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Psicoanálisis II Freud – Introducción del narcisismo

Abri BiancoResumen29 de Septiembre de 2021

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Psicoanálisis II Final - Abril

Unidad 1:

Freud – Introducción del narcisismo – Vol. 15

Freud afirma que el narcisismo es un estadio normal del desarrollo de la libido. Lo define como el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de auto conservación, la cual se atribuye una dosis a todos los seres vivos. Cuando dice “normal”, y “todos”, se está oponiendo a Paul Näcke, que consideraba al narcisismo como una perversión sexual.

El histérico y el neurótico, dice Freud, han resignado el vínculo con la realidad. Pero no han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aún lo conservan en la fantasía, en la función imaginaria. Vale decir, han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios, renunciando a emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus fines con esos objetos. A ese estado de la libido lo denominamos “introversión de la libido”, introversión por la cual se llega a una investidura del yo, y, consecuentemente, al efecto de pérdida de la realidad.

Los parafrénicos –dementia praecox de Kraepelin, esquizofrenia de Bleuler–, muestran dos rasgos fundamentales, el extrañamiento del interés respecto del mundo, personas y cosas, y el delirio de grandeza. Los parafrénicos retiran su libido de lo exterior, pero sin sustituirlo en la fantasía. Cuando esto último ocurre, en la alucinación, parece corresponderse con un intento de curación que quiere reconducir la libido al objeto. ¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos? La libido sustraída de los objetos es conducida al yo, y así surge una conducta que podemos llamar narcisismo, delirio de grandeza.

Es importante destacar que el delirio de grandeza no es una creación nueva, sino un despliegue de un estado que ya había existido. Así, entendemos que el narcisismo que nace por re-plegamiento de las investiduras de objeto es un narcisismo “secundario”, que se edifica sobre otro, “primario”, oscurecido por múltiples influencias. En otras palabras, esta es la metáfora de la ameba y los seudópodos. La ameba representa la originaria investidura libidinal del yo. Esta investidura libidinal es cedida después a los objetos, pudiendo, a la vez, ser retirada, como un seudópodo que se expande y se contrae.  

Respecto a la diferenciación de las energías psíquicas, Freud dice que al comienzo están juntas en el estado del narcisismo primario, y sólo con la investidura de objeto se vuelve posible diferenciar una energía sexual, que es la libido, de una energía de las pulsiones yoicas. Así, tenemos que las pulsiones se dividen en dos tipos, por un lado, las yoicas, y, por otro lado, las sexuales. Las del primer grupo son todas aquellas que sirven para el auto conservación del yo. Las otras, en cambio, tienen otra sustancia, la libido, apuntan al objeto y lo hacen deseable, con el fin de alcanzar no la supervivencia, sino el placer. Al mismo tiempo, a la libido, la debemos subdividir en libido yoica y libido de objeto. Cuanto más gasta una más se empobrece la otra. El estado de enamoramiento se nos aparece como la fase superior que alcanza la segunda, lo concebimos como una resignación de la personalidad propia a favor de la investidura de objeto. Encontramos su opuesto en la fantasía de fin del mundo de los paranoicos.

Podemos agregar, además, que, al principio, la pulsión es auto erótica. Sin embargo, esto aún no puede ser denominado narcisismo, ya que para que éste se constituya, debe haber una unidad comparable al yo. El acto psíquico que forma al yo tiene que ver con el mecanismo de la identificación, y con el estadio del espejo.

Aparte de las parafrenias, otras vías de acceso al narcisismo son la enfermedad orgánica, la hipocondría, y la vida amorosa de los sexos.

Como sostiene Farenczi, la enfermedad orgánica influye sobre la distribución de la libido. El que sufre un dolor resigna su interés por todas las cosas del mundo que no se relacionen con su sufrimiento. También deja de amar. “En la estrecha cavidad de su muela se recluye su alma toda”, libido e interés yoico tienen aquí el mismo destino, y se vuelven otra vez indiscernibles. El estado de dormir se asemeja al de la enfermedad.

La hipocondría también se exterioriza sobre sensaciones corporales penosas, y con la distribución libidinal ocurre lo mismo que en la enfermedad orgánica. Aunque hay una diferencia patente entre hipocondría y enfermedad orgánica, y es que en el primer caso las sensaciones penosas no tienen fundamento en alteraciones que puedan comprobarse. Pese a estas diferencias, no podemos dudar de los efectos libidinales de la hipocondría, comprobamos que ellos son legítimos al tener en cuenta el hecho de que los genitales, sin estar enfermos, se alteran y producen sensaciones cuando están en estado de excitación, llamamos a eso su “erogeneidad”.

Si ya estamos familiarizados con la idea de que el mecanismo de la contracción de las neurosis de transferencia ha de conectarse con una estasis de la libido de objeto, podemos aproximarnos también a la idea de una estasis de la libido yoica vinculada a la génesis de la hipocondría y la parafrenias.

¿Por qué una estasis de la libido del yo se sentiría como displacentera? Por el aumento de tensión, dice Freud. Cuando la investidura del yo ha sobrepasado cierta medida, la vida anímica tiene que traspasar los límites del narcisismo y poner la libido sobre los objetos. Tarde o temprano, uno tiene que empezar a amar. Si esto no sucede de esta manera, enfermamos. En la parafrenias, el delirio de grandeza procura el dominio psíquico de este volumen de libido vuelta al yo. De su frustración nace la hipocondría, lo verdaderamente patológico. Luego, hay un intento de restitución, al que debemos las manifestaciones más llamativas. El delirio es un intento de curación, el intento de volver la libido al mundo.  

