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Educacion Critica Y Sociedad Neoliberal

sergiouu17 de Agosto de 2012

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Una doble mirada:

educación crítica y sociedad neoliberal

 

Vicente Manzano Arrondo

Universidad de Sevilla

Universidad y Compromiso Social

 

Resumen

Cada época de dilatada historia social se ha concretado bajo el paraguas de un pensamiento dominante. En la actualidad, es el pensamiento neoliberal quien tiende a diseñar los más nimios detalles estructurales y funcionales de la dinámica social. La educación se encuentra, como todas las demás facetas, bajo este dominio. Coherentemente, las sucesivas reformas educativas, en todos los rincones del planeta, trabajan con ahínco para reconstruir una institución educativa que se conduzca desde y para el mercado.

En esta aportación se dibujan las características principales de este dominio, se realizan algunas previsiones para el futuro de la dinámica educativa a través de sus instituciones, y se plantean algunos principios para la acción alternativa orientada a la educación crítica.

 

Palabras clave: educación crítica, educación neoliberal, previsiones de educación.

 

“El fundamentalismo del mercado cada vez más parece opuesto a toda noción viable de educación crítica” (Giroux, 2004:30)

 

Sobre qué

La búsqueda de la felicidad, el bienestar o la satisfacción ha guiado siglos de comportamiento humano. Hubo una época en occidente en que tales atractores se encontraban predominantemente mediatizados por Dios. El servicio al ser supremo es el vehículo requerido para procurar bien individual y colectivo. Las edificaciones se llenan de crucifijos. Tuvo lugar también un período dilatado de la historia occidental en que el mediador fue el Estado-nación. El Bien es el bien de la patria. Lo relevante es dedicarse a ella mediante un servicio abnegado y sin fisuras. Las edificaciones se llenan de escudos y banderas. Hoy, aunque los anteriores procesos de mediación continúan con fuerza en nuestros días, el predominio se encuentra en el mercado. Todo se llena de edificaciones.

Según la época que nos baña, para procurar felicidad, bienestar, satisfacción, progreso... es necesario estimular el crecimiento de la economía, es decir, de la cuantía de algunos indicadores selectos (Rodríguez Sosa, 2004), favorecer el libre mercado, incentivar la competencia y la propiedad, etc. Hoy, los Estados se encuentran “en alerta constante para atender al sistema de mercado” (Lindblom, 2002:57). Ésta es la época en la que hemos aterrizado.

La Iglesia, los partidos políticos, las instituciones y los intelectuales del mercado, olvidaron sus respectivas funciones manifiestas en su origen. Terminaron centrados en la supervivencia de sus propias estructuras. En otras palabras, han abandonado su función instrumental (conseguir los objetivos de su fundación) por la ceremonial (mantener el status quo) (Aguilera, 2005). La historia sigue cansinamente enseñando las mismas páginas, donde las devociones de turno llevan a esclavitudes muchas veces voluntarias. No importa pues cuáles fueron los motivos que justificaron la expansión del mercado en su origen. Hoy la dinámica vuelve a ser la mismas: los expertos y beneficiarios de su estructura trabajan con ahínco para expandirla.

Los vencedores temporales en la definición de nuestra época (recordemos que todo termina sufriendo un relevo), ofrecen el mercado libre como solución definitiva. Si todavía concurren problemas, no son achacables a esta oferta, sino a las regulaciones de los Estados, a la corrupción de los gobiernos y a otros aspectos que, en definitiva, restan poder de progreso y emancipación a la capacidad autorreguladora del mercado. La ambición individual, de la que nos dotamos por naturaleza, es el motor que, combinado con libertad de intercambio de propiedades, libre competencia y estimulación de los mejores, no ha de cesar en la procura de beneficios para los individuos y, a través de ello, para la sociedad.

Ya en las secuelas de la revolución francesa, el Conde de Saint-Simón defendía que el gobierno debería estar en manos de los empresarios y el mercado ser el mecanismo regulador que permitiría finalmente eliminar la ocurrencia de guerras (Rodríguez Díaz, 2004). Bardó (2007) señala que “es increíble que en el siglo XXI no se vea ni entienda que los mercados libres tienden siempre al equilibrio, lo que en lo laboral significa pleno empleo”. Yanque (2004) apunta que el Estado no debe establecer fines, sino guardar un marco apropiado para garantizar que las personas realicen sus intercambios de propiedades con entera libertad y garantías, lo que genera progreso. Y añade que “el mercado resuelve mejor los problemas, satisface mejor las necesidades individuales y distribuye mejor los recursos que los infinitos y variados sistemas inventados para lograr algo teóricamente más adecuado” (43). En definitiva, pues, el mercado aparece como el instrumento ideal para la dinámica social, un instrumento que sacia al mismo tiempo la ambición individual y el progreso social.

