Psicologia
malagon18 de Octubre de 2011
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INTRODUCCIÓN AL NARCISISMO (*)
1914
I
EL término narcisismo procede de la descripción clínica, y fue elegido en 1899
por Paul Näcke para designar aquellos casos en los que individuo toma como objeto
sexual su propio cuerpo y lo contempla con agrado, lo acaricia y lo besa, hasta llegar a
una completa satisfacción. Llevado a este punto, el narcisismo constituye una perversión
que ha acaparado toda la vida sexual del sujeto, cumpliéndose en ella todas las
condiciones que nos ha revelado el estudio general de las perversiones.
La investigación psicoanalítica nos ha descubierto luego rasgos de esta conducta
narcisista en personas aquejadas de otras perturbaciones; por ejemplo según Sadger, en
los homosexuales, haciéndonos, por tanto, sospechar que también en la evolución sexual
regular individuo se dan ciertas localizaciones narcisistas de la libido. Determinadas
dificultades del análisis de sujeto neuróticos nos habían impuesto ya esta sospecha, pues
una de las condicione que parecían limitar eventualmente la acción psicoanalítica era
precisamente tal conducta narcisista del enfermo. En este sentido, el narcisismo no sería
ya una perversión sino el complemento libidinoso del egoísmo del instinto de
conservación; egoísmo que atribuimos justificadamente, en cierta medida a todo ser
vivo.
La idea de un narcisismo primario normal acabó de imponérsenos en la tentativa
de aplicar las hipótesis de la teoría de la libido a la explicación de los demencia precoz
(Kraepelin) o esquizofrenia (Bleuler). Estos enfermos, a los que yo he propuesto
calificar de parafrénicos, muestran dos característica principales: el delirio de grandeza y
la falta de todo interés por el mundo exterior (personas y cosas). Esta última
circunstancia los sustrae totalmente a influjo del psicoanálisis, que nada puede hacer así
en su auxilio. Pero el apartamiento del parafrénico ante el mundo exterior presenta
caracteres peculiarísimos que será necesario determinar. También el histérico o el
neurótico obsesivo pierden su relación con la realidad, y, sin embargo, el análisis nos
demuestra que no han roto su relación erótica con las personas y las cosas. La conservan
en su fantasía; esto es, han sustituido los objetos reales por otros imaginarios, o los han
mezclado con ellos, y, por otro lado, han renunciado a realizar los actos motores
necesarios para la consecución de sus fines en tales objetos. Sólo a este estado podemos
denominar con propiedad 'introversión' de la libido, concepto usado indiscriminadament
por Jung. El parafrénico se conduce muy diferentemente. Parece haber retirado
realmente su libido de las personas y las cosas del mundo exterior, sin haberlas
sustituido por otras en su fantasía. Cuando en algún caso hallamos tal sustitución, es
siempre de carácter secundario y corresponde a una tentativa de curación, que quiere
volver a llevar la libido al objeto.
Surge aquí la interrogación siguiente: ¿Cuál es en la esquizofrenia el destino de la
libido retraída de los objetos? La megalomanía, característica de estos estados, nos
indica la respuesta, pues se ha constituido seguramente a costa de la libido objetal. La
libido sustraída al mundo exterior ha sido aportada al yo, surgiendo así un estado al que
podemos dar el nombre de narcisismo. Pero la misma megalomanía no es algo nuevo,
sino como ya sabemos, es la intensificación y concreción de un estado que ya venía
existiendo, circunstancia que nos lleva a considerar el narcisismo engendrado por el
arrastrar a sí catexis objetales, como un narcisismo secundario, superimpuestas a un
narcisismo primario encubierto por diversas influencias.
Hago constar de nuevo que no pretendo dar aquí una explicación del problema de
la esquizofrenia, ni siquiera profundizar en él, limitándome a reproducir lo ya expuesto
en otros lugares, para justificar una introducción del narcisismo.
