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El Positivismo En México


Enviado por   •  29 de Abril de 2013  •  9.266 Palabras (38 Páginas)  •  416 Visitas

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El Origen Del Positivismo En México.

Índice

El positivismo de Augusto Comte…………………………………………….2

El positivismo en México: acogida y apogeo……………………………....9

La Ley de los Tres Estados en el Positivismo Mexicano………………...18

Oración cívica…………………………………………………………………….19

Decadencia del positivismo en México………………………………………23

Referencias……………………………………………………………………….40

El positivismo de Augusto Comte

El verdadero objetivo de las ciencias no es buscar las causas ocultas de los fenómenos, sino sólo describirlos sistemáticamente, para poder hacer buenas predicciones. Las predicciones nos permiten actuar sobre la naturaleza; con ello se promueve el progreso tecnológico, la base de todo progreso humano.

Con su doctrina de que cada ciencia tiene su propio método y objeto el positivismo significó un brusco cambio de rumbo para la cultura europea y se explica en parte, por el nacimiento de nuevas ciencias que desplazan a la filosofía de su patrimonio secular. Así se pensará que la ciencia podría llegar a ser la única guía del hombre y no habría otra razón que no fuera la razón científica. Comte simplemente describió en un marco conceptual general lo que los científicos de su época ya sentían. Y esta doctrina, lo mismo que todas sus sutiles y rígidas clasificaciones en estadios y subestadios, ciencias y sub-ciencias. Otro punto de divergencia consiste en la interpretación comtiana de las leyes naturales., sostenían que las leyes básicas de una ciencia ya madura no pueden ponerse en cuestión. Deben ser consideradas inmodificables, de lo contrario resulta imposible el progreso científico.

Comte consideraba el estado de las ciencias naturales de su época, sobre todo de la física y la química, como definitivamente maduro. De que Comte y sus discípulos exponen las bases de las ciencias naturales, en total contraposición con las fases anteriores y posteriores del positivismo. Esto explica también por qué el positivismo de Comte tuvo mucha mayor significación para el desarrollo de las ciencias sociales e incluso de la literatura, que para las ciencias naturales.

La mayor parte de las ciencias naturales, sobre todo en Francia, se hallaban inmersas por la época de Comte en un estadio que, siguiendo la terminología de Thomas Kuhn, podríamos caracterizar de «ciencia normal»: es decir, no se ponían en cuestión los fundamentos de las teorías científicas establecidas, se elaboraban primordialmente los detalles técnicos de las mismas y la imagen general de la empresa científica era la de un progreso lineal paso a paso. Según Comte, todo desarrollo en la sociedad humana depende en última instancia del desarrollo científico. La historia de la ciencia es el núcleo de la historia general de la especie humana. No puede comprenderse bien el sentido de la historia universal si antes no se ha clarificado la evolución de las formas de conocimiento empírico[1].

Para dar una respuesta a la revolución científica, política e industrial de su tiempo, Comte ofrecía una reorganización intelectual, moral y política del orden social. Adoptar una actitud científica era la clave, así lo pensaba, de cualquier reconstrucción. Dada la naturaleza de la mente humana, decía, cada una de las ciencias o ramas del saber debe pasar por "tres estadios teoréticos diferentes: el teológico o estadio ficticio; el metafísico o estadio abstracto; y por último, el científico o positivo". Cada uno de estos estadios, afirmaba Comte, tiene su correlato en determinadas actitudes políticas.

Los logicistas modernos, como Carnap, se encuentran ante el problema de la construcción lógica de la ciencia a partir de elementos fundamentales, ya sean materiales o psíquicos, es decir, o sensoriales.

Si aporta su fundamento lógico a los métodos de inferencia directa, su campo de aplicación resulta por lo mismo muy restringido, y es incluido a prescindir de la nación de la ley científica. Es finalmente el carácter absoluto de los enunciados científicos según el positivismo lógico que desea establecer la ciencia formal, verdadera “ciencia de la ciencia”[2].

El positivismo de Comte, el método no basta para dar a luz el molde de todas las ciencias, aún hace falta la doctrina. La regla de positivismo plantea que los métodos y las doctrinas son inseparables en su estudio. Además Comte no sólo busco la dinámica de la ciencia sino también la de la sociedad en una “ley” de la historia. El método histórico y social que aplica al estudio de las distintas “lógicas” o de los distintos sistemas de signos confiere a su investigación su marco fundamental, que no es lógico sino antropológico.

En el artículo positivismo, Littré, describe que positivismo: “filosofía positiva. Dícese de un sistema filosófico emanado del conjunto de las ciencias positivas, su fundador es Augusto Comte; este filósofo emplea particularmente esta expresión en oposición a la filosofía teológica y la filosofía metafísica”. Para Comte, para quien el método de éstas determina la doctrina positivista en la medida en que las ciencias positivas cuentan con una recién llegada, la sociología, poniendo a su favor la jerarquía de las ciencias que hasta ahora estaban bajo el imperio de las matemáticas.

La observación y la hipótesis el núcleo conceptual de la ciencia positiva, punto de partida de la epistemología y de la filosofía de Augusto Comte. Pero cuando se trata de método o de doctrina, el concepto de positivismo tiene uso de la filosofía comtiana: existe, anticipadamente, con los antecesores y formadores de la ciencia positiva, así como con sus continuadores[3].

La filosofía positiva de Augusto Comte, traída a México por Gabino Barreda, fue el principal instrumento de polémica ideológica de que se sirvieron los positivistas mexicanos en su lucha contra las doctrinas con las cuales se enfrentaron.

Fue adaptado los principales conceptos del Positivismo de Comte a realidades estrictamente mexicanas, como los positivistas mexicanos entraron en polémica con otras doctrinas.

Augusto Comte es el exponente de una determinada clase social. Esta clase es la burguesía, que en su época había alcanzado su máximo desarrollo después de

triunfar políticamente una vez hecha la revolución en Francia. Hecha la revolución no terminaba, con que otros grupos continuaban revolucionando, desordenando. La burguesía había alcanzado el poder: pues bien, otros grupos querían a su vez este poder, y para ello esgrimían las mismas ideas que ella había esgrimido contra los viejos poderes, contra las antiguas clases, la aristocracia y el clero. Libertad, Igualdad y Fraternidad, conceptos que otrora sirvieron a la burguesía para tomar el orden, era ahora utilizados por los grupos que no habían alcanzado aún este poder. La burguesía se encontraba con el problema de tener que invalidar una filosofía que le había servido para alcanzar el poder, pero que ahora hacía inestable el poder alcanzado. Para invalidar una filosofía revolucionaria era menester una filosofía contrarrevolucionaria, de orden.

Augusto Comte se encontró con el problema de coordinar sin contradecirse dos conceptos al parecer opuestos, el de orden y el de libertad. En su fase revolucionaria, la burguesía había opuesto al régimen antiguo, basado en el orden, el concepto, de libertad. Contra un régimen en el que todo orden estaba preestablecido, la burguesía, por medio de sus filósofos, predicó la libertad absoluta, una libertad sin límites.

Pero alcanzo el orden, tal ideología resultaba contraria a los intereses de ésta. Un progreso sin límites hacía del poder alcanzado por la burguesía un poder limitado, expuesto a ser arrastrado en la corriente interminable del progreso.

