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Caso clínico: embarazo de alto riesgo


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2023  •  Documentos de Investigación  •  1.497 Palabras (6 Páginas)  •  27 Visitas

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CASO CLÍNICO: EMBARAZO DE ALTO RIESGO

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FEB

CASO CLÍNICO: EMBARAZO DE ALTO RIESGO

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Dos años después de enfrentar el cáncer de mama, la llegada de un bebé simboliza el triunfo de la vida y la esperanza en el futuro. Las vivencias extremas de una madre que debe someterse a una cesárea de emergencia en el Hospital Universidad del Norte, también hacen parte de este maravilloso acontecimiento.

A lo largo estos últimos tres años, he recibido dos noticias impactantes y difíciles de creer. Una devastadora, y la otra muy emocionante. La primera: tiene cáncer. La segunda: está embarazada.
En el año 2010 fui diagnosticada con cáncer de mama. Ninguna persona de mi familia había sufrido algún tipo de cáncer. Fue un proceso muy doloroso, que empezó con una mastectomía del seno izquierdo. Posteriormente, por una recaída metastásica en la axila, debí someterme a cirugías de vaciamiento axilar y retiro de piel, al igual que muchas sesiones de radioterapia y quimioterapia.
Las marcas físicas y emocionales de esta enfermedad siempre están allí. Recordándote que además de tener un solo seno y muchas cicatrices, también la quimioterapia te dejó sin cabello, afectó tus órganos y las venas de tu brazo están cada vez más delgadas y débiles, al punto de no resistir una aguja más. Aún después de 3 años he convertido todos esos miedos en fobia, temor y estrés hacia cualquier procedimiento médico y mucho más hacia las agujas. Así que detrás de cada paciente hay una historia y, como la gran mayoría de ellos, he requerido de toda la capacidad y calidez humana de médicos y enfermeras para superar cada situación, toda vez que es necesario continuar periódicamente con los chequeos de control.
Debido al tratamiento de quimioterapia, mi período menstrual era muy irregular. Sin embargo empecé a notar que había subido de peso y que tenía mucha ansiedad, todo el tiempo sentía hambre y fatiga. Al visitar al médico, mi esposo y yo recibimos esa noticia que nos dejó sin palabras por un momento: tenía dos meses y medio de embarazo.
Nuestro sentimiento inicial fue de mucha preocupación, ya que días atrás me había realizado una serie de exámenes de control y no sabíamos cómo podrían haber afectado al bebé. Además del antecedente de cáncer, el embarazo a los 37 años se considera de alto riesgo. No obstante todos los estudios que me practicaron fueron satisfactorios, encontrando que el bebé venía en perfectas condiciones, lo cual nos dio mucha tranquilidad para disfrutar de la llegada del nuevo miembro de la familia.
Aparentemente el embarazo se desarrollaba de manera normal, pero al cumplir aproximadamente 33 semanas sentía que el bebé no pateaba como de costumbre. Decidí ir al servicio de urgencias que el Hospital Universidad del Norte tiene exclusivamente para las pacientes maternas. Inmediatamente me hicieron un monitoreo fetal y una ecografía. El doctor y sus residentes se percataron de que algo no andaba bien: estaba perdiendo líquido amniótico y eso significaba un retardo del crecimiento fetal. Es decir, mi útero ya no era adecuado para el desarrollo del bebé de siete meses de gestación.
Con este diagnóstico, el médico anuncia que es necesario hacer una cesárea urgente para salvar la vida de mi bebé, ya que cada vez era mayor el sufrimiento fetal. Ante esta determinación del especialista y al escuchar solicitar una cama en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal, la angustia, el terror y la incertidumbre se apoderaron de mí, como seguramente muchas de las pacientes maternas que experimentan una situación verdaderamente extrema, de vida o muerte. Lo único que puede calmarnos un poco es la información clara sobre lo que está pasando cada momento, además de la experticia de los especialistas y la tarea juiciosa de enfermeras y estudiantes de vigilar y monitorear todo el tiempo.
Y así, pese a mi fobia a las agujas, tuve que desplegar mi amor por ese ser maravilloso y dejar que me canalizaran la vena. Mi esposo, que estaba con nuestra hija mayor de diez años, venía en camino. Entonces, tanto estudiantes como personal de enfermería hicieron uso de sus habilidades comunicativas para tratar de tranquilizarme. Sólo recuerdo que el enfermero me aseguraba que no dolería, que encontraría la vena y no habría necesidad de hacerlo nuevamente. Efectivamente, no dolió tanto y era mucho más mi predisposición de siempre. Mientras tanto alguien me abrazaba para darme el soporte que estaba necesitando tanto. Quizá ellos no lo saben, pero son gestos que los pacientes siempre recuerdan y agradecen.
Una vez en el quirófano, me permitieron llamar a mi esposo que todavía no llegaba al Hospital. Entregué mi teléfono a una de las enfermeras y todo mi cuerpo temblaba de los nervios, ya que me esperaba aún la anestesia epidural. Para tolerar este procedimiento, la anestesióloga iba explicándome paso a paso lo que estaba sucediendo y sobre todo me preparaba para lo que iba a sentir. Esta información sin duda ayuda me ayudó a seguir instrucciones con mayor serenidad. Luego de la epidural comenzó la cesárea, y como si fuera poco, la vena de mi brazo no resistió. Al darme cuenta de ello siento que unas manos toman mi cabeza y la giran hacia la derecha, para canalizar la yugular en mi cuello. Fue supremamente doloroso pero ya solo me quedaba rezar por la vida de mi bebé.
El personal del quirófano me decía todo lo que pasaba, en el momento en que rápidamente sacaron al bebé y lo llevaron a la UCI. A los pocos minutos alguien me dice que todo está bien, que el bebé lloró y respiró por sí solo. Y a pesar de la aguja en la yugular, yo sólo podía sonreír ampliamente.
Ya en la sala de recuperación recibo el beso emocionado de mi esposo. El pediatra nos da un parte médico muy positivo y al día siguiente pude conocer a mi hijo en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal, donde permaneció 25 días mientras llegaba al peso adecuado, tiempo durante el cual lo visitamos diariamente. Los padres apreciamos mucho la comunicación permanente con los pediatras y la amplitud del horario de visitas de la UCI hasta las 5:00 p.m., porque facilita el acceso a los que trabajan y permite fortalecer mucho más el vínculo con sus hijos, al poder darles calor y amamantarlos con mayor serenidad. Los médicos y enfermeras que atienden a todos los bebés las 24 horas son como ángeles anónimos, siempre con una palabra de cariño para ese pequeño recién nacido que depende completamente de su vocación y trabajo.
Finalmente, mi hijo obtuvo el peso adecuado de 1890 gramos y fue dado de alta con todas las indicaciones para su cuidado. Un triunfo más de la vida. Esos días en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal, me di cuenta que la madre de una bebé era sordomuda. Una tarde, estábamos las dos, cada una dando de comer plácidamente a nuestros hijos. Nos mirábamos con una sonrisa cómplice, y yo simplemente pensaba: somos dos mujeres con historias diferentes y condiciones especiales. Ella sordomuda, yo sobreviviente con un solo seno. Pero indudablemente nos encontrábamos allí, dispuestas a entregarlo todo, a brindar infinito amor y protección sin importar nuestras propias circunstancias, porque teníamos en nuestros brazos el motivo más importante para mirar hacia adelante, con esperanza en el futuro.

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