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El nombre de la rosa UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL FRANCÍSCO MORAZÁN


Enviado por   •  6 de Diciembre de 2017  •  Reseñas  •  7.451 Palabras (30 Páginas)  •  362 Visitas

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UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL FRANCÍSCO MORAZÁN

FACULTAD DE HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE LETRAS Y LENGUAS

Catedrática: Ana Jiménez.

Estudiante: Bessy Diamantina Durón Rivera.

Registro: 1007-1994 -00295

Espacio pedagógico: Semántica.

Asignación: Análisis del libro ¨El nombre de la Rosa¨ de Umberto Eco.

Lugar y fecha: Tegucigalpa DC, 5 de noviembre del 2017.

  1. SINOPSIS ARGUMENTAL

El Nombre de la Rosa (1980) es así una obra polifónica, concebida desde la certeza de que la palabra puede fabular, describir y disertar a un mismo tiempo; la maestría de Eco radica justamente en mostrarse ecléctico, tanto en el plano conceptual como formal de su novela.

El vínculo entre erudición (filosófica, histórica) e imaginería (literaria) se explica en el caso de Umberto Eco por su amplia carrera como profesor e investigador del lenguaje. Antes de 1980 el autor ya había publicado sus obras teóricas más importantes –Obra Abierta (1962), Apocalípticos e Integrados (1964) y Tratado de Semiótica General (1975)-, y no pudiendo desprenderse de todo ese bagaje a la hora de iniciar su obra narrativa, esta ha tenido desde entonces, y sobre todo aquí en El Nombre de la Rosa, un carácter asociativo. Tal es así que entre los calificativos que usualmente se atribuyen a la novela se cuentan la crónica medieval, la alegoría, el relato policíaco, la narración gótica, el ensayo, etcétera.

Sin duda, la novela es todo eso y mucho más; posee la lucidez y consistencia de las grandes obras, porque como ellas es imponente, abrasiva y atrapa desde la primera hoja. Su historia nos remonta al siglo XIV, a una región del norte de Italia en donde se halla asentada una vieja abadía, epicentro de un conjunto de sucesos extraños (asesinatos, sucesiones, enfrentamientos, secretos); hasta allí llegará Guillermo de Baskerville y su amanuense Adso de Melk –el narrador de la historia- para presidir el encuentro de dos órdenes religiosas divididas por su posición frente al papado, pero, además, para esclarecer esa situación oscura que amenaza la estabilidad de la abadía.

El libro está dividido en 6 partes principales, una dedicada a cada día de estadía de los hombres en el sitio; hay también un capítulo que narra ciertos acontecimientos que ocurren durante la madrugada del séptimo día, y un “Último Folio” en el que Adso de Melk realiza ciertas disertaciones sobre esos sucesos que vivió en su juventud, y cómo transcurrió su vida después –hasta llegar a la vejez-. Es una novela larga a pesar de que el tiempo de la historia se reduce a una semana, pero es así porque esta se acompaña con amplios razonamientos sobre la vida monasterial y los conflictos de la época, amén de las descripciones detalladas de espacios y personajes, trabajo efectuado con un tono muy realista.

Adso de Melk es un monje benedictino que, al final de su vida, decide escribir el relato de una experiencia que vivió durante su época de amanuense, por allá cuando corría el año 1327 y, en compañía de su maestro Guillermo de Baskerville, visitaba cierta abadía en la región de Pomposa y Conques. Resulta que, después de haber permanecido algunos años en su natal Alemania, el joven había sido instado por su padre a acompañar a Guillermo en un recorrido por numerosos monasterios italianos en búsqueda de crecimiento intelectual y de conciliar a los religiosos con las disposiciones que promulgaba el emperador Ludovico.

Al llegar a aquella abadía –ubicada en la cumbre de una montaña- fueron informados por su regente sobre la muerte de Adelmo, un joven monje cuyo cadáver se descubrió entre las rocas que daban a la muralla oriental. Guillermo, quien había prestado servicio a la inquisición y era un hombre perspicaz, prometió ayudar al abad a esclarecer el hecho y, así, junto a Adso, empezó a indagar a los monjes, a observar su comportamiento, y a enterarse de muchos de los secretos que había en el lugar.

Con todo, mientras las investigaciones de Baskerville iban desarrollándose, los crímenes se sucedían uno tras otro: en el segundo día de su estancia, se halló el cuerpo de Venancio entre un recipiente con sangre y, al siguiente, el de Berengario, en los baños de la abadía. Las pesquisas indicaban la existencia de algún tipo de relación entre los muertos, mas, las conjeturas todavía no resultaban lo suficientemente claras: se empezó a saber algo sobre un libro guardado celosamente en la biblioteca, de algunas conductas sodomitas que involucraban a los monjes fallecidos, del pasado inescrupuloso del cillerero, de comercios ocultos que se transaban en la noche, pero más allá de todo esto no podía saberse nada a ciencia cierta.

El acceso a la biblioteca, por ejemplo, era dificultoso: como todo laberinto, fácilmente podía extraviarse el visitante en sus habitaciones; además, las corrientes de aire, los aromas de hierbas y los espejos, producían visiones fantasmales. Muchos monjes, por otra parte, se mostraban reacios a hablar con Guillermo, lo que acrecentaba el misterio de la situación. Sin embargo, ambos, Guillermo y Adso, a veces juntos y otras por separado, iban descubriendo los hilos que conectaban todos los hechos ocurridos.

Ese ánimo audaz de Guillermo lo llevó a hacerse amigo de Severino, el herbolario de la abadía, a irrumpir clandestinamente en la biblioteca (después de deducir matemáticamente su disposición) y a pasar largas jornadas espiando el trabajo de los monjes en el scriptorium. Al llegar el cuarto día, las hipótesis sobre las muertes se vieron enriquecidas por el descubrimiento de un rasgo común: la presencia de una mancha negra en los dedos y lengua de los dos últimos monjes asesinados. Ahora bien, todas estas averiguaciones se interrumpieron con la llegada de las delegaciones de franciscanos y representantes del papa, citados allí para la conciliación de sus diferencias.

Los primeros, defensores de la doctrina de la pobreza y, los otros, aferrados al poder de la iglesia, se enfrascaban en discusiones prolijas sobre las Escrituras, los crímenes cometidos por ambos bandos, y las relaciones que debían mantenerse con el papa y el emperador Ludovico. Esta ardua discusión sólo vino a parar cuando, durante la noche, un monje fue descubierto por los arqueros que patrullaban la abadía tratando de involucrar a una muchacha en un acto de brujería. El descubrimiento, hecho por Bernardo Gui (un inquisidor venido con el grupo del papa) probaba la doble moral del monasterio y alertaba sobre el pecado que lo arrastraba.

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