Comte trató de demostrar

e “no hay orden sin progreso ni progreso sin orden”. Trató de demostrar que cabía el orden en un gobierno de origen revolucionario. El orden se presenta como retroceso y el progreso como una anarquía.

Las ideas de orden, son propias del sistema político teológico-militar. Estas ideas representan el estado teológico de las ciencias sociales. En cuanto a las doctrinas del progreso, se derivan de una filosofía puramente negativa, protestantismo y filosofía de las Luces, los cuales constituyen el estado metafísico de la política.

El estado teológico no ha podido sostenerse frente al progreso natural de la inteligencia y de la sociedad; de aquí la razón por la cual tal fuerza tenía necesariamente que desaparecer ante el progreso natural; ero al resistir al progreso obligó a éste a hace violencia.

Enfrente está la política metafísica, la cual, a diferencia de la teológica, es una doctrina esencialmente crítica y revolucionaria, razón por la cual ha recibido el nombre de progresiva; pero que a fuerza de ser crítica ha terminado por ser negativa; en vez de construir no hace sino destruir. La misión de esta escuela es de carácter transitorio: preparar a la sociedad para el advenimiento de la escuela política positiva, “a la cual está reservada la terminación real del estado revolucionario”

En el fondo se trata de establece el antiguo orden católico-feudal, pero puesto al servicio de otra clase, que no era el clero ni la aristocracia. Quieren volver al orden desquiciado por la revolución, pero conservando las ventajas obtenidas en esta revolución.

Para Comte, los elementos inalterables de toda sociedad son la religión, la propiedad, la familia y el lenguaje, los cuales deben permanecer idénticos en sus tres progresivos estados. Lo que sucede en cada estado es que se van ordenando mejor, alcanzando su perfección. El progreso para Comte significa un mayor orden. El aspecto dinámico de la doctrina está subordinado a su aspecto estático, el progreso al orden.

La Revolución francesa fue la demostración de que el antiguo orden no podía seguir siendo el orden, de que era menester un nuevo orden que tomase en cuenta los interese de la burguesía. Perdida la fe en los principios del cristianismo, la burguesía había puesto su fe en otros principios, estos principios fueron los de la ciencia.

El modelo para este nuevo orden lo fue el antiguo orden teológico. Trató de sustituir la iglesia católica por una nueva iglesia, la religión cristiana por la religión de la humanidad, el santoral católico por un santoral positivo. A la idea revolucionaria de una libertad sin límites opuso la idea de una libertad ordenada, de una libertad que solo sirviese al orden. A la idea de igualdad opuso la idea de una jerarquía social. Ningún hombre es igual a otro; todos los hombres tienen un determinado puesto social. Este puesto social (…) está determinado por el trabajo.

La política positiva de Comte y su religión de la humanidad no pasaron de ser pura Utopía, un sueño de orden imaginario para servir a los intereses de una burguesía cansada del desorden que hacía inestables todas sus conquistas. Este ideal de orden social fue traído a México. [4]

El positivismo en México: acogida y apogeo

Barreda, como los miembros de su generación, era un sobreviviente de dos guerras: la trágica librada contra los Estados Unidos y la heroica contra la intervención francesa. Después de la guerra contra Estados Unidos estudió en Francia donde tomó lecciones con Augusto Comte. En su Oración cívica, Barreda incorporó la historia de México como un capítulo de la historia mundial.

No sólo significó una interpretación de la historia universal sino cómo México, ya nación independiente, se había incorporado a ella a través de lo que Barreda llamó la emancipación mental. La historia universal y, en consecuencia, la historia mexicana, descrita en términos de evolución científica, política y religiosa[5].

Sin un sistema universitario nacional, sin instituciones que promovieran los principios del positivismo; éste logró su notable influencia por haber expuesto los paradigmas de la revolución y el progreso que los institutos científicos y literarios, lo mismo de distintas escuelas profesionales adaptaron en forma entusiasta. Como la aplicación de dichos paradigmas, la sociedad mexicana fue analizada e interpretada como un fenómeno que debía explicarse en forma científica.

Para las distintas generaciones que adoptaron los principios del positivismo, uno de sus objetivos, fue el de erradicar de la sociedad el fantasma omnipresente de la revolución. Los positivistas, veían en la revolución un afán demoledor que conducía a la anarquía. Por ello interpretaron el desarrollo político de la sociedad como un ciclo, cuya fase inicial era la anarquía; en su segundo momento ésta era sustituida por la tiranía y en la fase superior del ciclo, se alcanzaba la democracia.

El ciclo completo del positivismo se sitúa, paradójicamente, en medio de dos grandes revoluciones; la de la Reforma y la de 1910[6].

La generación inicial, estrechamente ligada a la liberal que hizo triunfar la Reforma, demolió los cimientos políticos e ideológicos del viejo régimen y, por si eso hubiera sido suficiente, logró la segunda independencia del país; la intermedia construyó las instituciones para la nueva sociedad que persiguió la paz y el progreso por encima de la liberta y la igualdad y, la tercera, la de la crisis, atestiguó las promesas incumplidas de transformar al país.

Era necesario extirpar del cuerpo social aquello que provocaba la anarquía. Se requería un análisis científico de la historia que permitiera a vencedores y vencidos superar sus diferencias y plantear la convivencia ya no en términos de conflicto, como en la etapa previa, sino de consenso. El positivismo abrió un espacio para discutir los problemas sociales, económicos y políticos desde una perspectiva distinta a las del conservadurismo y el liberalismo.

La divina trinidad positiva o la divisa del positivismo mexicano; Libertad, Orden y Progreso, expresó simultáneamente las metas del positivism

o comtiano, y las aspiraciones de la sociedad mexicana. Ésta, cansada de guerras, deseaba la paz sin importarle demasiado sin las características del régimen capaz de imponerla fuese democráticas o no. Deseaba orden que alejara de la permanente anarquía y de las incesantes explosiones revolucionarias y, la idea del progreso le resultaba doblemente atractiva porque la alejaba del abismo del salvajismo y la incivilidad y a cambio, le ofrecía un horizonte de bienestar y de seguridad.

El aporte de esta generación a la historia de México consistió tanto en la actitud con la que enfrentaron su tarea, como la visión unitaria que de ella ofrecieron. Se dieron a la tarea de ganar las voluntades a través del ejército de la razón; la polémica, en vez de la lucha fratricida, caracterizó esa nueva etapa de México. Fue el fin de una época y el inicio de otra; la etapa militar se retiraba ante el ímpetu positivista[7].

El positivismo mexicano se presentó bajo dos fases: la educativa y la política. El positivismo mexicano fue en un principio un instrumento de formación puesto al servicio del nuevo grupo social; ésta era una idea de Gabino Barreda, la creación de un grupo social que acabando con la anacrónica anarquía se hiciera cargo de la dirección de la sociedad mexicana.

Para Augusto Comte la filosofía positiva no fue otra cosa que un instrumento puesto al servicio de su llamada política positiva. En México, Gabino Barreda no presentó del positivismo más que el aspecto filosófico, puesto al servicio de la educación.

Es cierto que se presentó a la filosofía positiva como un instrumento al servicio del orden social de México; pero este orden era derivado del orden intelectual de los educandos: ordenando al hombre se ordenaba a la sociedad[8].

