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LA LITERATURA INFANTIL Y EL JUEGO DEL TIEMPO


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2022  •  Ensayos  •  2.012 Palabras (9 Páginas)  •  69 Visitas

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LA LITERATURA INFANTIL Y EL JUEGO DEL TIEMPO

Por Raúl Sánchez Acosta

Se entiende que la literatura infantil es toda aquella producción literaria dirigida a niños y jóvenes. Benedetto Croce considera que “calificar como infantil a la literatura dirigida a la infancia, produce el efecto de una limitación, que conlleva la idea de una parcialización o segregación... "

Con esto se quiere decir que, para que un libro sea un buen libro para niños, tiene que ser un buen libro, esencialmente, y reunir las condiciones de todas las obras literarias de calidad. Sin embargo, es necesario que una vez reunidas todas esas condiciones generales para ser literatura, se requiere agregar ciertos requisitos específicos que le exige su contenido o el sector a quien va dirigida esa literatura.

En la actualidad se suele hablar de literatura para niños, como una forma de clarificar el tema y de evitar las posibles confusiones que generaría la común denominación, según se le acostumbra a entender como una expresión literaria pueril, poco seria, limitada o producida por niños.

De todas maneras, entendemos la literatura infantil como una expresión artística de calidad literaria dirigida a niños y jóvenes con el objeto de divertirlos, conmoverlos, orientarlos, enseñarles, mostrarles otras formas de pensar y sentir, estimularles la creatividad, animarlos a soñar y vislumbrar otros universos a través del juego maravilloso que permite vivir la alquimia de la palabra.

Hemos sido alimentados de generación en generación con la ilusión del paraíso. Para unos, alcanzable; para otros, imposible. Desde posiciones diversas apreciamos el valor o la naturaleza de la libertad. La literatura, esa gran partera de sueños, jamás se retira del espacio donde crecemos en esa búsqueda. En la mayoría de los casos, inconsciente, y convencidos de que el color del vestido que usa esa niña es el mismo de la felicidad. No hemos podido comprobarlo, ciertamente, pero estamos seguros de que cada nota, cada voz, cada fonema, cada palabra, cada imagen, evocación o símbolo que nos permite vivenciar la lengua, tiene algo de extraño y natural que nos exige pensar en la literatura.

Somos niños, desde antes de nacer, hasta la muerte. Nos impresionamos y asombramos siempre ante lo inesperado, lo fortuito o lo maravilloso, con la misma impetuosidad con que experimentamos esas sensaciones en épocas más crudas.

¿Quién no quisiera ver en su madre o en su padre la imagen de una mujer o un hombre joven, casi inmortal? ¿Quién vacilaría en pensar en la posibilidad casi olímpica de retroceder el tiempo para alisar la piel, atrasar los calendarios o impedir las muertes o sucesos dolorosos?

Cuando niños, el imaginario obra como un ingeniero rediseñando el mundo, alterando paisajes, manipulando la vida y la muerte de acuerdo con el vaivén de los afectos. Cuando adultos, el imaginario, entonces, ante situaciones adversas, reconstruye el tiempo y nos ubica en el plano de la infancia para soñar en el mundo con otras estaciones.

Ese es el juego de la literatura. Un juego que le apuesta al tiempo, a pesar de las edades, a pesar de la experiencia. Y la literatura infantil, como género especial dentro de este universo artístico de la lengua, no es ajena a ese juego en el que, sin quererlo o sin creerlo, compite el adulto con su propia capacidad de imaginar.

El mundo moderno, tildado de caótico, crítico, confuso y muchas veces de loco, realmente es un mundo contrario a lo que nos ha querido mostrar la misma realidad. La lectura de obras literarias para cualquier edad y sentida desde la perspectiva del hábito, permite realizar apreciaciones aparentemente contradictorias. Es posible que la impresión que nos arroja este mundo “enloquecido” opere como una suerte de magia cuya misión es la de obnubilar con sus colores y su ruido a los seres banales, rutinarios, ritualistas de la vida, que caminan al ocaso mirando sólo la punta de sus zapatos.

Es necesario que el lenguaje tome partida en este proceso de selección del pensamiento. Cuando surge en la historia de la humanidad la escritura, aparece un instrumento que ampliará los horizontes comunicativos. Pero lo más importante es que con esta otra niña, amable y locuaz, amiga de la libertad, y de la opresión, aparece también el sortilegio de la razón para nutrir con otros colores y aromas el paraíso de la fantasía, adormecido en los tiempos de la preescritura.

La literatura surge entonces como una herramienta del lenguaje para ampliar el horizonte de los sueños de la humanidad. Con ella hemos crecido. La lectura de sus signos y sus símbolos nos ha permitido soñar la aventura del tiempo a través de la historia del pensamiento. La misma que nos ha contado quiénes éramos, quiénes fuimos, dónde estuvimos, qué hicimos. La literatura nos ha dicho verdades, nos ha inventado otras, pero nunca nos engaña.

El tiempo nunca es enemigo, sólo que a veces se disfraza para dejarse contar. El hombre lo ha recogido y organizado en el libro de la historia. Un libro por donde camina la literatura, amablemente como Pedro por su casa; pues, siente que la historia es el claustro de amplios corredores, hermosas alcobas y espléndidas salas donde vio desfilar el universo, construido por el hombre con sus hechos.

Se nos ha mostrado la literatura así: cariñosa y feliz, y curiosamente adulta. La hemos visto en sus comienzos como una joven que crece; la ubicamos en la historia con nombres sonorísimos, elevados, corriendo con los siglos con mensajes para todos, sin distinción de clases ni de credos ni de ideologías ni de posiciones sociales, etc. Pero tuvimos que esperar el siglo XIX para que la literatura mirara hacia los niños. Con los hermanos Grimm, Hoffman y Andersen, la niña adulta se nos volvió infantil, se nos hizo amiga de niños y jóvenes, porque empezó a mirarlos con respeto, con admiración y con cariño.

El tiempo ha seguido su marcha y, con él, la literatura infantil ha ido adquiriendo labradores que aran sus tierras con la esperanza de que la cultura que se construye alrededor del libro, no olvide a los niños, a los jóvenes. A ellos ha de llegar el legado de la humanidad que ha transitado todos los caminos de la historia, desde las primeras manifestaciones del cuento, hasta las más elevadas expresiones rítmicas de la poesía, pasando por la novela y otras formas en que la literatura cuenta el mundo a su manera...

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