Nuestras observaciones y nuestras teorías sobre la vida anímica de los niños y de
los pueblos primitivos nos han suministrado también una importante aportación a este
nuevo desarrollo de la teoría de la libido. La vida anímica infantil y primitiva muestra,
en efecto, ciertos rasgos que si se presentaran aislados habrían de ser atribuidos a la
megalomanía: una hiperestimación del poder de sus deseos y sus actos mentales la
«omnipotencia de las ideas» una fe en la fuerza mágica de las palabras y una técnica
contra el mundo exterior: la «magia», que se nos muestra como una aplicación
consecuente de tales premisas megalómanas. En el niño de nuestros días, cuya evolución
nos es mucho menos transparente, suponemos una actitud análoga ante el mundo
exterior. Nos formamos así la idea de una carga libidinosa primitiva del yo, de la cual
parte de ella se destina a cargar los objetos; pero que en el fondo continúa subsistente
como tal viniendo a ser con respecto a las cargas de los objetos lo que el cuerpo de un
protozoo con relación a los seudópodos de él destacados. Esta parte de la localización de
la libido tenía que permanecer oculta a nuestra investigación inicial, al tomar ésta su
punto de partida en los síntomas neuróticos. Las emanaciones de esta libido, las cargas
de objeto, susceptibles de ser destacadas sobre el objeto o retraídas de él, fueron lo único
que advertimos, dándonos también cuenta, en conjunto, de la existencia de una
oposición entre la libido del yo y la libido objetal. Cuando mayor es la primera, tanto
más pobre es la segunda. La libido objetal nos parece alcanzar su máximo desarrollo en
el amor, el cual se nos presenta como una disolución de la propia personalidad en favor
de la carga de objeto, y tiene su antítesis en la fantasía paranoica (o auto percepción) del
«fin del mundo». Por último, y con respecto a la diferenciación de las energías
psíquicas, concluimos que en un principio se encuentran estrechamente unidas, sin que
nuestro análisis pueda aún diferenciarla, y que sólo la carga de objetos hace posible
distinguir una energía sexual, la libido, de una energía de los instintos del yo.
Antes de seguir adelante he de resolver dos interrogaciones que nos conducen al
nódulo del mismo tema. Primera: ¿Qué relación puede existir entre el narcisismo, del
que ahora tratamos, y el autoerotismo, que hemos descrito como un estado primario de
la libido? [*]. Segunda: si atribuimos al yo una carga primaria de libido, ¿para qué
precisamos diferenciar una libido sexual de una energía no sexual de los instintos del
yo? ¿La hipótesis básica de una energía psíquica unitaria no nos ahorraría acaso todas
las dificultades que presenta la diferenciación entre energía de los instintos del yo y
libido del yo, libido del yo y libido objetal? Con respecto a la primera pregunta, haremos
ya observar que la hipótesis de que en el individuo no existe, desde un principio, una
unidad comparable al yo, es absolutamente necesaria. El yo tiene que ser desarrollado.
En cambio, los instintos autoeróticos son primordiales. Para constituir el narcisismo ha
de venir a agregarse al autoerotismo algún otro elemento, un nuevo acto psíquico.
La invitación a responder de un modo decisivo a la segunda interrogación ha de
despertar cierto disgusto en todo analista. Repugnamos, en efecto, abandonar la
observación por discusiones teóricas estériles; pero, de todos modos, no debemos
sustraernos a una tentativa de explicación. Desde luego, representaciones tales como la
de una libido del yo, una energía de los instintos del yo, etc., no son ni muy claras ni
muy ricas en contenido, y una teoría especulativa de estas cuestiones tendería, ante todo,
a sentar como base un concepto claramente delimitado. Pero, a mi juicio, es
precisamente ésta la diferencia que separa una teoría especulativa de una ciencia basada
en la interpretación de la empiria. Esta última no envidiará a la especulación el
privilegio de un fundamento lógicamente inatacable, sino que se contentará con ideas
iniciales nebulosas, apenas aprehensibles, que esperará aclarar o podrá cambiar por otras
en el curso de su desarrollo. Tales ideas no constituyen, en efecto, el fundamento sobre
el cual reposa tal ciencia, pues la verdadera base de la misma es únicamente la
observación. No forman la base del edificio, sino su coronamiento, y pueden ser
sustituidas o suprimidas sin daño alguno.
El valor de los conceptos de libido del yo y libido objetal reside principalmente en
que proceden de la elaboración de los caracteres íntimos de los procesos neuróticos y
psicóticos. La división de la libido es una libido propia del yo y otra que inviste los
objetos es la prolongación inevitable de una primera hipótesis que dividió los instintos
en instintos del yo e instintos sexuales. Esta primera división me fue impuesta por el
análisis de las neurosis puras de transferencia (histeria y neurosis obsesiva), y sólo sé
que todas las demás tentativas de explicar por otros
...