Los principios del positivismo no fueron presentados como principios que debiese seguir el estado. Y se hizo así, porque los principios políticos del positivismo eran opuestos a los principios seguidos por los entonces triunfantes liberales[9].

Los discípulos de Barreda serían los encargados de formar un partido político que basándose en la filosofía positiva, se enfrentase al partido liberal, arrancándole el poder. El principio de la lucha por el poder político se iniciaría en vida del propio Barreda.

Se iniciaría la institución del internado por el estado en las escuelas oficiales. La intervención del estado en la educación era considerada como contraria al desarrollo de la ciencia. Ésta debía ser independiente, sin nexos con los intereses del estado.

“Queremos la emancipación absoluta de la ciencia, su organización por medio de sus apóstoles. Arrebatarla de las garras del estado que la oprime con leyes y reglamentos arbitrarios, conservando éste únicamente el sagrado deber de suministrarle recursos materiales, para su vida”, esta era la idea, de acuerdo con la tesis de Barreda, la separación de la educación y el estado: se quería librar a los educandos de la influencia parcial de éste. El estado preocupado por intereses políticos determinados, pondría la educación

l servicio de estos intereses, desviando así la misión puramente educativa de la ciencia.

Barreda al igual que Comte quería un nuevo poder espiritual, una vez que ha sido descartada la iglesia católica. Un poder espiritual que guíe al estado, que oriente a la sociedad, al poder material. Este nuevo poder espiritual si quería estar nuevo, tenía que formarse con independencia del poder material entonces dirigido por la ideología liberal, Una vez formado este nuevo poder espiritual su misión sería la de dirigir al estado. Los discípulos de Barreda habían de tomar en cuenta tal idea, tratando de establecer la dirección del estado mediante las ideas positivistas que sostenían; tomarían el poder en sus manos apoyados en ellas. Un grupo político, heredero de estas ideas, trataría de convertirse en el guía de la sociedad y el estado. Este grupo sería el más tarde llamado por el apoyo de los Científicos. Sin embargo otro grupo de positivistas, también discípulos de Barreda, desconocería a los primeros al carácter de positivistas[10].

La segunda generación de positivistas abandonó el dogma liberal de laisse faire, laissez passer y adoptó una política favorable a la intervención del Estado en la economía. El orden estuvo en el centro de sus preocupaciones, orden político, orden social y orden moral. La estabilidad, a través de la noción biológica de evolución y la filosófica de progreso, una condición necesaria. Lo que en términos prácticos significaba que la sociedad debía aceptar las reglas de convivencia por la ley.

Molina Enríquez en su estudio de la Clasificación de las ciencias fundamentales, considera que el mérito fundamental de su doctrina radica -al igual que todos los positivistas-, en que había dado al conocimiento una base objetiva, tangible y demostrable. Allí también escribe, que la escuela filosófica positiva y evolucionista prestó incalculables servicios a las ciencias, porque las despojó de los falsos elementos consistentes en las complicadas argumentaciones sin suficiente base objetiva, y en los juegos pueriles de la palabrería convencional, hueca y estéril, con las que se pretendían dilatar sus alcances al mundo superior de lo ultra-sensible, reduciéndolos, por lo tanto, a su campo propio, a su verdadera función.[11]

Al igual que en la sociedad, no había saltos inexplicables y era función de la ciencia mostrar las causas que provocaban el cambio. En énfasis en la noción de progreso como expresión de cambio evolutivo, pacífico, ordenado, sirvió para deslindar la interpretación positivista de cambio social, de la que habían manejado los liberales.

Por vez primera en México, durante la segunda mitad del siglo XIX el tiempo de los acontecimientos locales coincidió con el tiempo único de los acontecimientos mundiales. El tránsito de la era militar a la fue la tarea que, con responsabilidad, intentó llevar a cabo la generación posterior a la de la Reforma.

La doctrina del positivismo sirvió para analizar los problemas derivados de la inserción de México en el sistema internacional.

La segunda genera

ción de positivistas mexicanos vio en conjurar el constante fantasma de la revolución y para resolver el viejo problema que había ocupado permanentemente la atención de los estudiosos sobre el origen del orden, inicialmente un acto de fuerza, y su posterior legitimación mediante la imposición del orden.

Los argumentos de Sierra, Rabasa y Molina Enríquez sirvieron para legitimar el orden representado por el largo gobierno de Díaz. Éste se reflejaba no sólo en la exigencia de una convivencia pacífica impuesta por la autoridad, sino también en la demanda de que los ciudadanos entendieran que la obediencia a ésta no debía entenderse como servidumbre, como vasallaje[12].

El antimilitarismo que caracterizó a muchos de ellos se explica por la función negativa, destructora, que la teoría otorgaba a la era militar. Sin embargo, su antimilitarismo no significó que los positivistas no fueran fanáticos de la disciplina social; ésta, para ellos, era coordinación indispensable para garantizar el ingreso del país a, lo que en la época se llamaba, concierto civilizado de naciones. Con la expresión concierto civilizado de naciones, ampliamente utilizada a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, se referían a los países que habían logrado desarticula al antiguo régimen y habían sentado las bases de la sociedad industrial[13].

La tercera generación, la última que vivió la hegemonía del paradigma positivista, también estudió el orden pero no ya como un principio teórico, sino como un arma política utilizada por “los ci

entíficos”, grupo político que pretendía heredar el gobierno de Díaz, para justificar sus intereses económicos.

El interés de los positivistas por observar y comparar en forma simultánea, los fenómenos mundiales y los nacionales. Si las leyes del desarrollo, si de su aplicación en el estudio de la evolución de la sociedad mundial se trataba, era una exigencia conocer cómo en el caso mexicano se había cumplido.

La fiebre modernizadora se advirtió en distintos órdenes; las ciudades se electrificaron, el tranvía y el ferrocarril alteraron el paso cansino de la tradición; el nuevo ritmo permitió más actividad en menor tiempo. Las fábricas y los nuevos barrios obreros concentraban alrededor de las ciudades a una población, que en una sola generación y no en varias como en Europa, se transformó de campesina en obrera.

El régimen del orden y del progreso no fue el régimen de la igualdad. La estratificación social que impuso promovió, por el contrario, la desigualdad, y la promesa de beneficios económicos, como único sustituto para la inquietud política, no se cumplió.

La última generación positivista, fue la primera que debió dar una respuesta práctica, tanto a los problemas derivados de la inserción de México a la división internacional del trabajo, como a la división de la ciencia.

La obra en conjunto del triple grupo de pensadores tuvo como rasgo común el aplicar los principios universales sostenidos por la doctrina positivista, en sus vertientes comtiana, spenceriana y ecléctica, al estu

dio de la sociedad mexicana; de ahí que los historiadores de las ideas hayan definido con nombre y con apellido positivismo mexicano, lo que de acuerdo con sus supuestos teóricos, se consideraba una doctrina de universal aplicación.

El positivismo como corriente de interpretación del desarrollo de la vida social ofreció un nuevo paradigma, el de la sociedad industria, ara la organización económica y política que vino a modificar el admirado modelo político liberal estadounidense. Otra posible explicación para el entusiasmo que se adoptó el positivismo, se vincula con las características de la identidad nacional mexicana y por los códigos de su funcionamiento.

