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Historia económica argentina.Anatocismo


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2021  •  Ensayos  •  7.957 Palabras (32 Páginas)  •  85 Visitas

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PRIMER PARCIAL

1. A partir de los años 50’ del siglo XIX inicia el ciclo del lanar en la historia económica argentina. Éste consistía en la cría de ovinos para la lana y se desarrollaba en la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos, el sur de Santa Fe y Córdoba. Al iniciarse el período, no menos de 50% del total de las exportaciones argentinas provenían de la producción ovina La producción se organizaba en establecimientos generalmente pequeños, donde era requerida la mano de obra de pastores (generalmente inmigrantes) y puesteros. Estos últimos estaban generalmente bajo el contrato de aparcería, una forma de tenencia de la tierra que también sería común durante el ciclo de la estancia mixta, proliferante a partir de 1890. El estereotipo del aparcero es un inmigrante (generalmente italiano) que ocupa una chacra de más o menos 200 hectáreas a cambio de un porcentaje de la cosecha, en un contrato de duración trianual (tres años). Los términos del contrato variaban según las posibilidades de los aparceros: cuanto más dependía del arrendatario, menor era su participación en la cosecha y la duración de los contratos. Paralelamente al ciclo lanar, se produce el desarrollo de las colonias agrícolas. Éstas se se establecieron principalmente en Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y Entre Ríos. Se trataba de parcelas de 33 hectáreas (el tiempo y las claras ventajas en la escala de producción habrían ido favoreciendo las unidades de producción mayores, por lo que se pasó a parcelas de 250 hectáreas) manejadas por sus propietarios, generalmente inmigrantes y dedicados a la producción de cereales, mayormente trigo. Los colonos agrícolas utilizaban la mano de obra familiar. En 1876 se permitió el primer embarque de cereales para la exportación y la cantidad exportada sería tal, que los ingresos provenientes del exterior diluirían los efectos de la falta de diversificación. Ya para 1880, se habrían consolidado exportando no solo trigo, sino también maíz y lino. Luego de la Campaña del Desierto, sobrevendrán algunos cambios. En primer lugar, el crecimiento de la producción ovina en la década de 1870 creó una fuerte demanda de pasturas difícil de atender para la tecnología vigente sin la incorporación de nuevas tierras, algo provisto por la expansión de la frontera productiva gracias a la campaña de Roca. Pero la producción de lanas se fue desplazando de sus antiguos centros. Esto sería más notorio con la desmerinización, un proceso de desplazamiento de la oveja raza merino (solo productora de lana) y su reemplazo por la Lincoln (productora de lana de menor calidad, pero también productora de carne). Las primeras cifras de exportación de carnes ovinas aparecen para 1883 y para 1890 ya comienzan a ser significativas, según Míguez. La carne se exportaba congelada. Pero poco a poco, con el crecimiento de la población de los sectores urbanos gracias a la inmigración y sofisticación de la demanda de carnes (gustos europeos refinados traídos por los inmigrantes), se fue valorizando el vacuno. Esto dio pie a la estancia mixta. La estancia mixta fue un modelo de producción que nació allá por 1890 y su característica principal era que combinaba la producción de cereales con la ganadería. El negocio de la ganadería podía ser muy lucrativo, siempre que el forraje para los animales se consiguiera a costos bajos. Fue así como los estancieros se asociaron con los chacareros para disminuir los costos del forraje. Ellos explotaban una fracción de tierra que les arrendaban y donde producían cereales. Su negocio estaba en obtener una ganancia entre la venta de sus cultivos y el pago del arriendo al estanciero. Generalmente se trataba de contratos trianuales al final de los cuales se comprometían a dejar la tierra alfalfada para alimento del ganado, para posteriormente pasar a otra parcela. Los chacareros era pequeños empresarios capitalistas, que a su vez contrataban mano de obra (braceros). El proceso de exportación del ganado vacuno se dividía entre el criador y el invernador. El criador llevaba adelante la primera etapa de vida del vacuno y generalmente eran menos ricos y prósperos porque sus tierras eran de peor calidad que las de invernada, ya que se encontraban más lejos del puerto y los frigoríficos. A su vez, los criadores podían a llegar presos comercialmente de los invernadores, quienes les compraban sus novillos y tenían las mejores y más fértiles tierras, además del trato directo con los frigoríficos. Sin embargo, Míguez señala que era muy común que los estancieros se dedicasen tanto a la cría como a la invernada, por lo que los conflictos no se hicieron tan usuales. Los chacareros debían