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Medidor De Desempeño De Una Empresa.docx


Enviado por   •  22 de Octubre de 2014  •  5.646 Palabras (23 Páginas)  •  139 Visitas

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ETICA, PROFESIÓN Y VIRTUD

Antes de nada, deseo agradecer al responsable de este Grupo de Estudios Jurídicos, don José Antonio Díez, la amable invitación que me ha dirigido para pronunciar, por segundo año consecutivo, la primera de las intervenciones en este ciclo de conferencias sobre Deontología Jurídica.

El tema que me ha propuesto en esta ocasión incluye tres términos -Ética, Profesión, Virtud- que para muchos resultan inconciliables, no sólo en la práctica sino también conceptualmente. Señalaré siquiera algunas vías de análisis sobre la cuestión, indicando ya desde ahora que, al igual que todos Vdes., Magistrados, Jueces, Fiscales, Abogados..., aquí presentes, soy un oteador de la verdad. No ofrezco, pues, más que apuntes de lo que podríamos definir estudios y reflexiones personales de los últimos años sobre las cuestiones enunciadas. Agradeceré muy de veras las precisiones que tengan a bien realizarme, pues en esta permanente búsqueda, tan propia del hombre, la aportación de cada uno es relevante para los demás.

Una puntualización. Estas conferencias van dirigidas esencialmente a juristas. Sin embargo, voy a autoconcederme la licencia de hablar desde una perspectiva algo más amplia, pues considero que una apertura a otras realidades no estrictamente legales puede contribuir a comprender mejor la inmensa profundidad antropológica de los tres términos que dan título a esta intervención.

Definición de términos:

Ética. Como es bien sabido, este vocablo procede del griego êthos (o, según Aristóteles, también éthos): carácter, hábito, costumbre... Pero además puede decirse que es el lugar en el que se habita y el modo de vivir en ese ámbito, valorada la persona de forma global, en todos sus sentidos, no fragmentariamente.

A semejanza de como Aristóteles explica en la Metafísica que el ser se dice de muchas maneras, también el estar se dice de muchas maneras. Una persona puede estar moribunda o pletórica de salud; es posible estar trabajando o en paro. Un modo de estar es precisamente no estar, y entonces se percibe especialmente qué persona contribuye y quién no a la convivencia, porque es en la ausencia -en su no estar- cuando destaca de manera muy particular la figura del líder, es decir, de quien tiene algo que decir, que aportar...

Pues bien, el estar del que hablamos ahora, es decir, el estar del ethos, hace referencia, al estar en plenitud, al estar feliz, que acaba por confundirse con el ser feliz. La ética apunta en muy buena medida a ese arte de la vida que, adecuadamente ejercida, proporciona las condiciones de posibilidad de una existencia honorable, de una biografía dichosa.

El segundo término, profesión, señala al lugar en el que se vive desde el punto de vista laboral: es ahí donde la mayor parte de las personas obtienen el sustento preciso para sí mismos y para sus familias, y es donde, con una consideración más profunda y acertada, los hombres pueden llegar a convertirse en co-laboradores con el Creador, laborando-con Él en sus planes sobre el mundo, participando en la administración de la realidad, no como accionistas -no nos ha sido dado el planeta en propiedad- sino como gerentes. De algún modo, el Creador ha dejado incompleta la creación, contando con que el hombre la vaya consumando, a la vez que se perfecciona a sí mismo.

Llegamos al tercer elemento constitutivo del título: la virtud. Este término apunta a los hábitos, es decir, a la facilidad mayor o menor que una persona puede alcanzar para realizar un determinado acto, a base de haberlo ejercido en muchas ocasiones previas. Es un lugar común recordar que si esos hábitos operativos se encuentran orientados al bien son denominados virtudes y si lo están hacia el mal quedan calificados como vicios. Los hábitos componen -según Aristóteles- una segunda naturaleza, que nos facilita o nos dificulta el camino de la vida en plenitud.

Otros autores -Spinoza, Ortega y Gasset, etc.- se refieren a este mismo tema, afirmando que el hombre es causa sui. Sin duda, no desde un punto de vista ontológico, pero sí operativamente. No ontológicamente, insisto, ya que la persona no puede darse el ser a sí misma, porque lo más no procede de lo menos, y por tanto del no-ser-persona no procede el serlo, por mucho que se acuda a la casualidad (aunque se recurra al expediente de períodos inmensamente largos de tiempo). Por el contrario, repito, el hombre, de algún modo, sí puede hacerse a sí mismo operativamente.

De hecho, hoy somos, en buena medida, lo que ayer quisimos ser. Mañana seremos en cierto modo lo que hoy estemos procurando. Los hábitos van encuadrando nuestro camino y aunque no actúan de un modo determinista, sí hacen más fácil o más difícil la marcha hacia adelante. Sucede así que determinados hábitos, como la pereza o la diligencia, marcan la capacidad de enfrentarse o no a los sucesivos retos que la existencia va planteando. Cervantes resume lúcidamente esta realidad en los comienzos de El Quijote: somos hijos de nuestras obras.

Parafraseando al pensador polaco Tadeusz Styczen, realizarse o no realizarse depende de cada uno. Con las sucesivas decisiones, cada persona va aprovechando o no las sucesivas oportunidades de autorrealización. Literalmente afirma: de ti mismo-dependes, a ti mismo-te sitúas, a ti mismo-te dominas, a ti mismo-te posees (...). Nadie te robará a ti mismo, pero tú mismo puedes robarte.

Triste resulta que uno se birle a sí mismo las posibilidades de autorrealización. Desafortunadamente, por falta de formación, de esfuerzo, o de atención al verdadero sentido de la realidad..., demasiadas veces sucede.

La búsqueda de la felicidad

Hay, al menos, una realidad en la que las personas de todos los tiempos y de cualquier latitud estamos esencialmente de acuerdo: anhelamos la felicidad. La pretendemos de forma más o menos explícita, en manera más o menos ansiosa, pero siempre la perseguimos, tanto en lo profesional, como en lo familiar y, principalmente, en lo vital: la necesitamos en el acontecer diario. Aunque alguien obtenga todo -dinero, reconocimiento público, éxitos profesionales, aplauso por la labor intelectual y/o artística, etc.-, si no alcanza la felicidad, nada tiene.

De la armónica composición de nuestra vida física, profesional y familiar, surgirá, como de una fuente, la felicidad. Dicho de otro modo, la felicidad es, en cierta medida, llevarse bien con los otros, con el mundo y con nosotros mismos. De esas tres relaciones, probablemente es la tercera la más ardua. Por eso, cuando se logra, las otras dos brotan sin particulares dificultades. Quien se acepta a sí mismo, no espera más de lo que es razonable

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