El positivismo planteó, por vez primera, una vía para alcanzar el orden civilizado que se deseaba y para el cual se requería, como condición indispensable, la paz y el orden. También planteó la posibilidad de supera, en forma pacífica, el violento conflicto entre las fuerzas del progreso y de las de la reacción.

El positivismo se anunció con el triunfo de la República en el año de 1867 cuando, en las palabras de Sierra, se “había conquistado el derecho indiscutible e indiscutido de llamarse una noción”. El positivismo sirvió para explicar y dar un sentido de orden a las etapas caóticas vividas por la sociedad mexicana a lo largo del siglo XIX. La nueva era cumplió, en parte, sus promesas y, en parte, fracasó[14].

La Ley de los Tres Estados en el Positivismo Mexicano

Los positivistas mexicanos identificaron, al igual que Comte en Europa

, los intereses de la clase que representaban con los intereses de la nación mexicana.

El progreso de la historia de México, estaba representado por tres etapas, por tres estados: el estado teológico, el metafísico y el positivo.

El estado teológico estaba representado en México por la época en que el dominio social, en que la política, estuvo en manos del clero y la milicia; éstos representaban el estado teológico de la historia positiva de México. Pero a este estado sigue un estado combativo, un estado en el cual se destruye el orden del estado teológico para ser sustituido por el orden positivo. Esta era, este estado es el estado metafísico, que en México es identificado con la época de las grandes luchas de los liberales contra los conservadores y que culmina con el triunfo de los primeros sobre los segundos, al triunfar el partido de la Reforma. A este estado siguió el estado cuya iniciación había sido encargada por Barreda. Era menester que los mexicanos supiesen que se había iniciado una nueva era, una era que ya no podría de la del oscurantismo teológico; un nuevo orden, que no era el basado en la voluntad de la divinidad ni en la voluntad del caudillo militar. Se trataba de una nueva era; en la cual el orden positivo venía a substituir al orden teológico y al desorden metafísico.

Como se ve, existía una gran semejanza entre las circunstancias con las cuales tuvo que enfrentar la burguesía mexicana y las circunstancias con las cuales se había enfrentado la burguesía europea. Amabas burguesías anh

elaban el orden.

Sin embargo, los positivistas mexicanos fueron en sus ideales al igual que Comte, más allá de sus circunstancias. La burguesía mexicana no había de tomar del positivismo sino aquello que sirviese a sus intereses de clase y combatiría aquellas ideas que aunque se encontrasen en la misma doctrina fuesen en contra de dichos intereses. De aquí resulta la doble fase del positivismo mexicano: un positivismo puesto al servicio de un grupo social identificado con el Porfirismo, que es la visión que de él ha tenido la generación del Ateneo; y un positivismo ideal, que no pudo realizarse porque las circunstancias mexicanas no lo permitieron. Llegó un momento en el cual el orden basado en la doctrina positiva no era el orden que la realidad pedía; las ideas de orden del positivismo se convertían en ideas de desorden, perdiendo así su justificación como doctrina del orden social.

Oración cívica

Pronunciada en Guanajuato el 16 de septiembre de 1867

Gabino Barreda pronunció una oración cívica en la que hizo una interpretación de la historia mexicana a la luz de algunos conceptos de Comte. Barreda habla allí de la historia como una “ciencia” sujeta a leyes que hacen posible “la previsión de hechos por venir, y la explicación de los que han pasado”, exalta el espíritu científico y muestra la acción de éste en la práctica.

“Una necesidad se hace sentir por todas partes (…) que no quieren dejar la historia entregada al capricho de influencias providenciales, ni al azar de fortuitos accidentes, sino

que trabajan por ver en ella una ciencia. Más difícil sin duda, pero sujeta, como las demás, a leyes que la dominan y que hacen posible la prevención de los hechos por venir y la explicación de los que ya han pasado”.

“El partido progresista, ha caminado siempre en buen rumbo, hasta lograr después de la más dolorosa y la más fecunda de nuestras luchas, el grandioso resultado que hoy palpamos, admirados y sorprendidos casi de nuestra propia obra: es, en fin, la de sacar, conforme al consejo de Comte, las grandes lecciones sociales que deben ofrecer a todas esas dolorosas colisiones que la anarquía, que reina actualmente en los espíritus y e las ideas, provoca por todas partes y que no puede cesar hasta que una doctrina verdaderamente universal reúna todas las inteligencias en una síntesis común”.

“Pero en el dominio de la inteligencia y en el campo de la verdadera filosofía, nada es heterogéneo y todo es solidario. Y tan imposible es hoy que la política marche sin apoyarse en la ciencia como que la ciencia deje de comprender en su dominio a la política”.

“La emancipación mental, caracterizada por la gradual decadencia de las doctrinas antiguas, y su progresiva sustitución por las modernas; decadencia y sustitución que, marchando sin cesar y de continuo, acaban por producir una completa transformación antes que hayan podido siquiera notarse sus avances”.

“Emancipación científica, emancipación religiosa, emancipación política: he aquí el triple venero de ese poderoso torrente que ha ido

o de día en día, y aumentando su fuerza a medida que iba tropezando con las resistencias que se le oponían; resistencias que alguna vez lograron atajarlo por cierto tiempo , pero que siempre acabaron por ser arrolladas por todas partes, sin lograr otra cosa que prolongar el malestar y aumentar los estragos inherentes a una destrucción tan indispensable como inevitable”.

“Una vez dado el primer paso, lo demás debía efectuarse por sí solo y todas las resistencias que se quisieran acumular, podrían alguna vez retardar y enmascarar el resultado final; pero este fue fatal e inevitable”.

“Por su parte, la superstición, que tal vez sentía su debilidad, evitaba encontrarse con su adversario, no comprendía que esa retirada continua era también una continua derrota. Yo no diré como la ciencia ha logrado, en fin, abrazar a la política y sujetarla a leyes, no como la moral y la religión han llegado a ser de su dominio”.

“Es inútil insistir aquí sobre la importancia de este espléndido triunfo del espíritu de demostración sobre el espíritu de autoridad”.

“Hemos recorrido a grandes pasos toda la órbita de la emancipación de México; hemos traído a la memoria todas las luchas y dolorosas crisis porque ha tenido que pasar, desde la que lo separo de España, hasta la que lo emancipó de la tutela extranjera que lo tenía avasallado. Hemos visto que ni una sola de esas luchas, que ni una de esas crisis, ha dejado de eliminar, alguno de los elementos deletéreos que envenenaban la constitución social. Que del conjunto

de esas crisis, dolorosas pero necesarias, ha resultado también como un programa que se desarrolla, el conjunto de nuestra plena emancipación y que es una aserción tan malévola como irracional, la de aquellos políticos de mala ley, que demasiado miopes o demasiado perversos, no quieren ver esas guerras de progreso y de incesante evolución, otra cosa que aberraciones criminales o delirios inexplicables”.

“Hemos visto que dos generaciones enteras se han sacrificado a esta obra de renovación y a la preparación indispensable de los materiales de reconstrucción”.

“Más hoy esta labor está concluida, todos los elementos de la reconstrucción social está reunidos; todos los obstáculos se encuentran allanados; todas las fuerzas morales, intelectuales o políticas que deben concurrir con cooperación, han surgido ya”.

