Pedagogia, labor diaria con los alumnos
MaxiiBurgos_Examen4 de Octubre de 2018
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Introducción
Si partimos del principio de que la personalidad es una unidad dinámica, influida por experiencias vitales, se comprende de inmediato la repercusión que tienen los problemas y dificultades emocionales en el comportamiento escolar.
El individuo, al ingresar en la escuela, trae experiencias consigo sobre distintas situaciones vividas y reaccionará, en ese nuevo ambiente, de acuerdo con sus anteriores condicionamientos; resulta frecuente encontrarse con adolecentes que no consiguen adaptarse y que no rinden satisfactoriamente en sus estudios, al hallarse comprometidos por ansiedades y tensiones psíquicas.
La problemática emocional está ligada a una situación conflictiva, que absorbe la disponibilidad perceptiva y racional del individuo a la estimulación externa, haciendo difícil su integración al medio y perturbando, no sólo su capacidad de atención y concentración, sino sobre todo la de relacionarse con los demás individuos.
No son pocas las veces en que nos enfrentamos con el dolor en la escuela. Un alumno o alumna que se accidenta, una enfermedad, la pérdida de un ser querido, las catástrofes climáticas, los eventos políticos, o el dolor más persistente y duradero del hambre y la marginación social, son situaciones que nos confrontan, en distinta magnitud, con los propios límites como educadores, el valor de la tarea y la posibilidad de seguir apostando al día a día de la enseñanza.
En algunas situaciones dolorosas, hay responsabilidades colectivas o individuales. No obstante, no hay que olvidarse que el dolor ser percibe y se transita individualmente, es decir, hay una sensibilidad que no es nunca igual para todos; la sensibilidad y la forma de reaccionar frente al sufrimiento es propio de cada individuo, pero eso no quiere decir que se resuelva el interior de cada uno. El dolor puede ser cotidiano y muy extendido.
No es casual que sea la psicología, y en especial el psicoanálisis, la disciplina que más ha reflexionado sobre qué hacer con el dolor. Algunas de sus reflexiones son valiosas para pensarlas en términos de las instituciones educativas, y de las instituciones sociales, aunque no puedan hacerse traducciones inmediatas del registro personal al colectivo.
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Desarrollo
Definición del problema:
A menudo, en la labor diaria con los alumnos, los decentes encuentran diversas manifestaciones de la conducta y emocionalidad de los estudiantes, que son importantes de analizar. Lo que parece ser un simple episodio de ira, tristeza o empatía, puede llevar consigo manifestaciones de un problema emocional mucho más profundo.
En los trastornos emocionales y de la conducta como cualquier otro fenómeno se encuentran diferentes definiciones. Estas definiciones tienen puntos de contactos y también de divergencia en relación a la esencia del problema. Los trastornos emocionales de la conducta constituyen una desviación del desarrollo, cuyo defecto primario y fundamental está dado por alteraciones de la esfera emocional. Analizando las particularidades de este concepto, se asocian los trastornos emocionales y de la conducta con el desarrollo de la personalidad.
Las emociones son fenómenos o eventos de carácter biológico y cognitivo, que tienen sentido en términos sociales. Se pueden clasificar en positivas cuando van acompañadas de conocimientos placenteros y significan que la situación es beneficiosa, como lo son la felicidad y el amor; negativas cuando van acompañadas de sentimientos desagradables y se percibe la situación como una amenaza entre las que se encuentran el miedo, la ansiedad, la ira, la hostilidad, la tristeza o neutras cuando no van acompañada de ningún sentimientos entre las cuales se encuentra la esperanza y la sorpresa. Las emociones se clasifican además según la respuesta que brinda el sujeto como de alta o baja energía, por último, es importante destacar que es posible que se manifiesten distintas emociones a la vez. Existen diferentes opiniones con respecto a lo que son las emociones y su valoración.
A fines de los 80 surgen distintas propuestas que plantean la existencia de diferentes inteligencias, incluyendo entre estas las inteligencias intrapersonal e interpersonal, esto abrió un espacio fundamental en la re conceptualización de la educación, y aunque no era esta su intención, esto llevó a tener que reconsiderar el papel que las emociones juegan en ella. En 1996, Daniel Goleman, quien frente al anquilosado sistema educativo heredado desde la ilustración y determinado por el conductismo, popularizó por medio de su libro, la Inteligencia Emocional (IE), las ideas audaces e innovadoras que Peter Salovey y John Mayer habían propuesto desde 1990, las cuales venían a cubrir los espacios vacíos dejados por el constructivismo y el construccionismo como propuestas cognitivistas opuestas al conductismo.