sufrir la intervención de numerosos intermediarios financieros. En primer lugar, los almacenes de ramos generales proveían a los chacareros de mercaderías y créditos prendando la futura cosecha. Además de peones, los chacareros precisaban de máquinas agrícolas que, dada su escasez de capital, debían alquilar. También necesitaban cubrir el producto cosechado con bolsas de yute, que eran provistas por fábricas que formaban un oligopolio que les permitía mantener los precios altos. Por otra parte, las empresas de ferrocarril cobraban altos fletes y debido a la alta demanda en el momento de la cosecha, no se disponían a negociar sus precios. En cuanto a los mecanismos de financiamiento, el sistema de créditos se basaba en la prenda hipotecaria, por lo que aquellos que no eran propietarios no podían acceder, por lo que recurrían en última instancia al almacén de ramos generales. A principios de los 80’, el banco predominante era el Banco de la PBA (estatal) caracterizado por una liberalidad creciente en la concesión de créditos. También estaba el Banco Hipotecario, que oficiaba como intermediario en la cadena de crédito que tenía como inversores finales a los ahorristas británicos a través de las cédulas hipotecarias (primero en pesos moneda nacional y luego en pesos oro). Éstas eran emitidas por el banco sobre la garantía que ofrecía la tierra. A cambio del dinero, el deudor se comprometía a pagar la amortización más intereses. Durante la década del 20’, Palacio nos cuenta que se produce la consolidación de la estancia mixta, lo que en parte tenía relación con la alta volatilidad de los precios y el fin de la expansión horizontal de la producción. Al ser una época marcada por los ciclos de expansión y contracción que caracterizan al capitalismo, para tener una ganancia más estable y segura, los productores decidieron alternar la ganadería y la agricultura de acuerdo a la coyuntura, ya que la estancia mixta permitía dedicar más o menos tierra a la agricultura o la ganadería dependiendo el momento. De esta forma, estas empresas mostraron una asombrosa capacidad de reconversión ante las crisis. Pero así como la consolidación de este sistema era una buena noticia para los estancieros, no lo era así para los chacareros. Sus condiciones fueron particularmente duras ya que fueron la “variable de ajuste” según cuenta Palacio Esto se debía a que los cambios en procíclicos de acuerdo a la coyuntura implicaban su desplazamiento periódico, lo que provocaba que quedasen bajo un régimen de tenencia de la tierra particularmente precario. De esta forma, el éxito de la diversificación se basaba en la inestabilidad de los agricultores. Además, sus contratos solían ser verbales, aunque también los había bianuales, trianuales y hasta sin término, lo que generaba grandes incertidumbres. El Estado trató de contrarrestar la vulnerabilidad a través de dos leyes (1921 y 1932). La primera buscó fijar la duración de los contratos en 4 años (alcanzaba a predios de menos de 300 hectáreas), pero al no establecer la obligatoriedad de un contrato escrito, siguió proliferando el arreglo verbal. La segunda buscó subsanar los errores de la primera, haciéndola extensiva a todos los predios rurales arrendados, cualquiera fuera su tamaño. Pero también fracasó, al no contar con el Estado con medios eficaces de control para las áreas rurales más alejadas. La crisis originada por la guerra y la modalidad submarina adaptada obligaron a tomar medidas. Dado los peligros, se privilegió el embarque de productos con mayor valor por unidad. Fue por esto que disminuyó la exportación de cereales como el trigo y de carnes enfriadas, para priorizar la carne congelada y enlatada para satisfacer la demanda de la guerra 2. El proceso de internacionalización de los factores de producción fue clave para el desarrollo industrial del país. Europa, con un gran excedente poblacional, se convirtió en la principal fuente de mano de obra hacia zonas que lo requerían y que ofrecían salarios más atractivos como el caso de Argentina. Mientras que la industrialización de las economías desarrolladas produjo una saturación de capital y baja de rendimientos, lo que derivó en su migración a economías donde pudiera obtener más ganancia. Así comenzó la llegada de capitales al país, entre los que se destacan ingleses (bonos del Estado, ferrocarriles y frigoríficos), alemanes (electricidad), norteamericanos (frigoríficos). Rocchi menciona como claves ciertas garantías del Estado, tales como garantizar sus bonos y las ganancias de las empresas ferroviarias privadas o garantizar rentabilidad e incluso involucrarse en la construcción de la primera red de trenes y aventurarse con el ferrocarril donde el sector privado no lo hacía. El resultado más notorio de la industrialización, y a la vez su actividad más rentable, fue el frigorífico, el cual comenzó en 1876 con la exportación de carne congelada gracias a capitales británicos. La llegada