“La base misma de este grandioso edificio está sentada. Tenemos esas Leyes de Reforma, que nos han puesto en el camino de la civilización. Más adelante que ningún otro pueblo. Tenemos una Constitución que ha sido el faro luminoso al que, en medio de este tempestuoso mar de invasión, se han vuelto las miradas y ha servido a la vez de consuelo y de guía a todos los patriotas que luchaban aislados y sin otro centro hacia el cual pudiesen gravitar sus esfuerzos; una Constitución que, abriendo la puerta a las innovaciones que la experiencia llegue a demostrar necesarias, hace inútil e imprudente, por no decir criminal, toda tentativa de reforma constitucional por la vía revolucionaria”.

“Hoy la pa

z y el orden, conservados por algún tiempo harán por sí solos todo lo que resta”.

“Que en lo adelante sea nuestra divisa Libertad, Orden y Progreso; la libertad como medio; el orden como base y el progreso como fin; triple lema simbolizado en el triple colorido de nuestro hermoso pabellón nacional”.

“Que en lo sucesivo una plena libertad de conciencia, una absoluta libertad de conciencia, una absoluta libertad de exposición y de discusión, dando espacio a todas las ideas y campo a todas las inspiraciones, deje esparcir la luz por todas partes y haga innecesaria e imposible toda conmoción que no sea puramente espiritual, toda revolución que no sea meramente intelectual. Que el orden material conservado a todo trance por los gobernantes y respetado por los gobernados, sea el garante cierto y el modo seguro de caminar siempre por el sendero florido del progreso y de la civilización”[15].

Decadencia del positivismo en México

La filosofía positiva, que había dado bases teóricas al porfirismo, envejeció igual que éste. Grandes cambios se han originado en las conciencias de los mexicanos. Nuevas ideas y nuevos sentimientos les agitan. El positivismo dejó de ser la filosofía del progreso al considerar que éste ya estaba realizado. Una vez alcanzados los fines perseguidos, la teoría se convirtió en algo muerto: ya no existía nada que solucionar, todo había sido resuelto por el método, como lo enseñó Gabino Barreda.[16]

La filosofía demostrativa no demostraba ya nada; la filosofía basada en la obser

vación no tenía tampoco nada que observar. Faltaba lo que tanto negaba: imaginación.[17] El positivismo se había únicamente preocupado por el mundo material, porque era el que más al alcance de su experiencia estaba. Pero había otro mundo también al alcance de la experiencia humana, más de un tipo de experiencia ajeno al positivismo: el sentimiento.

La nueva generación empezaba a dudar, sentía que se asfixiaba, se dieron cuenta que se les había educado inconscientemente en una impostura. El positivismo mexicano se había convertido en rutina pedagógica y perdía crédito. La moral, el arte, la literatura, todo aparecía encerrado en los mismos estrechos límites de la filosofía positiva.

La generación educada por Gabino Barreda cambió el optimismo por el escepticismo, y al lado de éste se perfila la anarquía y el desorden. Afirmaba que la ciencia no lo era todo, que era todo lo contrario de lo que habían pensado Barreda y sus discípulos; la ciencia, en vez de ofrecer soluciones definitivas, planteaba problemas. La ciencia no era el orden, todo lo contrario, era una lucha perpetua. El orden era incompatible con el progreso: lo uno o lo otro. Una ciencia que prefería el orden al progreso era una ciencia muerta.[18]

Justo Sierra compartió este escepticismo, había creído en la ciencia y seguía creyendo en ella, pero no era en la que habían creído Barreda y sus discípulos (Zea, 1993:435). El positivismo mexicano entró en crisis, dejaba de ser ciencia definitiva, apareciendo como una filosofía más, lo que actualme

nte se le llama ideología. No expresaba ya el Orden, sino un orden, no era un instrumento de paz, sino instrumento de guerra. El positivismo mexicano entraba en crisis: dejaba de ser ciencia definitiva, apareciendo como una filosofía más, lo que actualmente llamamos una ideología. Frente a él se alzarían otras corrientes, nuevas filosofías y con ellas nuevos hombres (Zea, 1993:437).

En la misma forma en que la generación positivista no pudo comprender a la generación liberal, la nueva generación no comprendió a la vieja generación positivista y publicó en 1906 Savia Moderna, una revista cuya tendencia era diferenciarse de la generación anterior. Nuevas filosofías fueron opuestas al positivismo: a Comte y Spencer se opusieron Shopenhauer y Nietzsche, después hablaron de pragmatismo.

Nietzsche critica al espíritu científico positivista, ya que considera que las ciencias positivas (que sirven para progresar y conocer el mundo) son apolíneas.

La ciencia no plantea temas de importancia para el hombre, tan sólo trata de obtener beneficios. El científico estudia la realidad de forma apolínea, mediante la razón o el cálculo, y no de forma empírica a través de los sentidos, la estética, el goce, y lo instintivo (de forma dionisíaca). Reducen la realidad a cálculos, dominio, control y racionalización que según Nietzsche no ayudan en nada al desarrollo del hombre, que sólo se puede conseguir mediante el disfrute de la vida.

En resumen, la ciencia moderna y positivista forma junto con la filosofía y la religión

la “telaraña de la razón” que nos atrapa. Para 1910 la nueva generación se agrupó en contra del positivismo en el Ateneo de la Juventud.

El 26 de octubre de 1909 se fundó el Ateneo de la Juventud. Lo integraban Rafael López, Jesús Acevedo, Alfonso Reyes, Ignacio Bravo Betancourt, Carlos González Peña, Antonio Caso, Luis Castillo Ledón, Pedro Henríquez Ureña, Manuel de la Parra, Juan Palacios, José Vasconcelos, Jenaro Fernández MacGregor, Eduardo Pallares, Emilio Valenzuela, Alfonso Cravioto y Guillermo Novoa, entre otros. Con el tiempo se les sumaron Isidro Fabela y Julio Torri. Se escogieron treinta socios y se abrieron tres secciones: literatura y arte, ciencias sociales e historia y filosofía. Las sesiones se sucedían cada quince días y funcionaban en el salón de actos de la Escuela de la Jurisprudencia. [19]

Surgió como una vigorosa respuesta de una generación de jóvenes intelectuales quienes, en el ocaso del porfiriato, adelantan una serie de críticas al determinismo y mecanicismo del positivismo comtiano y spenceriano que alentó el modelo de desarrollo usado por Porfirio Díaz y el grupo de los, así llamados, "científicos". Mediante una empresa cultural a la que se le atribuyen grandes hazañas: derrumbar al positivismo, renovar la identidad mexicana, dar un sentido filosófico a la Revolución de 1910 y haber intentado nuevas prácticas en la producción y divulgación del conocimiento. La conjunción de este grupo de jóvenes pensadores que apenas alcanzaban los 25 años en promedio, marcó un antes y un después en la

vida cultural de México.[20]

Empezando por Rafael López perteneció a la generación modernista, de poesía “fastuosa y pulcra, como el arte de los orfebres aztecas, que es moro y también tenoch”[21] fue considerado por los escritores de su época, poeta importante y de gran popularidad. Su poesía de vena patriótica fue modelo del tipo de composición que debía premiarse en juegos florales; sus crónicas eran bien recibidas por los lectores y su capacidad administradora le valió ser director del Archivo General de la Nación desde 1920 hasta su muerte.[22] En el Ateneo de la Juventud es vicepresidente en dos ocasiones. Estaba entre los poetas de Savia Moderna, cuyo primer libro, fruto de varios años de labor, le ha abierto ya un lugar aparte en las letras mexicanas; poeta de apoteosis y de fiesta plástica, de mármol y de sol, que se acerca cada vez más a la serenidad majestuosa, a la sofrosine, después de haber embriagado su adolescencia en los últimos haxix del decadentismo.[23]

