lazos afectivos se demuestra por ejemplo por el pánico que se siente en el ejército cuando ya no se obedecen órdenes. Esto no depende de un peligro exterior, ya que un ejército cohesionado no siente miedo frente a graves peligros como una guerra. El individuo en una masa que entró en pánico empieza a pensar sólo en sí mismo y en el desgarramiento del lazo afectivo que antes lo mantenía sin experimentar miedo. Así, son estos fuertes lazos afectivos los que mantienen la unidad de la masa preservándola del pánico.

Así como en un individuo surge miedo por un peligro externo o por la ruptura de lazos afectivos (angustia neurótica), así también en la masa surge miedo ante un peligro que amenaza a todos o por la ruptura de los lazos afectivos que la mantenían cohesionada (angustia colectiva). Vemos entonces analogías entre ambos tipos de angustia. Basta la pérdida del lazo afectivo con el jefe para que cunda el pánico, con lo cual además se disuelven los lazos afectivos de los miembros entre sí. Lo mismo podría ocurrir si se disgrega la masa religiosa. Aquí también los lazos afectivos de amor son muy intensos, lo cual contrasta con la crueldad y la intolerancia que manifiestan hacia otras masas fuera de la iglesia. Si hoy en día no se ve tanta crueldad no es porque el hombre

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