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La Practica Docente

janetvillafuerte2 de Enero de 2012

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RESUMEN:

“ ANALISIS DE MI PRACTICA DOCENTE DESDE LA DIMENSION INSTITUCIONAL E INTERPERSONAL”

Hablar de la actividad docente en tercera persona es relativamente fácil, cuando esa actividad científica se inclina hacia uno mismo incrementa la complejidad, pues al mismo tiempo que se es “sujeto” se es “objeto” de análisis y reflexión.

El eje de análisis sobre mi práctica estará dirigido hacia la dimensión institucional e interpersonal, ya que son los elementos que me interpelan con mayor énfasis en la actualidad.

Mi práctica docente, tiene un aquí y un ahora. El aquí es mi espacio institucional o escuela, y el ahora lo constituye mi antigüedad en el servicio, mi edad y mi época, mi actual centro de trabajo es una escuela telesecundaria que está ubicada en un contexto denominado “urbano marginal”. Mi incorporación a dicho centro es reciente, tengo seis meses y me adscribieron de manera provisional; además me incluyeron en una “cadena” de reubicación a un contexto rural. Debido a mi escasa antigüedad en el servicio (dos años), en la cultura escolar hay un significado implícito: el ser novato.

La expectativa arraigada y dominante en el colectivo de mayor antigüedad, es que el novato debe “padecer para merecer”.

Cultura y poder es un matrimonio indisoluble; y a nivel escolar, esta cuestión se manifiesta en una opresión por la edad (o antigüedad en el servicio), como forma de dependencia con las rutinas y costumbres.

Una forma de ejemplificar cómo la cultura escolar institucional hace opresión en mi práctica es en el aspecto de introducir innovaciones como el uso de nuevas tecnologías. La valoración de los entornos tecnológicos por parte de la comunidad escolar brinda a los niños y jóvenes el acceso a ideas poderosas.

Al respecto, he propuesto, sin resultados favorables entre el colectivo docente y administrativo, el apoyo para la utilización de estos medios. Esto puede explicarse ya sea por un escaso interés de actualizarse en este aspecto, por una cerrazón a la interacción con profesionales con distintas competencias o por mi incapacidad de negociar un proyecto de formación común; no he causado modificación alguna en la cultura operante en mi escuela. Sin embargo, aunque ofrezca este tipo de ayuda para la mejora de los procesos, observo que prevalece una actitud selectiva, ya que se ha aprovechado mi disposición al trabajo para conferirme tareas de pasar documentos y programas en “limpio” en mi equipo de cómputo. Esta situación, que durante un tiempo permití, generó otro malestar: percibir que la distribución del trabajo entre el colectivo docente no era equitativa.

Otra circunstancia, fue el encuentro con una cultura del manejo de recursos materiales y económicos que da lugar a muchas dudas y especulaciones por parte del colectivo docente. La dirección de la escuela no se caracteriza por una rendición del usufructo de la cooperativa escolar ni por seguir una normatividad en el marco de la legalidad; por lo tanto, entre el personal docente existen muchas sospechas sobre su manejo. De esta forma, existe un clima hostil y de desconfianza en la institución (sobre todo hacia el directivo) que nos mantiene con mayor aferro en el aislamiento y formación de grupos de poder.

Por esto, mi práctica docente se refugió en el aula, sólo en la dimensión didáctica mantenía la esperanza de promover una formación integral que reflejara los valores individuales y sociales consagrados en el Artículo Tercero. Evitar que mis alumnos repitieran una vida profesional tan insatisfactoria como la que yo vivía fue sólo uno de mis objetivos. Pero, mi práctica estaba coja, sentía que era tapar el sol con un dedo.

Lo anterior responde al tipo de docente que soy, una profesional estresada por las demandas de la sociedad sobre la calidad de la formación de las

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