De igual manera Jesús Acevedo con “más talento que el que puede ponerse en libros” y que escribe “cosas que algún día sonarán a maravilla”[24]; escribir –dice Acevedo como Goethe– es un abuso de la palabra; y, por lo demás, no es necesario ser conocido. Amigo de los buenos libros, es Acevedo; al mismo tiempo, el creador del arte de la conversación y de la conferencia sobria y sabia. Sus insinuaciones maliciosas, su gusto estético, la facilidad de su pensamiento, su actitud resuelta ante la vida, hacen de él un tipo de excepción, un fruto de

lización superior a la del mundo en que vive.[25] Empero el arquitecto Jesús Acevedo convocó en su estudio a los precursores del que llegaría a ser el Ateneo de la Juventud, en ese afán renovador de la cultura y lucha contra las teorías del positivismo.[26] Primero concibe en 1907 la idea de crear una Sociedad de Conferencias, agrupando en ella no sólo a sus compañeros que se daban cita en aquellos cenáculos, sino a los literatos, poetas, músicos y pintores que habían logrado destacarse en aquellos años.

El principal propósito de esta asociación, como se deduce del nombre, había de consistir en organizar conferencias públicas para propagar el amor a las ideas nobles y bellas.

Sin apoyo oficial ni protección alguna, la Sociedad de Conferencias organizó su primera serie en el amplio y elegante salón del Casino de Santa María. Las conferencias se efectuaron los miércoles por la noche y, además de la conferencia, siempre se ejecutó un número de música selecta y otro de poesía original, encomendados a músicos y poetas jóvenes. Por lo que aquellos actos culturales tuvieron siempre el carácter de conferencias conciertos.

Alfonso Cravioto sustentó la primera (miércoles 29 de mayo). Disertó sobre “La obra pictórica de Carrière", ilustrándola con magníficas fotografías parisienses que había traído de su reciente viaje por Europa. Jesús T. Acevedo sustentó la quinta (miércoles 24 de julio). Disertó sobre “El porvenir de nuestra arquitectura”.

En cada una de las seis conferencias se deleitó al público con la ejecuc

ión de música de Chopin, Beethoven, Bach, etcétera, y con la declamación de poemas originales de Nemesio García Naranjo, Manuel de la Parra, Luis Castillo Ledón, Roberto Argüelles Bringas, Abel C. Solazar, Eduardo Colín y Alfonso Reyes, todos miembros de la Sociedad de Conferencias.[27]

Y así sigo con otro integrante, Alfonso Reyes; fundador de la teoría literaria latinoamericana y el escritor más complejo y ambicioso de su generación, pronunció tres conferencias en 1907 y una de ellas, compuesta para el primer aniversario de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Preparatoria, la consideró el “punto de partida” de su prosa. Y el 26 de julio de 1916, al hablar José Vasconcelos en la Universidad de San Marcos, de Lima, Perú y referirse al Ateneo de la Juventud (“una generación que tiene derecho a llamarse nueva, no sólo por sus años, sino más legítimamente porque está inspirada en estética distinta de la de sus antecesores inmediatos”)[28] dijo de Alfonso Reyes:

Euforión le llamábamos hace algunos años porque como el hijo de Fausto y la Belleza clásica era apto y enérgico en todo noble ejercicio del alma. Su adivinación de nuevos senderos en la estética, su intensa labor literaria, su dedicación exclusiva al ideal, se puede apreciar en libros, opiniones y artículos.

Alfonso Reyes refiere que Justo Sierra hizo sospechar a su generación de que había sido educada en una impostura.

A veces, abríamos la Historia de Justo Sierra y nos asombrábamos de leer, entre líneas, atisbos y sugestiones audaces, audacísi

mos para aquellos tiempos, y más en la pluma de un ministro. El positivismo mexicano se había convertido en rutina pedagógica y perdía crédito a nuestros ojos (p. 33) [...] Por si su pluma no bastara para su gloria, es Justo Sierra, en la administración porfiriana, la inteligencia más noble y la voluntad más pura. A la distancia de las jerarquías y los años, se sintió amigo de los jóvenes, nos vio nacer a la vida espiritual, nos saludó con públicas manifestaciones de confianza y de simpatía, comprendió nuestras rebeldías y acaso las bendijo.[29] (pp. 23-25).

La casa de Alfonso Reyes se convirtió también en cenáculo. Los mismos jóvenes solían reunirse en ella movidos por la inquietud filosófica de leer y comentar autores y libros proscritos por el positivismo oficial:

En la casa de Alfonso Reyes, circundados de libros y estampas célebres, disparatábamos sobre todos los temas del mundo. Preocupados, sin embargo, de poner en orden nuestro divagar y buscando bases distintas de las comtianas, emprendimos la lectura comentada de Kant. No logramos pasar de la Crítica de la razón, pero leímos ésta, párrafo a párrafo, deteniéndonos a veces en un renglón. Luego, como descanso y recreo de la tarea formal leíamos colectivamente El banquete o el Fedro. Llevé yo por primera vez a estas sesiones un doble volumen de diálogos de Yajnavalki, y sermones de Buda en la edición inglesa de Max Müller, por entonces reciente. El poderoso misticismo oriental, nos abría senderos más altos que la ruin especulación científica.

El espíri

tu se ensanchaba en aquella tradición ajena a la nuestra y más vasta que todo el contenido griego. El Discurso del método cartesiano, las obras de Zeller sobre filosofía griega, Windelband, Weber, Fouillée en la moderna, con mucho Schopenhauer y Nietzsche por mi parte y bastante Hegel por la de Caso, tales eran los asuntos de nuestro bisemanal departir.[30]

Alfonso Reyes, en Pasado inmediato y otros ensayos, señala como característica del grupo de ateneístas su afición a Grecia, su admiración por lo helénico:

La afición a Grecia era común, si no a todo el grupo, a sus directores. Poco después, alentados por el éxito, proyectábamos un ciclo de conferencias sobre temas helénicos. Fue entonces, cuando en el taller de Acevedo, sucedió cierta memorable lectura de El banquete de Platón en que cada uno llevaba un personaje del diálogo, lectura cuyo recuerdo es para nosotros todo un símbolo. El proyecto de estas conferencias no pasó de proyecto, pero la preparación tuvo influencia cierta en la tendencia humanista del grupo.[31]

El triunfo del antiintelectualismo en México está casi consumado. El positivismo que lo precedió, si fue útil para la restauración social, vino a ser a la larga, pernicioso para el desarrollo no sólo de la literatura o la filosofía, más del espíritu mismo. Era como una falsa, angosta perspectiva del mundo que no podía bastarnos ya. El positivismo mexicano, que era una reacción liberal, borró de sus tablas el latín, porque el latín y la Iglesia eran la misma cosa, y con el latín borro la li

teratura. ¡Extrañas asociaciones que sólo una vez se producen en la vida de los pueblos! Toda cultura fundamental desapareció, todo humanismo se perdió. Durante este breve periodo, la literatura mexicana tuvo que ser una literatura de aficionados, de literatos sin letradura. Pero quiso la suerte que en ese grupo de autodidactos hubiera algunos cuyo sentido de la belleza fuera muy superior al que pudieron tener (si alguno tuvieron) los viejos discípulos de seminario. Y nació, bajo la influencia de Francia, el Modernismo. La verdadera literatura mexicana comienza con Gutiérrez Nájera.

