La aproximación psicoanalítica a la diferencia sexual: entre la biología y la cultura
amari80811 de Noviembre de 2013
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1. PROBLEMA
¿Es posible conciliar una aproximación histórica del sistema sexo/género que lo entiende como construcción cultural, como la que propone Joan Scott, con un abordaje psicoanalítico del mismo, de corte lacaniano, como el que realiza Gayle Rubin?
2. HIPOTESIS
La posibilidad de un acercamiento entre la perspectiva histórica y la psicoanalítica de abordaje del sistema sexo/género depende de la reinterpretación misma de las teorías a la luz de los problemas actuales y de la posibilidad de comprenderlas más allá de las fronteras dogmáticas y los esencialismos típicos de los abordajes realizados a partir de las racionalidades modernas occidentales, con lo que esto implica (abandono de los dualismos, descolonización de los saberes, etc.).
3. BIOLOGÍA-CULTURA, ¿NECESARIAMENTE ANTAGÓNICOS?
Desde las teorizaciones feministas más recientes existe casi un consenso en negar las consideraciones biológicas como sustrato de las relaciones y las prácticas sociales, esto es, el cuestionamiento de la máxima cientificista “la biología es destino” (Buttler, P. 38). Esto implica el negar la existencia de roles o asignaciones a las personas debido a su constitución biológica, esto es, al haber nacido con ciertos órganos sexuales en lugar de otros. Sobre esta premisa se ha sostenido el aporte de la categoría de género, en contraposición al sexo, que hace referencia a ese carácter cultural y construido, en palabras de Scott, es
“una forma de denotar las ‘construcciones culturales’, la construcción totalmente social de ideas sobre los roles apropiados para mujeres y hombres. Es una forma para referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades subjetivas de hombres y mujeres” […] “El uso de género pone de relieve un sistema completo de relaciones que puede incluir el sexo, pero no está directamente determinado por el sexo o es directamente determinante de la sexualidad” (Scott; 271).
Por su parte, el sexo, en un principio, se entendió como lo biológico, lo natural e innato, lugar vacío en el cual se inscribían las marcas y huellas de la cultura. Esta división y oposición (sexo/género), fruto del predominio de los esquemas de interpretación occidentales duales, produjo un alejamiento y negación del discurso científico lo que de cierta forma negó debates válidos que debían darse desde las teorías feministas sobre las ciencias, denominadas “duras”. El acercamiento a estos temas se tildó de cientificista, determinista y naturalista, negando la posibilidad de una retroalimentación interdisciplinaria o al menos una puesta en común de los temas de debate.
Este es uno de los puntos que reconoce Anne-Fausto Sterling en “duelo a los dualismos”. Ella, desde su experiencia como bióloga y teórica feminista, considera que “el dualismo sexo/género limita el análisis feminista. El término género, colocado en una dicotomía, excluye necesariamente la biología”. Argumenta esta afirmación diciendo que “Las formulaciones dicotómicas por parte de feminista y no feministas conspiran para hacer que el análisis sociocultural del cuerpo parezca impensable”.
Esta negación de la dualidad sexo/género también niega la atribución del sexo como lo meramente biológico y el género como lo meramente cultural. Al respecto Buttler afirmaría en “Sujetos de sexo/género y deseo”: “El género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza: el género también es el medio discursivo/cultural mediante el cual la “naturaleza sexuada” o un “sexo natural” se produce y establece como “prediscursivo”, previo a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura” (Buttler; Pág. 40). Entonces, aunque la cuestión hormonal, física, interna, sea preexistente, su sentido en la realidad y sus implicaciones para la diferenciación sexual son culturales; en este sentido afirma Sterling “Propongo cambiar el bon mot de Halperin de que <<la sexualidad no es un efecto somático, es un efecto cultural>> por la idea de que la sexualidad es un hecho somático creado por un efecto cultural>>” […] “Las variaciones en cada uno de estos aspectos de la fisiología afectan profundamente la experiencia individual del género y la sexualidad” (Sterling; Pp. 37-38).