La práctica de la doctrina ha mostrado, no obstante, puntos de llegada distintos a los destinos prometidos. Recurriendo al ejemplo de América Latina, Yarzábal (2001:5) recuerda que “Las políticas neoliberales, anunciadas como un mal necesario pero pasajero, que conduciría al crecimiento económico para después proceder a la distribución de las riquezas, lograron controlar la inflación, reducir el déficit fiscal y asegurar el pago a los acreedores externos. Pero, paralelamente, aumentaron el desempleo, incrementaron el ‘sector informal’ de la economía, extendieron la pobreza y desmantelaron la seguridad social. Y se instalaron de manera prolongada, revitalizándose al finalizar cada uno de los ciclos mediante propuestas electorales de tipo populista que los candidatos cambiaban invariablemente por medidas neoliberales más radicales una vez que obtenían el poder”.

​No importan mucho aquí las críticas a la ideología neoliberal sino la constatación de que es la que impera en estos momentos, el catecismo básico de la acción gubernamental y de las políticas planetarias. Una consecuencia directa de esta perspectiva es que, dadas las insuperables bondades del sistema de mercado, éste debería hacerse cargo también de los asuntos de la educación. “El argumento central que sostiene a las políticas educativas neoliberales es que los grandes sistemas escolares son ineficientes, inequitativos y sus productos de baja calidad. De tal afirmación se deduce que la educación pública ha fracasado y se justifican políticas de reducción de la responsabilidad del Estado en la educación, presentadas como la única reforma posible.” (Puiggrós,1996:1)

​Coherentemente, las reformas educativas, desde la primaria hasta la universidad, están empapadas de esta época (Andrés y Manzano, 2004). En Lisboa, año 2001, quedó muy claro en la letra impresa que “el objetivo del Espacio Europeo de Educación Superior es conseguir de Europa la economía más competitiva del mundo”. No sólo se afirma tal cosa, pues las normativas incluyen también referencias a la cohesión europea, el beneficio social y otras claves del mismo corte. No obstante, decimos ¡Buenos días! al colega del trabajo cuando nos cruzamos con él, el anuncio del coche lo muestra en una ciudad sin un solo atasco, y el personaje político de turno vende la reforma de la educación alegando que es buena para la sociedad. Son convenciones, herramientas con las que los publicistas juegan a dioses (Beigbeder, 2001). En cierta ocasión, un espectador denunció a una marca de motos porque el anuncio mostraba al conductor rodeado de chicas. Adquirió el vehículo y, a pesar de que su modelo coincidía con el anunciado, continuó paseando consigo mismo. Por supuesto, la denuncia fue desestimada (Tellis y Redondo, 2001). Imagino al juez diciendo al denunciante “pero, ingenuo mío, ¿cómo puedes tomarte esas declaraciones literalmente?”.

Lo que pretendo en esta intervención no es denunciar que la educación reglada que se diseña está orientada al mercado (Manzano y Andrés, 2007), como quien descubre de repente la pólvora. Ya lo sabemos. Mi intención es, por este orden, apuntar algunas consecuencias y plantear algunas estrategias orientadas hacia la alimentación de una sociedad crítica, compuesta de individuos inteligentes y, por tanto, solidarios y comprometidos.

 

Apuntes de futuro

 

La Educación como institución social tiene un difícil papel. Se considera que ha de adecuarse al contexto sociocultural y en estos momentos esa adecuación requiere una capacidad dinámica acelerada (Tejada, 2001). El cambio se define en términos tecnológicos y de mercado e implica una adaptación vertiginosa en todos sus componentes, tanto institucionales como humanos. En ello, el sistema de mercado se comporta como un agujero negro: cuanto más engulle más capacidad de engullir adquiere. Lindblom (2002), a pesar de ser un defensor de este sistema como motor regulador de la sociedad, llama la atención sobre la necesidad de limitarlo. Las familias, los grupos de amigos, las parejas, los pisos de estudiantes, los movimientos sociales, incluso las  propias empresas, entre otros ejemplos, no funcionan como mercado. ¿Han de hacerlo? Una cosa es asumir que el sistema sirve para algo y otra que sirve para todo. El punto de la controversia es decidir si la Educación debe entrar o no en el agujero. Y la realidad actual indica que la decisión ya ha sido tomada.

Dictadura de las evaluaciones de calidad

Buscar la calidad es un objetivo loable. El problema es cómo se observa su diseño e implementación práctica, que acusa un recrudecimiento

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