Arrancados pues, por la fuerza de las cosas, a una tradición enojosa que ya no tenía razón de ser, todo lo que viniera más tarde podría libremente impregnarse del nuevo espíritu. Así vivió el Modernismo. Y cuando el tiempo dio la señal de la transición, la nueva Universidad se fundó (sin ninguna liga con la antigua) y la nueva generación penetró en la Escuela de Altos Estudios a resucitar el humanismo. Ya era tiempo. Ya era tiempo de volver un poco al latín y un mucho al castellano.[32]

Por su parte, Pedro Henríquez Ureña quien “pone en su prosa la luz y el ritmo que norman su espíritu. De nombre conocido en toda la América hispana, lo reclamamos como nuestro, aunque él se obstina en seguir fiel a su minúsculo y querido Santo Domingo. En México dejó discípulos y amigos, también enemigos, y la durable huella de su alma pura de santo escéptico”[33]. Escribió: “a la par de Porfirio Díaz envejecían los ‘Científicos’, sus justificadores intel

ectuales, y por ello tampoco fue muy arduo hacerlos a un lado. Éramos muy jóvenes cuando comenzamos a sentir la necesidad del cambio… Sentíamos la opresión intelectual, junto con la opresión política y económica de que ya se daba cuenta gran parte del país”.[34]

Nos ha dejado también testimonio de las influencias filosóficas, literarias y artísticas que provocaron el divorcio de sus compañeros de la doctrina positivista.[35]

Confiesa que Platón, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Bergson, Boutroux, James y Croce, fueron los autores más leídos por ellos:

Pero en el grupo a que yo pertenecía, el grupo que me afilié a poco de llegar de mi país a México pensábamos de otro modo. Éramos muy jóvenes (había quienes no alcanzaron todavía los veinte años) cuando comenzamos a sentir la necesidad del cambio. Entre muchos otros, nuestro grupo comprendía a Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Acevedo el arquitecto, Rivera el pintor. Sentíamos la opresión intelectual, junto con la opresión política y económica de que ya se daba cuenta gran parte del país. Veíamos que la filosofía oficial era demasiado sistemática, demasiado definitiva, para no equivocarse. Entonces nos lanzamos a leer a todos los filósofos a quienes el positivismo condenaba como inútiles, desde Platón, que fue nuestro mayor maestro, hasta Kant y Schopenhauer. Tomamos en serio (¡oh blasfemia!) a Nietzsche. Descubrimos a Bergson, a Boutroux, a James, a Croce. Y en la literatura no nos confinamos dentro de la Francia moderna. Leímos a los griegos, que

fueron nuestra pasión. Ensayamos la literatura inglesa. Volvimos, pero a nuestro modo, contrariando toda receta, a la literatura española, que había quedado relegada a las manos de los académicos de provincia. Atacamos y desacreditarnos las tendencias de todo arte pompier; nuestros compañeros que iban a Europa no fueron ya a inspirarse en la falsa tradición de las academias, sino a contemplar directamente las grandes creaciones y a observar el libre juego de las tendencias novísimas; al volver, estaban en aptitud de descubrir todo lo que daban de sí la tierra nativa y su glorioso pasado artístico.[36]

Pedro Henríquez Ureña, en Horas de estudio, dice caracterizaba a todos los miembros del Ateneo un vivo espíritu filosófico, fácil de comprobar en la producción intelectual de cada uno de ellos; cualidad que define en estos términos: “Espíritu capaz de abarcar con visión personal e intensa los conceptos del mundo, de la vida y de la sociedad, y de analizar con fina percepción de detalles los curiosos paralelismos de la evolución histórica, y las variadas evoluciones que en el arte determina el inasible elemento individual”.[37]

Existe un recuerdo entrañable, contado por Henríquez Ureña, de la vez que se juntaron para releer en común El banquete de Platón: “Éramos cinco o seis esa noche, nos turnábamos en la lectura, cambiándose el lector para el discurso de cada convidado diferente; y cada quien le seguía ansioso, no con el deseo de apresurar la llegada de Alcibíades, como los estudiantes de que habla Aulo Gelio, sino

con la esperanza de que le tocaran en suerte las milagrosas palabras de Diótima de Matinea… La lectura acaso duró tres horas; nunca hubo mayor olvido del mundo de la calle, por más que esto ocurría en un taller de arquitecto, inmediato a la más populosa avenida de la ciudad”.[38]

Alfonso Reyes observa por su lado: “en lo privado era muy honda la influencia socrática de Henríquez Hureña. Enseñaba a oír, a ver, a pensar, y suscitaba una verdadera reforma de la cultura, pensando en su pequeño mundo con mil compromisos de laboriosidad y conciencia. Era, de todos, el único escritor formado, aunque no el de más años. No hay entre nosotros ejemplo de comunidad y entusiasmo espiritual que él provocó… yo estoy seguro de que, sin él, muchas cosas de aquel momento serían inexplicables.”[39]

Salvador Díaz Mirón lo llamaba el “dorio de América”. Su interés por las personas no quedaba únicamente en la frecuencia social, se preocupaba por conocer los gustos y aficiones intelectuales de cada uno y separaba entonces algún escrito, algún dato que pueda servirle. Esta costumbre la conservo toda su vida. Era tan exigente con los demás como consigo mismo; imponía un ritmo de trabajo que no todos toleraban. “vivía en entre sus discípulos (es necesario confesarlo) en un mundo de pasión”, recuerda Julio Torri.[40]

Antonio Caso es bien consciente de los peligros que entraña la nueva filosofía que ha puesto el acento en lo irracional; detrás de ella ve aparecer la faz de la anarquía, esa anarquía se adueñaría de México muy poco ti

empo después. Caso no cree que la inteligencia haya definitivamente perdido la partida. El desorden que se avecina puede dominarlo la inteligencia.[41]

Los miembros del Ateneo llamaron a dotar a la educación en México de una visión más amplia, que rechazará el determinismo biológico del racismo y que encontrará una solución al problema de los costos de los ajustes sociales generados por grandes procesos de cambio como la industrialización o la urbanización.

El ideal de la nueva generación fue la “restauración de la filosofía, de su libertad y de sus derechos”. No estaba conforme con el mundo que le había tocado en suerte vivir; querían un mundo en el que tuviesen alguna misión que cumplir, no el mundo positivista en que todo estaba hecho. Fue una revuelta contra el dogmatismo positivista que había limitado la libertad de filosofar (Zea, 1993:438).

Esta generación manifestó su interés por las culturas de Grecia y Roma y por las letras españolas, a diferencia de la generación positivista que despreciaba lo latino y lo consideraba una desgracia racial. La generación del Ateneo destacó lo que los positivistas llamaban las “despreciadas cualidades de la raza latina” la imaginación (Zea, 1993:439). El positivismo había dejado de ser solución y se había convertido en un obstáculo. Se sentía la necesidad de una doctrina que fuese capaz de poner en marcha al interés humano.