de los capitales norteamericanos (1908) generó una mejora notable de las técnicas industriales a través del método de enfriamiento para exportación. Esto permitió que la carne exportada hacia a Gran Bretaña (principal socio comercial de Argentina) llegara en mejores condiciones en cuanto al sabor y los nutrientes. Al realizar la comparación entre la industria de la alimentación y la textil, Korol destaca que la primera empleaba a casi 135.000 trabajadores en 1914 con un capital invertido que ascendía a más de 760 millones de pesos y un valor de producción anual de 990.5 millones de pesos. En cambio, la industria textil empleaba a 16.400 trabajadores con un capital invertido de 55.5 millones de pesos y un valor de producción anual de poco más de 78 millones de pesos. Las actividades de la rama textil habían partido de una base muy baja y se encontraba rezagada en comparación con otros países del área y su grado de industrialización per cápita era inferior al de los países europeos de similar población y base agraria. La incorporación de Argentina al capitalismo mundial permitió un acelerado crecimiento, pero trajo aparejada la vulnerabilidad de ese universo integrado. El capitalismo de entonces se caracterizaba por ciclos de auge y depresión que se propagaban a intervalos cada vez más largos a medida que se incorporaban nuevos países y regiones al sistema económico mundial. Estos ciclos de auge y contracción generaron diversas crisis que afectaron a las exportaciones, algo de lo que Argentina no se podía privar. Esto llevó, desde la crisis de 1873, a un modelo de crisis que sería recurrente en la historia económica argentina: la crisis de balanza de pagos, la cual se manifestó por vez primera en 1973. En los años previos, Argentina había recibido una cantidad de capitales en forma de préstamos al gobierno que, sumada a las divisas ingresadas por las crecientes exportaciones, llevaron a un aumento del consumo interno. Durante estos años las importaciones superaban a las exportaciones produciendo un déficit comercial, que no era un problema para el corto plazo, porque había un superávit en la cuenta capital del balance de pagos. Pero pronto se haría insostenible: frente a los síntomas de desorden económico, las inversiones disminuyeron, cambiando el signo de la cuenta capital y generando lo que se llama déficits gemelos. Avellaneda decidió entonces enfrentar la crisis sin dejar de pagar la deuda externa, proyectando una imagen de credibilidad a los mercados internacionales. Su plan dispuso de un aumento de impuestos a la importación y un ajuste del gasto público. El consumo caído por baja de inversiones produjo un abrupto descenso de las importaciones, que también habían descendido por los aranceles, generando un superávit comercial que aumentó las posibilidades de un Estado superavitario de pagar la deuda. Ante la crisis de 1890, Carlos Pellegrini implementaría una salida similar. Korol argumenta que no existió una política industrial global. Lo cierto es que, si miramos los números, el autor argumenta que la política tarifaria se debió más a necesidades fiscales que a la existencia de una política industrial global: entre 1875 y 1914, más del 50% de los ingresos fiscales provenía de los aranceles a la importación. Sus características y resultados no parecen ser los que impulsaban los proteccionistas allá por 1870. Tampoco hubo una política crediticia de largo plazo, ni se plantearon objetivos de ampliación de mercados para aquellos productos cuyo principal destino era el mercado interno. Rocchi tiene una visión más optimista sobre el rol del Estado (al cual considera activo) pero agrega que la política tarifaria con fines fiscales tuvo como consecuencia inevitable el desarrollo de la industria local. Pero el por qué de proteger a ciertas industrias por sobre otras, no era claro. Podía ser por razones económicas, ideológicas, políticas o incluso fortuitas. Por lo que dependía de las acciones de los grupos de presión. Lo cierto es que es importante destacar ciertas limitaciones adicionales del desarrollo industrial. Las prácticas oligopólicas de las empresas, sumado la heterogeneidad de la industria, ya que se trataba de una combinación de muchas empresas pequeñas y algunas grandes, implicaba desigualdades en el acceso al crédito. Además, Argentina carecía de yacimientos accesibles de algunos minerales que resultaban básicos para la producción industrial como el carbón y el hierro. Es por esto que necesitaba importar ciertos insumos de los que dependía su industria (como los recién mencionados). Esto generaba una gran dependencia de las divisas entrantes por las exportaciones de carnes y cereales, por lo que la industria siempre fue considerada como una rueda menor de la economía al estar su desarrollo supeditado a un superávit comercial, cuya obtención se complicaba durante las crisis de balanza de pagos.

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