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El Lenguaje De Los Medicos

SusanaBarretto26 de Noviembre de 2014

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EL lenguaje de los médicos

La terminología médica, con más de 100.000 vocablos, es uno de los lenguajes especializados más importantes en todos los idiomas. Es un fiel reflejo del permanente progreso de la Medicina, que por otra parte, requiere un adecuado incremento del vocabulario para mantener una comunicación científica fluida. En este sentido, los Colegios Profesionales, las Sociedades Científicas y las Reales Academias pueden y deben realizar una labor de normalización de sus respectivos léxicos, ya que el idioma español, tal como explica el autor, es capaz de adaptarse a los cambios impuestos por el progreso sin menoscabo de su esencia.

Dr. Alfonso Ballesteros Fernández

Académico numerario de la Real Academia de Medicina de las Islas Baleares

Es muy probable que una de las características del siglo que ahora se inicia, y tal vez del milenio, sea el protagonismo abrumador que han adquirido las comunicaciones. Los progresos tecnológicos han hecho saltar por los aires fronteras milenarias y barreras que parecían inexpugnables. El crecimiento inusitado de los sistemas de comunicación más vanguardistas está alterando el equilibrio consuetudinario de todos los grupos sociales. El lenguaje, base esencial de toda comunicación, sufre de forma más llamativa esa influencia.

Aunque se denomina lenguaje a cualquier sistema de comunicación, a cualquier manera de expresarse, me referiré al lenguaje entendido como estilo o modo de hablar y escribir propio de un grupo; tiene un matiz más restrictivo que el de lengua o idioma que, con demasiada frecuencia, lleva incorporada una carga afectiva o política. A este respecto resulta curioso que el idioma de Cervantes tiene dos denominaciones unívocas a las que, a veces, se les da el matiz político. Comenzó, por su origen, llamándose castellano pero a partir del siglo XVI, coincidiendo con la expansión por América y Europa del imperio de Carlos I, el idioma predominante en la nación recién unificada comenzó a ser denominado internacionalmente español; el calificativo inicial de lengua castellana quedó para uso interno, al coexistir con otras lenguas españolas.

Nuestra constitución dice que el castellano es la lengua oficial del Estado, las constituciones de los países hispanoamericanos varían en la denominación de la lengua en la que están redactadas. En algunas no se especifica el idioma oficial del país, el resto, a partes iguales, denominan a su lengua español o castellano. Conviene recordar que hasta el año 1923 la Real Academia llamaba de la lengua castellana a su Diccionario y a la Gramática. Nuestro Nobel Cela recomienda, "al margen de malévolas eventualidades", que en España, para distinguirlo de otras lenguas también españolas, se llame castellano y en el extranjero español. La conveniencia de adoptar como sinónimas ambas denominaciones no es reciente, ya en 1611, Covarrubias tituló su célebre estudio lingüístico Tesoro de la lengua castellana o española.

Dentro de una misma lengua no sólo hay diferencias de denominación, también es posible apreciar marcadas diferencias de vocabulario, e, incluso, de sintaxis, asociadas a distintas actividades o circunstancias sociales. Cuando el estilo o modo de hablar o escribir está suficientemente diferenciado del lenguaje general se puede usar con propiedad el vocablo jerga. Aunque, en ocasiones, una jerga nace con intención de originalidad o marginación, las jergas profesionales responden a motivaciones de precisión.

El incremento de los conocimientos biomédicos es tan rápido que la utilización de numerosos tecnicismos es imprescindible. Las ciencias médicas han desarrollado un léxico tan extenso que supera con creces el número de vocablos de las lenguas modernas. Este aluvión de nuevos términos, incorporados precipitadamente, puede originar que la jerga de los galenos pase de ser un instrumento de precisión a un peligro para la comunicación científica.

El lenguaje médico muestra distintos matices de utilización. El de relación con otros colegas tiene todas las peculiaridades de una jerga. Las licencias del lenguaje clínico, hablado o escrito, se toleran en aras de la concisión. Un uso limitado de siglas o apócopes (ECO, Angio, etc.), la elipsis o supresión de palabras de una frase (v.g. no disnea, no adenomegalias) y otros vicios del lenguaje son aceptables mientras no alteren la claridad del mensaje. Por el contrario, para la comunicación entre el facultativo y el paciente, o su familia, es conveniente huir de la terminología excesivamente técnica; se puede conseguir transmitir una información precisa, dependiendo del nivel cultural de los interlocutores, con palabras sencillas. Sólo la bisoñería o la vanidad explican el uso extraprofesional de la jerga médica.