En este sentido, la posibilidad de entender al cuerpo mismo como una construcción, y negar el antagonismo cultura/biología, nos permite introducir al campo de los estudios feministas la posibilidad de una configuración de una “naturalidad” inconsciente que va a determinar conductas y comportamientos de las personas en razón a patrones biológicos y culturales que no son separables ni diferenciables. Esto es las disposiciones psicoanalíticas, que pueden dar razón de las causas y orígenes de la dominación masculina y su reproducción en los cuerpos. Sobre esto volveremos más adelante.
4. EL COMPLEJO DE CASTRACIÓN: LA PUERTA ENTRE LO “BIOLÓGICO” Y LO “CULTURAL”
El psicoanálisis, específicamente Freud, entiende el complejo de castración como el momento en el que el niño teme la pérdida del falo a manos del padre, relacionado estrechamente con el “Complejo de Edipo” que hace referencia al enamoramiento del niño hacia la madre que se ve frustrado por la presencia amenazadora del padre. En esta relación, el niño decide aceptar la autoridad del padre, por la amenaza de la castración resignándose a la pérdida de la madre y aceptando su privación que habrá de compensarse en la adolescencia. La niña, por su parte, sufre la envidia del pene del varón y aunque ame al padre (Complejo de Electra) tiene que resignarse a su pérdida por la venganza materna.
Gayle Rubin intenta mostrar cómo esta teoría no necesariamente naturaliza la situación de subordinación de la mujer en la sociedad, lo cual se intuiría a simple vista al ver categorías como “envidia del pene” o “venganza de la madre” sino que al contrario, da la posibilidad de pensarse un estadio preedipico en el cual se corrobora la naturalidad asexuada de los seres humanos y el influjo que la cultura tiene en ello.
Rubin nos dice entonces que, el estadio preediptico es aquel el tiempo en el que el niño no ha sufrido la frustración de la perdida de la madre, es decir, cuando no ha sufrido la amenaza del padre. Su aporte entonces, reside en ampliar este estadio a la mujer. La niña, al igual que el niño, se enamora de la madre. En este estadio preedíptico
“los niños de ambos sexos son psíquicamente imposibles de distinguir, lo que significaba que su diferenciación en niños masculinos y femeninos había que explicarla. Los niños preedípicos eran descritos como bisexuales; ambos sexos exhibían toda la gama de actitudes libidinosas, activas y pasivas. Y para los niños de ambos sexos, el objeto del deseo era la madre” (Rubin, P. 66).
Este lesbianismo preedípico negaba entonces una heterosexualidad originaria y también formulaba la pregunta sobre el origen de la atracción por lo masculino y el acceso final a la feminidad. En este plano, nos dice Rubin,
“la niña se aparta de la madre y reprime los elementos “masculinos” de su libido como consecuencia de su reconocimiento de que está castrada. Compara su diminuto clítoris con el pene, y frente a su evidente mayor capacidad de satisfacer a la madre, es presa de la envidia del pene y un sentimiento de inferioridad” (Rubin, P. 67).
Aunque hasta acá el planteamiento parezca esencialista, Rubin identifica un factor que va a ser definitivo y es el componente cultural, contextual, de la afirmación:
“la ‘inferioridad’ de los genitales de la mujer es producto del contexto situacional: la niña se siente menos ‘equipada’ para poseer y satisfacer a la madre. Si la lesbiana preedípica no se enfrentada a la heterosexualidad de la madre, podría sacar conclusiones diferentes sobre la posición relativa de sus genitales” (Rubin, P. 67).
Entonces, este episodio que Lacan denomina la “crisis edípica” es el que va a marcar la diferencia entre una etapa presexual donde “cada niño contiene todas las posibilidades sexuales disponibles para la expresión humana” y un momento de asimilación sexual donde la castración se impone como ley (como expresión de la cultura) y moldea y reproduce patrones y estereotipos. En este primer momento, nos dice Rubin, “sólo algunas de esas posibilidades [sexuales] se expresan, mientras que otras son reprimidas”.
Además, si el pene no tuviera esa representatividad y simbolismo
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