Peter Salovey y John Mayer en 1990 (Dueñas, 2002), plantearon que la IE consistía en la capacidad que posee y desarrolla la persona para supervisar tanto sus sentimientos y emociones, como los de los demás, lo que le permite discriminar y utilizar esta información para orientar su acción y pensamiento. Esta propuesta vino a cuestionar los modelos educativos que hasta finales del siglo XX insistieron en la construcción de una educación que privilegiaba los aspectos intelectuales y académicos, considerando que los aspectos emocionales y sociales correspondían al plano privado de los individuos.
De esta manera se inició un ardua lucha por combatir el carácter "anti-emocional” del modelo de escuela que imperó hasta antes del siglo XXI, en el cual las emociones fueron formalmente suprimidas con la finalidad de facilitar controlar el tiempo, la mente, el cuerpo y, sobre todo, las emociones de los y las educandos, aduciendo que entre la razón y la emoción existía un universo de distancia (Casassus, 2006) constituyéndolas en opuestos dentro de la existencia humana.
A partir de esto, la escuela anti-emocional definió una diferencia sustantiva entre el pensamiento racional y emocional, tipificando al primero como “objetivo” y asignando al segundo un carácter “subjetivo”. Esto se debió a que el pensamiento racional ha sido ligado históricamente con la lógica y particularmente las matemáticas, en virtud de la herencia de la de la cultura griega en el mundo occidental, la cual privilegió aquellas formas de pensar donde la lógica aristotélica se definió como razonamiento correcto. Contrario a esto se ha considerado que el pensamiento emocional y la consecuente conducta emocional, conlleva a una conducta desordenada; sin embargo esto es un craso error, puesto que ha sido demostrado que tal conducta consiste en un sistema organizado, que la misma tiende a una meta, de manera tal que cada emoción conscientemente asumida, es una respuesta articulada con la que cuentan las personas ante determinados estímulos (Sartre, 1987).
De esta manera, la persona otorga una significación a un evento, por medio de sus emociones, es decir, la emoción es un recurso por el cual, el individuo procura expresar el significado que le otorga a un estímulo aceptado, lo que implica que las emociones remiten a lo que significan, y en su caso incluyen el significado que se le da a la totalidad de las relaciones de la realidad humana, a las relaciones con las demás personas y con el mundo. De ahí que se pueda considerar que una emoción es precisamente una “toma de conciencia del ser humano”, que abarca sus diferentes dimensiones bio-psico-sociales, de lo anterior, la conducta racional y la conducta emocional no deben ser vistas como elementos opuestos dado que constituyen dos componentes de la personalidad. Es decir, la razón y a la emoción son dos aspectos que existen de manera conjunta y que se hayan inextricablemente unidos en la mente del individuo, lo que los lleva a actuar de manera conjunta, ligados a los conocimientos adquiridos.
Ante estas nuevas propuestas teóricas, surgió la necesidad de un cambio del modelo educativo anti-emocional, demasiado centrado en el conocimiento académico y los contenidos de dominio específico, ya que dicho modelo conlleva un sesgo en el desarrollo de la personalidad del, o la, educando. Surgió de este modo un modelo más integral y holístico, capaz de integrar la educación emocional y la educación académica, como partes inherentes del mismo.
El profesorado no constituye un elemento neutro en su acto pedagógico tanto en razón de la transmisión de contenidos de dominio culturalmente especificados (currículum), como por la manifestación de sus emociones y del impacto de éstas en los educandos. De esta manera, el proceso de aprendizaje-enseñanza se ve influido por la forma en que el profesor o profesora logra manejar sus propias emociones y sentimientos con respecto a sí mismo, su disciplina, su concepción del acto educativo, pero sobre todo por la percepción desarrollada por los y las estudiantes a su cargo, de manera tal que las actitudes que el docente asuma pueden contribuir o dificultar el aprendizaje por parte de los educandos. La cognición y la emoción constituyen un todo dialéctico, de manera tal que la modificación de uno irremediablemente influye en el otro y en el todo del que forman parte. Por ello en el aula muchas veces el aprender depende más de la emoción que dé la razón con que se trabajan los objetivos del aprendizaje, y se actúa sobre los mismos.
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