Las publicaciones médicas, como cualquier lenguaje científico, deben caracterizarse por la precisión, huyendo de las frases largas, de la abundancia de adjetivos y de cualquier pomposidad. La claridad de la información que se desea transmitir debe ser la condicionante esencial de cualquier artículo científico. No obstante, la precisión y la concisión no están reñidas con el ingenio. La tradicional afición humanística de muchos médicos ha permitido que sesudas comunicaciones profesionales fueran enriquecidas con alusiones bíblicas, metáforas mitológicas o citas de la literatura universal. Los grandes clínicos franceses del siglo XIX aderezaban sus descripciones patológicas con símiles de la vida cotidiana que reforzaban el mensaje. Es difícil olvidar que "el cáncer del recto navega con la bandera de las hemorroides". Aunque la prosa médica actual es menos proclive a estas metáforas, el vocabulario de especialidades tan vanguardistas como la inmunología está salpicado de símiles bélicos, que en ocasiones son tan poco eufónicos como denominar asesinas a unas determinadas células.

Las raíces del lenguaje médico se hallan en la Grecia clásica, en el Corpus Hippocraticum, que compiló los conocimientos de los médicos griegos de los siglos IV y V antes de Cristo. Por su origen románico, la mayoría de las palabras del léxico general castellano, y gran parte del vocabulario médico, son de procedencia latina. Los árabes, con sus ocho siglos de permanencia, aportaron al español unas 4.000 palabras; entre ellas predominan las agrícolas, por ejemplo, alberca y aljibe, o las militares, como alcázar o alférez. Por razones que no llego a entender, su influencia en el vocabulario médico es casi imperceptible, alcohol o elixir son algunos de los pocos vestigios que dejó la desarrollada Medicina musulmana. Otro tanto sucede con las lenguas indígenas americanas y algunos idiomas románicos próximos, como el catalán, italiano o portugués, que han aportado abundantes voces al lenguaje común pero no al vocabulario médico.

Además de las raíces grecorromanas, nuestro vocabulario científico se ha ido nutriendo de extranjerismos provenientes de los países que han ido ostentando la hegemonía económica y cultural. En el transcurso de los siglos XVIII y XIX los intelectuales germanoparlantes ocuparon el lugar más destacado en la mayoría de las disciplinas médicas. Hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, el protagonismo de los países centroeuropeos fue total. Afortunadamente, los científicos de habla alemana comunicaron sus aportaciones creando neologismos de impecable raíz grecolatina.

Es oportuno recordar que el latín fue la lengua universitaria en los países germánicos hasta bien avanzado el siglo XIX. Citoplasma, fagocitosis, toxina, embolia y otros cientos de vocablos de apariencia clásica fueron neologismos creados por los investigadores centroeuropeos. La dificultad para conocer adecuadamente la lengua alemana contribuyó a evitar que traductores aficionados contaminaran la nuestra con traducciones inadecuadas.

Desde su nacimiento, el francés ejerció una influencia evidente en el castellano. Jardín o vinagre son ejemplos de galicismos que se adoptaron precozmente. Con el reinado de Felipe V esta influencia se acrecentó y mantuvo su hegemonía como lengua extranjera hasta el último tercio del siglo XX. Es muy significativo que D. Santiago Ramón y Cajal, que también hablaba el alemán, leyera en francés su discurso de recepción del premio Nobel. La lengua francesa ha aportado gran número de neologismos al léxico médico español. Su origen se muestra por la terminación age, que se castellanizó con jota como cerclaje, drenaje, y un sin número de galicismos totalmente adaptados a nuestro idioma.

El inglés tuvo una influencia mínima en la lengua castellana y en vocabulario médico hasta mediados del siglo que ahora ha concluido; el final de la Segunda Guerra Mundial catapulcó a los Estados Unidos de Norteamérica al liderazgo indiscutible de la mayoría de las actividades científicas y culturales. Los anglicismos colonizaron a todos los medios de comunicación y contaminaron a todos los idiomas del planeta. Resulta estremecedor que el inglés, en apenas medio siglo, haya introducido en nuestra lengua más palabras que el árabe en ocho centurias.

Hasta el aluvión de los anglicismos, la importación de palabras foráneas se debía a razones culturales, científicas o sociales. La penetración se hacía sosegadamente a través de personas cultas, dotadas de suficientes conocimientos lingüísticos. Por el contrario, la avalancha inglesa se ha colado en el lenguaje común a través de medios audiovisuales, muchas veces manejados por gentes que desconocen ambos idiomas y emplean los vocablos extranjeros con la pretensión de incrementar su prestigio

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