Respecto a la neurosis, es la introversión, y ya no el delirio de grandeza, la que tramita la estasis de libido de objeto. De su frustración nace la angustia. Finalmente, se genera la fobia.

Una tercera vía para el estudio del narcisismo es la vida amorosa de los sexos, diferente, como veremos, en hombres y mujeres.

En esta parte del texto, Freud da cuenta de dos caminos para la elección de objeto, uno propio de los hombres, otro propio de las mujeres –lo cual no significa que no puedan invertirse los roles–.

Las pulsiones sexuales se apuntalan, al principio, en la satisfacción de las pulsiones yoicas, en funciones vitales que sirven para la auto-conservación, y sólo más tarde se independizan de ellas. Ese apuntalamiento se demuestra en el hecho de que las personas encargadas de los cuidados devienen los primeros objetos sexuales. Son sobre todo la madre, o quien cumple su función. Este tipo de elección de objeto puede llamarse el tipo del “apuntalamiento”, y, en general, es propio de los hombres. El pleno amor de objeto según el tipo del apuntalamiento exhibe una llamativa sobreestimación sexual, corresponde a la transferencia del narcisismo sobre el objeto sexual. Tal sobreestimación da lugar a la génesis del enamoramiento, un empobrecimiento libidinal del yo en beneficio del objeto. Según el tipo del apuntalamiento, se ama a la mujer nutricia, y al hombre protector.

Hay un segundo tipo, el “narcisista”, propio de las mujeres –reiteramos que esto, sin lugar a dudas, puede variar, cuando, por ejemplo, la mujer ama según el modelo “masculino”–. Ellas, como los homosexuales, no eligen su posterior objeto de amor según el modelo de la madre, sino según el de su propia persona. ¿Cómo sucede esto en la mujer? Con el desarrollo puberal, parece sobrevenir un crecimiento del narcisismo originario. Ese aumento es desfavorable a la constitución de un objeto de amor a toda regla. Tales mujeres se aman a sí mismas. Su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas. Estas mujeres tienen un especial atractivo para los hombres, pues ellos han desistido de su narcisismo propio y andan en requerimiento del amor de objeto. Pero aún para las mujeres narcisistas hay un camino que lleva al pleno amor de objeto. Este camino se encuentra en el hijo. Otras mujeres pueden hallar el amor de objeto incluso antes, pues, en su pubertad, se han sentido varones, y después esa aspiración fue interrumpida por la maduración de la feminidad, de modo que no les quedó más opción que ansiar un ideal masculino que vendría a ser la continuación del ser varonil que alguna vez fueron. Según el tipo narcisista se ama a lo que uno mismo es, a lo que uno fue, a lo que uno querría ser, o a la persona que fue un parte del sí mismo propio, y a las personas sustitutivas que se alinean formando series en cada uno de esos caminos.

El narcicismo primario que suponemos en el niño, y en los pueblos primitivos, es difícil de asir por observación directa. Si consideramos la actitud tierna de los padres hacia sus hijos, la entenderemos como renacimiento del narcisismo propio, hace mucho abandonado. La sobreestimación gobierna ese vínculo afectivo. Así prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones, y a olvidar sus defectos. His Majesty The Baby como alguna vez nos creímos. Es el amor de los padres el que nos introduce al narcisismo primario.

El complejo de castración es la pieza fundamental que nos saca del narcisismo primario.

En el adulto normal encontramos “amortiguado” el delirio de grandeza que una vez tuvo. ¿Qué se ha hecho de su libido yoica?, ¿está toda insumida en las investiduras de objeto?

No, no está toda insumida en las investiduras de objeto. Lo que en realidad sucede es que buena parte de la libido yoica narcisista va a la formación de lo que Freud denomina Ideal del Yo. Este Ideal del Yo es requisito para la represión. Lo notamos cuando vemos que las mismas mociones de deseo que un hombre tolera, pueden ser por otro desaprobadas con indignación o reprimidas. Esto es así porque uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su Yo Actual, Real, mientras que en el otro falta esa formación del ideal. La formación del ideal sería, de parte del yo, la condición de la represión, ya que impone muy difíciles condiciones a la satisfacción libidinal con los objetos, haciendo que la censura rechace por inconciliable una parte de ella. El Ideal del Yo representa, podemos decir, la distancia entre el Yo Ideal y el Yo Actual. En la medida en que esa distancia se agrande, nuestra autoestima bajará, y seremos susceptibles de reprimir ciertas vivencias, impresiones, o deseos. Por el contario, si esa distancia se achica, nos sentiremos más plenos con nosotros mismos –volveremos a este punto hacia el final de este mismo apartado–. Sobre el Yo Ideal recae, ahora, el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el Yo Real, cuando el sujeto era Majesty The Baby. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo Yo Ideal, que, al igual que el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones. Vemos, afirma Freud, que el hombre se muestra incapaz de renunciar a la plena satisfacción que alguna vez tuvo, en los tiempos en los que él fue su propio ideal.

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