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Psicopedagogos


Enviado por   •  4 de Enero de 2013  •  2.875 Palabras (12 Páginas)  •  306 Visitas

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La estética es para el gozo de la mente y versa sobre lo bello y lo feo. Suele empezar con un estímulo visual o, por extensión, con uno auditivo y, metafóricamente, se puede extender al resto de los sentidos. La simetría obsesiva de ciertas hachas de piedra, fabricadas por el Homo erectus hace más de cuatrocientos mil años, así lo sugiere.

La ética es para regular la convivencia y versa sobre lo bueno y lo malo. Suele conjugar valores e intereses, y no se puede hablar de ética sin un claro sentido del yo, es decir, sin autoconciencia. La primera prueba de algo que se pueda llamar así se remonta a los primeros enterramientos rituales del Homo neardentalensis, hace como mínimo unos 120 mil años.

La ciencia es para conocer el mundo y versa sobre lo verdadero y lo falso. Conocer el mundo es para anticipar su incertidumbre, la sublimación de una vieja capacidad de los seres vivos. No se accede al conocimiento abstracto sin el sentido del símbolo y eso ocurre, que sepamos, desde el primer arte rupestre del Homo sapiens. Hace, digamos, unos 35 mil años. Pero lo más cierto del mundo es que el mundo es incierto, de modo que, aunque lo falso suele permanecer falso, la verdad científica cambia. El método de la ciencia tiene esa peculiaridad: permite que su verdad cambie para dar cuenta así de la incertidumbre del mundo. Por ello la única tradición fuerte de la ciencia es la de traicionar tradiciones.

Se trata de tres lógicas para crear conocimiento. Digamos que las tres llevan decenas de miles de años rozándose entre sí. La ética, por ejemplo, se nos aparece con frecuencia como una especie de estética del comportamiento. Los intereses son de los individuos o de la cohesión o convivencia del grupo, pero los valores son más bien estéticos. Se nos escapa al hablar: decir no sería nada bonito hacer tal cosa es decir algo más que una metáfora. Los intereses cambian más rápidamente que los valores. En este aspecto estética y ética tienen sus particulares batallas con sus respectivas tradiciones, quizá la primera con más frescura y alegría. Se rozan pero hasta ahora no se había planteado, creo, la necesidad imperiosa de una influencia mutua íntima y compleja. Los valores éticos y estéticos surgen del fondo del tiempo y de la tradición, de modo que, si hay conflicto entre los valores o entre valores e intereses, al final se impone un pacto, un acuerdo. Pero la lógica de la ciencia no se dirime con pactos. En este caso la conversación es entre la presunta verdad y la realidad. Se dibuja así un complejo esquema conceptual con un gran número de combinaciones posibles.

El cruce entre la estética y la ciencia tuvo que emerger mucho antes que la ciencia en sí misma, es decir, que la ciencia basada en el símbolo y el conocimiento abstracto. Una de las características de la selección natural es que, con ella, la solución precede al problema. El amor por la simetría, por percibir y recrearse en cierto ritmo en el espacio y/o en el tiempo, pasó con éxito el examen de la selección natural, seguramente porque ayudaba a anticipar. La repetición es una luz en la incertidumbre. La incertidumbre que se repite es menos incertidumbre. Así que los individuos que encontraban cierto gusto en la repetición anticipaban mejor su propia incertidumbre y, por lo tanto, tenían una probabilidad más alta de sobrevivir. Entonces quizá se pueda decir que en la raíz de la ciencia se encuentra el sentido estético.

En contraste con este roce entre la estética y la ciencia, el cruce entre la ciencia y la ética nos acaba de estallar en las manos. Las cosas cambiaron después de la Segunda Guerra Mundial. La carrera por la bomba atómica y la posibilidad de inventar materia viva han creado una novedad radical: los científicos ya no quieren estar solos. La tendencia del científico a que nos dejen trabajar que nosotros ya sabemos lo que hacemos, la idea de que nada puede oponerse a la legítima ambición de conocer, ha tocado fondo. Antes los científicos ponían cara de fastidio cuando se les anunciaba la visita de un comité de ética; hoy reclaman y animan la constitución de tales organismos. Cuestiones como las altas energías o la manipulación de la identidad de un ser vivo han llevado la lógica de lo verdadero y lo falso hasta sus propios límites. Lo verdadero y lo falso se decide después de aplicar el método científico a una conversación entre el sujeto de conocimiento y el objeto de conocimiento, entre la mente que pretende comprender y la realidad que pretende ser comprendida. Y el método consiste en respetar los principios de objetividad, de inteligibilidad y de dialéctica con la experiencia. Nada que objetar respecto de la aplicación de los dos primeros. La objetividad y la inteligibilidad afectan a las ideas. Y el mundo de las ideas es libre, libérrimo. Uno no puede pinchar una mente ajena como si fuera un teléfono. Por lo tanto, es inútil oponerse. Pero todo cambia cuando se trata de hacer una consulta a la naturaleza, cuando se planea un experimento. Porque el experimento ocurre en la realidad de este mundo y en tal realidad vivimos todos. Aquí emergen los límites y la evidencia de que la libertad que nos regalamos como individuos y como comunidad consiste, justamente, en la capacidad para pensar nuestros propios límites. En otras palabras, la lógica de lo verdadero y lo falso ha dejado de ser independiente de la lógica de lo bueno y lo malo. Para ello ni siquiera hace falta salir de los dominios propios de la ciencia. El método científico es éticamente vulnerable. Un tercio del mismo método científico, el Principio Dialéctico, puede verse afectado ya por restricciones de tipo ético. La ética científica existe, pues, antes de combinar asuntos de la ciencia con asuntos de la ética, antes de combinar lo verdadero y lo falso con lo bueno y lo malo. Lo bueno y lo malo se entrometen en el proceso mismo de decidir la verdad o la falsedad. Esta situación puede llegar a darse: decidir que algo es verdad es malo.

Por otro lado, no existe algo que pueda llamarse un método ético. La decisión entre lo bueno y lo malo no resulta de la conversación entre un sujeto y un objeto de conocimiento, entre una mente y su realidad. La decisión entre lo bueno y lo malo es un pacto. Es un pacto que resulta de la conversación entre mentes, un compromiso entre valores e intereses de las mentes que habitan un entorno dentro del cual deciden convivir. En este esquema conceptual se dirime la superposición de las dos lógicas. La una se dirime con el método científico, la otra con un conflicto de valores e intereses. La una tiende a ser universal (gracias al principio de objetividad del método científico), la otra tiende a dar cuenta de una cultura (por el peso de las tradiciones, las creencias y las ideologías). La una cambia cuando emerge una contradicción

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