La Familia Y La Escuela
anolivos1 de Noviembre de 2013
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INTRODUCCIÓN
Son muchos los autores que se han dedicado al estudio de los dos contextos en los que crece y se desarrolla la gran mayoría de los niños y niñas de nuestro entorno: la familia y la escuela. Sin embargo, el número de investigaciones y de publicaciones dedicadas a examinar las semejanzas y relaciones existentes entre ambos contextos es significativamente menor, aunque éstas no sean menos provechosas para los que estamos interesados en los procesos infantiles de desarrollo y educación.
Si realizamos un breve repaso histórico de los contextos de socialización a lo largo de la historia, es evidente que la familia ha sido durante siglos el principal y casi exclusivo escenario del desarrollo infantil en la mayoría de las culturas. No obstante, hace bastante tiempo que la necesidad de recibir una de educación fuera del hogar comenzó ser una realidad. En concreto, es a partir de la revolución industrial cuando la creación de escuelas similares a la escuela actual comienza a extenderse. Al igual que han ido apareciendo nuevos escenarios educativos, el devenir histórico también ha dado lugar a cambios en las relaciones entre los diferentes contextos. Así, las primeras escuelas mantenían contactos muy estrechos con la comunidad, pero, poco a poco, se fueron distanciando de ella, sobre todo a partir del siglo XX. La enseñanza en la escuela se fue haciendo cada vez más especializada y, por tanto, padres y maestros fueron separando su labor como educadores. Las cuestiones de índole cognitivo-académica quedaron en manos de la escuela, mientras que los progenitores se limitaban a enseñar modales, valores, actitudes, etc. Algunos autores (Connors y Epstein, 1995) denominan a esta situación caracterizada por el conflicto y la separación entre ambos contextos, como de influencias separadas (Connors y Epstein, 1995).
En la actualidad, las relaciones entre familia y escuela no se entienden como influencias separadas, sino influencias superpuestas, lo que resalta la relevancia de la coordinación y el trabajo conjunto de padres, madres, maestros y maestras en la educación de sus hijos e hijas, y de sus alumnos y alumnas. En una sociedad democrática como la nuestra, con un sistema educativo moderno como el que tenemos, la necesidad de concebir la educación como una labor compartida resulta por lo menos, en teoría algo obvio. Otra cuestión es lo que ocurre a nivel práctico. Como señala Solé (1996), actualmente, y a pesar de que teórica e ideológicamente se concede mucha importancia a la colaboración entre padres y maestros, ambos grupos afrontan su labor educativa en solitario de un modo que recuerda más al modelo de influencias separadas que al de influencias superpuestas.
De hecho, en nuestro contexto social actual, los padres y las madres afrontan su labor educativa más solos que en cualquier otra época, debido a los cambios que la configuración familiar y social ha experimentado. Los maestros y las maestras, por otro lado, se enfrentan a un incremento de las exigencias de la sociedad.
Por ello, hoy más que nunca, es necesario establecer puentes que permitan la comunicación entre ambos grupos, ya que, también hoy más que nunca, la relación entre ellos se caracteriza por el desconocimiento mutuo.
FAMILIAS Y ESCUELAS.
UN ANÁLISIS COMPARATIVO
Escuela y familia poseen características definitorias y exclusivas que las convierten en dos contextos claramente diferenciados. Los propios niños y niñas, desde que inician su larga andadura por los caminos de la escolarización, son sensibles a ello, ya que captan las diferencias o discontinuidades que existen entre ambos entornos e intentan ajustarse a ellas. Sin embargo, a algunos les resulta una tarea realmente difícil. Las discrepancias pueden ser y de hecho lo son beneficiosas para el desarrollo de algunos niños y niñas, mientras que para otros se convierten en obstáculos casi insalvables.
A continuación, vamos a señalar qué características determinan las divergencias que se producen entre la familia y la escuela. Su análisis nos va a permitir entender la inevitable aparición de discontinuidades entre los dos contextos y sus efectos sobre el desarrollo. No debemos considerar a priori esos efectos negativos: para muchos niños y niñas es enriquecedor, desde un punto de vista social y cognitivo, formar parte de contextos de socialización diferentes.
Los problemas surgen, como veremos más adelante, cuando por diversas razones los dos microsistemas están muy distantes o, incluso, enfrentados, y tienen poco que compartir. Un número nada despreciable de autores se ha encargado de analizar las diferencias a las que nos estamos refiriendo (Greenfield y Lave, 1982; Scribner y Cole, 1973; Oliva, 1992; Lacasa, 1997; Vila, 1998) y sus repercusiones en los procesos educativos y de desarrollo infantil.
