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Psicologia Del Adolescente


Enviado por   •  10 de Marzo de 2015  •  22.546 Palabras (91 Páginas)  •  194 Visitas

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CAPITULO PRIMERO

EL DESCUBRIMIENTO DE LO INEXPRESABLE

Hay un museo un Louvre de un retrato delicioso de Chardin que representa a un niño jugando con un trompo. Hace un instante que ha vuelto de la escuela. Sobre la mesa, en la que apoya sus dos manos, acaba de arrojar el libro que traía bajo el brazo. La linda carita, más graciosa aún por el contraste entre el rostro pueril y la peluca empolvada, tiene la expresión a la vez dichosa y grave como si el trompo que gira bajo sus ojos hubiera bastado para procurarle una felicidad sin bullicio.

No muy lejos de allí en la amplia perspectiva de la gran Galería, un retrato atribuido mucho tiempo a Rafael, este adolescente de mirada triste ha buscado en la naturaleza un eco simpático a su pena. La suavidad que lo envuelve nos desentona con su melancolía, y hasta parece destinada a subrayar de intento el brillo semi-apagado de sus ojos, la ligera contracción del ceño, el desfallecimiento de la expresión.

Si fuera posible obtener en síntesis animadas el perfil del niño y el adolescente, ahí tendríamos delante de los ojos en los dos cuadros magistrales de Chardin y Rafael.

El panorama mental de un chiquillo de diez años aparece de veras en aquel niño de Chardin. Su mundo estrecho, limitado, preciso, está allí al alcance de la mano. El niño conoce las fronteras, ha recorrido sus caminos, le son familiares sus accidentes. Saben ustedes que la curva del egocentrismo, que alcanza a los siete años su nivel más alto, desciende casi hasta la horizontal alrededor de los once años. El mundo de la fabulación, en el cual vivía realizando sus deseos, ha quedado muy atrás. Lejos también la profunda anarquía interior que le permitía afirmar sobre una misma cosa opiniones que se excluyen. Más coherente en su mentalidad, menos confiado en sus deseos, el niño de once años se mantiene más seguro de sí mismo porque no le exige a la vida nada más que lo actual y lo próximo.

¡Qué diferencia, en cambio, con la profunda desolación de nuestro adolescente! A la serenidad y a la confianza han sucedido la inquietud y el desconcierto. Ya no le sirven para nada las respuestas de la infancia al problema del mundo y de la conducta. Una transformación total, un vuelco para él inexplicable, amenazan conmover los fundamentos mismos de la personalidad. Signos misteriosos aparecen en las cosas; los rostros más familiares presentan una expresión inesperada, y en medio de la turbación de tal viraje, cuando hasta el mismo suelo parece huir bajo los pies,

fuerza le es todavía responder a nuevas solicitaciones y a nuevas exigencias.

El adolescente se desprende de niño en el momento mismo que inicia ese drama. Quien no lo haya sentido conservará a lo largo de su vida el mismo puerilismo mental de los once años; arrastrará también y para siempre la angustia de la lactancia.

De esa lucha y de ese drama vamos a hablar en este libro.

La vida infantil termina en la vecindad de los doce años. Dejando a un lado las etapas anteriores, que no tienen ahora mayor significado, tuvimos oportunidad de señalar dentro de la vida infantil un momento de extraordinaria importancia alrededor de los siete años. Alcanza allí su plenitud la personalidad original del niño, y desde allí, a su vez, se inicia el proceso que habrá de conducirlo hasta el equilibrio de los doce años. Llamamos infancia en el sentido estricto al período que va desde el nacimiento hasta los siete años; llamamos puericia al período que se extiende desde los siete hasta los doce años.

Con la misma salvedad, entiendo que la adolescencia comienza tan pronto como termina la puericia, y que inaugura a su vez una curva ascendente cuyo lento declive lo constituye la juventud. El gráfico se complica aquí a causa del desigual desarrollo de los dos sexos; pero puede afirmarse que la adolescencia en el hombre se extiende de los trece a los veinticinco años, y la mujer de los doce a los veintiuno. Es sabido que se reserva la palabra pubertad para designar el comienzo de la función reproductora. En la forma que nosotros la entendemos, la pubertad es un momento de la adolescencia, pero de ningún modo la iniciación ni mucho menos su causa.

Finalmente en un nuevo distingo que ya he insinuado, y que me parece tanto más necesario que algunas vaguedades, especialmente de los psicólogos alemanes contemporáneos, exigen en este tema el máximum de prioridad. Me refiero que a lo que se ha dado llamar, con peligrosa imprecisión, la “psicología de la edad juvenil”, Jugendpsychologie. Esta manera de delimitar el problema tallándolo en grandes bloques me parece indicar que la psicología de los adolescentes se halla en el momento actual en una situación parecida a la que hace veinte años se encontraba la psicología de los niños.

Sabemos hoy que la evolución infantil se suceden varias etapas esenciales, y que, para tomar un ejemplo familiar, un niño de siete años presenta un perfil personal que lo diferencia netamente de un niño de once años.

Y esto sucede con un término de significación en cierto modo restringido,

¿qué decir de la palabra juventud , cuyos límites muchísimos más amplios se prolongan borrosamente hasta la plena madurez? Preferiría, por eso, encerrar los límites de la adolescencia dentro de las fechas que ya he indicado, y admitir después que una nueva etapa le sucede, llamada “juventud”, en la cual se seleccionan, se organizan y se afianzan las adquisiciones de la adolescencia. O para decirlo en otro lenguaje más sintético, la adolescencia sería a la juventud como la infancia a la puericia.

Cierro aquí esta introducción sobre el significado de los términos infancia y puericia, adolescencia y juventud, para retomar el problema que hasta ahora apenas he enunciado. Puesto que en nuestra opinión la adolescencia no se inicia con la pubertad, ¿cuál es entonces el fenómeno esencial que le da entrada, anuncia su aparición, y basta por sí solo definirla? Quiero evitar muchos rodeos francamente innecesarios, y adelanto por eso una definición: se llama adolescencia a aquel período de la vida individual que sucede inmediatamente a la puericia y en el cuál la personalidad se reconstruye sobre la base de una nueva cenestesia.

Una nueva cenestesia: he ahí en mi opinión la entraña misma del problema.

La palabra cenestesia, fue aplicada por el fisiólogo Reil a lo que hasta entonces se había dado en llamar “sentido vital” o sensus communis es decir, a ese difuso y permanente sentido que tenemos del estado de nuestro propio organismo.

Difuso

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