Desde 1833, año en que Valentín Gómez Farías había disuelto la Real y Pontificia Universidad de México, no existía una instituida, sino

uelas superiores dispersas. Para las fiestas del Centenario del inicio del movimiento de Independencia, en 1910 se creó la Universidad Nacional de México, cuyo primer rector fue Justo Sierra. Él creará la Escuela de Altos Estudios de donde surgirá la actual Facultad de Filosofía y Letras, y permitió la entrada de la “filosofía metafísica” (así la llamaban los positivistas) a la Universidad. El Ateneo de la Juventud y la Revolución maderista fueron los golpes que terminaron con la filosofía positivista.

El positivismo como teoría fue completamente diferente al positivismo como práctica. Esa expresión práctica es la que nos concierne, pues es la que contiene aspectos propios de México (Zea, 1993:38).

El positivismo mexicano sufrió una transformación: comenzó siendo una adaptación del comtiano, que serviría para implantar el orden, tan necesario en la República restaurada, con la libertad como medio, el orden como base y el progreso como fin. Expresaba la ideología del grupo liberal triunfante.

También sirvió para estructurar la educación en la enseñanza primaria y la Escuela Nacional Preparatoria. Posteriormente se le adaptó el positivismo spenceriano. Con base en la práctica real del positivismo, se puede afirmar que existió un positivismo mexicano, adaptado a nuestras circunstancias y a nuestra realidad.

Más tarde funcionó como una justificación a la dictadura de Díaz; se enarboló la bandera de la libertad, pero no la de los individuos sino la económica, ya que con la entrada de las inversiones

extranjeras en México, sirvió para que el grupo privilegiado de los científicos se enriqueciera más y más. El positivismo, al volverse mexicano, simboliza el antiguo régimen, el sistema prerrevolucionario. Además de la nueva generación, la correlación de fuerzas que producirá la Revolución mexicana le dará el golpe final.

El hombre no puede ser ya el irresponsable que confía en leyes morales que considera inmutables; las leyes tienen ahora que dárselas a sí mismo, en forma constante. La naturaleza no puede responder de los actos del hombre; el hombre es el único responsable de ellos. La nueva generación había roto los obstáculos impuestos por el positivismo. A la libertad limitada del positivismo han opuesto una limitada y creadora. Además tiene ya misión que realizar. Ahora hay labor para todos, para todas las generaciones, las por venir y las actuales. Lo que se cree en adelante será obra de una libertad creadora ajeno a todo límite utilitario y finalista. Toda obra podrá siempre ser recreada, rehecha, nadie podrá agotar su riqueza (Zea, 1993)

Referencias

Álvarez Lloveras, Guadalupe, El positivismo en México. Análisis, Revista Trabajadores. Núm. 62

Caso, Antonio. Curiel Defossé, Fernando (2000), Conferencias del Ateneo de la Juventud. Volumen 5 de la Biblioteca Mexicana, UNAM.

Córdova Arnaldo, La ideología de la revolución mexicana: la formación del nuevo régimen, 23° impresión: 2003. Ediciones Era.

Esquivel, José Luis, "Detonador de la cultura", en Revista Mexicana de Comunicación, Núm. 118, México, septiembre/

octubre, 2009

Gaos José, Obras completas V. el pensamiento hispoamericano. Antología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea. Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, México D.F. 1993

Henríquez Ureña, Pedro, “La Revolución y la cultura en México”, Revista de Filosofía (Cultura-Ciencias- Educación). Publicación bimestral dirigida por José Ingenieros y Aníbal Ponce, año XI, núm. 1, Buenos Aires, Argentina, enero, 1925

Henríquez Ureña de Hito, Sonia (1993), Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía. Historia inmediata, México, Siglo XXI

Henríquez Ureña, Pedro, Horas de estudio, p. 292

Kremer-Marietti Angáele, El positivismo, 1° edición en ¿Qué Sé?, 1997

Reyes, Alfonso, Pasado inmediato y otros ensayos, México, Fondo de Cultura Económica, 1941

Vasconcelos José, Ulises Criollo, México, Ediciones Botas, 1935, pp. 311-312.

Villegas Abelardo, Positivismo y Porfirismo. México: SEP, 1972

Zea, Leopoldo (1993), El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, FCE.

Zea Leopoldo, Pensamiento positivista latinoamericano, compilación, prólogo y cronología, volumen 2, 1980

http://www.conaculta.gob.mx/sala_prensa_detalle.php?id=2417

http://prosamodernista.com/rafaellopez.aspx

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[1] Kremer-Marietti Angáele, pág. 18-19 (1997)

[2] Fransesco Gabba Carlo, pág. 39 (2008)

[3] Kremer-Marietti Angáele, 20-21(1997)

[4] Zea, Leopoldo.pág. 52- 54, 56 1912-2004, c1968.

[5] Ignacio Sosa. Pág. VII-X (2005)

[6] Córdova Arnaldo

pág. 83(2003)

[7] Ignacio Sosa pág. XI- XX (2005)

[8] Zea, Leopoldo. pág. 59-62 1912-2004, c1968

[9] Córdova Arnaldo pág. 86-88 (2003)

[10] Zea, Leopoldo. Pág. 75-83 1912-2004, c1968

[11] Molina Enríquez, A. (1999) pág. 31-32

[12] Ignacio Sosa pág. XXI-XXV (2005)

[13] Córdova Arnaldo pág. 90 (2003)

[14] Ignacio Sosa pág. XXVI-XXVIII (2005)

[15] Secretaría de Educación Pública pág. 18-53 (1972)

[16] Álvarez Lloveras, Guadalupe, Núm. 62

[17]Zea, Leopoldo 423 (1993)

[18] Álvarez Lloveras, Guadalupe, Núm. 62

[19] Henríquez Ureña de Hito, Sonia pág. 92-93 (1993)

[20] http://www.conaculta.gob.mx/sala_prensa_detalle.php?id=2417

[21] José Vasconcelos Pág. 300-305 (1935)

[22] http://prosamodernista.com/rafaellopez.aspx

[23] Caso, Antonio. Curiel Defossé, Fernando pág. 40-42(2000)

[24] José Vasconcelos pág. 306- 308 (1935)

[25] Caso, Antonio. Curiel Defossé, Fernando pág. 45-47 (2000)

[26] Esquivel, José Luis pág. 36 (2009)

[27] Cf., periódicos de la época.

[28] Esquivel, José Luis, pág. 39(2009)

[29] Alfonso Reyes (1941)

[30] José Vasconcelos, (1935), pp. 311-312.

[31] Alfonso Reyes,(1941) p. 50

[32] Caso, Antonio. Curiel Defossé, Fernando pág. 63(2000)

[33] José Vasconcelos Pág. 328-329 (1935)

[34] http://www.conaculta.gob.mx/sala_prensa_detalle.php?id=2417

[35] Pedro Henríquez Ureña, pág. 129-132 (1925)

[36] Ídem

[37] Pedro Henríquez Ureña, (1925) p. 292

[38] http://impreso.milenio.com/node/8664718

[39] Henríquez Ureña de Hito, Sonia pág. 93(1993)

[40] Ídem

[41] Zea, Leopoldo (1993)

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