Asimismo, nos ocuparemos de los puntos comunes a ambos entornos. Como iremos describiendo en las páginas que siguen, la escuela y la familia se parecen en muchas cosas, pertenecen a un mismo entorno social y cultural, y comparten muchos valores y objetivos, pero, sobre todo, comparten a sus protagonistas. El que ambos escenarios sociales sean necesariamente distintos y peculiares no debe hacernos olvidar lo que tienen en común.
Además, el estudio del desarrollo requiere el análisis de todos los entornos en los que el sujeto participa simultáneamente. Al hablar de desarrollo, no nos referimos a una sucesión de contextos independientes por los que pasa el niño, sino a su participación en varios escenarios al mismo tiempo. Como señala Miras (1991), aunque los contextos educativos y de socialización sean múltiples, las personas y sus procesos de educación y desarrollo son únicos e irrepetibles. Por ello, ningún contexto de desarrollo puede explicar por separado la complejidad de los procesos evolutivos.
DIFERENCIAS Y DISCONTINUIDADES
ENTRE LA ESCUELA Y LA FAMILIA
Escuela y familia son dos contextos educativos que tienen mucho poder cuando se trata de impulsar el desarrollo de los más pequeños, pero cada uno despliega ese poder a su manera en función de las características que lo definen. Las dimensiones para el análisis del contexto son muchas (las personas y sus relaciones, las actividades y rutinas que tienen lugar, las condiciones político-sociales...), pero, como es lógico, todas no son igualmente relevantes para nuestro objeto de estudio, ni han sido abordadas de la misma manera en la literatura científica. Para comparar familia y escuela, nosotros vamos a seguir la diferenciación propuesta por Hidalgo (1997) y abordaremos el análisis de ambos contextos en sus dimensiones física, social y cultural, atendiendo al criterio de proximidad/distancia y a la variabilidad temporal.
EL CONTEXTO COMO ENTORNO FÍSICO
Para cualquiera de nosotros resulta evidente que, para un niño o una niña, no es lo mismo intentar estudiar en el patio del recreo mientras los demás juegan, que hacerlo en la sala de lectura del colegio. El escenario donde realizamos nuestras actividades es de suma importancia. Las características físicas de los entornos estimulan, inhiben y condicionan las actividades que los individuos desarrollamos en ellos. En este sentido, el hogar y la escuela son dos entornos físicos singulares y claramente distintos, de manera que las relaciones y actividades promovidas en cada uno de ellos dependen, en gran medida, de la diferente estructuración espacio-temporal de los estímulos. Por ejemplo, el hogar está marcado por la informalidad y la libertad, mientras que en la escuela el trabajo está sometido, entre otras muchas cosas, y dado su carácter claramente institucional, a un horario que permite organizar el tiempo y el espacio. El contexto escolar es, además, mucho más rico que el hogar en lo que materiales educativos se refiere y cuenta con unos espacios físicos adaptados para el uso infantil, lo que permite controlar los posibles riesgos. En el hogar, sin embargo, los riesgos son mayores, por lo que los padres y las madres deben recurrir con más frecuencia que los maestros estrategias restrictivas y controladoras.
De lo que estamos diciendo se deduce, evidentemente, que la casa y el aula no son entornos vacíos en los que suceden cosas, ya que en ellos tienen cabida estímulos y elementos que pueden analizarse en función de su mayor o menor poder estimulante.
Tal y como señala Moreno (1989), los escenarios en los que transcurre la vida de los niños pueden describirse de acuerdo con los estímulos que contienen, y de la forma en que esos estímulos están organizados y estructurados. Hay que tener en cuenta que tanto los estímulos, como su estructuración varían dependiendo de si nos encontramos en la escuela o en el hogar familiar.
No debemos, sin embargo, hablar como si todas las aulas fueran iguales y tuvieran las mismas características estructurales, y lo mismo podría decirse de los hogares. La escuela y el hogar son dos entornos educativos que pueden aportar una mayor o menor riqueza de estímulos según estén estructurados y organizados.
En este sentido, Palacios, Lera y Moreno (1994) realizan una presentación de los instrumentos más utilizados en las investigaciones psicológicas y educativas para evaluar calidad del contexto familiar y escolar: las escalas HOME y ECERS. Estos autores presentan además datos muy interesantes acerca de la existencia, en las puntuaciones de estas escalas, de una correlación significativa entre las distintas medidas del desarrollo del niño, y las ideas que padres y profesores tienen acerca del desarrollo y la educación.
HOME y ECERS son dos instrumentos destinados a evaluar, respectivamente, la calidad de los escenarios familiar
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